El chillido repentino de las llantas de un auto rompió el silencio, arrancándome de mis pensamientos y llevando mi atención hacia la calle de San Vicente. Me deslicé hacia el borde de la columna, mis sentidos agudizados, preparados para cualquier eventualidad. Y ahí estaban varios hombres, emergiendo de la oscuridad como sombras armadas con rifles de buen calibre.
No esperaba más invitados a la fiesta, pero su presencia confirmaba mis sospechas. Vincenzo sí había activado su plan de escape, subestimando a sus enemigos y sellando su destino. Ya debía estar cerca de salir, como para que esos rinocerontes aparecieran. No importa cuántos más se alinearan en su defensa, el resultado final sería su caída inevitable.
No fue hasta que la puerta de la cripta fue abierta desde fuera y vislumbré a Vicenzo, que tomé la decisión de intervenir. Quería que estuvieran lo más distantes de la puerta, evitando que como rata asustadiza fuese a regresar al mismo hueco.
Con un movimiento fluido, saqué nuevamente el arma y apunté hacia el primer objetivo del grupo, el más accesible desde este ángulo, acertando el tiro justo en el cuello y desatando una avalancha de tiros. Lo vi caer al suelo, un charco de sangre formándose a su alrededor mientras su cuerpo se debatía en convulsiones.
Los disparos llenaron el aire, mezclado con el chirriar metálico de las armas en colisión. Esquivaba las ráfagas de fuego enemigo con ayuda de las columnas, mientras respondía a sus ataques. El sudor perlaba mi frente mientras luchaba, el corazón galopando con fuerza en mi pecho con cada explosión de adrenalina.
El siguiente en la línea de fuego fue un hombre armado con una escopeta recortada. Avancé hacia él, esquivando las balas que lanzaban hacia mi dirección. Las oscuridad de la noche y las columnas eran mis únicas aliadas. Cuando estuve lo suficientemente cerca, le arrebaté el arma de las manos con un ligero movimiento, antes de golpearlo con la culata en la mandíbula. El sonido sordo de huesos rompiéndose resonó en mis oídos mientras caía al suelo, inconsciente y derrotado.
Uno a uno fue cayendo, fui aniquilando a cada uno de los hombres armados que se interponían en mi camino. Utilicé cada rincón del claustro a mi favor, hasta que finalmente solo quedamos él y yo en pie.
Todo lo que habían dicho de su persona era verdadero; otro en su lugar habría huido de la zona, aprovechando que estaba ocupado con sus hombres, pero él, como un verdadero hombre y guerrero ahí se quedó hasta el final. Admiré en cierto modo su valentía.
Evidentemente estaba armado, pero yo no retrocedí un solo paso. Como si el encuentro de nuestras miradas hubieran servido como chispa y el detonante del calentón, nos disparamos mutuamente, las balas zumbando a nuestro alrededor como abejas enfurecidas.
Pero pronto el tiroteo se convirtió en un cuerpo a cuerpo brutal, pues ambos pensamos exactamente en lo mismo; ganar más terreno y cercanía. Nos lanzamos el uno al otro con una ferocidad primitiva, cada uno con un propósito por delante.
Su desesperación por no caer lo llevó por otros senderos; convirtiéndolo solo en un rival más y esclavo de su miedo a la muerte, cuando sacó un cuchillo y comenzó a atacar con una agresividad salvaje. Forcejeamos, cada uno luchando por el control, mientras el filo del cuchillo se acercaba peligrosamente a mi pecho. Con un esfuerzo desesperado, logré apartarlo a tiempo, pero no sin recibir un corte superficial en la mejilla que me hizo gruñir de ardor y dolor.
Velozmente atrapé su mano y lo lancé contra una columna cercana, aprovechando el momento para lanzarle un golpe directo a la nariz. Escuché el crujido del hueso mientras la sangre brotaba ligeramente y teñía su barba, pero eso no lo detuvo.
En un abrir y cerrar de ojos, me había tomado por sorpresa y me derribó al suelo. Sentí su peso sobre mí, su aliento caliente en mi rostro mientras luchaba por mantenerme bajo control. Logré torcer su muñeca y hacerle soltar el cuchillo, pero no antes de que me atravesara el chaleco con el filo. El dolor se extendió por mi pecho, pero me negué a rendirme. Morir no era una opción, no sin antes cumplir mi promesa.
Con un último esfuerzo, logré aplicarle una llave y darle un golpe directo en la nariz con la frente, rompiéndosela de una vez y por todas. Tomé el control de la situación, sintiendo una mezcla de dolor y satisfacción mientras lo mantenía inmovilizado debajo de mí.
Un estallido retumbó en mis oídos cuando un repentino disparo atravesó la sien de Vicenzo, salpicando todo a mi alrededor. Quedé atónito por la explosión de sangre que salpicó mi rostro, mis ojos y mis labios, dejando un sabor metálico en mi boca.
—¿Ya te has divertido lo suficiente? —preguntó Daisy, con una expresión impasible, arrojándome con el pie el mismo cuchillo que había logrado quitarle de las manos a ese hombre.
—¿Desde cuándo estás ahí?
—Veamos… —hizo un gesto de estar pensando verdaderamente en una respuesta convincente, tal vez—. Desde que te estaban pateando el trasero como un saco de boxeo.
—¿Por qué interviniste? Era mi tarea.
—Mírate, estás hecho un colador. Me has dado mucha lástima, y para que alguien como yo sienta lástima de ti, has de ser muy miserable.
—Ya veo… usando mis palabras en mi contra...
Un momento, ¿qué ha sido eso? ¿Acaso ha recordado algo?
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