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Capítulo sesenta y cuatro

John

Una semana después:

No quise perder más tiempo e hice los preparativos para nuestra boda. Lo bueno de Londres es que, no se necesita mucho para poder casarse a lo civil. Decidimos que fuera así, ya que solo somos nosotros dos y las dos personas que le pagué para que fueran los testigos. 

—De qué color debería ponerme el traje, ¿rojo o blanco?

—Si te pones uno rojo terminaremos consumando el matrimonio allí mismo. Además, si te pones el blanco vas a terminar incendiada, porque de pura no tienes nada. Deberías ponerte uno negro, ya sabes, para prevenir—bufé.

—Acabo de decidirme por el rojo entonces. 

—Entonces, ¿para qué rayos me preguntas si vas a decidir por tu cuenta? 

—Porque sé lo caliente que te pones cuando me ves vestida de rojo. Además, si me pongo el de blanco me arriesgo a que si me tocas, te quemes también junto conmigo, y el negro parecería que estoy de luto. 

—Lo estarás mañana. Yo seré quien le entierre el muerto a la viuda.

—Eres un pervertido barato.

—Pero como te gusta este pervertido barato, ¿eh? 

—Deberías llevarme a comprar lo que necesito. La boda es mañana. 

—Vete en ropa interior. 

—¿Realmente quieres que me vean? Yo con gusto me voy en una lencería fina y blanca, a mostrarle a todos lo que vas a comerte—sonrío maliciosa.

—Ese comentario no me agradó del todo. 

—Fuiste tú quien empezó. Ahora estamos empate— me hizo un guiño y caminó al auto.

Lo único malo de tener buena imaginación es que ahora me la estoy imaginando vestida como aquella noche. 

×××

La traje al centro comercial y ella quiso entrar a la tienda sola, así que la esperé afuera. 

—Quiero ver qué hay en la bolsa— le dije. 

—No, te controlas— frunció el ceño.

—Que fea te ves frunciendo el ceño. Sonríe, mujer— le puse el dedo pulgar en la frente y ella lo agarró con la otra mano para llevarlo a su boca y lo mordió—. Que salvaje eres. Eso es maltrato. 

—Feo eres tú— me enseñó la lengua y siguió caminando.

—Eres una atrevida. Voy a morderte una teta como vuelvas a morderme— hablé un poco alto, pues ella estaba más al frente que yo, y unas personas me escucharon y me miraron raro.

—Deberías ver tu cara en este momento. Pareces un tomate, John.

—¿Vas a seguir burlándote? — le agarré el brazo y la obligué a caminar conmigo.

—No tienes que enojarte tanto. Deberías divertirte, en vez de estar tan serio y enojón. 

—Sigue hablando, mocosa. 

Al llegar al auto, abrí la puerta trasera y la hice recostar.

—¿Piensas hacer algo aquí? Nos van a ver. 

—Este es mi auto, y dentro de el hago lo que quiera— le quité la parte superior de la blusa de un tirón y mordí su seno.

—John—gimió—, eso fue increíble. 

Me sorprendió su reacción. Pensé que le dolería o se quejaría, pero no fue así. Ese gemido fue muy sexi.

—¿Qué dijiste? 

—Nunca lo habías hecho tan duro, pero extrañamente se siente bien. 

—Eso es trampa. Se supone que haya sido un castigo— me acerqué a su cuello y antes de morderlo, lo besé.

—¿Te crees vampiro hoy? 

—Sí, estás tan rica que quiero comerte. Estás muy apetitosa, ¿lo sabías? 

—Estás muy directo. Ojalá fueras así siempre. Muérdeme un poquito más— bajó un poco más el manguillo de la blusa y pude ver completamente debajo de ella.

—Maldita seas, mocosa. 

—Algo me dice que ya se te fue el enojo— sonrió con picardía y extendió sus brazos—. ¿No querías comerme? Aquí me tienes. Ven conmigo. 

Esta mujer ha aprendido mucho. Solamente mostrando esa expresión, ya estoy como un idiota siguiendo órdenes. Me estoy dejando controlar por una mocosa que es hasta menor que yo. Está usando sus encantos, para controlarme y lo está logrando. 

—¿Tanto me deseas, pequeña?

—Sí, lo hago. 

Joder, el golpe bajo de siempre. Lamí sus labios y luego la besé, ella separó sus piernas para que me acomodara entre ellas. 

—Eres un peligro. Tienes suerte de que tienes ese pantalón puesto, o la cosa se iba a calentar más. Te iba atravesar a la velocidad de una bala. 

—Me gusta tenerte así. Eres tan lindo—acarició mi mejilla, y sonrió.

—Ya sé por dónde va la cosa. Ni lo intentes—busqué quitarme de encima de ella, pero me atrapó entre sus piernas con fuerza.

—Te has dejado atrapar muy rápido, muñeco. 

Caí en la trampa como un pendejo y no pensé en eso porque estaba distraído. 

—Tienes un cuerpo bien formadito, unos brazos fuertes y grandes—los apretó fuertemente—, un cuello muy sensible y tentador — subió sus manos a mi cuello y con su pulgar lo acarició—, unos labios bien suaves y dulces— rozó su dedo en mis labios—, una carita linda y unos ojazos muy sexis. Me encantas, John. 

Desvié la mirada y carraspeé. 

—Que bueno, ¿terminaste?

—Que frío es mi prometido. Al menos mírame cuando dices eso— rio, y apretó más sus piernas.

—Para esto sí tienes fuerza, ¿eh? — presioné mi erección en su parte baja y ella esbozó una sonrisa.

—Ese es mi hombre— me besó, y luego cruzamos miradas.

Esa expresión que hace luego de besarnos es tan linda y fogosa que no puedo dejar de mirarla.

×××

Llegó el día de nuestro matrimonio, y sí, me estaba sintiendo ansioso y nervioso. Anoche no me sentía así. Con ella me la paso sintiendo este tipo de cosas. Me he vuelto muy sensible a todo. 

Ella se levantó muy temprano y ha estado en el baño. Al rato salió y estaba vestida con un abrigo negro largo y una gafas que no sé de dónde demonios las había sacado. 

—¿Me voy a casar con Daisy o con Sherlock Holmes? Parece que fueras a robar un banco, mocosa. 

—No quiero que me veas todavía. 

—Respetaré eso porque no quiero dañar el momento. No puedo negar que muero de ganas por verte. Supongo que luego de casarnos podré ver todo lo que tienes para mí ahí abajo. 

Se sentó en la cama y se estaba poniendo unos tacones.

—¿Para dónde crees que vas con esos tacones? Te los quitas. 

—No son tan altos, además, no me pondré chancletas mete dedos el día de nuestra boda.

—No me importa. Ponte unas botas o lo que quieras, pero tacones no. Te puedes caer y estás embarazada. Deja de querer alcanzarme, que aún con tacones no vas a poder hacerlo, topito. 

—Tú eres un buen daddy y no creo que permitas que algo me pase. Déjame usarlos por hoy. Prometo que tendré cuidado y te compensaré esta noche. 

—Trato hecho. 

—Eres muy fácil de persuadir. 

—Una oferta así no se da todos los días— le hice un guiño, antes de entrar al baño. 

Luego de asearme, regresé a la habitación y me vestí con un traje negro que nunca había usado. La camisa también quería que fuera negra. La corbata la escogí roja por Daisy. Quería combinar con ella. Normalmente me amarro el pelo, pero hoy decidí dejarlo suelto y me perfumé lo más que pude. 

—Huele a hombre por aquí — se acercó a mi espalda y colocó sus dos brazos en mis hombros—. Que bien hueles. 

—No me provoques en este momento que puedo atacarte. 

—Siempre me atacas, pero deberás esperar— caminó a la puerta.

—¿Ya estás lista? 

—Por supuesto.

×××

Llegamos donde el juez y me quedé en su oficina, mientras que ella quiso irse a hacer no sé qué cosa. Me quedé hablando con el juez y los testigos, cuando la puerta la abrieron de par en par. Vi a Daisy entrar y pasé saliva. La esperaba había merecido la pena. Se veía sumamente hermosa y despampanante. El vestido era color rojo carmesí, la parte delantera le llegaba hasta un poco más abajo de las rodillas y la parte trasera era un poco más larga. Los manguillos caían justamente en sus hombros, y el área del escote era en forma de V. En su cuello tenía un hermoso collar que hacía resaltar su lindo y espléndido cuello. Los tacones rojos y el labial carmesí, la hacían ver una bomba para mi psiquis. Se me paró de solo verla y no fue precisamente el corazón. Debí verla en la casa y no aquí, es el colmo que se me pare delante de todos. Ella se detuvo al lado mío y su dulce perfume me acabó de rematar. Esto era lo que me temía cuando le dije sobre el vestido rojo. 

—¿Te gusta?

—Estás sumamente hermosa— traté de no mirarla.

—Incluso tus orejas están rojas. Eso significa que te gustó mucho. 

—No tienes que mencionarlo. Claro que me gusta como te ves, el rojo te queda muy lindo. 

—Alguien está muy contento de verme. 

Al caer en cuenta de que ella se dio cuenta, saqué la silla para que se sentara y yo hacer lo mismo. ¡Qué maldita vergüenza!

El juez nos saludó y se detuvo delante nuestro. Quería oír nuestros verdaderos nombres, si había algo que definitivamente debía darse por sentado y hecho, es que ella debía ser legalmente mi mujer, en todo el sentido de la palabra y portar mi apellido, incluso si en este dichoso país debíamos continuar con esas falsas identidades en nuestro día a día.

—Estamos aquí para unir en matrimonio a John Devon y Daisy Molina. En primer lugar, voy a proceder a dar lectura al acta matrimonial: Siendo las 9:00 AM, hoy 2 de febrero de 2019, comparecen quienes acreditan ser Laura Mill y Abdiel Hutch, al objeto de contraer matrimonio civil en virtud de autorización recaída en el expediente número 30978. Quiero hacer constar que se han cumplido todas las prescripciones legales para la celebración de este matrimonio civil, sin que en la audiencia sustitutoria de edictos se haya presentado ni denunciado impedimento ni obstáculo para esta celebración. Voy a proceder a leer los artículos del código civil, que son lo siguiente:

Esto es jodidamente aburrido. Miré a Daisy y fue como si entendiera lo que por mi mente pasó, pues sonrió y volvió a mirar al juez. 

—Art.198: Los esposos se deben mutuamente fidelidad, asistencia y alimentos.

Al escuchar eso, me acerqué a su oído.

—Ya escuchaste, debes alimentarme. 

Su sonrisa fue de oreja a oreja. 

—Art. 431: Los esposos se comprometen a desarrollar un proyecto de vida en común basado en la cooperación y el deber moral de fidelidad. Deben prestarse asistencia recíproca.

Maldición, aquí estaremos todo el día si piensa leer todo ese folleto de leyes. Después de mencionarlas, miró a los testigos. Le pregunto su información y si estaban de acuerdo, a lo que ambos asintieron. Abdiel estaba claro en lo que debía decir. Luego nos miró a nosotros y con lo serio que era, pensé que me tiraría con el folleto de las leyes. Debe saber que he estado quejándome sobre eso. 

—John Devon, ¿acepta por esposa a Daisy Molina? 

Esta vez fue ella quien se acercó a mi oído. 

—No vayas a negarte o no hay de aquello esta noche—sonrió ladeado, y reí.

—Sí, acepto— contesté sin titubeo. 

—Daisy Molina, ¿acepta por esposo a John Devon?

—Mmm— hizo un gesto de duda y la atravesé con la mirada. 

—Claro que acepta, pues le conviene— respondí por ella, y sonrió.

—Sí, acepto— secundó. 

—¿Tienen los anillos?

—Sí— busqué la caja de los anillos y saqué ambos, dándole a ella el mío y yo quedándome con el que iba a ponerle.

Sujeté su mano y le quité el de compromiso, para así ponerle el otro.

—Este te lo pones en la otra mano, con este te quedarás ahora y la madre si te lo quitas — dije en voz baja, donde solo ella pudiera escucharme.

Lo coloqué en su dedo y ella sonrió; luego sujetó la mía y colocó el anillo.

—Lo llevarás a todas partes que vayas, si te veo sin el puesto, te lo pondré de enema. ¿Te parece, cosito?

—Te has vuelto una sádica. ¿Desde cuándo intercambiamos papeles?

Daisy rio y la sujeté por la cintura para besarla. El sabor de su labial era muy dulce, no sé con seguridad qué tipo de sabor era, porque el beso no fue tan intenso como hubiera querido. Ya luego lo averiguo. No sabía si se podía o no besar a la novia en este momento, pero me importaba una mierda las reglas. El juez no dijo nada, así que supuse que no estuvo mal. Nos hizo firmar a nosotros y a los testigos, dando así por finalizado nuestro matrimonio. Esperamos los documentos para tenerlos hoy mismo y luego salimos del lugar. 

—Oficialmente eres la Sra. Devon. Ya me amarraste como querías, mujer.  

—Ah, ¿y no eras tú quien quería amarrarme? 

—Puede ser. 

—Te ves muy feliz. 

—Lo estoy. Ya no estoy nervioso, y eso es un alivio. 

—Por fin eres mi esposo. Te dije que lo serías algún día y no me creíste. Hay que celebrar el haber logrado amarrar a un hombre como tú. 

—Voy a celebrar contigo esta noche por haberme provocado y avergonzado delante de esa gente. 

—No puedo esperar por eso— sonrió con suficiencia.

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