
Capítulo treinta
Ellos me rodearon y sus enfermas e intensas miradas solo me generaban repulsión. Sus intenciones no eran para nada buenas y en mi condición actual, estaba en evidente desventaja.
El mismo agarre de cabello lo usó para empujar mi cuerpo hacia atrás, haciéndome caer completamente acostada en el cemento frío. Aun con mis piernas atadas y juntas, intenté inútilmente en lanzar patadas a diestra y siniestra, pero él no obró solo, el hombre calvo del grupo inmovilizó mis piernas, haciendo presión hacia abajo. El mastodonte no vaciló en tomar el control de la situación, viendo luz verde a tocar mi cuerpo. La sensación era desagradable y desesperante. Sus manos grandes y callosas apretaban mis pechos de una manera grotesca. Mis gritos, forcejeos y lágrimas les era indiferente, todo lo contrario, parecían disfrutar de la situación y de arrancar con rudeza mis prendas de vestir. Mi voz ronca de tanto gritar, resonaban en el lugar.
—Vaya, vaya.
En medio del acto, la voz gruesa de un hombre ahuyentó a esos salvajes, como si se tratara del mismísimo diablo en persona. Creí que era John, que había sido él quien vino a salvarme, pero mis ilusiones y esperanzas bajaron de mil a cero en un abrir y cerrar de ojos.
El hombre que había llegado era alto y delgado, vestía en traje, con unos guantes negros y un casco de motociclista que cubría completamente su rostro.
—Joven Kwan…
Los dos hombres que habían tratado de forzarme, fueron los mismos que bajaron la cabeza ante la presencia de ese hombre.
—Creí haberles dicho que no tocaran a la mujer de Alma negra, pero por lo que veo, no pudieron seguir mis simples órdenes.
—Déjenos explicarle, joven. ¡Ella nos estaba provocando! —me señaló.
—¿No me digas? — sus sigilosos pasos ni se oían, pero ellos se enderezaron.
—A mí no me parece que una chica que está atada de brazos y piernas, sea capaz de provocar a nadie— miró hacia mi dirección—. Mira cómo han asustado a la pequeña panterita. Acompañen a Enra.
—Pero, joven...
—¿No van a seguir mis órdenes?
—Lo sentimos mucho.
—Yo también siento mucho haberles dejado un trabajo tan difícil para ustedes, ahora largo de aquí.
Ellos dos caminaron al frente, y el tal Enra se fue detrás de ellos. Ese hombre se agachó al lado de la mujer que yacía inconsciente al lado mío y usó su abrigo para cubrirme.
—Lo siento, panterita, no pensé que se portarian así de mal con mi invitada.
—¿Quién eres, y qué quieres de mí?
—Contigo nada, pero con tu novio sí. No te preocupes, debe estar por llegar. Mira nada más cómo te dejaron.
En medio de la conversación, se alcanzaron a oir dos detonaciones, no muy distante, pero resonaron como si hubiese sido a nuestro lado. Mis temblores aumentaron.
—Ya se solucionó el problema, ahora puedes estar tranquila. Por favor, haz de cuenta que nada malo ocurrió aquí —acarició mi mejilla, y giré la cara.
—Déjeme ir, por favor— le supliqué.
—Me gustaría, pero no puedo.
—¿Q-qué está pasando? ¿Q-qué hago aquí? —la voz débil de la mujer interrumpió la conversación y él retomó la postura.
—Al fin despiertas, Lolita. Ha pasado un largo tiempo desde la última vez que hablamos.
—¿Quién eres?
—No es importante. Ya que nos reunimos de nuevo, ¿por qué no creamos un buen recuerdo entre todos?
—¿Qué quieres conmigo?
—Ajustar unas cuentas pendientes, que tienen tú y tu padre conmigo— se giró hacia el grupo de hombres que permanecieron atentos a sus palabras—. Chicos, ya despertó el juguete por el que tanto se peleaban. Es mi regalo para ustedes.
La chica abrió los ojos del miedo al ver a ese grupo de hombres acercarse a ella.
—Espera, ¿qué se supone que es esto? ¿Por qué yo, y no ella? Ella puede servirles.
—Porque ella no es comida para ellos, pero tú sí. Llévensela a aquel lugar y disfruten de su comida, muchachos. Estoy en medio de algo aquí.
Los hombres con una repulsiva expresión de “agradecimiento” ante la supuesta amabilidad de ese hombre, se llevaron arrastrada a la muchacha a una esquina de la habitación y como perros hambrientos, rompieron toda su ropa con desespero, como si hubiesen estado esperando por mucho tiempo para eso.
Cerré los ojos con fuerza y traté de taparme los oídos, pero no podía, el amarre estaba tan ajustado, que a duras penas podía mover las manos. De fondo, solo escuchaba los gritos desgarrantes de la chica, su lucha constante por defenderse sin ninguna probabilidad de soltarse. Una frustración e impotencia se hizo presente en mi pecho. No quería escuchar nada más, no quería estar más ahí.
Sentí la frialdad de los guantes de Kwan en mi mejilla y giré el rostro.
—No me toques, monstruo.
—Hay que darle ciertos aperitivos a mis hombres, y más luego de tanto trabajo. Entre más felices y contentos se mantengan, mucho mejor para mí.
—¿Cómo pudiste darles una orden así? Es una pobre mujer, nadie merece que le hagan algo así— lágrimas bajaban por mis mejillas.
—No sé porqué mi frío corazón se rompe al ver a una chica tan bonita como tú llorando. ¿Cómo se podría llamar esto? ¿Amor a primera vista? — soltó una risita traviesa y rechiné los dientes.
—Se lo ruego, detenga esto.
—Me gustaría poder complacerte, pero no puedo. Será mejor que esperes con calma y no mires para allá, es mi humilde consejo.
Sonó su teléfono y se alejó, estaba tratando de forcejear con los amarres, pero mis intentos eran en vano; por más que trataba de soltarme, más se ajustaban a mis muñecas.
—Tendré que irme, pero no te preocupes, mis hombres no te harán nada. Regresaré en una hora más o menos, y espero que aún estés aquí, panterita.
—¿Por qué me llama panterita?
—¿No te gusta?
—No.
—Lástima, a mí sí. Pórtate bonito— me despeinó y se alejó. Me trata como si me conociera, además de usar un tono amable, siendo todo lo contrario.
×××
No sé cuánto tiempo con exactitud transcurrió desde que ese hombre se fue, pero los gritos de esa mujer cesaron, lo único que se oía era el bullicio de esos asquerosos hombres.
Mis ojos se posaron en ella, en sus débiles impulsos de clavar las uñas en el suelo para arrastrarse hacia mi dirección. Su cuerpo estaba repleto de moretones, arañazos, sangre y mordidas.
No había llegado hacia mí, cuando uno de ellos le puso la pierna por detrás de la cabeza y la restregó con asperidad. Forcejeaba con la soga de mis muñecas con todas las fuerzas que tenía, pero era inútil. Ni siquiera mordiéndolas podía desajustarlas.
—¡Ya déjenla, animales! — grité frustrada y exasperada, mientras que ellos solo me miraron y rieron entre sí, como si esto se tratara de un maldito juego.
Ese nido de lacras se juntaron alrededor de ella, no les había parecido suficiente con lastimarla de todas las formas inimaginables que existieran, que aún venían por más. Competían entre ellos en quién la golpeaba más fuerte. Ella había gritado tanto, que ni siquiera podía quejarse.
Levantó la cabeza y miró hacia donde mí, su rostro inflamado y ensangrentado lucía irreconocible.
—¡Son unos monstruos! ¡Déjenla!
Uno de ellos desenfundó su arma y le apuntó a la mujer.
—¡No, por favor! ¡No lo hagan! — les rogué—. ¡No más, por favor!
Mi cuerpo se paralizó tras ver cómo después de la detonación, el sueño se tiñó de ese líquido rojo carmesí que me ha seguido en cada una de mis pesadillas.
Cuando vi a mis padres bajo un charco de sangre, no sentí ni una chispa de pena o tristeza, al contrario, por primera vez en mi miserable vida me llegué a sentir liberada, feliz, pero presenciar en primera fila cómo le era arrebatada la vida a una mujer inocente, de la manera más ruin e inhumana como esta, era más de lo que pude soportar.
Escuché el sonido del portón eléctrico, y al este abrirse, alcancé a ver a John. Estaba caminando con total tranquilidad, mientras a ambos lados dos hombres lo escortaban, con dos armas cortas apuntándole. Su expresión era la misma despreocupada de siempre.
Tuve la sensación de miles de cuchillas atravesarme al cruzar mirada con él. Molestia, eso percibí de su parte. Seguramente la razón detrás de eso, era haber fallado a nuestro acuerdo y haberlo puesto en riesgo, cuando me sentenció varias veces de que debía andar con cuidado y atenta a mi entorno, pues tenía enemigos. No le hice caso, la verdad es que pensé que todo lo que decía eran puras mentiras, con tal de hacerme la vida de cuadros con tanto entrenamiento.
—Mira nada más lo que nos trajo el destino, al famoso Alma negra. Yo que pensaba que sería difícil atraparte y más luego de todo lo que dicen de ti, pero resulta que no eres la gran cosa. ¿Por una mujer eres capaz de entregarte por tu cuenta, y de entrar en la mismísima boca del lobo? Ese distinguido apodo no te queda.
—Nunca pedí que me llamaran así. ¿Yo qué culpa tengo de que me hayan dado ese apodo tan malo y barato? No pega con mi clase.
—Así le llaman a los traidores, a esos que muerden la mano a quienes le dan de comer. Sabes de lo que hablo, ¿verdad?
—Por supuesto — sonrió relajado.
—Todos lo sabemos. Eres ambicioso, un maldito traidor que no conoce las reglas básicas de este mundo y tienes la osadía de reclamar algo que no te pertenece, ni mucho menos mereces.
—¿De eso se trata todo esto? ¿Por qué mencionar tanto a un puto muerto? Por más que quieran no va a regresar, y si vuelve hacerlo, me voy asegurar de volverlo a mandar al infierno.
—No eres digno de ese lugar en el que estás, Alma. Leonardo, sin duda alguna, era la persona indicada para ese puesto.
Una risa descabellada se aflojó de lo más profundo de su garganta, como si le estuvieran haciendo cosquillas.
—¿Y quién crees que era el que manejaba todo? Todo lo que tenía Leonardo fue gracias a mí, yo era el que manejaba todos sus negocios y ni las gracias recibí. Gracias a mí, llegó a dónde estaba, ¿o crees que un inútil como él, podría tener todo lo que tenía por su cuenta? Era alguien con poca capacidad, que se sentaba a dar órdenes detrás de un escritorio, mientras que otro venía a hacer el trabajo sucio. Yo solo me encargué de reclamar lo que por ley me pertenece, de reclamar lo que por años he estado manteniendo. El dueño de todo este imperio ahora soy yo, y no dejaré que nadie más ocupe mi lugar.
De un preciso y ágil movimiento, John se defendió, proporcionándole una patada al hombre con quién hablaba, y de un ataque veloz, se fue detrás de él, colocando su brazo alrededor del cuello.
El grupo de hombres tuvo como objetivo a John, cuando el hombre a quien sujetaba sacó el arma de su traje, y John se la quitó, poniéndola así en su cabeza.
—Un movimiento en falso, y tus sesos volarán por los aires, cabrón.
Un hombre apuntó hacia mi dirección y John le disparó en el hombro, haciendo que este soltara el arma y cayera de rodillas, haciendo presión en la herida.
—¡No disparen! — gritó el hombre que John sujetaba por el cuello, y fue cuando se escucharon varios disparos resonar a la par.
Me recosté en el suelo, mi cuerpo estaba temblando demasiado al escuchar esa balacera que se formó. Tenía miedo de que un tiro de esos me alcanzara. Al instante de hacerlo, se dejaron de escuchar los disparos y escuché la voz de John cerca.
—¿Mocosa?
Me examinó con la mirada, antes de cortar las sogas que tanto me molestaban. Bajo la opresión que traía atorada en el pecho, mi mano se movió sola, aterrizando en su mejilla.
—¿A ti qué demonios te sucede, estúpida?
—¡Dijiste que me protegerías, y me has dejado sola! —mi reclamo le llevó a entrecerrar los ojos.
¿Por qué le estaba reclamando por algo que debía hacer yo? Se suponía que iba a defenderme de cualquier peligro, él no tiene que estar detrás de mí todo el tiempo, protegiéndome como si fuéramos cercanos.
—¿Y quién demonios fue el que vino arriesgando su cabeza para salvar a una mocosa de mierda, que no se sabe defender sola, y se dejó atrapar rápidamente? No veo que estés mal, agradece que al menos tienes todas tus partes en su lugar.
—¡Eres un infeliz!
—¿Infeliz? ¿Eso es todo lo que tienes que decir?
—Sí, por tu culpa estoy aquí.
—¿Por mi culpa?
—Permiso, señor. ¿Qué hacemos con el hombre?
—Ve a interrogarlo, quiero saber quién mierdas lo envió. Evidentemente, ese tipo no era el lider aquí.
—Sí, señor— el empleado se fue, y nos quedamos nuevamente a solas.
—Eres una malagradecida, pendeja.
—A esa mujer le hicieron cosas horribles, John.
—¿Y qué quieres que haga?
—Ella no merecía que la mataran así.
—¿Por qué tiene que importarme lo que le sucedió a otra perra? ¿Acaso era familia mía o algo?
—Aun así, es una persona. Ella no hizo nada malo y le hicieron muchas cosas horribles.
—¿Quieres que la reviva? ¿Te lo dije, o no te lo dije? ¿Qué creíste que les iban a hacer teniéndolas aquí? ¿Llevarlas a la iglesia a rezar o a jugar domino?
—¿Realmente eres humano, John?
—No, no lo soy. No me interesa lo que haya pasado con esa mujer; al menos se divirtieron con ella y por eso estás bien tú, cosa que me alegra. Fue sacrificada por ti, ¿o no fue así?
—Eres tan cruel. No eres tan distinto a ellos— lágrimas bajaron por mis mejillas.
—¿Cruel? Aún no has conocido nada, pero créeme que lo harás. Espero que esto te sirva para entrenar de ahora en adelante y tomar las cosas en serio. Si quieres permanecer a mi lado, vas a tener que joderte.
—¿Eso qué significa?
—Que te voy a entrenar como un maldito hombre, es eso, o largarte de mi vida.
—¿Largarme?
—Sí, te daré dos opciones para que veas lo bueno que soy. La primera es que te quedes conmigo como hasta ahora y aprendas a defenderte, porque no puedo estar detrás de tu culo todo el tiempo; la segunda, es que te vayas lejos y no vuelvas a aparecer nunca más en mi vida.
—Yo no tengo a dónde ir y tú lo sabes.
—Te daré dinero para que hagas tu vida en otra parte, pero ten en mente que si te llegan a secuestrar otra vez, no voy a estar ahí para salvarte el culo como hoy. Cuando digo que me desconectare, es que no importa en qué situación te encuentres, de mi parte no vas a recibir nada. Yo no puedo andar detrás de tu maldito culo todo el puto día, ya no eres una niña y yo no soy tu niñero. Yo tengo cosas más importantes que atender y tú me estás desviando del camino. ¿Qué vas a decidir, Daisy? ¿Te vas a quedar conmigo sin importar lo que suceda o te vas a ir a otra parte a empezar de cero, y arriesgarte a que te encuentren y hagan un festín contigo? Tú eliges, mocosa. Ya me cansé de esto, y te aseguro que no tendré más lástima de ti; para mí serás un empleado más.
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