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Capítulo diecisiete

Dejé todo como estaba y terminé de subirme el cierre, cogí las llaves del auto y bajé rápidamente a la entrada. Tras salir del Hotel, vi que se subió a un taxi y me di prisa para ir a mi auto y seguirla.

No fue tan lejos de ahí, el taxi se detuvo en una casa y me estacioné, no tan distante de ella. No podré hacer nada hoy, es el colmo que dejé escapar a esa perra. No pensé que sería capaz de hablarme así. Es una mocosa malcriada.

Cuando se bajó, un hombre y las tres chicas que estaban en el bar salieron a recibirla; el taxi se había ido y vi cómo el hombre que salió, le agarró el pelo y la arrastró por la cuneta hacia  la casa. Creo que el karma se ha encargado de ella. Insisto, es una pena que no terminé con ella como quería, me quedé vestido y alborotado. En primer lugar, no sé por qué me detuve, un coño privilegiado como ese, no se encuentra fácilmente.

Le marqué a Keny, deseaba saciar la curiosidad y no pude resistirme.

—Quiero que investigues a una persona. Su nombre es Daisy Molina, tiene dieciocho años y es latina. Quiero que encuentres toda su información, necesito saberlo todo. ¿Lo comprendes?

—¿Puedo hacerle una pregunta?

—Ya la estás haciendo.

—No quiero sonar demasiado curioso o irrespetarlo de alguna manera, pero ¿puedo saber qué conexión tiene con usted?

—Digamos que necesito pasarle factura, no hagas más preguntas y busca la información.

—Sí, señor— colgó la llamada.

Hablando de ropa interior, esa mocosa no tiene ninguna ahora. La dejó en la habitación del hotel. Salió corriendo estando al aire libre y actuando como una loca histérica.

¿Por qué actuó como una loca? No creo que lo haya hecho tan duro, bueno, a veces no mido. Acostumbro a lidiar solo con prostitutas, quizá no esta acostumbrada al sexo así, pero llamarme animal fue muy bajo. Le haré tragar todos esos insultos, a mí ninguna zorra me habla así.

×××

Keny me brindó toda la información que encontró de esa gordita. Al parecer, con quienes vive es con su padrastro, su madre y tres hermanastras. Ahora entiendo la razón por la cual la tratan así. Su padrastro es agente de la policía, he visto cómo llega en una patrulla muchas veces. Ella es una cobarde que no busca defenderse. ¿Por qué su situación se me hace tan familiar?

Sonreí.

Anoté su rutina diaria para atraparla en la oportunidad que tuviera. Va a las 6 de la mañana a la universidad, se mantiene dentro todo el día, a las cuatro sale, la buscan con sus tres hermanastras y la llevan a su casa. La arrastran según llega y ella sigue sin hacer nada, eso es todos los días. La he visto con moretones en la cara y en sus brazos, pero luego desaparecen, o más bien los oculta; ellos no desaparecen de una día para otro. ¿Por qué demonios no se defiende? Es irritante ver cómo actúa esa mujer. 

Hoy, como todos los días estuve siguiéndola; extrañamente salió de la universidad antes de tiempo y se subió a un taxi. La seguí hasta que vi que se bajó en una cafetería, compró un café, pero no se lo tomó; se quedó mirándolo y recostó su cabeza sobre la mesa. Lo más probable si me ve acercarme saldrá gritando. No puedo acercarme a ella todavía. 

Transcurrieron unos quince minutos y ella salió de la cafetería; no llamó a ningún taxi y caminó lentamente por la acera. Mi oportunidad era ahora o nunca. 

Estacioné el auto más al frente de donde venía caminando, abrí la puerta de atrás y me quedé en espera de que pasara cerca, pero no pasó. Al mirar por el retrovisor, vi cómo se desplomó en el suelo y una joven se acercó a asistirla. No tuve de otra que acercarme a ella. 

—¿La conoce, señor? 

—Sí, es mi hermana, yo me encargo— traté de levantarla, pero la muy condenada pesaba como un maldito camión de cemento. 

Tengo que llevarla al auto y no puedo arrastrarla, o van a saber que no tengo buenas intenciones. 

Logré levantarla y puse su brazo alrededor de mi cuello para llevarla al auto; la metí en el asiento trasero y la toqué. Su cuerpo estaba caliente y sus labios con severa palidez. 

—No te vayas a morir y, si lo harás, al menos que no sea ahora, mucho menos en mi auto. Todos me han visto contigo. ¿Será que vas a responder, estúpida? — no hubo respuesta de parte de ella. Tengo que llevarla a otra parte. 

Me subí al auto y manejé hasta mi apartamento, no pensaba llevarla directamente a mi casa. Subir las escaleras con ella será complicado; preferí irme por el ascensor. Todos me estaban mirando y no tuve de otra que decirles que estaba borracha. Ni siquiera sé qué demonios le pasa. 

Al llegar al apartamento, entré lo más rápido que pude, la llevé a mi cuarto y la tiré sobre la cama. No debí traerla aquí, pero no conseguí otro sitio, y llevarla a un Hotel hubiera sido peor. 

La amarré a la cama y toqué su frente, pero aún continuaba ardiendo. Espero no se vaya a morir todavía, tiene prohibido hacerlo. 

Busqué en internet remedios para bajarle la fiebre y no tuve de otra que salir a la farmacia más cercana a buscarle medicina. Estuve rogando que no despertara mientras iba y, por fortuna, aún no había reaccionado cuando llegué. 

—¿Podrías despertar, mocosa? — hundía con mi dedo sus cachetes, esperando que respondiera, pero no lo hizo.

Los apreté fuertemente, pero nada; eran muy blandos y suaves. ¿Y ahora cómo mierdas le doy la medicina?

—Tienes prohibido morirte, tonta, aún no te he cobrado las que me debes. Es el colmo que este cuidando de una gordo mocosa. ¿Hasta dónde he tenido que llegar? —refunfuñé. 

Busqué un paño húmedo y lo puse en su frente; estaba supuesto a exprimirlo, pero no lo sabía, hasta que sin querer le mojé todo el cabello y su rostro. Ahora parecía un pollo mojado. Esto definitivamente no es lo mío. ¡Debí dejarla allí! 

Cogí un paño seco y lo pasé por su rostro; sin darme cuenta me quedé acariciando sus labios con el paño. Mirándola así de cerca, no es tan fea. ¿Qué demonios estoy pensando? Creo que la fiebre me está atacando también a mí. 

×××

Me quedé vigilándola y esperando a que despertara. Habían pasado varias horas y seguía igual; tampoco había encontrado una forma de darle a tomar las pastillas. Busqué formas de hacerlo, pero las opciones que habían eran limitadas. No meteré esas pastillas en mi boca y se las daré. Ni en sus putos sueños, prefiero que se muera. 

El tiempo seguía pasando y ella no reaccionaba, no tuve de otra que tratarlo. Metí las dos pastillas en mi boca y me acerqué a ella, al acercarme, vi que abrió sus ojos y saqué las pastillas de mi boca. Ese sabor amargo se quedó en mí paladar, era un asco. 

—Hasta que al fin despiertas— se me quedó viendo y entrecerró sus ojos.

—¿Acosador? — preguntó en un tono bajo.

—¿Acosador? ¡Eres una atrevida! 

Se dio cuenta de que sus manos estaban amarradas y su mirada se cruzó con la mía.

—¿Por qué haces esto? ¿Es una fantasía que tienes?

—¿Creíste que iba a permitir que te escaparas otra vez? — puse mi mano en su mentón—. Tú y yo tenemos una cuenta pendiente, mocosa— giró su cara y cerró los ojos—. No te vayas a morir, al menos, no en mi apartamento.

—¿Qué quieres de mí? ¿No te fue suficiente con lo que me hiciste?

—¿Con lo que te hice? ¿Y qué te hice, según tú?

—Te portaste como un animal salvaje.

—¿Otra vez con ese insulto, estúpida? ¿Cómo te atreves? Debería rebanarte.

—Me harías un gran favor — sonrió—. ¿Cómo es que estoy aquí?

—Eso no importa, tómate estas pastillas — busqué otras pastillas y las acerqué a su boca.

—¿Por qué haces esto? ¿No dijiste que querías rebanarme?

—Sería muy aburrido matarte tan rápido, al menos pon resistencia y así me divierto.

—¿No estás exagerando mucho? ¿Eres del típico hombre que se ofende si le dicen la verdad en la cara?

—Me estás irritando.

—No sé quién seas o a qué estás dispuesto a llegar por esa tontería, pero se supone que la que quiera matarte sea yo. Me robaste mi primera vez de esa forma tan mala, no sabes ni siquiera tratar a una mujer en la cama. Podrás ser muy lindo, pero eres un inútil. Ni siquiera sabes hacer sentir bien a una mujer. ¡Eres un asco!

—¿Qué dijiste? — puse mi mano en su cuello, y ella sonrió.

—Lo que escuchaste. ¿Estás ardido porque te digo la verdad en la cara? ¡Eres un cobarde!

—Mira quien habla de cobarde — quité mi mano de su cuello, y sonreí—.  La tonta que se deja golpear por su padrastro y sus hermanastras. ¿No te da vergüenza llamar a los demás cobarde, cuando tú eres la primera?

—Veo que realmente eres un acosador. ¿No te da lastima admitir que has estado acosando a una mocosa como yo? Jamás nadie se había preocupado tanto por mí, ¿debería agradecerte?

—Eres la mujer más insoportable que haya conocido alguna vez, pero ya tendré el momento de cobrarte todas las que me debes.

Fui a la cocina por un vaso con agua y se lo traje.

—Tómate las pastillas y ahógate con ellas— las acerqué a su rostro y abrió la boca—. Son unas pastillas lo que te vas a meter a la boca, no otra cosa. ¿Por qué demonios la abres como si fueras a tragarte un…?

Arqueó una ceja, y sonrió.

—Olvídalo— le acerqué el vaso de agua, y se lo tomó.

—Necesito usar el baño.

—No te voy a soltar, ese truco conmigo no va.

—¿Prefieres que me orine en tu cama?

—Eres una… — no pude terminar de decirlo, y ella sonrió—. No pruebes mi paciencia, porque tengo muy poca.

—Tú no pruebes mi vejiga, porque te aseguro que es muy poco lo que podré aguantar si no me dejas ir.

—Debería dejarte ahí hasta que explotes.

—No creo que sea algo que te convenga. No creo que pueda aguantar más, lo haré aquí.

—No te atrevas a orinar mi cama, o te haré pedazos—saqué la cuchilla de mi pantalón, y corté la soga que la sujetaba—. Muévete al baño, y como trates de hacer algo indebido, no respondo.

Se levantó lentamente de la cama y caminó al baño. Esta mujer me pone de mal humor.

Al salir del baño, tenía la ropa interior que había dejado en el Hotel en la mano, la sacudió y me miró.

—No sabía que eras tan pervertido. Que asco me das.

—No es lo que crees, eso lo dejaste en el Hotel.

—¿Y qué hace en tu baño? No sabía que te gusta coleccionarlos, a menos que sea para ponértelo, pero no pareces ese tipo de persona; aunque las apariencias engañan.

—¡Dame eso acá! — se la arrebaté de las manos—. No seas pendeja, jamás estaría interesado en ese tipo de cosas, ni mucho menos en algo que tenga que ver contigo. Si estaba eso aquí, es porque lo dejaste ese día y no tuve tiempo de quemarlo.

—Han pasado dos semanas desde esa noche, ¿y a poco no has tenido tiempo de hacerlo? ¿Podrías soltar mi ropa interior? Verte con ella en la mano, me es algo incómodo.

La tiré al asiento y le agarré el brazo bruscamente.

—Deja de colmar mi paciencia.

—Pero si el pervertido eres tú. Se supone que sea yo quien se moleste, tenías mi ropa interior en tu baño, ¿cómo no voy a protestar?

—¡Ya cállate! Vete a la cama, voy a volver amarrarte.

—¿Tienes ese tipo de fantasias?

—¿Por quién me tomas, ridícula?

—¿Por un pervertido que roba pantis? 

La halé bruscamente, y la tiré sobre la cama.

—¿Te crees muy graciosa? Te voy a enseñar a respetarme, ridícula— subí sobre ella y la presioné contra la cama.

—No sé tu, pero no me interesa hacerlo contigo otra vez.

—Tú no decides nada, ahora puedo hacerte lo que se me dé la gana. 

—Tú mismo dijiste que no tenías interés en mí. Entonces, ¿por qué buscas tener algo conmigo?

—Para callarte la boca, ¿para qué más?

—Yo no quiero hacerlo contigo otra vez. La primera vez estuve dolorida por tu culpa. Esto del sexo no se te da bien, deberías optar por usar solo tu mano.

Agarré su mano y la llevé a mi pantalón.

—Entonces dale buen uso a la tuya, o a esa boca que dice tantas imprudencias.

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