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El regreso

Capítulo 1; El regreso


Billy Black extendió el brazo derecho por encima de su cabeza cubriéndose con un balde del agua que se colaba por el techo.

Forks era un pueblo bastante húmedo, resultaba normal que las lluvias les sorprendieran en cualquier momento del día, sin embargo, estaba comenzando a tornarse ridículo.

Apenas era el tercer día en la semana y Billy ya había tenido que botar los charcales que le estropeaban la alfombra al menos tres veces seguidas. Era bastante difícil porque la aspiradora se encontraba en el garage de su hijo Jacob y para echarla a andar necesitaba conectar las mangueras que succionarían el agua y la botarían del otro lado. Él no podía hacer mucho al respecto. La lluvia arreciaba a cada momento y la silla de ruedas le impedía moverse por la casa con la rapidez que él hubiera deseado, por lo que no le quedó más que mantenerse en su lugar moviendo el balde de izquierda a derecha atrapando los chorros de agua, bajarlo cuando éste estuviera lleno y dirigirse hacia la puerta dónde la rampa inclinada en el porche conduciría el charquerío hacia el césped enlodado.

Billy suspiró. Ya le pediría a Jacob que arreglara el tejado a su regreso. Si es que regresaba.

Eran dos noches al hilo en que Jacob no paraba en casa ni siquiera para descansar. Billy entendía el porqué, Sam en persona le había explicado lo importante que era para toda la manada el estar alertas entre las penumbras del bosque y así atrapar a la vampira pelirroja que les estaba causando muchos problemas, sin embargo, Billy se encontraba muy solo y necesitaba ayuda para mantener aquella casa a flote.

El tejado era lo de menos. Billy quería tener a Jacob en casa y verlo en una sola pieza. Él mejor que nadie comprendía la fuerza sobrenatural de los espíritus guerreros, la devoción, el respeto y la responsabilidad que tenían para con su pueblo aunque eso ameritase el verles perder una parte importante de su vida humana.

Billy suspiró. Si sus piernas estuvieran buenas y su columna decidiera despertar se haría cargo de las goteras él mismo. Durante años lo hizo e incluso logró ser mejor pescador que Charlie y Harry juntos, pero después del accidente todo cambió para mal. Estaba condenado a pasar los años que le quedaban encerrado en esa silla y convertirse en una carga para el único hijo que todavía le aguantaba.

Tal vez le pediría luego a Charlie pasarse por la casa y ayudarle con el techo. Quizá para cuando el jefe de la policía se desocupara. Era una tontería. Charlie era el hombre al mando del departamento y su trabajo no culminaría hasta encontrar al último chico que había desaparecido los últimos días en la periferia de Seattle. Para ese tiempo, tal vez, Billy debería hacerse con un par de remos y pescar austrolebias en su propia casa.

Su cabello se sintió mojado y decidió que era hora de vaciar la quinta cubeta en lo que iba de la noche. A ese paso recibiría la aurora en la puerta mirando los rayos del sol naciendo desde el oriente avanzando hasta posicionarse en el centro y crear bajo los efectos de la lluvia el arcoiris que anunciaría el término del diluvio. Así pues avanzó hacia la puerta, con la cubeta rebosante en el regazo derramando algunas gotas sobre sus pantalones, abrió la puerta y lanzó el agua fuera empapándose las botas. Luego giró su silla hacia dentro y mientras su cuello seguía la trayectoria de su torso alcanzó a distinguir una figura desdibujandose entre los árboles.

Entornó los ojos queriendo identificar aquella presencia más la lluvia se lo impidió determinantemente. Giró la silla hacia delante volviéndose a la entrada y descendiendo de a poco sobre la rampa. A la mitad del camino bajó el freno y las ruedas se pegaron a la madera como imanes.

Billy Black quedó empapado de los pies a la cabeza. Achicó los ojos, se los frotó, bizqueó y ladeó la cabeza. La figura ya no estaba ahí y Billy creyó haber sido víctima del cansancio. Quitó el freno echando las ruedas hacia atrás con sus brazos logrando alcanzar el umbral dónde se detuvo otra vez.

Sintió una presencia a su espalda poniéndole los vellos en punta. Se quedó quieto. Del bosque emergió un sonido de cacería. Aullidos lupinos rompieron la fuerza de los truenos haciéndole sudar. Quizá los lobos habían atrapado a la mujer fría, quizá llevaban horas persiguiéndola por el bosque y quizá la presencia que Billy sentía en su cuello era ella esperando por la aparición de los lobos en un intento de provocación peligrosa.

Billy Black giró su silla. Si iba a morir lo haría de frente, sin temor ni cobardía como lo habían hecho sus ancestros. Abrió los ojos al tope esperando por la mordida pero esta nunca llegó. A cambio recibió a una mujer en brazos, con las ropas desgarradas y el cabello escurriéndole a chorros. Llevaba el brazo izquierdo enredado malamente en una tela ensangrentada y parecía haber recorrido un largo camino.

—Billy Black—Susurró ella. Billy notó que estaba a punto de desmayarse—Estoy buscando a Billy Black

—¿De dónde has venido?

—Mi padre... mi padre dijo que me ayudaría. Billy Black. Necesito hablar con él

—Soy yo—respondió. Los ojos de la mujer -que a decir verdad parecía más un cachorro asustado- se alzaron mirando con asombro el rostro envejecido del hombre. Billy la aferró con los brazos, la lluvia empapándolos a cada segundo. Luego, la desconocida se abrazó a su torso tomándolo por sorpresa—¿Qué sucede, pequeña?

Ella le miró de nuevo. Sus labios temblaron y del bosque se escuchó el rugido del alfa llamando a sus hermanos. Billy ató los cabos.

—Cuando haya paz...—comenzó. Billy retuvo el aliento—.... será el día en que hayamos pagado a su favor. Mientras tanto estaremos en deuda con ustedes

Billy enmudeció. Apretó los dedos sobre sus brazos y le miró el rostro.

¿Podría ser? ¿Después de tantos años... ?

Recordaba la leyenda, la leyenda de los Siete Hermanos. Aquella que hablaba sobre la deuda que la tribu Quileute tenía con ellos por haber salvado a Taha aki y a su familia de los fríos en los tiempos en que los espíritus guerreros y la magia clásica unieron fuerzas para deshacerse de una plaga que hasta esa data se encontraba casi neutralizada.

La tribu Quileute les debía un favor y Billy Black no dudaba en cumplir con lo que sus ancestros habían dejado inconcluso.

La alzó como pudo dejándola en su regazo, ella apoyó la cabeza contra su pecho y cerró los ojos siendo llevada por el hombre hacia dentro. Tenía dolor y estaba muy débil. La carrera hacia allí le había dejado exhausta y el ataque de los lobos le carcomió el poco valor que le quedaba.

Con cuidado Billy la dejó en el sofá. Le palpó la frente. Estaba ardiendo en temperatura. Decidió quitarle la chaqueta escarlata de encima y vió en su hombro desnudo un tatuaje guardián, el símbolo de los Siete Hermanos. Billy se dio prisa. La desprendió de la chaqueta dejándola en una blusa negra y echó ruedas hacia la habitación de Jacob volviendo con una frazada. La envolvió y le dejó descansar mientras él iba a la cocina, cogía un cuenco con agua fría, una pañoleta y le refrescaba el rostro.

Por la puerta entró una estampida de chicos con el torso desnudo y pantalones recortados. Los cabellos les chorreaban estropeando aún más la alfombra marrón de Billy. Sam olfateó el aire, observó a Billy encorvado hacia el sillón y dió un paso hacia delante. Jacob le siguió junto con el resto.

—Percibimos un olor extraño proveniente del otro lado de nuestro territorio—dijo. Billy asintió—Después olimos el efluvio en estas tierras, cerca de este lugar. El mismo olor que ahora está impregnado en ti

Billy asintió sin decir nada. Los muchachos se acercaron al sofá con las espaldas tensas y los brazos contraídos esperando saltar. Billy los detuvo pidiéndole a Sam que los mantuviera a raya.

—¿Qué pasa, papá?—preguntó Jacob. Billy se alejó permitiéndoles ver a la extraña descansando adoloridamente en el sofá. Se miraron entre ellos. Billy por fin habló

—Está bien, no representa ningún peligro—dijo y los lobos le creyeron—Es una aliada

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