Prólogo.
El eco de los pasos resonaba en el amplio salón, donde la luz de la lámpara de araña apenas alcanzaba a disipar las sombras. Las paredes, decoradas con retratos ancestrales, parecían observar en silencio mientras Taehyung se sentaba en la cabecera de la mesa, su mirada fija en los documentos extendidos frente a él.
Cinco años. Habían pasado cinco largos años desde que el mundo se volvió un terreno hostil bajo sus pies. Desde la última vez que compartió esa misma mesa con alguien que no buscara su lealtad, sino su amor. Viudo a una edad en la que muchos apenas comienzan a vivir, había cargado sobre sus hombros no solo la responsabilidad de su clan, sino también la pesada armadura de quien no puede mostrar debilidad.
Ahora, frente a él, la realidad se imponía con la frialdad de un disparo.
—El acuerdo está hecho, Saejegin.—Anunció Seokjin, su hombre de confianza, al tiempo que deslizaba una pluma dorada hacia su dirección.—La alianza asegurará la estabilidad de ambos clanes... y evitará la guerra.
Taehyung no respondió de inmediato. Su expresión permaneció imperturbable, pero en el fondo, algo ardía lentamente: orgullo herido, desconfianza, quizás resignación. Miró la firma ya estampada al otro lado del documento: Jeon Jungkook, líder del clan Jeon. Un hombre del que poco sabía, más allá de los rumores de su ascenso imparable en los últimos años.
"¿Por qué ahora? ¿Por qué él?"
Las preguntas quedaron sin respuesta. Al final, en el mundo al que pertenecía, el amor y la voluntad eran lujos que no todos podían permitirse. La alianza era un movimiento calculado; un sacrificio menor para evitar una guerra que podría consumirlo todo.
Tomó la pluma con firmeza y, sin titubear, estampó su nombre.
—Que sea una alianza, entonces.—Murmuró en un tono frío, carente de emoción.
Nadie en la habitación notó cómo el doncel apretó los dedos contra la pluma antes de soltarla. Nadie vio cómo su mirada, una vez cálida, se apagaba un poco más.
Al otro lado de la ciudad, Jungkook recibía la noticia con una mezcla de irritación y desdén. En un despacho iluminado apenas por la luz de la luna, él también firmaba su futuro con la misma indiferencia. Dos líderes destinados a unir sus caminos, no por deseo, sino por obligación.
En ese instante, en dos extremos opuestos de un mundo plagado de secretos y armas, sus destinos quedaban sellados.
Lo que ninguno de los dos sabía era que aquella fría alianza sería solo el principio.
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