Capítulo ochenta
Me reuní con Kleaven para compartir las noticias que había obtenido a través de mi contacto. Le dije que mientras investigaba, noté un emblema característico en la vestimenta del perpetrador que llamó mi atención. Decidí indagar un poco más al respecto y descubrí que había una alta probabilidad de que el perpetrador hubiera sido contratado por medio de un contrato enviado a la organización Saeva Vindicta.
Utilicé la tarea que él mismo me había dado para encontrar al culpable como una excusa para sugerirle que considerara darme la oportunidad de investigar más a fondo.
—¿Saeva Vindicta? Es una organización muy poderosa y peligrosa. No podemos permitirnos involucrarnos con ellos de ninguna manera.
Me da la impresión de que sabe mucho más de lo que busca aparentar como para recalcar tantas veces que es peligroso.
—Lo sé, señor. Por eso mismo se lo traigo. Creo que su socio fue puesto en la mira por alguien con mucho poder, alguien que podría ser una amenaza para nosotros si no actuamos con precaución—respondí, intentando convencerlo de la importancia de tomar medidas.
Se pasó una mano por el cabello, visiblemente preocupado.
—No estoy seguro de esto. No podemos arriesgarnos así sin pruebas concretas.
—Entiendo sus reservas, mi señor. Pero debe tener en cuenta que así como probablemente le pusieron precio a la cabeza de su socio, no estamos exentos de una posible represalia. Estoy dispuesto a asumir la responsabilidad de esta tarea y de proteger nuestros intereses, solo si usted me lo permite—insistí, tratando de persuadirlo.
Me miró con seriedad antes de hablar.
—Puede que conozca a alguien que puede ayudarte—expresó con cautela.
Mi corazón dio un vuelco de esperanza ante la posibilidad de obtener una oportunidad para infiltrarme.
—Pero primero que nada, debes entender que no es garantía de que vayas a ingresar. Debes pasar por un proceso de admisión riguroso. Son ellos quienes determinan quién puede entrar, y todo depende de si pasas la prueba de admisión.
—¿Qué tipo de prueba será?
—Nadie lo sabe. Además, todo depende también de la decisión del concilio. Todo aspirante debe pasar por el cedazo de ellos.
×××
Pasaron varias semanas en las que me dediqué a recuperarme de la herida y a prepararme mentalmente para lo que vendría. Él cumplió su parte del trato y me reveló la ubicación de la reunión, pero para eso debía viajar a Italia.
Sabía que este era el momento que había estado esperando, pero también comprendía la gravedad de lo que estaba por enfrentar. No tenía idea de qué tipo de prueba me esperaba en ese lugar, pero estaba decidido a enfrentar cualquier desafío que se presentara.
Él me aseguró que había hecho todo lo posible para facilitar mi ingreso, pero que todo dependía de mí y mis habilidades para ser elegido. También me recordó que los favores no eran gratis. Aunque ahora mismo, lo único que me importaba era volver a ver a Daisy, no importaba el precio que tuviera que pagar por ello.
El lugar elegido para la reunión y los posibles nuevos miembros era un antiguo monasterio ubicado en las colinas de la Toscana, cerca del pintoresco pueblo de San Gimignano. Este monasterio, conocido como Monastero di San Vittore, había sido abandonado durante siglos y solo era conocido por unos pocos. Su ubicación remota y su imponente arquitectura lo convertían en el lugar perfecto para una reunión clandestina.
Llegué a Italia con una sola meta en mente: llegar al Monastero di San Vittore. No hice ninguna parada en el camino, mi destino era claro desde el momento en que puse un pie en este país.
Las calles de Italia me recibieron con su encanto único, llenas de vida y colores vibrantes. Pero mi mente estaba enfocada en el lugar donde me presentaría como aspirante. Me dirigí hacia las colinas de la Toscana, donde el monasterio se alzaba majestuoso entre los bosques frondosos.
Al llegar a la entrada, fui rebuscado minuciosamente por dos hombres enmascarados, quienes se aseguraron de que no estuviera armado. Con resignación, entregué el arma que llevaba conmigo y saqué la tarjeta negra con letras doradas que me había sido proporcionada como pase de aspirante.
Al ingresar, quedé impresionado por la sofisticación y la solemnidad del salón. El salón principal estaba decorado con elegantes muebles y antiguos frescos en las paredes, que emitían una sensación de misterio y grandeza. En el corazón del salón, había un escenario elevado que parecía esperar la llegada de alguien importante.
Observé a mi alrededor y noté que la mayoría de las personas llevaban antifaces de color plata, ocultando sus rostros al mundo. Solo unos pocos, como yo, estábamos con el rostro al descubierto. Sentí una ligera incomodidad al notar la mirada superior y soberbia de aquellos que llevaban los antifaces, como si estuvieran por encima de los demás.
Busqué con la mirada entre la multitud, esperando vislumbrar a Daisy entre ellos, pero no la vi por ninguna parte. Con esos antifaces, reconocerla sería aún más difícil.
Al cabo de varios minutos, un hombre de cabello rubio emergió en el escenario, su presencia imponente llenó la sala y un silencio sepulcral se apoderó del lugar. Vestido con un traje elegante y un antifaz que llevaba el emblema de tres cruces doradas en la frente, emanaba una aura de autoridad y misterio.
Con voz gruesa y firme, comenzó su discurso, capturando la atención de todos los presentes.
—Queridos aspirantes y miembros de Saeva Vindicta, hoy nos reunimos en este lugar sagrado para llevar a cabo un ritual de iniciación. Somos una organización dedicada a la justicia implacable, a la venganza sin límites. Somos los guardianes de la oscuridad, los ejecutores del destino. En nuestras manos yacen los hilos del destino, y es nuestra responsabilidad asegurar que la balanza de poder permanezca equilibrada.
Su voz hacia eco mientras todos permanecían clavados a su presencia.
—Solo aquellos que demuestren su valía y compromiso serán dignos de formar parte de nuestra hermandad. Aquí pondrán a prueba su coraje, su astucia y lealtad. Solo aquellos que superen las pruebas más difíciles podrán reclamar su lugar entre nosotros.
Los miembros se apartaron, creando un espacio vacío alrededor del grupo de aspirantes, marcando claramente el inicio del ritual de iniciación. Éramos ocho hombres y dos mujeres, todos reunidos en medio de ese cuadrado marcado por la división de los miembros.
El hombre rubio continuó con su discurso, estableciendo las reglas de la prueba que estábamos a punto de enfrentar. Sería una prueba individual, sin armas, donde cada uno debía ganarse su lugar por mérito propio. La competencia sería intensa, y solo uno de nosotros saldría victorioso al final.
Las luces a las afueras del cuadrado se apagaron. La tensión en el aire era palpable, y podía sentir el latido acelerado de mi corazón mientras me preparaba para lo que estaba por venir. ¿Sería yo realmente quien permanecería en pie al final de esta prueba?
El combate comenzó con una intensidad abrumadora. El hombre frente a mí se abalanzó con furia, sus puños volando en todas direcciones. Bloqueé sus golpes con el antebrazo, respondiendo cada cierto tiempo, pero no tan constante como él.
Sus puños y patadas se movían como relámpagos, buscando abrirse camino hacia mí, pero yo me mantenía alerta, esquivando sus ataques con movimientos ágiles. Cada movimiento era calculado, cada golpe tenía un propósito claro. Todo esto me transportaba a los arduos entrenamientos a los que fui sometido por mi padre desde que era un niño.
En aquel entonces, mi propósito para someterme era ridículo y hasta cierto modo, egoísta, pero ahora habían dos motivaciones mayores, y esas eran mi mujer y mi hija, por las que estaba dispuesto a todo.
Cada golpe que bloqueaba o lanzaba resonaba en el aire, creando una sinfonía de choques y gruñidos, no solo de los míos, sino también del resto de los aspirantes quienes se defendían sin vacilar. Sentía el sudor empapando mi frente mientras me movía, buscando una oportunidad para contraatacar. No podía limitarme solo a puños, debía encontrar una entrada, un simple descuido que fuera fulminante para mi atacante.
En un momento crucial, logré agarrar su brazo y torcerlo con fuerza, haciendo que se arrodillara ante mí. Con un rápido movimiento, quebré su cuello, sintiendo el crujido sordo de sus huesos cediendo bajo mi presión.
Antes de que pudiera recuperarme del todo, sentí la presencia de alguien por detrás. Una figura se lanzó sobre mí, como un felino en busca de su presa. Su antebrazo se cerró alrededor de mi cuello, cortando mi respiración mientras luchaba por liberarme.
Con un esfuerzo supremo, me lancé hacia atrás, sintiendo el impacto del suelo de piedra contra mi espalda y la suya. La sensación de alivio al liberarme de su agarre fue instantánea, pero no podía cantar victoria. Ella se repuso demasiado rápido.
Sus puños se lanzaban como proyectiles, buscando derivarme a toda costa. Si pensó que iba a contenerme por el simple hecho de ser mujer, estaba completamente equivocada.
La mujer comenzó con una serie de puñetazos dirigidos hacia mi rostro, pero logré esquivarlos hacia los costados, manteniendo mi guardia alta para bloquear cualquier ataque entrante.
Era mi turno. Lancé una serie de golpes dirigidos hacia su torso y rostro, buscando abrirme paso a través de su defensa. Cada golpe fue estratégico, con la fuerza suficiente para causar daño, pero lo bastante controlada para mantener mi equilibrio.
En un momento de oportunidad, logré atrapar su pierna en un agarre firme, aplicando presión para desequilibrarla y dejarla vulnerable. La derribé al suelo, manteniendo mi agarre en su pierna para evitar que se levantara. Ella luchó por liberarse, pero mantuve mi control, buscando mantenerla inmovilizada mientras buscaba una apertura para un golpe decisivo.
Con un giro rápido, logré colocarme encima de ella, manteniendo mi posición con firmeza. Lanzó golpes desesperados hacia mi rostro, pero los bloqueé con el brazo, manteniendo mi concentración en la tarea en mano.
Encontré la apertura que había estado buscando y, con un simple movimiento, apliqué una llave de estrangulamiento, envolviendo su cuello en un fuerte agarre y aplicando presión para cortar su suministro de aire. Su resistencia comenzaba a flaquear bajo mi llave. La mujer finalmente se rindió, brindándome un alivio momentáneo que se vio empañado en un abrir y cerrar de ojos.
Me encontraba en el suelo todavía, con el cuerpo de la mujer aún encima, cuando el impacto de una patada brutal se estrelló contra mi rostro, rompiéndome el labio y haciendo que mi nariz comenzara a sangrar profusamente. El dolor ardiente se extendió por todo mi rostro, pero apenas tuve tiempo de reaccionar antes de que el último hombre en pie se abalanzara sobre mí con una ferocidad desenfrenada.
Sus puños y pies eran como martillos, golpeando con una fuerza devastadora mientras intentaba defenderme de ese jodido asalto. Cada golpe era un torrente de dolor, pero me negué a rendirme, luchando con todas mis fuerzas para retomar la postura, pues mientras me mantuviera en el suelo, no tendría forma de levantarme nunca.
El hombre era una montaña de músculos y voluptuosidad que me dejaban en clara desventaja. Sus golpes llovían sobre mí sin piedad, cada uno llevando consigo la promesa de más dolor y sangre.
Intenté defenderme como pude, bloqueando sus ataques con mis brazos y tratando desesperadamente de encontrar una apertura para defenderme. Pero el hombre era un experto en artes marciales, esquivando mis golpes y encontrando cada punto débil en mi defensa.
Me sujetó en una llave de estrangulamiento, apretando mi cuello con una fuerza que amenazaba con arrebatarme el aire. Luché por liberarme, pero sus brazos eran como hierro, sin ceder ni un centímetro ante mis esfuerzos.
En ese momento de vulnerabilidad, pude oír la voz de Mía llamándome «papá» y la voz de Daisy diciéndome lo mucho que me amaba. Ellas eran mi motivación, mi fuerza, no podía morir todavía hasta que las reuniera. Sería una patética forma de morir y me tenía prohibido fallarle a mi hija.
Entonces, recordé el cinturón que llevaba puesto. Con un movimiento ligero, lo agarré y lo enrollé alrededor de su cuello con todas mis fuerzas. Usé mi peso para derribarlo, aferrándome al cinturón mientras aplicaba más presión, usando de escape esa fuerza que despertó en mi interior al pensar en mi hija.
Bajo ninguna circunstancia iba a dejarlo escapar. Con cada segundo que pasaba, sentía cómo su resistencia disminuía, hasta que finalmente quedó inmóvil y derrotado.
Permanecí en el suelo, recuperándome lentamente mientras las luces iluminaban el escenario que había sido testigo de nuestra prueba. La voz del hombre rubio resonó en la sala, anunciando que habían recibido una respuesta del concilio. Mis ojos se dirigieron hacia él, expectantes, mientras escuchaba sus palabras.
Con el teléfono en la oreja, el hombre proclamó en voz alta mi aceptación como nuevo miembro de la organización. Un hombre se acercó con una caja negra, que contenía los símbolos de mi ingreso: un antifaz negro, un teléfono y una tarjeta roja.
Aunque esperaba un momento de alivio, el hombre dejó claro que aún había desafíos por delante.
—Recuerden siempre nuestra máxima: Saeva Vindicta no perdona, Saeva Vindicta no olvida. Somos la sombra que acecha en la noche, el susurro de la muerte en el viento. Unidos en nuestra causa, no hay límite para lo que podemos lograr.
Concluyó su discurso con un gesto majestuoso, y el salón estalló en aplausos y murmullos de aprobación. Era evidente que este hombre era más que un simple líder; era un símbolo de poder y autoridad, y estaba claro que su palabra era ley.
Me recargué en la pared, sintiendo el peso de la fatiga y el dolor después de la intensa prueba. Mis pensamientos se perdían en la confusión y la incertidumbre, hasta que una figura se acercó a mi lado. Reconocí el tatuaje de serpiente en su escote y supe al instante que era Daisy. Todavía lo tenía y me trajo recuerdos de lo nuestro. Aunque llevaba el antifaz puesto, mi corazón dio un vuelco al volver a verla.
—Nos volvemos a encontrar... —murmuró.
—Así es, una vez más...
—Que buenos movimientos. ¿A quién buscas impresionar? —preguntó en un tono medio burlesco.
Su pregunta me sacó una risa irónica.
—Pensé que alguien como tú podría intuirlo.
—No soy mujer de intuiciones. Lo has conseguido. Te felicito —me dijo, acercándose lo suficiente como para hablar en voz baja. Mi cuerpo se tensó, anticipando sus palabras—. Pero tú y yo sabemos que el desenlace habría sido diferente si nos encontramos ahí afuera —añadió en un tono sugerente, apretándome la herida de bala en mi brazo, recordándome nuestro enfrentamiento pasado.
Sentí un destello de atracción ante la intensidad en sus ojos. Estaba claro que esta versión de Daisy era diferente, pero eso no hacía más que aumentar mi molestia en el pantalón.
No importa cuánto tiempo haya transcurrido, esto que siento por ella no ha cambiado ni un poco. Aunque por su parte no veo ni una chispa de ese amor que me proyectaba, con el simple hecho de tenerla de frente, era suficiente para calmar mi corazón dolido.
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