Capítulo I: La plaza
Año 1340; Edad Media
Narra Elizabeth
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El invierno había llegado hace cinco meses atrás a nuestro pequeño pueblo, situado al sur de Francia. Todo se ha tornado de blanco por la nieve que se esparce, llegando a cubrir las extensas praderas de césped. Las hermosas flores coloridas que adornaban el lugar, ahora se marchitan por falta de energía solar y la cálida luz del sol permanece oculta debido a las nubes, que han teñido el hermoso amanecer en uno gris y casi desolado.
—Es un hermoso día ¿No crees, querida? —dice mi madre admirando el paisaje. Ambas avanzamos por el camino empinado sobre nuestros respectivos caballos. Ella, quien está más adelante de mí, gira su cabeza permitiéndome observar sus ojos negros ocultos bajo la capucha gris de su capa.
—Sí, es hermoso, aunque hace mucho frio... —solté una pequeña risa y acomodé mi capa sobre mis hombros, ya que esta, debido a la delgadez de su tela no me proporciona calor suficiente.
—Elizabeth ¿Estas segura de que quieres acompañarme? No quiero que atrapes un resfriado, además, puedes quedarte en casa con tú padre ayudándole con la taberna o la cosecha —me pregunta. Muy pocas veces la acompaño a la plaza en invierno para abastecer nuestro hogar de pan y frutas, pero esta vez estoy decidida a ser su compañía. Simplemente quiero salir de casa y tratar de socializar con la gente del pueblo, ya que vivimos apartados del resto por lo que muy pocos nos conocen.
—No te preocupes, si agarro un resfriado puedo tomar los remedios caseros que haces que siempre funcionan, además, no quiero escuchar los chistes malos que hace mi padre —ambas reímos ante mis palabras y continuamos avanzando, mientras nos estremecemos por la brisa helada de la mañana...
Tras unos minutos de caminata nos detuvimos confundidas justo en la entrada de la plaza, mi mirada viajó por cada una de las personas que están aglomeradas en el lugar, con expresiones de horror en sus rostros.
No es habitual ver tanta gente reunida en pleno invierno, la mayoría permanecen en sus hogares junto al calor que proporcionan las chimeneas.
—¿Qué está ocurriendo? —fruncí mi ceño y miré a mi madre en búsqueda de una respuesta, pero es claro que ella está igual de confundida que yo.
Nuestros caballos dieron pasos lentos en un intento de abrirse entre la multitud, en la que casi todos visten de la misma tela café y sucia, andan descalzos enterrando sus pies en la nieve y pisan las frutas en mal estado que los mismos vendedores arrojan al suelo. Se escuchan gritos a lo lejos que me impiden escuchar los murmullos de las personas a nuestro lado.
—Hija, mejor vámonos de aquí. Presiento que algo malo sucede —ella intentó retroceder, pero el gentío lo hacía casi imposible, por lo que ambas decidimos bajarnos de nuestros caballos.
—Quiero saber lo que está pasando aquí, solo dame un momento, iré al centro de la plaza y veré lo que ocurre allí —le dije en voz alta para que pudiese escucharme, y al hacerlo, recibí una mirada fulminante de su parte que ya de por si me indicaba que no debía entrometerme. Pero conociendo mi curiosidad eso fue inevitable, me dejé llevar por la intriga y me separé de mi madre sumergiéndome en el mar de personas que no paran de empujar tratando de llegar más allá de la plaza. Mi corazón comienza a acelerarse a cada paso que doy y tuve que tragar saliva de los nervios que me invadían.
—¡Elizabeth! ¡Elizabeth regresa! —me gritó ella desde atrás, pero mi falta de consciencia me hizo desobedecerla.
Estando en medio del caos logro escuchar mejor las palabras de la gente, quienes andan más asustados que yo...
—¡¿Puedes creerlo?! ¡Han montado la horca! — exclamó una mujer a su grupo de amigas.
—Dios nos proteja del mal y el peligro, y acabe con toda la maldad de este pueblo —rezó una monja, juntando las palmas de sus manos.
Observé asqueada la fuente de agua que permanece en el centro de todo el lugar, está repleta de desperdicios fecales y el olor que abunda por aquí es fatal. Hice una cara de asco y observé atrás escuchando los gritos de mi madre a la lejanía, logro ver como se ha quitado la capucha dejando los mechones de su pelo negro a la vista y agita los brazos hacia arriba para llamar mi atención. Intenté regresar hacia ella arrepintiéndome de lo que había hecho, pero la multitud me obliga a ir hacia adelante con fuertes empujones.
Parecen animales alborotados...
Me siento perdida mientras que el miedo me consume, trato de regresar con mi madre, que es como mi refugio ante situaciones que me ponen los pelos de punta, pero en este momento la he perdido de vista. Qué tonta fui al tratar de chismosear...
—¡Quítate muchachita! ¡Estorbas! —recibí un grito de parte de un hombre alto y robusto, con barba sucia de restos de comida. Al parecer estoy "estorbando" en su camino y me tomó desprevenida, extendió su brazo dejándome ver sus músculos y me empujó hacia un lado, perdí el equilibrio y cuando estuve a punto de caer al suelo alguien sujetó mi brazo evitando aquella caída.
—¡Te dije que no te apartaras de mi lado! —mi madre me miró fulminante, sus mejillas están comenzando a tornarse de un leve color rojizo, lo que es una obvia señal de que está conteniendo su enojo —. Yo sabía que no era buena idea traerte, la gente de este pueblo es desordenada con cualquier cosa que pasa, es grosera y sucia. ¡Y tú! Desobedeciste mis órdenes, jovencita.
Agacho la mirada arrepentida mientras continúo escuchando sus regaños, que apenas se logran oír entre tantos gritos.
—¡Apreciado pueblo de Conques! —la voz de un hombre se alzó entre la multitud, callando a todos casi al mismo tiempo, incluso mi madre guardó silencio dejando a medias su regaño ante mi desobediencia —. Estamos aquí reunidos ¡Para acabar con toda la maldad que azota a este pueblo!
Observé a la lejanía la gran iglesia de la plaza, y noté como unos cuantos hombres vestidos de túnicas grises finalizan de montar lo que parecer ser... ¿la horca? Mi miedo se intensificó al ver el sinnúmero de guardias que se acercan sosteniendo a tres mujeres que traen vestidos desgarrados y con manchas de sangre, cada una lucha intentado zafarse del agarre de semejantes hombres robustos y fuertes, que deduzco son parte de la guardia de la realeza por el uniforme que portan.
—¡Dios bendiga este pueblo! —exclamó el sacerdote del pueblo, mismo que había acallado a la multitud hace un momento. Se subió a la plataforma de la horca captando la atención de más de uno —. ¡Las mujeres que ven aquí no son más que brujas, sirvientas de satán, quienes recibirán su castigo por abandonar a nuestro señor y unirse a las sombras del mal!
Agarré el brazo de mi madre sintiendo mis extremidades temblar. El rostro de cada una de esas mujeres se encuentra inundado de moretones, a la más joven le sangra la nariz, y a su lado permanece una anciana quien le suplica al guardia que la suelte.
Las tres fueron subidas a la horca y sujetadas con esas gruesas cuerdas que pondrían fin a su vida... Las lágrimas de mi parte no se hicieron esperar, quería correr y ayudar a esas inocentes mujeres, pero mi madre me sostuvo con mucha fuerza. Ella también se encuentra impotente mientras sus ojos se inundan de lágrimas y las dos nos estremecemos ante el bullicio que incrementa, la gente pide la muerte de esas "brujas" y aplauden como locos alabando a Dios.
—Madre, tenemos que hacer algo —le supliqué con lágrimas en los ojos, siento mi pulsación acelerada, es como si mi alma se partiera en dos al ver lo que esta gente está a punto de hacer.
—Lo siento mucho, cariño. Pero yo te dije cómo son estas personas, están cegados por su fe, y son capaces de hacer actos repugnantes creyendo que son correctos. Si tratamos de intervenir terminaremos así, o incluso nos acusaran de brujería por querer defenderlas... Con dolor en mi alma, te digo que no podemos hacer nada —su respuesta fue definitiva, permanecí en silencio mientras las lágrimas recorrían mis mejillas. Soy capaz de entender sus palabras, ya que mis padres y yo vivimos en este pueblo, pero no compartimos sus creencias...
Este sentimiento que me invade me consume a cada segundo, las mujeres aún no han sido degolladas, pero están a punto de hacerlo, simplemente que el sacerdote quiere incitar más odio en los habitantes, como si disfrutara ver sus reacciones.
—¡No puede ser! —exclamó mi madre horrorizada, y fijó su vista en el camino que se forma al lado de la iglesia, mismo que lleva al castillo del rey Leonard Laurent, ubicado en la cima de la colina. Supe de inmediato la razón de semejante reacción... Un guardia ha llegado al lugar y sostiene a una cuarta mujer del brazo, esta se ve casi de la misma edad que mi madre; joven y delgada, de tez blanca y cabello rubio atado a una trenza desordenada, el vestido que trae puesto es azul con manchas de mugre y en sus pies se hayan púas enterradas que han dejado rastros de sangre seca, al parecer las heridas no son recientes.
Es probable que a estas mujeres las tuvieron encerradas por mucho tiempo tratando de hacerlas confesar y torturándolas de una forma muy cruel.
—¡Aquí traigo a la otra bruja! —Informó aquel guardia, quien, además, es el guardia preferido del rey.
Mi madre y la mirada de aquella chica se encontraron y fue ahí que supe que ambas se conocen, las dos sueltan lágrimas de dolor y contienen su ira. Y yo, solo permanezco impotente al saber que no puedo hacer nada.
—La conoces, ¿verdad? —le pregunté y como respuesta, asintió con la cabeza sin decir nada.
Acusaron a la amiga de mi madre de brujería, y ahora, a diferencia de las demás mujeres, está siendo ubicada no en la horca, sino en la hoguera.
La mujer rubia y llena de moretones en su rostro murmuró algunas palabras que por obvias razones no logramos escuchar a esta distancia, pero extrañamente mi madre asintió como si hubiese comprendido sus palabras. Fruncí el ceño, y cuando estuve a punto de preguntarle, el grito de las personas aumentó y las llamas de la hoguera fueron encendidas.
Mi madre me tomó del brazo con demasiada fuerza, me quejé del dolor, pero no tuvo importancia. Empezó a caminar con firmeza arrastrándome entre la gente y dando empujones a todo aquel que se metiera en el camino.
—Larguémonos de este maldito lugar, esta gente no tiene piedad —dijo entre sollozos.
Fue así como logramos llegar al final de la plaza, llamó a los caballos y sorprendentemente obedecieron a sus órdenes sin más ni menos. Ambas nos subimos y comenzamos a cabalgar alejándonos del lugar, mientras que los gritos de aquellas mujeres se hicieron presentes, gritos de dolor que se fueron desvaneciendo, hasta que finalmente se detuvieron y solo se escuchó al pueblo celebrar sus muertes...
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Espero que este primer capítulo sea de tu agrado <3
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