Capítulo dieciséis
Meses después…
Me hice cargo de todos los negocios. Mis planes eran claros, y era crear mi propio imperio. Los sacrificios han valido la pena y ha rendido sus frutos. Me he dado a conocer como el único y legítimo heredero de la familia Devon; el único en pie.
Encontré la ubicación de mi hermana Juliana, pero esta sigue reacia, no me permite acercarme mucho y, aunque en otras circunstancias la habría traído conmigo, por encima de quién fuera, especialmente de esos dos chihuahuas que la sobreprotegen demasiado, en estos momentos no debía hacerlo. Está embarazada, lo peor de este asunto, es que al parecer, va en serio con esos dos.
Mis intentos por ganarme su confianza han sido infructuosos. Nadie se había atrevido a rechazarme de esa forma, pero me prometí a mí mismo, que ella sería a la única que se lo permitiría.
Necesitaba un trago que me quitara la amargura que sentía de ver la buena vida que están teniendo esos tres. La expresión tan relajada y distintiva que tenía ella con esos dos, hasta que me vio llegar. Todo el tiempo me ve con esa mirada seria y llena de desdén.
El trago bajó por mi garganta, pero no apaciguó ni un poco el mal humor que me embargaba. Una mujer se acercó a la barra, justo al lado de donde mis codos descansaban y su apariencia me trajo una especie de Déjà vu. Sus características eran parecidas a las de Juliana. Pensé que el alcohol había causado estragos en mi cabeza, pero era meramente imposible, pues siempre he sido tolerante al alcohol y rara vez me he emborrachado.
Tenía sus libras de más. De estatura le pondría unos 1.5 metros. De cadera era un poco más ancha que Juliana. Su cabello largo, negro y ondulado estaba recogido en una coleta, pero estaba divida en dos, ambos mechones reposaban con gracia a ambos lados de sus hombros. Tenía aspecto de universitaria.
—Disculpe, ¿podría prestarme su corbata? — lucía muy tímida y temerosa.
Miré a la mesa de donde venía, y habían tres chicas más; todas estaban riéndose, me dio la impresión de que fueron ellas quienes la mandaron.
—¿Por qué tendría que darle mi corbata a una gorda como tú? Pídeselo a otro que venga.
—Prometo que se la devolveré.
Las mujeres de la mesa continuaban riendo y, al ver su tímida y rogona expresión, decidí desajustar mi corbata y dársela. Corbatas tengo de sobra en mi armario.
—Ahora piérdete.
Ella se fue a la mesa y comenzaron a aplaudir.
—Nada mal para una novata— escuché que le dijeron.
—Hasta que por fin la gorda consigue algo.
Al escuchar los comentarios de esas mujeres en la mesa, no pude evitar mirarla, ella estaba cabizbaja. Que patética. Salgo de un lugar irritante para meterme a otro peor.
Le marqué a Keny, mi nueva mano derecha, mientras me tomaba el restante del último trago.
—¿Cómo están las cosas por allá?
—Todo en orden, señor. El Sr. Houston quiere reunirse con usted y, al parecer, es con la intención de duplicar el encargo del mes que viene.
—Está bien, veré si viajo en unas semanas y resuelvo eso. ¿Alguna novedad con la información que te pedí?
—El licenciado necesita más tiempo.
—Necesita presión y tú eres bueno para eso. Me mantienes al tanto de cualquier eventualidad.
—Sí, señor.
Dejé dinero sobre la barra, desapareciendo de la vista de todos. El alcohol solo despierta esa bestia. Debería bajarle al consumo, no me puedo permitir bajar la guardia.
Escuché unos suaves pasos detrás de mí y percibí un dulce perfume en el aire; me pareció haberlo percibido antes. Doblé en la esquina del callejón; no podía llegar al auto sin saber quién era.
La persona dobló al mismo lugar que yo, y le tapé la boca para acorralarla contra la pared. Tras ver la mujer gorda de la barra, le quité la mano y me alejé.
—¿Quién te mandó? — le pregunté serio.
—Nadie, señor, yo solo quería entregarle su corbata.
—¿No te han dicho que no debes seguir a un desconocido? ¿Qué hubiera sucedido si llego a ser un violador o un asesino? — se echó a reír, y me quedé serio—. ¿Qué te produce tanta gracia?
—Es gracioso. Los hombres buenos son quienes se hacen pasar por malos, y los malos son los que se disfrazan de buenos.
—¿Y qué pasaría si esa teoría ridícula, no aplica conmigo?
—En realidad, no me interesa. Tengo tanta mala suerte, que no dudo que también la cague en esto— me puso la corbata en mi hombro, y se dio la vuelta con intenciones de irse.
No había apreciado su parte trasera con detenimiento. Es un buen ángulo.
—¿Esa es tu forma de agradecer lo que hice por ti allá dentro?
Se frenó, volteándose de manera arrogante.
—Gracias, señor. ¿Era eso lo que quería escuchar?
¿De dónde sacó esa arrogancia?
—¿No piensas ponerla, niña tonta?
—Sé que soy tonta, pero no tiene que decírmelo de esa forma. Por otro lado, me dijo que tuviera cuidado, solo estoy previniendo que vaya usted a atacarme.
—¿Qué dijiste?
—Dijo que podía ser alguien malo, ¿no fue eso lo que trató de decir hace un momento?
Le agarré el brazo bruscamente y la acorralé comtra la pared.
—¿Qué demonios estás haciendo? — preguntó asustada.
—Parece que has bajado la guardia conmigo. ¿Qué pasaría si me convierto en esa persona mala, y te hago cosas horribles?
—Me daría lo mismo. Por más que trate de lucir como alguien malo, no me parece que lo sea.
—¿Eso piensas? — puse mi mano en su cuello sin ejercer ningún tipo de fuerza, y me miró fijamente—. Como ves que tengo hambre de una mujer ahora, ¿qué tal si nos divertimos los dos?
—Alguien malo no pediría permiso, ¿o sí?
—¿Me estás provocando, enana mocosa?
—Solo pregunto.
Esta mujer me irrita en todos los sentidos.
—¿Vendrás conmigo? No suelo salir con mujeres como tú, pero puedo cambiar el menú por hoy.
Se quedó pensativa por unos cortos instantes, y bajó la cabeza.
—Me da lo mismo — murmuró.
—¿No te da miedo aceptar una propuesta así?
—Miedo me da quedarme ahí.
—Solo una tonta se deja humillar así de esas mujeres.
—¿Y eso qué te importa?
—En realidad no me importa, es tu problema; ahora solo me interesa satisfacer mi necesidad. Antes de llevarte, quiero ver tu identificación, no quiero meterme con una menor de edad.
—El hecho de que sea bajita, no significa que sea una niña. Tengo dieciocho años.
—¿Hay alguna diferencia? Al lado mío sí eres una niña, te llevo varios años de diferencia.
Suspiró pesadamente y buscó en la cartera, pero en realidad no me interesaba su edad, solo necesitaba saber quién es.
Al ver su tarjeta de identificación, efectivamente tenía dieciocho años y su nombre era Daisy Molina. Le llevo seis años de diferencia. Debe importarle muy poco su vida, como para atreverse a aceptar una propuesta de un desconocido como yo, pero me da lo mismo, solo necesito una mujer ahora. Quizás esto era lo que me hacía falta para liberar este enojo. Su parecido con Juliana puede servirme para darle rienda suelta a la imaginación.
Le entregué la tarjeta de vuelta y caminé en dirección a mi auto. Ella me siguió a paso lento y se subió. Lucía pensativa por todo el camino, y apretaba su traje como si estuviera nerviosa.
—¿Ya te estás arrepintiendo? — le pregunté, y se quedó en silencio, mirando por la ventana.
¿Acaso me está ignorando? ¿Cómo se atreve?
La llevé a un Hotel cercano, bastante cerca al que solía llevar a Liam. No había forma de que le mostrara donde vivo. Me parecía muy extraño que se me haya acercado de la nada y que me estuviera siguiendo tiempo después, aún más el hecho de aceptar mi propuesta. Quizá ya estoy paranoico, pero mejor prevenir que lamentar.
Al subir a la habitación reservada, ella entró primero. Sus piernas se veían temblorosas. ¿Está nerviosa por lo que va a suceder, o es porque está planeando algo? Su nerviosismo me tenía inquieto.
—No voy a ir con rodeos— le agarré el brazo y la tiré contra la cama, para así subirme sobre ella—. Nada de besos— advertí.
Ya era una costumbre. Con las malas experiencias que he tenido, no tengo tiempo para perderlo en eso, solo necesito terminar rápido para que se me quite esa necesidad.
Busqué mi cartera y saqué un preservativo; arranqué la parte del escote de su traje porque quería ver sus senos. Eso sería suficiente estimulación.
Bajé su sostén para verlos mejor, recordando cómo los de Juliana sobresalían en cada prenda que se pusiera. Para la edad que tiene, está muy bien desarrollada. Sin duda alguna, tiene unos buenos senos, me excité solo de verlos.
Le quité sus pantis sin gracia, mientras bajaba el cierre de mi pantalón. Mientras me colocaba el preservativo, observé sus piernas abiertas y zona íntima. Nunca había visto el cuerpo de una mujer gorda al desnudo. Sus proporciones se aglomeran por diversos lugares, especialmente en sus labios carnosos, muslos y brazos.
Acomodé mi latente erección en la apertura de su coño y subí la mirada a su rostro, ya que permanecía con los ojos cerrados y apretando la almohada por ambos extremos con fuerza.
Notando que elevó su cuerpo, decidí agarrar sus brazos y presionar sus muñecas contra la cama por arriba de su cabeza y por fin se dignó a mirarme.
—¿Qué haces? — lucía asustada.
—Hasta que al fin abres los ojos. No tiene gracia si no me miras.
Me hundí en su interior de un movimiento preciso, en el que me arrancó un gruñido por la estrechez de su coño. Nunca había sentido una sensación tan descabellada como esa. Tenía la sensación de que mi pene explotaría por la presión que hacían sus paredes alrededor de el. Podría venirme muy rápido sin problema.
En medio de esa experiencia tan cegadora, enloquecedora y enviciante, oí su grito de fondo, junto al forcejeo por elevar aún más su cuerpo.
—¡Detente, por favor! —me rogó, pero me sentía muy excitado como para detenerme en ese momento.
Deseaba hundirme más profundo. La embestía con muchas ganas, pero su rostro se llenó de lágrimas y sus gemidos no parecían de estarlo disfrutando tanto como yo.
—¿Ahora a ti qué te pasa? — paré unos instantes de moverme, y temblé ante sus espasmos.
Era irritante oírla llorar, así que le solté las manos y ella me empujó.
—¿Cómo te atreves? — le pregunté molesto.
—¿No te enseñaron a tratar a una mujer, idiota? Para eso usa tu mano. ¡Eres un inútil! — se levantó de la cama, y se arregló el traje.
—¿Qué dijiste?
—¡Eres un animal! — sus piernas flaqueaban, a duras penas podía mantenerse de pie y cogió los tacones del suelo.
—¿A dónde crees que vas? Crees que luego de haberme dicho semejante cosa, ¿voy a dejarte ir? — me levanté de la cama, y ella retrocedió.
—¡No te me acerques, salvaje!
—¿Cuál es tu problema, niña tonta? ¿Quieres dinero para terminar?
—¡Eres un maldito! —abrió la puerta, y salió corriendo.
No pude irme detrás de ella rápido como quería, tenía que arreglarme el pantalón y quitarme el preservativo, pero al mirarlo de cerca, vi residuos de sangre en el. ¿Y esto qué demonios significa? ¿Estaba en sus días o qué?
No podía quedarme más tiempo mirando eso, tenía que encontrarla y hacerle tragar todo lo que dijo. ¿Cómo se atreve a hablarme así?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro