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Capítulo quince

Llevé mi mano a su traje y lo alcé para quitarle el arma, necesitaba alejarla de ella.

—Vivimos engañados con Leonardo. Especialmente tú. Seguramente me odiaras más ahora al saber que has estado criando a un hijo producto de un engaño.

—¿Así que lo sabes todo? ¿Fue por esa razón que decidiste traicionar a tu padre? ¿En este traidor te convertiste? No puedo creer que Leonardo haya confiado en ti, sabía que a la larga esto iba a ocurrir. No conoces lo que es la lealtad, por más que él te mostró el camino, preferiste traicionarlo.

—Ustedes me traicionaron a mí primero. Ciertamente me decepciona haber tenido intenciones de dejarte ilesa. Si llegaba a saber que tú estabas enterada de la verdad, no habría esperado tanto.

—Nadie te traicionó. Además, ¿qué importa lo que haya sucedido en el pasado? Nosotros lo dimos todo por ti y así nos pagas. Yo te veía como mi propio hijo.

—¿Un hijo? — reí—. Que buena forma de tratar a un hijo, madre. Todo lo que hicieron fue por beneficio propio. Claro, tenían a un imbécil que confiaba plenamente en ustedes, y que podían utilizar cada vez que se les diera la gana.

—¡Eres una deshonra para esta familia!

—Sí, y ahora lo seré por todo lo alto; aún sabiendo que eras una perra sucia, que nunca estaba en la casa, que solo aparecía a curarme las heridas o para acomodarte en mi cama cuando dormía. Yo también te vi como una madre, pero estabas lejos de serlo, ¿sabías? Debiste esforzarte un poco más.

Su cuerpo comenzó a temblar y sus mejillas se enrojecieron un poco; podía notar que estaba sudando y que su respiración se volvió más agitada de lo que ya se encontraba. 

Miré mi reloj y, dejándome llevar por el tiempo que transcurrió luego de tomarlo, llegué a la conclusión de lo que era. Un afrodisíaco. Yo que pensé que era veneno o quizás un somnífero.

—He descubierto lo que le has puesto a mi copa. ¿Qué planeabas hacer con esto? ¿Violarme? ¿Convertirme en tu esclavo sexual? ¿O traerme a más mujeres para que me acueste con ellas? Eso es lo que siempre haces, ¿no? Al igual que como hiciste con Pilar y otras mujeres que no pienso ni mencionar.

—¡Eres un descarado!

—¿Me buscas drogar y soy yo el descarado? Respóndeme una cosa, ¿quién te sembró esas sospechas sobre mí?

—No te voy a decir nada.

—Dejándome llevar por tus relaciones con los empleados, el más cercano es tu hermano. ¿Fue él? — se quedó en silencio, y me miró.

—No, no fue él.

—Eso es una respuesta poco creíble, creo que he dado justo en el clavo. ¿Por qué no lo llamamos para que nos haga compañía?

—¿Para qué lo vas a llamar? ¿Vas a matarlo igual que a tu padre?

—¿Y por qué te importa tanto? Ya dijiste que era un traidor y una deshonra para la familia. ¿Por qué no hacemos honor a esos apodos?

—¡Suéltame, John!

Me levanté del suelo, a lo que ella quiso arrastrarse, pero la atrapé por la pierna y, arrastrada, la llevé al estudio. Sé agarró de todo a su paso, de la pared, de las mesas, de la alfombra, pero no era mucho lo que podía hacer. El efecto de la droga estaba en su sistema y la fuerza la iba perdiendo poco a poco.

—No te atrevas a pararte o te va a ir peor —cerré la puerta detrás de nosotros, dejando ir su pierna.

Caminé al escritorio, y saqué la caja de herramientas que pertenecía a mi padre. Siempre la tenía aquí para cuando sucediera este tipo de cosas. Busqué el alicate y miré hacia ella, pero ya se había levantado y estaba forcejeando para abrir la puerta.

—Por más que trates de abrirla, no podrás. Tengo las llaves aquí, mamá— las sacudí—. ¿Por qué no vienes y las buscas? — al ver que no respondía y seguía forcejeando con la manija de la puerta, guardé el alicate en mi bolsillo y regresé hacia ella.

Se giró al escuchar mis pasos y agarró fuertemente la silla de madera que estaba al lado de la puerta.

—¿Qué puede hacer una silla contra mí? —agarré la silla por ambos extremos y la presioné para pegarla a ella contra la puerta—. Tantos años de conocidos y aún no comprendes que a mí nada me detiene— presioné más fuerte la silla contra su barriga, y comenzó a toser—. ¿Ahora quieres quitarla? Permíteme hacerlo por ti— reventé la silla contra la pared y ella cayó de rodillas presionando su barriga—. Ya no hay ninguna barrera entre los dos.

Me aferré a su cabello y la tiré contra el suelo; la coloqué boca arriba y me subí sobre ella de nuevo, pero esta vez procuré hacer más presión con mis rodillas en sus hombros. Rechinó los dientes y escuché el sonido de sus uñas al enterrarlas en la alfombra.

—¡Suéltame! — gritó agitada.

—Es hora de ajustar cuentas.

Busqué el alicate en mi bolsillo y, al ella verlo, comenzó a gritar.

—Grita mientras puedas— al acercarlo a su boca, la cerró y giró su cara—. Ya que no serás obediente, tendré que sacarte los dientes. ¿Te parece bien de uno en uno, o de dos en dos?

—¡Perdóname por todo lo que te dije, John! ¡Hago lo que me pidas, pero suéltame, por favor!

—Antes necesitaba de ti y no te tenía, ahora no necesito nada. ¿Abrirás la boca o la abro por ti? — giró la cara, y al ver que continuó llorando, no tuve de otra que forzarla.

Llevé mi mano a su cuello y ejercí algo de fuerza.

—Di, Ah. Imagina que te daré algo de comer.

Aguantó lo más que pudo, pero no le quedó de otra que abrir la boca; fue ahí cuando metí el alicate y agarré su lengua.

—Debe ser desesperante imaginar lo que sucederá ahora, ¿verdad? 

Trataba de girar su cara, pero con mi otra mano, presioné su frente para mantenerla derecha. Su rostro estaba lleno de lágrimas y de sudor. Fui lentamente torciendo el alicate y junto a el su lengua; sus gritos y el sonido de sus patadas era lo único que podía escuchar. No era la primera vez que hacía esto y, la realidad es que, no podía sentir lástima de ella; a fin de cuentas, ella pensaba matarme.

Luego de torcer completamente el alicate, lo fui halando con fuerza, para así arrancar su lengua de raíz. La observé y lo acerqué a su rostro, pero ella no dejaba de llorar desconsoladamente. Dejé el alicate en el piso y me levanté, caminé hacia el escritorio y busqué la cinta para amarrar sus manos y piernas. Puse una en su boca, solo para que pudiera tragar de su propia sangre. Busqué mi teléfono y llamé a Aquiles; lo cité en la casa y quedó en venir. Mientras él llegaba, llevé a mi madre a la sala y la dejé al lado del sofá. No voy a perder mucho tiempo.

Cuando Aquiles llegó, corrió hacia Isabella al encontrarla en esa deplorable situación. No quise darle tiempo a reaccionar, solo me limité a desenfundar mi arma y le apunté, sin perderlo de vista.

—¿Qué fue lo que hizo, joven?

—¿No estás viendo? ¿A qué no sabes quién fue la persona que mató a mi padre? — sonreí, poniéndole a prueba.

—Su madre es incapaz de hacer algo así.

Ahora va a fingir que no estaba dudando de mí.

—¿La estás defendiendo? Cuéntame, ¿tienes algo que decir? — arqueé una ceja —. ¡Dilo!

—Todos sabemos que fue usted quién mató a Leonardo.

—¿Tienes prueba de eso? — se quedó en silencio, y miró a mi madre.

—Deje ir a su madre, podemos resolver este asunto entre nosotros y como hombres.

—Que se vaya. Ah, olvidaba que está amarrada.

—No le hagas nada.

—Por años te vi como un hermano mayor. Compartí contigo más, de lo que lo hice con mis propios padres. Aspiraba a ser como tú, pero me he dado cuenta de que he estado rodeado de ratas desleales y doble caras, por eso necesito hacer una limpieza profunda.

—Se lo pido, ella no tiene la culpa de nada. Déjala ir.

—Reconoce tu lugar y discúlpate como se debe, porque me siento profundamente ofendido y decepcionado con tus acciones y actitudes. Perdonaré que le hayas sembrado sospechas a mi madre por lo que hice, inclusive que nunca hayas intercedido por mí mientras mis miserables padres me educaban, pero para eso, tienes que convencerme de que estás dispuesto a hacer lo que sea por tu hermana— me miró fijamente, y sonreí.

—Joven…

—Arrodíllate— le ordené—. ¿Dónde quedó la lealtad que me juraste, Aquiles? ¿Vas a desobedecerme, tío? Vaya, es la primera vez que te llamo así.

Bajó la cabeza, seguido a dejarse caer de rodillas.

—No se te ocurra sacar el arma, o ella será quien pague las consecuencias — le apunté a mi madre, y me acerqué para desarmarlo—. Aprendí mucho de ti, creo que hasta más que de mi padre. Éramos como uña y mugre, lo más probable fue orden de mi padre también, ¿cierto?

—Eso no es cierto, yo le guardo mucho respeto y aprecio. 

—¿Quieres que te perdone a ti o que la perdone a ella? 

—A ella—respondió sin titubear.

—Está bien— caminé hacia Isabella y la miré—. Ya escuchaste, madre— sonreí—. Te perdono— de un rápido movimiento, le apunté con el arma a la cara y le disparé.

Aquiles se arrastró hacia ella, agarrando su cabeza e intentando inútilmente hacerla reaccionar, pero ¿qué creía que lograría haciendo eso?

—¡¿Por qué, John?! — vociferó.

—Yo la perdoné, pero ella no— sacudí el arma, y sonreí—. ¿Qué se le puede hacer?

—¡Era tu madre! ¿Cómo fue capaz de esto?

—Lo siento, pero no lo siento. Ella no era mi madre y, aún si lo hubiera sido, lo hubiera hecho un millón de veces más. Me traicionó, al igual que tú y que mi padre. Para mí todos pagan juntos por pecadores.

—Tienes esa alma negra y podrida.

—Lo sé, pero ¿qué se le puede hacer? En esto me convirtieron ustedes. ¿Por qué se quejan?

Me miró lleno de rabia y una lágrima bajó por su mejilla, lo que en realidad me sorprendió.

—¿Así que los hombres también pueden llorar? — reí.

—¿Ya estás satisfecho?

—Más de lo que crees.

—Eres tan diferente a tu padre. No tienes escrúpulos, ni siquiera sigues las reglas. En este negocio no llegarás a ninguna parte si continúas como vas.

—Estoy aquí para cambiar las reglas, no para seguirlas. Debía hacer una limpieza y, tú eres parte de ella, así como lo fue mi padre y todos los que sigan sus órdenes, aún después de muerto. Ahora quién manda soy yo y no hay espacio para nadie más.

Trató de arrebatarme el arma, pero le di una patada haciéndolo caer a un lado; le puse la pierna en el pecho, ejerciendo fuerza bruta, y le apunté con el arma.

—Ya me colmaste la paciencia, Aquiles. Vete a hacerle compañía a tu hermana y a mi padre en el infierno — le disparé en la cabeza sin que me fallara el pulso y sin pensarlo dos veces.

Era hora de hacer cambios y, si quiero seguir respirando, tengo que seguir como voy, o de lo contrario, no duraré mucho en este negocio.

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