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Capítulo ocho

Planeaba ocultarle la situación a mi padre, pues sé que, si logra saber la verdad, no va a dudar en castigarme. Esta situación puede causarme problemas; acabo de usar una táctica que se supone que no use en una persona que no quiero matar. Todo pasó tan rápido, que no medí mi fuerza.

La bienvenida que recibí por parte de mi padre fue un sólido puñetazo en el rostro. 

—¿En qué demonios pensabas, John? Tus órdenes eran muy claras y simples. No llevas ni dos semanas en ese maldito colegio y acabas de hacerle daño a alguien. Te acabas de delatar sin darte cuenta. ¿Crees que una persona normal va a atacar a otra de la forma que lo hiciste? Si ese muchacho se muere, vamos a tener problemas.

—¿Cómo supiste?

—Te tengo vigilado, idiota. Ruega de que ese muchacho no le pase nada, o de lo contrario, vas a pagar también. ¿Quedó claro?

—Sí, papá.

—Arrodíllate — ordenó.

Ya sabía lo que venía, así que lo hice sin protestar. Si no lo hago, será peor.
Me puse de rodillas, despojándome de la camisa.

—Cuenta hasta veinte.

Comencé a contar y la suela punzante de su zapato la golpeó contra mi espalda. Sus zapatos tienen una especie de pequeñas navajas para defenderse, en caso de que algún enemigo trate de atacarlo y él no tenga un arma encima.
No era nada diferente a lo que estaba acostumbrado; normalmente me daba de 50 a 100, pero dado el caso, supongo que está ahorrando los demás por si ese idiota se muere.
Traté de no quejarme, no puedo negar que dolía demasiado, pero ya era un dolor a lo que me había poco a poco acostumbrado.

—No volveré a equivocarme.

—Quiero que te acerques a la chica.

—¿Qué?

—Quiero que te acerques a esa chica. Ahora que hiciste eso, si te manda a investigar con su padre, tendremos problemas. Vas a tener que mantenerla tranquila, al menos, mientras terminas lo que queda de semestre. Luego de eso, nos vamos a encargar de matarla.

—¿Puedo levantarme?

—Sí. Habla con la sirvienta para que te cure esas heridas.

Fui donde la sirvienta y fue quien desinfectó mis heridas. Estas heridas son lo único que me hacen sentir vivo.

×××

No hubo necesidad de ir a buscarla, ella misma vino a mí. Se vería muy sospechoso que luego de tratarla tan mal, quiera hacerme el buen amigo con ella.

—Toma— me dio una caja blanca con una cinta roja alrededor.

—¿Y esto qué es? —nunca había visto algo parecido.

—Es un regalo. Son unos chocolates que hice yo misma. Quería agradecerte nuevamente por lo que hiciste ayer.

—No tenías que molestarte. 

Planeaba decirle que no me gustan las cosas dulces, pero en realidad, no podía hacerlo. ¿Cómo puedo decir que me gusta o no, algo que nunca he probado?

—¿Quieres salir conmigo? — le cuestioné directamente, sin perder tiempo.

Fue la mejor forma que conseguí para tenerla cerca. Nunca le he pedido a nadie eso y, tampoco sabía que debía decir, así que dije las cosas como son, nada de rodeos.

—¿Qué? — se mantuvo sorprendida por un instante, y luego sonrió—. ¿Ya tan rápido caíste?
Hubiera querido responderle eso, pero me contuve y solo fingí una sonrisa.

—De acuerdo, seamos novios—en la forma que lo dijo, me dio estrés.

¿Por qué precisamente con ella?

×××

Comenzamos a salir y estuvimos tres meses juntos. Durante esos tres meses, conocí varias facetas de ella que no había visto antes en nadie. Sin darme cuenta, había dejado de verla con desprecio y sé me hacía más fácil hablar con ella y manejarla.

Caminábamos como esas parejas de enamorados por la escuela, y al salir de ella también. La acompañaba a la casa y la mantuve como mi padre me ordenó. Ella no representaba un problema, ya no la veía como un objetivo, no sé cuándo dejé de verla así. Lo que temía era que me empezara a gustar y, creo que eso fue lo que pasó. Me acostumbré a pasar esos momentos con ella, por más que traté de que eso no sucediera. Caí en mi propia trampa, pero no era algo que quería que nadie lo notara. Sabía que todo lo que comienza, se tiene que terminar y, tarde o temprano tendría que matarla, aun así, muy en el fondo guardé las esperanzas de que aún no sería el momento. Solo faltan tres meses más para que termine el semestre.

Por otro lado, el problemático regresó a la escuela luego de haber estado tres semanas fuera. Cada vez que nos ve nos mira a mal y ambos lo ignoramos. No dudo que en algún momento trate de hacerme algo para vengarse.

×××

En la tarde me encontré con Liam en el Hotel que solemos frecuentar los fines de semana.

—¿Y qué haces en tu tiempo libre, John?

—Mayormente trabajar.

—No sabía que trabajabas. ¿En qué trabajas?

—Es un pequeño negocio de mi padre y estoy a cargo de el.

—No eres muy abierto conmigo. No confías en mí todavía, ¿verdad?

Ni en mi sombra. Eso quería responder, pero no puedo hacerlo.

—Claro que confío en ti.

—Es que siempre que pregunto sobre ti, respondes de la misma manera o evades la pregunta.

—Digamos que no acostumbro a hablar sobre mí, pero no implica que no confíe en ti. ¿Por qué no hablamos de otra cosa?

—¿Cómo qué? — se sentó sobre mí, y sonrió.

—Olvidemos lo que acabo de decir y hagamos algo mejor — la empujé a un lado y me subí sobre ella.

—¿No vamos muy rápido, John?

—¿Rápido? Eres tú quien me está provocando.

Terminamos teniendo sexo. Ya era algo que habíamos hecho varias veces. Su cuerpo y forma de hacerlo me gustaba, era como si se convirtiera en otra persona al hacerlo. De alguna manera el sexo se volvió divertido mientras fuera con ella.

×××

En el fin de semana habíamos quedado en volver a vernos, pero me canceló a última hora. Me estuvo raro, porque nunca lo había hecho. De igual manera, quise ignorar ese hecho y me fui al casino.

Mientras estaba dándole órdenes a los hombres de mi padre, mi teléfono sonó con un mensaje. Era un número extraño y tenía una foto de Liam con otro hombre; estaban entrando a un prostíbulo. Realmente me hirvió la sangre, pero traté de guardar la calma. Sabía que algo estaba pasando; sabía también que tenía en parte la culpa, pues fui un imbécil. Me dejé llevar por el deseo que sentía por ella y me dejé engañar fácilmente.

Cogí mi arma y le puse el silenciador, para así guardarla en mi pantalón.

—¿Va a salir, joven? — preguntó Aquiles.

—Sí, tengo algo que hacer. Cúbreme mientras regreso.

Salí como alma que lleva el diablo. En realidad, no sabía qué era lo que estaba sintiendo en el pecho. No sé si era por la misma rabia o el hecho de haber sido un idiota. No podía quedarme siendo un imbécil más tiempo. Perdí el control de mí.

No me pidieron identificación para entrar. Al no verla por el lugar, fui al área de las habitaciones donde dan mayormente servicios y ahí fue donde la encontré con otro. Estaban en pleno acto y traté de guardar la calma para no mostrarle lo ardido que me sentía.

—¿Quién mierda eres tú? — vociferó el hombre.

—John— dijo Liam asustada.

—Sal de aquí ahora— le ordené al hombre.

—Vete de aquí y busca quien te dé servicio; a ella la escogí yo.

—O sales o te mueres, tú eliges— le apunté con el arma, y ambos se asustaron.

Se levantó y se puso el pantalón a la ligera.

—Una palabra de esto, y voy a ir por ti. Espero te quede claro — le advertí antes de que se largara.

—John, déjame explicarte—se cubrió con la sábana, y guardé el arma en mi pantalón.

—¿Cómo la pasaron? ¿Te divertiste mucho? — me senté en la esquina de la cama y la miré—. Siento mucho haber arruinado la diversión, pero verás, estaba necesitando una mujer que me abriera las piernas y, entré a la primera habitación que encontré; y aquí te encontré a ti. Que pequeño es el mundo, ¿no crees?

—Déjame explicarte...

—Imaginé que, si necesitabas de otro hombre, es porque no te es suficiente con lo que te doy.

—Eso no es cierto, no es lo que tú crees.

—Yo no sé tú, pero este ambiente me está dando calor. ¿Cuánto es la tarifa por cogerte? — puse mi mano en su cuello, sin ejercer ningún tipo de fuerza.

—Hablemos de esto, aquí hay un error — lágrimas bajaron por sus mejillas y no sentí nada de lástima por ella. ¿Por qué habría de tenerla?

—Ya olvidé lo que estaba pasando aquí. Espero te sientas con ganas de continuar, porque no vine aquí a escuchar tu llanto de perra arrepentida. Vine aquí a buscar una zorra con la que revolcarme. Independientemente de que seas mi mujer fuera de este lugar, aquí debes comportarte como la zorra que eres y atender bien a tu cliente; así como atendiste a ese hace un momento.

—¡Yo no soy una zorra!

—Oh, lo siento. ¿Estás tratando de decir que lo hiciste de gratis?

—No, esto no es lo que tú piensas.

Saqué dinero de mi bolsillo y se lo arrojé a la cara.

—Que mal servicio. Dupliquemos la paga, a ver si así te animas a soltarte y dejar de llorar tanto.

—No me trates así.

—¿Por dónde te dejaste coger ahora? — se quedó en silencio con mi pregunta—. Supongo que tendré que averiguarlo por mi cuenta — le quité la sábana y la tiré a otra parte de la habitación.

—¿Qué crees que haces? — se tapó con las manos y estaba más que claro para mí.

Me levanté y la halé por la pierna hacia mí.

—¡Espera!

—Cállate, no quiero escucharte. Ni siquiera te estabas protegiendo. ¡Eres una cualquiera! — busqué en mi billetera un condón y bajé mi cierre para dejar mi erección visible.

—¿Qué estás pensando hacer, John?

—Rezarles a los santos, ¿nos ves?

—¡Detente, John! — se giró para subir a la parte de arriba de la cama, y la halé nuevamente hacia mí.

—¿Por qué tienes miedo? ¿No se supone que estés acostumbrada a esto? Ya que me das la espalda, creo que entiendo tu mensaje— subí sobre ella e hice presión con mi mano en su espalda, para que así no pudiera levantarse.

Tiraba patadas, pero era inevitable, yo no estaba pensando en nada más que destruirla. Quería que sintiera el mismo maldito dolor que estaba sintiendo yo por dentro.

La penetré analmente con toda la rabia que sentía. Jamás había hecho esto con una mujer, pero en ese momento, solo pensaba en desquitarme. Quería romper cada parte de ella.

—Si sigues gritando así, voy a matarte, ¿me escuchas? — acerqué el arma a su cabeza, y ella se tapó la boca para evitar gritar—. Buena chica.

Cometí algo que solo un monstruo haría, pero ¿ya qué más da? Esto es lo que he sido siempre. He hecho cosas peores y no hay nada que me asombre, pero no podía quedarme con esta rabia por dentro. Me estaba lentamente condenando y ya nada me importaba. La odiaba a ella y me odiaba a mí mismo. Me había cegado por lo que estaba sintiendo, que olvidé el camino que debía seguir. Mi padre siempre lo decía y terminé cayendo en la tentación, pero eso no volverá a ocurrir.

—Pensé que te gustaría el sexo duro, pero veo que ni eso aguantas. Es el peor servicio que he tenido en mi vida y, mira, que he tenido muchos — me quité el condón y lo tiré.

En la cama había residuos de sangre, pero ya eso no era algo que tuviera que ver conmigo.

Ella se colocó en posición fetal y continuó llorando.

—¡Eres un monstruo! — su cuerpo temblaba mientras su rostro estaba cubierto de lágrimas.

—Esto soy. Jugaste con la persona equivocada. Vístete y vamos a salir, te llevaré a tu casa.

—¡No voy a ninguna parte contigo!

—Te dije que te vistas, no me hagas repetirlo.

—Voy a hundirte en la cárcel, John. ¡Eres un violador!

—¡Vístete! — le apunté con el arma y se levantó lentamente de la cama.

—Te mandó mi padre, ¿cierto?

—No sé de qué hablas. ¡Vístete!

Se vistió lentamente y caminó hacia mí, pero casi no podía caminar.

—Si haces una tontería, no dudaré en acabar con todo este lugar.

—Aparte de violador, ¿eres un asesino también? A esto te dedicas, ¿no es así?

—Sí, esto soy. Eres la primera que tiene el placer de saber sobre mí, ¿no era eso lo que querías?

Caminamos hasta mi auto. Ella cooperó conmigo y no me quiso ni mirar por todo el camino.

—¿Vas a matarme? — preguntó, a lo que estacioné el auto en un lugar solitario, y ella trató de abrir la puerta, pero el seguro lo controlo yo.

Le dio varios golpes la ventana y se giró hacia mí para tratar de golpearme.

—Creo que estás muy tarde para tratar de escapar ahora. Tuviste muchas oportunidades de hacerlo y no lo hiciste. Creí que deseabas morir de verdad.

—¡No tienes perdón, John! ¡Yo no te engañé! A mí me citaron en ese lugar y luego viniste tu. Estoy segura de que fuiste tú mismo para tener una excusa de hacerme todo esto. ¡Eres un maldito! — me dio varios golpes y patadas.

Ya estaba cansado de sus golpes, así que desenfundé el arma y, sin mirarla, le disparé. Dejó de golpearme, y su cuerpo se quedó inmóvil, algo que me hizo sentir aliviado.

Adoro los finales felices; es una lástima que ahora tendré que limpiar mi auto. Su sangre estaba en todo el asiento y los cristales de la ventana rota.

Los negocios de mi padre los tiré a la mierda y solo por esto que hice, pero ya no me importaba nada. Tarde o temprano tenía que matarla.

No necesito distracciones. Lo más importante es el negocio y cumplir con mi padre. El amor por las perras murió aquí.

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