Capítulo noventa y seis
—En realidad, no sé.
—Por supuesto que sabes. No quiero presionarte, pero estamos en una situación de vida o muerte, donde nuestra hija corre peligro.
—Primero que nada, no hace falta tener dos ojos en la puta cara para darse cuenta de que ese viejo podría estar involucrado, no obstante, no me consta que sea la cabecilla, pues jamás vi el rostro de quien daba las órdenes y me tuvo retenida en ese lugar, solamente oía a sus peones referirse a su líder como “Regens”, lo que significa algo así como “el regente”.
—Dijiste que el emblema lo habías visto en ese lugar, ¿cierto? ¿Qué era ese lugar donde te tenían?
—Salgamos de la habitación. No quiero que la niña escuche esto.
Salimos de la habitación, encerrándonos en la del lado. El tiempo seguía corriendo, teníamos que pensar en algo, pero su interrogatorio no se hizo esperar.
—El interior parecía una clínica, aunque el personal que allí había, no era para nada profesional, tampoco fanáticos de la limpieza que digamos. A estas alturas, intuyo que podría tratarse de alguna clínica clandestina donde llevan a ciertas personas para deshacerse de ellos, al mismo tiempo que disponen de sus órganos para la venta en el mercado negro.
—¿No recuerdas cómo llegaste allí?
—Mis recuerdos son vagos. La realidad es que no recuerdo cómo llegué, solamente cuando, por desgracia, desperté en aquella habitación de paredes sucias, manchadas de sangre, excremento y orina. Era hedionda y estaba repleta de cadáveres en cada esquina. Cada parte de mi cuerpo dolía, como si me hubieran dado una paliza. Ajeno al lugar, o a la razón por la que estaba allí, mi primer pensamiento fue mi bebé.
—Entonces, ¿sí estabas embarazada? —su voz apenas fue un susurro.
—¿No lo sabías?
—No, nunca me dijiste nada. ¿Y cómo ibas a decirme? Después de todo, estábamos enfrentándonos a nuestros enemigos. Si hubiera sabido, yo… no te habría puesto en peligro bajo ninguna circunstancia.
—Eso no viene al caso ahora.
—Es el segundo bebé que perdemos. Por supuesto que viene al caso.
—¿El segundo? ¿Y qué pasó con el primero?
Permaneció en silencio unos segundos que parecieron décadas.
—No hablemos de eso ahora—bajó la cabeza, como si hubiera algo más, pero no quisiera hablar sobre ello.
—Bien. Me debes una explicación y espero que el día que te la pida, estés dispuesto a darmela.
—Está bien.
Suspiré.
—No sé cuántas horas transcurrieron estando amarrada y amordazada, cuando llegó uno de los tantos hombres que trabajaban allí. Me transportó en la camilla a otro cuarto mucho peor, comparado al primero, creo que aquel habría estado mucho mejor. A diferencia de aquel, este tenía muchas herramientas quirúrgicas, en su mayoría, sin esterilizar y sucias. Se notaba a leguas que estas jamás habían tocado agua. Además, la decoración, las estatuas que había alrededor, no me hacían sentir cómoda. En fin, nunca me dijeron la razón por la cual me lastimaron tanto, pero para mí estaba claro que me odiaban a muerte y que su meta era destruirme y quitarmelo todo. Y lo lograron, esos infelices me dejaron sin nada—me levanté la camisa, mostrándole solo una parte de las cicatrices de mi abdomen—. No solo me hicieron cada una de estas heridas a sangre fría, sino que me arrebataron a esa semilla que germinaba en mis entrañas, dejándome completamente vacía por dentro, no obstante, haber desentrañado esa semilla y arrebatarme el privilegio de ser madre, no fue suficiente, sino que aplastarla y quemarla ante mis ojos les brindaba un retorcido placer, pues todavía hoy, puedo escuchar sus risas malvadas y burlonas.
El estallido del cristal de la puerta del baño me sobresaltó, su puño la había atravesado con tanto enojo que las venas en su cuello, mano y sien estaban brotadas.
—¿Qué demonios haces? Vas a despertar a la niña.
Vislumbré las lágrimas de sangre que de sus nudillos brotaron, goteando en sus zapatos, en las losetas y pedazos de vidrio. Por unos instantes, me agobió cierta preocupación e inquietud.
—Voy a matarlos—la seriedad en sus palabras contrastaba con la oscuridad de sus ojos.
—Haciéndote daño a ti mismo no logras nada—me acerqué, desajustando su corbata con disimulo y enrollándola alrededor de sus nudillos para detener el sangrado.
Vi la sombra de alguien aproximarse a la puerta, seguramente era su hermano, luego de haber oído el estallido de los cristales, pero quien fue, se alejó con suma rapidez, perdiéndose en el pasillo.
—Que conste, no es que me preocupe por ti, solo no quiero que la niña vea a su padre herido.
—Lo sé—pese a lo que dijo, tuve la leve sospecha de que no me creyó una sola palabra y lamenté ser tan evidente.
—No tengo recolección de que me haya librado un solo día de sus infalibles métodos de tortura. Fui sometida a varias sesiones de electrochoques en la cabeza. Cada sesión me hacía perder la noción del tiempo. La manecilla de aquel viejo reloj se movía demasiado rápido, otras veces demasiado lento. Los pocos recuerdos que tengo, no son para nada agradables. En aquella camilla, amarrada, débil herida e indefensa, ¿qué iba a hacer? Escuchaba los negocios que hacían con mi desastroso cuerpo, solo valía $33 dólares la ronda, era un presupuesto bastante accesible, teniendo en cuenta que todos los hombres que allí trabajaban no podían salir a la calle a buscar mujeres, solo unos pocos tenían el privilegio de ir a visitar a sus familiares, por lo que debo admitir que ese desgraciado era un buen negociante, como para ganar un dinero extra para el bolsillo.
Le oí rechinar los dientes y apretar de nuevo el puño.
—Por favor, no vayas a romper nada más, ¿quieres?
—No lo haré —se esforzó en responder, pese a que su voz oía mucho más varonil que de costumbre.
—Llegó un momento en que los golpes y los maltratos dejaron de doler o quizá fue que dejaron de importarme. Me había resignado y acostumbrado a ellos. Después de todo, rogarle a una miserable estatua día y noche, depositando mis esperanzas en ella, como si pudiera ayudarme a escapar, había sido ya lo suficiente ridículo y miserable de mi parte. Una completa pérdida de tiempo. ¿Quién escucha a un alma desvalida cuando más lo necesita?
Bajó la mirada al suelo, lo vi como un intento de evadir la mía.
—Mi pregunta es: ¿por qué el o los culpables no me mataron? ¿Cuál era el propósito de dejarme con vida? ¿No temían a que regresara por ellos y cada uno de los que abusaron de mí? ¿Por qué me sacaron de ese lugar y me obligaron a entrenar día y noche? Nada tiene sentido, por donde quiera lo mire. Pero la venganza fue mi motivación para soportarlo todo, porque quería matarlos con mis propias manos, pero para eso debía ser fuerte. Cuando me llevaron a la organización, no fue por decisión propia, de hecho, todo fue por medio de un contrato, tenía como propósito entrenar y convertirme en alguien que pudiera servirles, a cambio, iban a ofrecerme todo lo que necesitara, desde un techo donde vivir, hasta el capital para mantenerme. Estuve entre hombres por bastantes meses, cada uno de ellos me enseñó algunas cosas de las que ahora sé. Pero ¿para qué me estaban preparando? No tenía ni puta idea. Aun así, le encontré un sentido a mi existencia, algo en lo que definitivamente era buena y desconocía. No me quejo, si hubiera seguido siendo esa inútil de la que te enamoraste, ya estaría tres metros bajo tierra. Dime, ¿a cuál de nosotras dos prefieres? ¿A esa mujer que recuerdas y era, o esta mujer que tienes delante de ti?
Me miró con una intensidad que me resultó dolorosa. Su respuesta no tardó en llegar, pero cada palabra parecía pesar toneladas.
—Yo amo a ambas, porque ambas son tú; la mujer que recuerdo, la que estaba llena de vida y alegría, y la mujer fuerte y resiliente que tengo ahora frente a mí. No son dos personas distintas; son partes de ti que se han formado por todo lo que has vivido. He hecho hasta lo indecible por ti, sacrificando los mejores años de nuestra hija, convirtiéndome en una ficha más, renunciando a mi propia dignidad, porque podía renunciar a todo, excepto a la esperanza de encontrarte. Mi corazón siempre me dijo que estabas en alguna parte, con vida.
Un nudo se formó en mi garganta.
—Nada de lo que he hecho se compara a la felicidad que sentí y siento al tenerte frente a mí, aunque las cosas no sean iguales, aunque el amor que sentías por mí ya no exista. No importa cómo has cambiado, porque para mí, siempre serás Daisy. La madre de mi hija, la mujer que he amado y seguiré amando, no importa en qué te hayas convertido—habló con una sinceridad que me desarmó.
—C-cada s-segundo cuenta. No podemos permanecer más tiempo aquí.
—Te juro que lamento todo lo que te pasó, primordialmente por no haber estado ahí para evitarlo, pero te juro por todo lo que amo en este mundo, que les haremos vivir un infierno a cada uno de los que te hicieron daño. Y si es la misma persona que está involucrada en esto de nuestra hija, va a lamentarlo aún más, hasta sus últimos segundos de vida.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro