Capítulo dieciocho
Sus ojos curiosos parecían escanearme.
—Supongo que nunca has tocado uno, pero al menos lo sentiste.
—¡Eres un pervertido! Debería llamar a la policía por tocar a una menor— lo apretó, y sacó su mano.
—Deberías volver a hacer eso. Luego de haberme dejado a mitad ese día, deberías considerar terminar lo que empezaste.
—Ni en tus sueños, viejo pervertido.
—¿Viejo? Te recuerdo que la perra que accedió a irse con este viejo, fuiste tú. Lo menos que imaginé era que una virgencita fuera capaz de regalar su primera vez a un desconocido. ¿Cómo se supone que hubiera sabido que eras virgen? Jamás se me había hecho tan fácil llevar a una mujer a la cama. Eres una mocosa precoz.
—Y tu un pedófilo violador. Ahora mismo me tienes secuestrada, y estás tratando de pervertirme.
—Deja de decir ridiculeces. Parece que te morías por probar uno y, por eso te quisiste ir con el primero que se te cruzó en frente.
—Y de todos los hombres que existen, vine a escoger al peor de todos. ¿Puedo tener más suerte?
Saqué la cuchilla y la llevé a su cuello; extrañamente no mostró ni un poco de miedo.
—No sé cómo he tenido paciencia contigo.
—¿Qué piensas hacer con eso? Dudo mucho que puedas rebanarme con esa pequeña cuchilla.
—Necesitaré mínimo una sierra, pero ese no es el punto. Parece que este tipo de situaciones te excitan, y yo que creí que eras una santa de verdad; ya veo que las apariencias engañan — bajé el filo de la cuchilla por su pecho y ella se estremeció—. ¿No tienes miedo de lo que puedo hacerte con esto?
—No, me da lo mismo.
—Si fueras así mismo de altanera con tu padrastro y hermanastras, otro gallo cantaría— rocé el filo de la cuchilla por encima de su sostén y me miró—. Creo que estoy empezando a disfrutar contigo; mientras sigas así de calladita y obediente, hasta podría considerarte bonita.
—No me interesa que un idiota como tú me vea así.
—¿Puedes decir eso cuando se ve que lo estás pidiendo a gritos? Parece que el haber perdido la virginidad con este inútil, te está haciendo desearlo.
—Creo que tu pequeño cerebro te está jugando una mala broma, porque jamás podría desear algo de alguien que solo busca satisfacerse el mismo, antes que satisfacer a la mujer con quien está. Deberías meterte a marica, porque con mujeres solo das pena.
—Debería cortarte la lengua por hablar tanta mierda, pero sería una lástima, porque después no podrás usarla y la necesitarás — bajé el filo de la cuchilla a su entrepierna y la presioné contra su parte baja, a lo que soltó un suave gemido y arqueé una ceja—. ¿Qué tenemos aquí? ¿Una ex-virgen masoquista? Déjame escucharte un poco más— la moví suavemente y rechinó los dientes, llevando su mano a mis brazos y los apretó—. Te escuchas jodidamente sexi, hasta te me estás antojando, mocosa— tocaron la puerta y llevé la cuchilla a su cuello—. No hagas ningún ruido, o no respondo. Quédate aquí— me levanté de la cama y guardé la cuchilla en mi pantalón.
Ella se quedó acostada y caminé a la puerta. ¡Maldición! ¿Quién demonios se atreve a interrumpir en el mejor momento? ¿Será algún vecino de los que me vio cargando con ella?
Abrí la puerta y, efectivamente era un vecino, al que rara vez había visto fuera de su apartamento, pero hoy todo iba de mal en peor. Él se mostraba curioso, intentando avistar algo en el interior del apartamento, por eso salí y junté la puerta detrás de mí.
—¿Se te perdió algo?
—No, por supuesto que no. Solo escuché unos arañazos en la pared y quise cerciorarme de que todo estuviera bien.
—¿Arañazos?
Ahora que lo pienso, esa perra estuvo a solas en el baño. ¿Así que eso era lo que tanto hacía?
Sus ojos se desviaron hacia el pasillo detrás de mí y la vi bajando las escaleras corriendo. Apreté los puños del disgusto. Esta maldita acabará conmigo; es la segunda vez que la dejo escapar y, para completar, cuando estábamos en la mejor parte.
Fui tras ella, creyendo que podría alcanzarla, pero un taxi estaba cruzando en ese momento y ella lo detuvo, accediendo al auto de inmediato.
Sabía cuál era su destino, por tal razón busqué mi auto y le di una visita. Este juego del gato y el ratón no me agrada en lo absoluto. El taxi se estacionó frente a su casa y el padrastro salió a la entrada a recibirla. Su actitud hostil era palpable en el aire, pero jamás iba a estar botando chispas como yo.
—¿Dónde demonios has estado metida? Me contaron que saliste de la universidad antes de tiempo, y te fuiste quién sabe a dónde. ¿Qué te has creído, niña insolente? — alzó la mano para golpearla, pero la sujeté en el aire.
—Si vas a golpear a alguien, al menos que sea alguien de tu tamaño, viejo imbécil— lo miré fijamente.
No pude contener mi molestia y tuve que salir en su defensa; no porque me importe, sino porque es irritante ver que ella no haga nada al respecto.
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