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Capítulo setenta y seis

Cuando llegué a la dirección indicada, un parque de diversiones se desplegaba ante mis ojos. La sospecha de que Kleaven podría estar involucrado rondaba en mi mente, pero no podía estar seguro. Lo único que sabía era que quien me citó tenía algo que ver con la desaparición de mi esposa.

Seguí las señales que parecían dispuestas especialmente para mí, guiándome hacia la imponente rueda de la fortuna. Desde lejos, pude divisar a Kleaven, de pie, observando la vista nocturna. Sabía que era él.

Pero mientras me acercaba a pasos lentos pero decididos, noté algo extraño en la multitud. Las personas que pasaban a mi alrededor no parecían simples transeúntes; sus miradas contenían un conocimiento velado, como si supieran más de lo que aparentaban. Era más que evidente que Kleaven se había anticipado a mi llegada y había preparado todo meticulosamente.

—Veo que no has venido solo. ¿Cuál es la desconfianza?

—Ventajas del oficio, John. Uno aprende a no dejar nada al azar.

Con calma y serenidad, me señaló cortésmente la puerta de la cabina de la rueda de la fortuna, sugiriendo que podríamos hablar en privado. Aunque no lo menciona explícitamente, ambos sabemos que estar a solas en un espacio tan reducido nos coloca en una posición de igualdad. Ninguno de nosotros tiene la ventaja sobre el otro, al menos no físicamente. Y sinceramente, no me conviene intentar nada en su contra.

—¿Sabías que esta era la atracción favorita de mis nietos?

Su pregunta parecía inocente, pero sé que hay algo más detrás de sus palabras, especialmente por dejar entrever que ya estaba al tanto de lo ocurrido en la isla, pues habló en pasado.

—No, no lo sabía.

—Les encantaba la adrenalina que les provocaba estar en las alturas, sentir el viento en sus rostros mientras la rueda giraba. Era como si estuvieran en la cima del mundo, ¿no crees?

—Supongo que sí, pero no creo que ese haya sido el verdadero motivo detrás de esta cita, ¿o sí?

—La vida es como esta rueda de la fortuna, John. En lo alto, disfrutamos de la euforia de las victorias, las vistas panorámicas que nos hacen sentir invencibles. Pero en los momentos bajos, nos encontramos con los desafíos y las dificultades, la oscuridad que parece envolvernos. Sin embargo, lo crucial es mantenernos firmes, incluso cuando la rueda gira y nos lleva a lo desconocido.

No percibí hostilidad en sus palabras.

—Tú y yo somos como esta rueda. Ambos estamos en busca de algo, persiguiendo nuestros propios objetivos. Aunque nuestras razones pueden ser diferentes, en el fondo, todo lo que queremos es básicamente lo mismo: encontrar nuestro lugar en este mundo, alcanzar nuestros sueños y encontrar respuestas a nuestras preguntas más profundas.

Por lo visto, solo busca recordarme que, a pesar de todo, solo somos dos jugadores en el mismo tablero, cada uno con sus propias motivaciones.

—¿Qué es lo que quieres?

—Lo que quiero, John, es algo que solo tú puedes darme. Algo que vale más que cualquier otra cosa en este mundo.

Había una intensidad en su mirada que me hacía sentir incómodo.

—Necesito saber qué es exactamente lo que estás buscando.

Se inclinó hacia adelante, su mirada penetrante clavada en la mía.

—Eres un hombre sabio y astuto—su mano se deslizó por mi hombro de manera insinuante y retorcida.

La sugerencia en su gesto era clara, aunque no haya una palabra dicha en voz alta. Comprendo sus verdaderas intenciones, más allá de cualquier trato o negociación, hay algo más personal.

Su revelación me golpeó con fuerza, estaba en una situación aún más peligrosa de lo que había imaginado. No solo es un enemigo astuto y manipulador, sino también un depredador, dispuesto a usar cualquier medio para conseguir lo que quiere.

—Desde la primera vez que te vi, John, cuando apenas eras un niño, supe que debía tenerte para mí. Me replanteé varias veces acabar con los Devon, pero no estoy interesado en retenerte a la fuerza o en contra de tu voluntad. Sé que eres lo suficientemente inteligente como para saber lo que te conviene.

Acabo de confirmar lo que más temía. Definitivamente este lunático tiene a Daisy.

—Le di el nombre de Jhonny a mi hijo, deseando que fuera como tú. Pero resultó ser un inútil. Traté de convencerte por medio de él para que te unieras a mí, pero sabía que no aceptarías darle la espalda a tu padre por irte conmigo. Admiro tu lealtad hacia Leonardo, incluso después de muerto. Pero sabía que tarde o temprano nuestros caminos se entrelazarían de nuevo. He decidido ser paciente, pues por ti vale la pena esperar el tiempo que sea necesario.

Estoy a ciegas, perdido en un laberinto sin salida. Mis intentos por encontrar a mi esposa han sido infructuosos, y la desesperación me consume. Ahora, frente a la probabilidad de encontrarla, aunque tenga que venderle el alma al diablo, estoy dispuesto a dar mi brazo a torcer.

La promesa que le hice a mi hija de regresar a casa con su madre sigue resonando en mi mente. Es mi deber como padre cumplir esa promesa, sin importar el costo. Aunque la idea de asociarme con él me cause un profundo malestar, la necesidad de encontrar a mi esposa supera cualquier otra consideración.

Sé que estoy en una situación peligrosa, jugando con fuego al tratar con él, pero en este momento, no tengo otra opción. Mi familia está en peligro, y haré lo que sea necesario para protegerla y reunirla de nuevo. Si eso significa hacer un trato con el mismísimo diablo, entonces así será.

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