Capítulo diecinueve
—¿Quién demonios eres? — preguntó, y lo solté.
Tenía que pensar en algo rápidamente.
—Soy un compañero de la universidad.
—Debes tener los cojones bien grandes, como para atreverte a interferir en la conversación de mi hija y mía.
—Sí, los tengo, y bien puestos.
Daisy me miró.
—Vete de aquí, por favor— me pidió.
—No pareces ser compañero de ella, luces muy mayor para aún estar en la universidad.
—¿Y qué te importa?
—¿Sabes con quién estás hablando, muchacho?
—Me importa un huevo quién seas, ante mis ojos, solo eres un cobarde que le pega a las mujeres. Si tienes los cojones de levantarle la mano a una mujer, sé hombre y atrévete a meterte con alguien de tu tamaño.
—No tengo interés de golpear a un escuincle. Te lo advierto; ten mucho cuidado de por donde vas. Ve dentro de la casa, Daisy— le dijo, ella me miró y bajó la cabeza, antes de hacerle caso a ese viejo decrépito.
Tiene suerte de que Daisy ya me vio, o de lo contrario, lo hubiera cortado en trozos y se lo daba de comer a sus perras hijas.
—Y tú lárgate de aquí, sino quieres ir a la cárcel— me mostró su placa, y reí.
—¿Te crees que una pendeja placa, va a hacerme cagar en los pantalones? Debe estar acostumbrado a eso, pero a mí no me detiene nada y una estúpida placa no será la excepción.
—¿Te crees muy hombre, muchacho? — vi la intención de llevar su mano al bolsillo y le agarré la mano, acercándome así a su oreja.
—Yo que tú tendría cuidado, no querrá conocerme molesto. Tengo muy poca paciencia y tú me la estás colmando. Le aconsejo que no vuelva a amenazarme, o para la próxima, no voy a contenerme y arrastraré tu cara por el pavimento. ¿Le quedó claro? — le solté la mano, y sonreí—. Tenga una linda noche.
—¿Cómo te atreves amenazar a un oficial? No vas a ninguna parte.
—Trata de detenerme si puedes.
Caminé a mi auto y le saqué el dedo del medio antes de subirme; encendí el motor y bajé la ventana.
—Asegúrate de anotarla bien— le dije, refiriéndome a la placa del auto.
Aceleré, dejando así la marca de las llantas en la carretera. El viejo condenado tiene mucha suerte. Debí acabar con él ahí mismo.
×××
En la mañana siguiente, oí un ligero toque en la puerta y refunfuñé pensando que podría ser el vecino de ayer, después de todo, mi actitud fue muy sospechosa gracias a esa gorda.
La vi por el agujero de la puerta y agradecí haberme quedado a dormir aquí. No sabía que tendría la grata sorpresa de verla de nuevo y que esta vez había venido por su cuenta.
—¿La linda presa vino sin haberla buscado? Que interesante.
—Quiero pedirte que no vuelvas a aparecer por mi casa, lo que hiciste ayer estuvo fuera de lugar.
—¿La gatita traviesa dándome órdenes? Yo hago lo que se me dé la gana. Si tú le tienes miedo a tu padrastro, yo no. Por otro lado, ¿por qué no dejamos de hablar y continuamos donde lo dejamos ayer? —le agarré la mano y la halé dentro del apartamento.
—¿Vas a continuar con esto?
—Aún no he terminado contigo. No te olvides que tienes una cuenta pendiente. En vez de estar quejándote, deberías agradecerme; evité que te golpearan anoche.
—¡Eres un idiota!
—¿Ahora por qué?
—Solo empeoraste las cosas. Mi padre quiere saber quién demonios eres y ni yo misma lo sé.
—Debe estar muy frustrado, pero no podrá dar conmigo, que pena— reí.
—¡Ya detén esta estupidez! ¡Solo estás complicando las cosas!
—Ya te lo dije, tengo cuentas que saldar contigo.
—¿Solo por lo que sucedió esa noche? ¿No fue suficiente?
—No, no lo fue.
—Si me acuesto contigo, ¿me dejarás en paz?
—¿Crees que acostarme contigo me hará olvidar todo lo que esa necia boquita dijo?
—¿Y si me disculpo?
—¿Tantas ganas tienes de salir de mí?
—Sí, no te soporto.
—Tenerte de rodillas sería muy interesante, pero no me interesan tus disculpas. De la única forma que permitiría que te arrodilles es para un oral, ¿lo entiendes?
—No sé si sentirme aliviada o preocupada.
—Ambas.
—Ya me tengo que ir.
—No vas a ninguna parte.
—No puedo seguir perdiendo tiempo aquí, debo ir a la universidad. Si mi padre se entera que salí de la universidad otra vez, se molestará conmigo.
—Uy, que niña tan rebelde. Se escapa de la universidad para venir a verse con un hombre. ¡Qué bárbaro!
—¡Idiota! — quiso caminar a la puerta, pero le agarré el brazo.
—Te dije que de aquí no sales. Vamos a terminar lo que habíamos empezado. Ya es la segunda vez que me dejas a flote. Si realmente quieres que te deje en paz, haz un esfuerzo.
—¿Y qué me asegura que vas a cumplir?
—No hay manera de saberlo, solo deberás arriesgarte. El que no arriesga, no gana.
Caminamos al cuarto y me senté en el borde de la cama.
—¿Qué quieres que haga? — preguntó, soltando el bulto en el suelo.
—Desnúdate.
—¿No tienes una mejor idea?
—¿Debo hacerlo por ti?
—De acuerdo— se bajó el pantalón y luego quitó su camisa, quedándose así en ropa interior.
Su expresión al tener que ceder y bajar la cabeza ante mí me está excitando más de lo que debería. Pisotear su orgullo después de todas las necedades que salieron de su boca, era un gran entretenimiento.
Llamó mi atención los moretones que tenía regado por todo su voluptuoso cuerpo.
—Veo que se divirtieron contigo otra vez. Estás bien jodida. ¿Cuánto más vas aguantar?
—¿Ya terminaste?
—No, aún no estás desnuda.
—Eres un enfermo— desvió la mirada y se fue despojando de la ropa interior.
Podía notar su vergüenza y no podía evitar sonreír.
—¿Eso fue todo?
—Entra a la cama— suspiró, antes de obedecerme—. Fíjate que desnuda no te ves nada mal; si no fuera por esos moretones, te verías mucho mejor— subí sobre ella, y desvió la mirada.
—¿Puedes terminar rápido?
—¿Y quién dijo que haría algo? Solo quería ver lo que tarde o temprano voy a comerme.
—Quedaste en que no volverías a molestarme.
—En ningún momento dije eso.
—Ni siquiera tienes palabra. ¡Eres la peor persona que pueda existir!
—No conoces nada, mocosa.
Nos quedamos unos instantes en silencio; ella no encontraba cómo mirarme y me quedé apreciando su delicioso cuerpo.
—Si tuvieras la oportunidad de pedir un deseo y que se cumpla, ¿cuál sería? —cuestioné curioso, realmente quería conocer su respuesta.
—No haberte conocido.
—Eres más fría que el hielo; yo que creí que como yo no iban a haber dos, pero tú eres peor. Me odias bastante, pero no más que yo. Volviendo a lo que realmente importa; imagina que hay un genio imaginario que cumplirá el deseo que tú pidas, sin importar lo que sea, ¿qué deseo le pedirías?
—Ser otra persona. ¿Eso responde tu pregunta?
—¿Eso nada más?
—Dijiste solo uno.
—Yo que pensé que no harías caso a lo que dije, pero veo que eres una niña obediente.
—¿Podrías terminar? Tengo que irme.
—¿Te duelen? — indagué, refiriéndome a los moretones.
—No.
—¿Fueron anoche?
—¿Qué te importa?
—Deja de ser tan malcriada. Estoy de buen humor y te estoy tratando bien, no seas tan perra y responde lo que te pregunto.
—Sí, fue anoche.
—¿Por qué no acabas con él? ¿Por qué es policía?
—¿Por qué tanto interés?
—En realidad, no me interesa, pero ver tu actitud es irritante. ¿No me digas que te gusta que te maltraten? ¿Te gusta que te golpeen o qué? — quiso empujarme a un lado, y le agarré ambas manos.
—¡Ese no es tu maldito problema! ¡Déjame en paz!
—Si eres tan cobarde que no eres capaz de defenderte, al menos aguanta presión. Si te siguen golpeando así, terminarán matándote.
—Ya no es algo que me importe — me dedicó una mirada vacía; era la primera vez que cruzábamos mirada, ya que normalmente la desvía y no me mira directamente a los ojos.
Realmente no tiene ganas de vivir, lo imaginé desde un principio. De alguna manera no me agrada su actitud.
—Eres una cobarde, ni siquiera te atreves a luchar por ti misma. Si tuvieras los ovarios bien puestos, les harías pagar todo lo que te hacen, pero incluso para eso eres una cobarde. Dejarte maltratar de esa forma y, creyendo en todo lo que te meten en la cabeza, te hace ver como la persona más estúpida en el planeta.
—¡Lo sé! Sé muy bien que eso soy, pero no necesito que un imbécil como tú me lo diga. ¿Quién eres tú para juzgarme?
—Solo soy un espectador, que se siente irritado viendo cómo una tonta se deja tratar peor que a un perro. Me das lastima, niña.
—¡Suéltame! — forcejeaba con sus manos para que la soltara, pero más fuerte la sujetaba.
—Parece que eres tú quien no aguanta que le digan la verdad en la cara.
—¡Te odio!
—Ódiame; aunque a quien deberías odiar es a ti misma.
—¡¿Y qué te hace pensar que ya no lo hago?! — una lágrima traicionera se escapó de sus ojos, y me tomó por sorpresa.
Dejé ir sus manos y me le quedé mirando.
—¿Herí los sentimientos del témpano de hielo?
—¡Muérete, idiota! — golpeó mi pecho con los puños y le sujeté ambas manos nuevamente; luego me acerqué a su boca y robé sus labios.
La besé a la fuerza, pero no me rechazó del todo. Probé esos carnosos, dulces y suaves labios que, en otros tiempos, hubiera encontrado excesivamente empalagoso. Lo dulce no es algo a lo que esté acostumbrado, de hecho, lo único dulce que había probado hasta ahora era su saliva y el labial frutoso que se mezcló con mi lengua y se esparció por mis labios. Fue un impulso, supongo que por el momento y la irritación al oírla chillar como una cabra. Acabo de romper una de mis reglas y todo por una niña tonta. ¿Hasta dónde he llegado?
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