Prólogo
La eternidad, algo que muchos anhelan y otros aborrecen con todo su ser. Otros simplemente ven su vida pasar. En las profundidades de lo que conocemos, se esconden los infortunios y lo monstruoso del mundo. Así, cada parte de esa horrenda realidad, sale a la luz mientras permanece en la oscuridad, todo para romper nuestra felicidad en pedazos, y los que alguna vez fueron llamados aliados, se unen a las sombras como escoria con su erróneo concepto de paz.
La Iglesia, también conocida como la Casa de Dios, es una de las encargadas de brindar ayuda a las personas de los pueblos y ciudades. Más allá de las catacumbas, debajo de dicha casa yace una lápida cuya inscripción decía: ''Abraza a la oscuridad como a ti mismo. Deja que te consuma y dale la bienvenida a la muerte. Que con su manto de sombras cubra hasta tus cenizas''
Si sigues caminando, encontrarás una ciudad subterránea, un lugar donde cosas como la luz, la felicidad y el amor no existen. Pero, bueno... ¿Qué se puede esperar de un lugar en el que ni siquiera brilla el Sol? Este mundo de oscuridad oculto bajo la Iglesia, no es otro que el mundo de los vampiros. Con clases sociales y un príncipe heredero, la aristocracia vampírica se alza sobre los suyos de menor status, y en todo esto, algunos demonios que vinieron del infierno, viven su inagotable vida en esta tierra gobernada por vampiros.
Lillianne Soleil, duquesa que vive junto a la sociedad vampirica. Dueña absoluta del ducado Soleil. Como una joven señorita de la aristocracia demoníaca, ha aprendido lo suficiente a desarrollarse en esta sombría realidad. 2500 años han pasado desde su nacimiento, y en ese tiempo ha manchado su cuerpo de pecado. Sangre que no es suya a ensuciado sus manos innumerables veces. ''Por mi, todo este mundo puede pudrirse en el infierno. Si debo matar, mataré. Si debo dejar morir a alguien, lo haré. Mi corazón no vacilará ni un segundo. ''
Lillianne caminaba sin rumbo por las calles desoladas de una parte de la ciudad luego de haber realizado con éxito un negocio. A su lado pasa una carreta con humanos. La voz de un niño llorando provenía de adentro.
«Se supone que la Iglesia no envíe niños menores de 10 años. Bueno, no pasará mucho hasta que muera y su agonía acabe.»
Los vampiros se alimentan de sangre, eso lo saben todos. A cambio de no crear matanzas en el pueblo humano, la Iglesia mandaba personas a este mundo sombrío. Personas que servirían como esclavos y estarían obligados a ofrecer su sangre siempre que la pidieran, incluso si morían por eso. Luego, la nobleza, con la sangre humana obtenida, la venderían a los plebeyos. Aunque estos últimos, también pueden alimentarse de sangre animal.
«Al final, la Iglesia es la más corrupta. En fin, no tiene nada que ver conmigo. Después de todo, soy un demonio. No necesito sangre de repugnantes humanos.»
También están los vampiros que aún conservan sentimientos, aunque son muy pocos. Estos, convierten a los humanos en ''cálices'' y se abstienen de tratarlos como esclavos.
Por cierto, el cáliz de un vampiro es un humano cuya labor es brindarle su sangre a su amo. Sin embargo, a diferencia de un esclavo, el humano y el vampiro están vinculados y dependen uno del otro. Además, el humano obtendrá algunos de los poderes del vampiro.
«Es tarde. Debería regresar al ducado Soleil.»
Lillianne, con pasos serenos, caminaba por las calles vacías en dirección a su casa. Una voz llorando por su madre en la dirección contraria le llamó la atención.
—¡¡Mamá!!
Los llantos y gritos seguían. Otra persona gritaba de forma demandante. Su tono imponía superioridad, y sus palabras eran lo suficientemente crueles como para lastimar el corazón de un niño.
«Hay mucho revuelo en esa dirección. ¿Debería mirar?»
Lillianne se dirigió al lugar del que provenían los gritos. Una vez allí, contempló la escena. Una mujer desangrada en el suelo. Cualquier rastro de vida había escapado de su frágil cuerpo. Ahora sólo quedaba en ella la oscura sombra de la muerte. El niño, que al parecer era su hijo, continuaba gritando arrodillado junto a su madre, mientas sus manos se teñían de un rojo color escarlata. Por otra parte, una figura se alzaba sobre ambos con su boca ensangrentada.
«Ese debe ser el vampiro que mató a la madre. Y ese uniforme... esa persona era la que conducía la carreta con humanos.»
—Tu madre murió por estúpida, y todo por tu culpa.
Expresó el vampiro para luego lamerse los labios.
«Por como se ven las cosas, puedo deducir lo que pasó, ya que no hay ningún noble comprador aquí. Vendieron a los humanos excepto a esa desdichada familia. Al conductor le dio hambre y aprovechó que un niño de esa edad no se permitía, para así beber su sangre y matarlo. La madre protegió a su hijo. El vampiro se enojo y la mató a ella.»
—¡¡Cállate estúpido!!
Gritó el hombre al ver al niño aún llorando por su madre.
«Qué lindo el amor de familia»
Aún no ven a Lillianne. Con pasos pesados, el vampiro se acercó al niño.
«...»
—¡¡Nooo!! ¡¡Déjame!! ¡¡Mamá!!
El niño gritaba desesperadamente. Su momento había llegado.
—Déjalo. Quiero a ese esclavo.
O no. Lillianne había intervenido.
—¿Un demonio? No te metas en esto. Los esclavos son para los vampiros.
—¿Oh? ¿Osas contradecir a la señora del ducado Soleil? Si que tienes agallas.
—¿¿Soleil??
El vampiro estaba claramente sorprendido, y con razón. El ducado Soleil es uno de los más poderosos en la aristocracia, tanto vampirica como demoníaca. Pero el hombre no se daría por vencido.
—¿Intentas salvarlo? Es un acto demasiado humano, pero perdonaré tu arrogancia y te venderé al niño por 200 monedas de plata.
—¿Desde cuando la miserable vida de un humano vale tanto? Lo dejas a 70 monedas o sino... haré que regreses a la nada.
El tono de Lillianne era frío, y no mostraba vacilación alguna. De un bolsillo oculto de su vestido, sacó una estaca de madera y con ella, dio pequeños toques en el pecho de ella y le lanzó una mirada glacial. El mensaje era claro: ''Piensa antes de actuar. No me cuesta nada matarte''
El hombre retrocedió ligeramente y aceptó el trato para luego irse. En el lugar sólo quedaba Lillianne, el niño y un cuerpo sin vida tendido en el suelo.
—Te vienes conmigo. Nos vamos.
Lillianne agarró al niño del brazo, y lo arrastró para que caminara.
—¡¡No, espera!! ¡¡Mamá!! ¡Mi mamá sigue ahí! ¡Hay que ayudarla!
Lillianne se detuvo de golpe y miró al niño.
—Tu madre está muerta. No puede ser salvada.
—¡No! ¡Hay que ayudarla! ¡¡Mamá!! ¡¡Quiero estar con mamá!! ¡¡¡MAMÁ!!!
«Mandaré a un sirviente a recoger el cuerpo. Sin embargo...»
—¿Quieres estar con tu madre? No bromees. Te salvé una vez, pero no lo volveré a hacer. Si lo que quieres es acompañar a tu madre, puedo hacerlo ahora mismo. Si debo matar, mataré. Si debo dejar morir a alguien, lo haré. Mi corazón no vacilará ni un segundo.
FIN DEL PRÓLOGO
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