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Capítulo cuarenta y seis

En la madrugada desperté al sentir la cama moverse con cierta asperidad, fue cuando me di cuenta de que su frente seguía hirviendo como el mismísimo infierno. 

—Mocosa, despierta —intenté desconectarla del otro lado, pero no reaccionaba; ya olvidaba que para despertarla era un problema, así que le agarré ambos senos y fue el método más infalible de conseguir lo que quería—. No escuchas cuando te grito, pero sí reaccionas al tocarte, ¿eh?

—¿Qué haces en mi cuarto? 

—¿Acaso olvidaste que me quedé aquí? 

—Ah, ¿sí? Que sorpresa. 

—Levántate, vamos a bañarte con agua fría. 

—¿Otra vez? 

—Estás ardiendo en fiebre todavía, mujer. Luego de que salgas, te tomarás las medicinas y entonces te acuestas a seguir durmiendo. 

—Son las tres de la mañana, ¿y tú me despiertas para eso? Tengo mucho frío para bañarme con esa agua fría —se arropó con la sábana.

—Ah, ¿no me harás caso? —me puse de pie a la parte baja de la cama, y tiré bruscamente de la sábana.

—¿Qué haces, imbécil?

—O te levantas a la buena o te levantaré a las malas, tú eliges. 

—¿Por qué finges preocuparte? A ti te importa poco lo que me pase. 

—Plan B— fui por el lado de ella y la agarré por la cintura en intento fallido de levantarla, pero comenzó a reír como una demente.

—Que forma de despertar a una persona, por Dios.

—¿Tú de qué te ríes? 

—Eso hace cosquillas, estúpido, no lo vuelvas a hacer. 

—¿Cosquillas? Así que eres cosquillosa, ¿eh? —le hice cosquillas y ella continuaba riendo como solo una loca como ella haría, jamás la había visto tan desesperada y risueña, definitivamente la fiebre puede transformar a una persona—. ¿Vas a levantarte o no?

Trató inútilmente de hacerme cosquillas, pero se dio cuenta de que no logró causarme nada.

—Que aburrido eres, no se vale.

En ese momento, fue cuando me di cuenta de que tenía una linda sonrisa; de todas las veces que la había visto reír, no me había fijado en eso. Normalmente su risa es de burla, pero nunca la había visto reír tanto por algo tan… simple. ¿Unas cosquillas pueden provocar tanto? ¿Por qué yo no puedo sentir eso? 

—¿Por qué me miras así, John? 

—Por nada—carraspeé—. Levántate, mocosa calenturienta. 

Entramos al baño y le ayudé a despojarse de la ropa, creí que iba a ser incómodo para ella, pero no, se mantuvo tranquila y se metió en la bañera. Es un problema verla desnuda ahora mismo. 

—Iré a buscar un vaso con agua para que te tomes las pastillas al salir. Aguántate bien para que no vayas a caerte en la bañera. 

—Gracias, John. 

Salí del baño y fui a buscar el vaso con agua, luego regresé al cuarto y al mirar las instrucciones de las pastillas, decían que tenían que ser tomadas con comida. Ni siquiera sé si comió mientras yo no estaba. 

Bajé a la cocina y le preparé un emparedado, para luego subir. No creo que quiera algo pesado a esta hora, además de que no sé hacer un divino carajo. No dudo que incluso este emparedado pueda envenenarla. Si no hago estas simples cosas por ella, y espero a que esa descuidada las haga, estaría muerta hace rato. 

—Come.

—¿Lo hiciste tú? 

—No, fue Abdiel. 

—Ah, no debiste molestarlo. Mira la hora que es, el pobre necesita descansar— sonrió.

—Ese es su trabajo, para algo le pago. Ya come y haz silencio.

Comió y se tomó las medicinas.

—Estaba muy rico, dile a Abdiel que gracias— con esa mirada que me dedicó, me di cuenta de que no me creyó una sola palabra, aun así, fingió creerme.

—Ahora vete a dormir.

—¿Te vas?

—No, no puedo dejar que te vayas a morir. Eres una descuidada, deberías estar más atenta a tu salud— me acosté en la cama y ella se giró suavemente hacia mí, cuando la miré de reojo, sonrió.

—¿Alguna vez has dormido con una mujer así? 

—No, no suelo quedarme con las zorras que me acuesto. 

—¿Por qué? ¿Sabías que es de mala educación dejarlas luego del sexo? 

—Peor es que me quede y alimente falsas esperanzas. Si solo quiero sexo, eso les doy y listo; al final, eso es lo único que tanto a ellas, como a mí, nos interesa. 

—¿Y por qué te quedas conmigo? 

—¿Quieres que me vaya?

—Yo esperaba que lo hicieras; a fin de cuentas, huir es lo que siempre haces. 

—No quiero hacerlo ahora. 

—¿Por qué? 

—Porque tengo razones de quedarme. Por ejemplo, velar esa fiebre o vas a morirte ahí, y no me gustaría ver a otro muerto, y menos en mi casa. 

—Yo que creí que era porque te preocupas por mí. 

—¿Por qué habría de preocuparme por ti? 

—Porque dijiste que yo era tu mujer. 

Los huevos se me subieron, literalmente a la garganta, casi me ahogo por su inesperado comentario. 

—Lo dije porque estaba muy caliente, y quería que me soltaras algo. 

—Por más ganas que tengas, jamás serías capaz de decir algo así, a no ser que se te haya escapado y ahora quieras ocultarlo. Ya te conozco, John. 

—Eres mi mujer en la cama—lo arreglé. 

—Eso es un avance, creo. ¿Algún día podré ser tu mujer oficial? 

—Y-ya deja de decir ridiculeces —tartamudeé, desviando la mirada, eso se sintió extremadamente incómodo. 

—¿Por que desvías la mirada? ¿El hombre fuerte, despreocupado y sin escrúpulos, se pone nervioso porque le dicen las cosas en la cara? 

—Si continúas con esa tontería, me iré y te dejaré sola. 

—En otras circunstancias ya te hubieras ido, sin decir nada más. Parece que te quieres quedar conmigo. 

—Que te mejores—tenía la intención de irme, pero ella me agarró el brazo antes de hacerlo y se acercó.

—No te enojes. ¿Puedo acostarme aquí? —señaló mi brazo.

—¿Para qué? 

—¿Escuchaste que la fiebre disminuye si estás cerca de la persona que te gusta? 

—Hace unas horas estuvimos muy cerca y no se te fue, pequeña mentirosa. Inventa una excusa mejor. 

—Bueno, me has descubierto. Quiero acostarme en tu brazo, ya que se ve muy fuerte y cómodo. Eres genial y no creo que te moleste hacerlo, ¿verdad? —sonrió.

—¿Qué vas a darme a cambio? 

—No diré una sola palabra en lo que queda de noche, ¿eso es suficiente?

—Me parece justo, por ahora. No te acerques más de la cuenta. 

—De acuerdo —extendí mi brazo, y ella recostó su cabeza, cerrando los ojos. 

¿Qué demonios estoy haciendo? ¿Desde cuándo me dejo hacer este tipo de cosas por una mocosa? Estaba sintiendo palpitaciones y quise mirar el techo. Su piel está muy caliente, además de que está demasiado cerca. Así no voy a poder dormir, es como si me fuera a dar un ataque o algo así. Creo que estoy muy viejo para este tipo de cosas. 

—Sé que dije que no iba a hablar, pero ¿te molesta que esté así? Te siento demasiado tenso. Puedo salirme si quieres.

—Ya cállate y duérmete—continué mirando el techo y ella permaneció en silencio.

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