Capítulo veintisiete
He estado examinando a Daisy durante todo el dia. La he notado algo distraída. No sé si sigue molesta por lo que sucedió, o es algo más. Ella es muy rara. Como me disgusta no poder descifrar sus pensamientos.
—¿Ya está bien tu nariz?
—Sí. ¿Puedo saber a dónde vamos?
—A un lugar donde no habrá espacio para malhumores. Es tiempo de desestresarnos un poco.
La traje al club, donde mi padre solía traerme a menudo. Todas las chicas que aquí trabajan, me conocen desde que tenía trece años, aunque hay una particular que ya conoce mis reglas y por eso acudo a ella cada vez que deseo liberar tensión, aunque llevaba algo de tiempo sin venir.
En esta ocasión no estoy solo, Daisy también podrá divertirse con alguno de los hombres. Seguramente, detrás de sus cambios de ánimo, hay una mujer con ansias de saciar sus necesidades. A mí me rechaza, entonces, solo necesito que le pierda el miedo al sexo y despierte en ella la curiosidad de experimentar.
—Jhon, cuánto tiempo sin verte— Roxanna se acercó a nosotros y Daisy se escondió detrás de mí.
—Hoy no vengo solo. Prepara a los acompañantes. Que vengan aquí de inmediato.
Reunió a sus mejores hombres, cada uno de ellas se posicionó en fila.
—¿Cuál te gusta? — le pregunté a Daisy.
—¿Cómo que cuál me gusta? —su expresión se volvió confusa.
—¿Cuál de ellos te gusta para pasar la noche?
—¿Qué? ¿Tú me estás pidiendo que me acueste con uno de ellos? — frunció el entrecejo.
—¿Quieres dos? También puedes tener dos si quieres, solo escoge.
—Tú no puedes estar hablando en serio.
—Ya sé que debes tener esas ganas, ¿y qué mejor que aliviarlas? Hay para todos los gustos. ¿No me digas que no te gusta ninguno? Cada uno de ellos posee la experiencia que a ti te falta.
Permaneció en silencio, mirándome fijamente, pero con severa seriedad.
—Dime tus gustos, y te encuentro al que quieras.
—¡Eres un idiota! — me levantó la voz delante de todo el mundo, y fruncí el ceño.
—¿Qué dijiste?
—Me escuchaste bien, no te hagas el sordo. ¿Qué tipo de mujer crees que soy?
—Una mujer común y corriente, que siente y padece. ¿Me dirás qué no sientes ganas de estar con alguien? No tienes que avergonzarte, eso les pasa a todas. ¿Verdad, Roxanna?
—Por supuesto, yo te puedo ayudar a escoger, muñeca — Roxanna trató de acercarse a Daisy, pero ella retrocedió.
—No me toques y vete a la mierda— me miró de reojo y se dio la espalda para irse a una de las mesas y sentarse.
¿Ahora qué hice mal?
—¡Sigan trabajando! — les dije —. Ve a la habitación y espérame allá, Roxa.
Caminé hacia Daisy y me senté en la mesa con ella.
—¿Me vas a decir qué sucede ahora? ¿Cómo te atreves hablarme así frente a todos? Agradece que no te arrastré como debía.
—¿Cómo te atreves tú a traerme a este lugar para que me acueste con un hombre? ¿Tan necesitada te parezco? Si te gusta este tipo de lugares para satisfacer tus deseos estúpidos, pues es tu problema, pero no a todos nos gusta esta basura.
—Realmente no te entiendo, mujer.
—Tú nunca entiendes nada, ni me interesa que lo hagas. Espero sea la última vez que hagas una tontería como esta.
—A mí no me des órdenes, mocosa. Tú aquí no mandas nada. No te olvides lo que acordamos. Voy a recibir mis servicios, tú quédate aquí entonces, a menos que quieras entrar conmigo.
—¡Púdrete!
—No te atrevas a irte de aquí — le advertí, levantándome de la silla, y ella recostó su cabeza sobre la mesa.
Me reuní con Roxanna en la habitación donde me esperaba.
Yo no comprendo a esa mujer. ¿Qué tipo de mujer rechaza una oferta así? ¿Acaso es lesbiana o qué? Eso explicaría muchas cosas.
—¿Qué te trae tan encolerado?
—¿Cómo se puede comprobar si una mujer es lesbiana?
—Poniéndole una mujer de frente, ¿cómo más? — sonrió—. Ponme en contexto. ¿Hablas de la chica que está ahí fuera? ¿Es ella lesbiana?
—¿Y yo qué sé?
—Si tratas de besarla o tocarla y muestra una expresión de asco, también puedes averiguarlo.
Las veces que la he tocado no ha mostrado cara de asco, ni tampoco cuando la besé.
Maldición, esa mujer me confunde.
—No pensemos en tonterías. Terminemos rápido, que la mocosa está afuera.
—Lo que ordenes.
Nada fue lo mismo; esa sensación que tuve ese día con esa mocosa, no lo siento con esta zorra, ni siquiera la experiencia juega un papel importante aquí.
Ahora entiendo lo que decía mi padre sobre las vírgenes. Me pregunto si aún se siente igual que ese día. Si continuaba, quizá, hubiera saciado las ganas allí, y no estuviera aquí deseando una oportunidad más.
Quisiera sentir esos temblores que su cuerpo hacía o la suavidad de su piel, ese perfume tan dulce y empalagoso, o escuchar su voz entrecortada, esa expresión de dolor y esa carita tan dulce, la hacía ver muy irresistible. Me hace desear causarle mucho dolor. Me he enfermado más por su culpa. ¿Está mal desear profanar su cuerpo?
—¿Estás bien, John? Has estado pensativo mientras lo hacíamos; si necesitas hablar, puedes hacerlo conmigo.
—No, no tengo nada que hablar. Ya me tengo que ir, ahí tienes el dinero sobre la mesa. Como siempre, gracias por tus servicios.
Busqué a Daisy en la mesa, pero no estaba, por lo que le pregunté al bartender si de casualidad la había visto y este me dijo que hace varios minutos la vio subir las escaleras a la terraza.
—¿Qué haces aquí? Te dije que no te movieras de la mesa.
Bajó la cabeza, juntando las manos.
—¿No puedo estar aquí? Estaba cansada de esperar allá. Además, había muchas personas extrañas mirándome y me hizo sentir muy incómoda — su voz temblaba, sus manos se veían igual.
—¿Qué te pasa? ¿Tienes frío? Entremos.
—No, no quiero entrar.
—¿Por qué? Tenemos que irnos.
—No, todavía no.
—¿Tienes algo que hacer? — se veía muy nerviosa y no entendía qué pasaba, quise acercarme a ella y retrocedió.
—No, no te acerques ahora.
—¿Por qué no quieres que me acerque? —arqueé una ceja—. No estoy para juegos, mocosa. Ya vámonos— me acerqué más y ella retrocedió, al hacerlo tropezó, casi se cae de las barandas, pero actué más rápido y le agarré el brazo, atrayéndola hacia mí; casi muero de un infarto—. ¿Estás loca? — le grité por el susto.
Si no llegaba a actuar rápido se hubiera caído. Su cuerpo estaba helado y temblando, sus ojos estaban rojos, ¿acaso estaba llorando?
—¿Estabas llorando?
—No— apretó mi saco con los puños.
—Vámonos a la casa.
—No quiero irme todavía.
—¿Qué te pasa?
—Tuve un accidente y necesito ir a la farmacia.
—¿A la farmacia? ¿Para qué? — bajó la cabeza, y llevé mi mano a su mentón—. Si no me dices las cosas, no tengo cómo saberlo.
—Te vas a burlar de mí.
—¿Burlarme?
—Sí.
—Te prometo que no me voy a burlar, solo dime.
—¿Lo juras?
—Acaba y dime qué sucede. Me estás alterando.
—Acabo de caer en mis días.
—¿Y eso qué?
—Me manché el pantalón.
—¿Por qué no fuiste al baño?
—Me di cuenta muy tarde.
—Para algunas cosas eres como una niña— reí.
—Dijiste que no te ibas a reír.
—No me estoy riendo de eso. Vamos a la farmacia y problema resuelto.
—Pero no puedo salir así
Me separé un poco, quitándome el gabán.
—Ponte esto y listo.
—Gracias.
¿Realmente no se atrevía a decirme eso? ¿Por qué es tan vergonzoso? ¿No es eso algo normal en una chica? Esta mujer es tan rara o es que el raro soy yo, ya no sé ni qué pensar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro