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xxvii. adiós


El cielo pareció prenderse fuego cuando el recorrido de aquel avión se quedó marcado entre las nubes, pero más en un corazón abandonado. Ya extrañaba la calidez de unas manos amantes y los besos de quien adoraba, causando tanto dolor en la profundida de su pecho que los sollozos no lo habían dejado en ningún momento del día. Vestía su alma desesperanzada como velo de luto y llevaba los trozos de su corazón en la mano, desperdigándolos en su camino a cada paso que daba. En esas alturas, cuando los días en Francia pasaban y el distanciamiento de un intenso amor se extendía, YoonGi creía fielmente que jamás podría enamorarse otra vez.

¿Cuánto dolor podía soportar un ser humano? ¿Cuánto más para perecer en el océano de sus propias lágrimas y detenerse en un último respiro? El recorrido exhaustivo que su mente estaba cruzando iba pudriendo poco a poco toda su motivación y, atrapado en la marea de sus emociones, YoonGi ya no deseaba seguir.

Una semana después de que JiMin regresara a Estados Unidos, YoonGi se mantuvo encerrado en las paredes del hotel comiendo helado y mirando televisión. Estaba pagando la renta de más, pero no era algo que realmente lo preocupara. Algunas veces no podía siquiera moverse de la cama, ahogado en su propio llanto nacido desde su corazón roto y su desilusión aplastada. Aurora iba y venía en su cabeza también, como si a veces quisiera cuidarlo y darle alivio, y en otras ocasiones parecía querer atormentar todo su ser. No había algo concreto que él pudiese hacer. El último mensaje que JiMin le había enviado en su celular era la dirección de la casa de su madre y el número de su padre biológico. YoonGi estaba demasiado asustado como para actuar hacia un lado u otro.

Un huracán parecía estar pasando por su vida, intenso y descontrolado, y no sabía si podía continuar con ello. El descubrimiento de un sótano en su casa con tragedia pintada en sus paredes, la imagen de su padre biológico tocando el arpa en aquel bar, el recuerdo vivo de su hermana y un amorío con JiMin que acabó en desgracia. El pensamiento de que su pasado no era tan real como su mente le había hecho creer lo estaba desesperando al punto de hacerle dudar incluso de la realidad que vivía ahora. ¿Qué más debía esperar de los cielos? Un mar de lágrimas cayéndole encima hasta ahogarlo, quizá.

No duró mucho tiempo más acongojado en las cuatro paredes, pues después de esa misma semana, su celular le avisó sobre la presencia que había estado ignorando desde su reencuentro. No quiso leerlo ni contestar durante un par de horas, pero la existencia de los mensajes con un tono familiarmente amable le estaba doliendo en la profundidad del pecho, y debía sacárselo de encima antes de estallar.

[+33-xxxx-xxxxxx - 30/12/18

15:34 hs. - Hola, este es YoonGi, ¿cierto? Lo siento si te estoy molestando, no es necesario que respondas este mensaje, pero realmente me aliviaría que lo hicieras. Soy EunGi.

15:34 hs. - Uh, lo lamento. No sé si recuerdes mi nombre, dejamos de vernos cuando eras muy pequeño. JiMin, tu amigo, me dio tu número hace un par de días y recién ahora pude atreverme a escribirte.

15:36 hs. - Soy tu padre biológico. Me gustaría que nos pudiéramos ver para así explicar muchas cosas que siento necesarias. Y que tal vez tú quieras saber también.]

YoonGi leyó y releyó el contenido varias veces, con el corazón atrapado en un puño y las lágrimas susurrando un querer en sus ojos. Su cuerpo tardó tanto en reaccionar y a mover los dedos en su teclado que sentía como si el planeta se hubiese detenido y el tiempo fuese abrazado por ciertos copos de nieve. Leer "padre biológico" había sido como un golpe al estómago, a pesar de ser algo que ya sabía. Podía sentir la cabeza latirle y las palmas sudarle, unificándose a la sensación de temor que crecía como la lluvia fuera.

No sabía mucho sobre aquel hombre, apenas recordaba su nombre ahora que se le había sido mencionado y tampoco sentía que guardaba algún tipo de amor haia él. Todo lo que le había contado su madre era frío, seco, como si el hombre sólo existiera por su cariño a la música y nada más. Sin embargo, ahora YoonGi ni siquiera confiaba en los sentimientos que se le habían puesto a la fuerza en su pecho desde pequeño, sabiendo que todos ellos podrían ser una vil mentira.

No podía resguardarse en un "quizá" porque sino viviría estancado toda su vida en aquel agujero donde ni siquiera sabía quién era exactamente. YoonGi necesitaba saber, obtener explicaciones, recaudar información de su propio trayecto. Así que, en el lento suceso de pensamientos e ideas mezcladas, YoonGi se trajo a sí mismo al mundo actual y escribió una respuesta que creyó indicada.

[YoonGi - 30/12/18

20:12 hs. - Hola. Sí, soy YoonGi, siento responder tan tarde. Park JiMin también me entregó su número pero no tuve las agallas aún de escribirle o siquiera agendarlo. No tengo muchas memorias de usted. Bueno, ninguna en realidad. Gracias por decirme su nombre, prometo esta vez recordarlo.]

Él miró la pantalla en un estado de quietud que lo asustaba. Permaneció observando como si estuviese esperando, con los pulgares temblorosos y los ojos más abiertos de lo normal, oyendo el revoltijo de su estómago como si fuese ajeno. Y de repente, su corazón pegó un salto cuando vio un mensaje nuevo sin muchos minutos de espera, casi lanzando el celular al suelo.

[+33-xxxx-xxxxxx - 30/12/18

20:15 hs. - Oh, hola, YoonGi

20:15 hs. - Ah

20:15 hs. - Lo siento

20:16 hs. - Estoy un poco nervioso. Gracias por responderme]

YoonGi se mordió el labio con fuerza, escondiendo el rostro en la almohada hasta lograr calmar la ansiedad y los nervios. Respiró hondo varias veces, tiritando bajo las sábanas ante los escalofríos que recorrían su ser. Estaba hablando con su padre por primera vez en consciencia y eso le causaba una presión intensa en el pecho, como si su alma tuviese que romperse en un llanto para volver a renacer.

[YoonGi - 30/12/18

20:17 hs. - Hola]

El joven se quedó en blanco y comenzó a reír tembloroso ante lo torpe que parecía repitiendo un saludo, como si recién aprendiera a comunicarse. Se llevó las manos al rostro, la yema de sus dedos mojándose con el recorrido de sus ojos y luego volvió a escribir, intentando no lucir tan tonto. Se aseguró de, antes, agendar su nombre como debía.

[YoonGi - 30/12/18

20:17 hs. - Se nota que también estoy nervioso. Uhm, supongo que sí podemos vernos. No hablo mucho.]

[Min EunGi - 30/12/18

20:18 hs. - Que curioso, yo tampoco hablo mucho, YoonGi.]

Y YoonGi juró que podría haber escuchado su risa en una distancia onírica.

|||

No sabía lo mucho que se podía conocer a una persona a través de sus ojos. Sentado bajo una suave luz, mezclado entre las personas y el aroma a comida, YoonGi se atrevió como nunca a vociferar cosas de su pasado delante de aquel hombre con el mismo valor de pestañas. EunGi era ciertamente mucho más risueño de lo que YoonGi era, pero no causaba mala impresión ni se volvía irritable. Al parecer del más joven, la sonrisa de su padre era bastante dulce.

No charlaron con tanto entusiasmo, pero supieron entender los silencios que nacían en el otro, las miradas que hacían ruido y las muecas que expresaban tantas emociones. Se refirieron al pasado que no pudieron compartir, a las cosas que se perdieron de padre a hijo y viceversa, de la cantidad de pasiones que podrían haber expresado si el otro hubiese estado presente y el amor indispensable que siempre dejó un vacío en los corazones de ambos. YoonGi quiso llorar, pero no se atrevió a hacerlo. Se centró en contemplar el blanco en los cabellos del hombre mayor, en cómo vestía esa palidez con cierto orgullo. Ambos, con nieve en sus seres, llamaban la atención del grupo ajeno en el restaurante; sin embargo, fue la primera vez para YoonGi que no se sintió incómodo y feo por su propia apariencia alrededor de una multitud.

YoonGi descubrió que no fue tan abandonado como su madre le había hecho creer. La voz de EunGi quiso llevarlo hacia aquellos días donde sólo reían y compartían la pasión por la música, pero lo único que YoonGi logró atraer a su memoria fue un par de manos guiándolo entre las cuerdas de un arpa, y nada más. Aun así, ciertamente perdido bajo los efectos de un trauma y una tristeza profunda en su corazón, fue capaz de sentir que su padre le hablaba con pura sinceridad. Comprendió que EunGi también estaba roto, que mantenía sobre su pecho arrepentimientos y angustias irresolutas.

Charlaron sobre el dolor de la ausencia; sobre el amor y odio que le tenían a SunHee; se revelaron secretos, memorias, ideas, confusiones; hablaron sobre la laguna mental de YoonGi y la vida después de separarse de EunGi. Decidieron no hablar sobre Belmont.

A decir verdad, la preocupación de EunGi aumentó cuando supo que YoonGi no recordaba siquiera cosas esenciales bajo sus diez años. Y lo que recuerda de su adolescencia, a veces se borronea, a veces está tan claro y en otras ocasiones se contradice con una memoria pasada. EunGi vio a un joven delante de sus ojos, a su propio hijo, y notó que no tenía ni un cuarto de su vida presente.

—Quisiera poder ayudarte, YoonGi.

YoonGi se tocó las manos y luego la barriga que, después de comer, se hallaba un poco hinchada. Logró sonreír en aquel acto, en la voz de su padre que buscaba calma en su hijo. Sin embargo, negó despacio, como si supiera que la suavidad de sus movimientos lograba calmar al hombre mayor.

—Me estás ayudando lo suficiente estando aquí —dijo, suspirando—. Hace un par de meses... ni siquiera hubiese pensado que podría conocerte sin odiarte. Ni hablar de saber sobre la existencia de una hermanastra. Estoy comenzando a enterarme de cosas de mi vida que nunca hubiese creído y el que tú estés aquí frente a mí me está ayudando bastante.

—Si necesitas dinero...

—No es necesario, tampoco. La madre de mi padrastro dejó una herencia cuando falleció y tengo de sobra. Además, me molestaría pedirte algo así.

EunGi resopló, terminando por sonreír mientras observaba a su hijo como si fuese una pieza de oro.

—¿Qué harás mañana?

—¿Mañana? —inquirió YoonGi, frunciendo el ceño.

—Sí, mañana. Año Nuevo, YoonGi. ¿Tienes planes? ¿Te juntarás con amigos?

YoonGi se quedó callado de repente, regresado abruptamente a la realidad. Ni recordaba que ya sería Año Nuevo, ni que tampoco se hallaría más solo que antes. Sus ojos vagaron por el restaurante, en la tranquilidad de una noche anterior a una fiesta, y sonrió derrotado como si ya no pudiese hacer otra cosa que aceptar su destino.

—No realmente. Sólo había pensado viajar de regreso a Estados Unidos. Mudarme. Cambiar un poco mi vida.

—¿Nada de festejos?

El joven de pestañas blancas ladeó la cabeza y llevó su vista hacia la ventana que enseñaba la noche estrellada. Volvió a ocurrir un silencio momentáneo entre dos seres, a pesar del bullicio calmo del lugar.

—No tengo nada que festejar —dijo, encogiéndose de hombros.

El suspiro que soltó su padre lo obligó a volver a verlo, encontrándose con una mueca descontenta y un ceño fruncido.

—¿Qué te parece si vienes a cenar con nosotros? Tú, yo, mi esposa y mi hijo Nathan. Nunca hacemos mucho escándalo, seremos sólo nosotros cuatro y podríamos ver algunas películas, tú podrías conocerte con tu hermanastro y... No lo sé, ¿pasarla bien? ¿Tocar música antes de los fuegos artificiales? ¿Charlar sobre todo o simplemente acompañarnos? Lo que te parezca más cómodo.

YoonGi se quedó viendo al hombre que le había dado la vida, evitando centrarse en su corazón acelerado y sus palmas sudando. Aquella propuesta no pasó por encima de él sin causar una leve presión en su pecho, atrayendo un sentimiento de afecto que no había sentido en años de su vida. La naturalidad con la que lo había invitado, destellando desde sus pupilas un color de amor, hizo que YoonGi se sintiera como en casa otra vez. Los nervios comenzaron a florecer en su estómago, acompañados de la ansiedad burbujeando en su pecho. Aún así, YoonGi no pudo sentirse más agradecido por el gesto dulce de EunGi.

Sin embargo, algo en él le dijo que no era el momento, no para conocer a personas importantes y terminar olvidándolas tras el manto de oscuridad por el que estaba pasando su vida. Quería disfrutar realmente de la compañía de su padre y de su familia, de poder encontrar comodidad en los brazos de alguien más y las risas de alguien nuevo. YoonGi, ahora, no podía hacer eso.

—Me hace muy feliz que quieras pasar Año Nuevo conmigo —musitó, delineando una suave sonrisa en sus labios—. Pero creo que esta vez pasaré. Yo... debo volver a Estados Unidos. Acomodar mi vida para poder disfrutar de las cosas buenas. Creo que si voy ahora... no me sentiré del todo bien. Lo siento.

Pudo notar la pena y la desilusión en los ojos de su padre, pero YoonGi intentó ser fuerte y mantener su postura en la discusión. Unas manos arrugadas y resecas de tanto trabajo se acercaron a él y, con delicadeza, tomaron sus dedos pálidos para unificar sus pieles en un acto gentil.

—Puedes volver cuando lo desees, YoonGi. Tienes una casa aquí en Francia, una familia que puede cuidarte y darte todo lo que necesites —aseguró EunGi, apretando el agarre de sus manos—. Quizá no tengamos muchos lujos, pero esperamos que te puedas sentir cómodo con mucho amor. De seguro Nathan querrá compartir todos sus videojuegos contigo y Lorraine querrá hacer los mejores pasteles de Orleans, sólo para ti. —EunGi largó una risilla contagiosa y miró a YoonGi con ojos de cariño—. Eres y serás siempre bienvenido a mi hogar, hijo. Nunca dudes de eso.

Hubo una tormenta de lágrimas que quiso aparecer en la mirada del más joven. Sintió en sus manos un cosquilleo que llegó hasta la raíz de su alma y allí se desprendió en luz sobre sus pupilas. El sentimiento de un lazo presente se volvió tan potente que sus mejillas se pintaron de rosado y sus pestañas blancas y negras se humedecieron ante la caricia de un par de lágrimas cercanas. YoonGi no apartó las manos de EunGi, no se incomodó ante el tacto ni se avergonzó por el temblor de las propias. Se aferró a ellas como si de ello dependiera su vida y evocó de sus labios un suspiro risueño, queriendo creer que allí mismo estaba la respuesta a su felicidad y a la libertad de su corazón. YoonGi acarició las mismas manos que le enseñaron a tocar música y a dibujar, y asintió, seguro de que el hogar que le resguardaba en Orleans sería visitado tanto como pudiese.

Después de que ambos pagasen la cuenta del restaurante, caminaron hacia la noche y se detuvieron cercanos a la calle, entregándose calor en un abrazo de despedida. EunGi palmeó casi brusco la espalda de su hijo, arrancándole una risa a YoonGi que se volvió en su padre.

—Cuídate mucho, mucho, querido. Escríbeme cuando aterrices, por favor.

—Lo haré, no te preocupes —asintió YoonGi, aún sonriendo.

—Oh, y... —EunGi rebuscó en su bolso algo y luego sacó de allí un sobre de color madera, entregándoselo a YoonGi con cierto titubeo—. Yo... no te lo quise dar durante nuestro encuentro porque no me parecía conveniente.

YoonGi frunció el ceño, mirando el sobre sellado entre sus manos.

—¿Qué es? —inquirió en confusión.

—Hablé con tu madre antes de venir aquí —respondió el hombre, suspirando pesado—. Le dije que te vería y quiso aprovechar la situación. Ella me dijo que te entregara esta carta y que la leyeras una vez estuvieses de vuelta en Estados Unidos. No sé qué hay escrito, no la he abierto y ella no me ha querido explicar. Se veía... preocupada.

YoonGi arrugó aun más su entrecejo, sintiendo una especie de desazón ahondar su pecho. Formó una mueca con sus labios, dejando vagar sus ojos sobre el papel y luego regresando la vista a su padre, suspirando.

—Vine a Francia para verla, pero después de todo lo que ha pasado, perdí de vista mi objetivo. JiMin ha hablado con ella, supongo que de Aurora, y 'supongo' que ahora quiere arreglar las mentiras que me ha estado diciendo, pero no tiene el maldito valor de mirarme a la cara y decirme que me cagó la vida.

EunGi se quedó callado un momento, apretando los labios y permitiendo que su mirada se fuera hacia la infinidad del cielo.

—No lo sé, YoonGi, sólo puedo decirte que ahora se nota realmente arrepentida y no creo que sea una mala mujer, después de todo.

El menor se encogió de hombros, agachando la cabeza con un dolor creciendo en su pecho, pero deseando ignorarlo. Asintió a las palabras de su padre y guardó la carta en su mochila, compartiendo una última vez el viento de Francia y las estrellas cantarinas del cielo. Se obligó a volver a sonreír delante de aquel hombre y regresó a sus brazos para acabar con la despedida, susurrándose cuán agradecidos estaban de haberse reencontrado y cuánto se querían ya por conocerse una vez más. Con un suave beso en la mejilla, YoonGi soltó una risita aguda y comenzó a alejarse moviendo la mano en el aire, ya extrañando el calor único que un padre podría entregar.

—¡Adiós, EunGi, tú también cuídate!

|||

La noche de Año Nuevo había caído con gracia sobre el hogar de los Park donde la música jazz y las charlas amenas pintaban el ambiente. Existían las risas, la calidez, el champagne y la vida en cada presente, atrayendo la felicidad que siempre solía estar entre las familias unidas en ocasiones como aquellas. Sin embargo, había ojos que evitaban contacto visual, caían sobre sus propios pies o yacían perdidos en la eternidad del cielo oscuro. No había sonrisas en su ser, no estaba en su alma la esencia de la fiesta; sólo acompañado por la mano de la angustia. JiMin deseaba terminar todo allí mismo y recostarse bajo sus mantas sin decir palabra.

Odiaba el sonido de las voces altas, de los cubiertos sobre los platos y las carcajadas que a veces huían de los labios de sus familiares. Se le fue preguntado una decena de veces durante la noche por su estado de ánimo, pero él sólo podía decir que nada ocurría. Nada ocurría, porque ya nada vivía en su interior, no existía la paz, no existían los sentimientos a los que se había aferrado durante tanto tiempo. Lo único que permanecía era un eterno vacío después de amar, abandonar y ser abandonado. Oh, de las cosas que se arrepentía.

No pudo explicarse delante de su esposa cuando ésta notó sus lágrimas querer volcarse por sus mejillas, ni tampoco por qué parecía haberse vestido de tristeza en una noche donde debía ser feliz.

—No me preguntes, Ana —dijo, atragantado en su propia desazón.

—¿Cómo no quieres que te pregunte? —susurró Ana, cerca de su marido para así evitar que el resto de las personas notara su incomodidad—. Hace días estás así. Desde que llegaste de viaje no haces nada, JiMin.

Ana lo tomó de la manga de su camisa y luego sus ojos se desviaron hacia su madre, fingiendo rápidamente una sonrisa mientras abrazaba a su esposo.

—¿Pasó algo? —inquirió la mujer, moviendo con delicadeza la copa de vino en su mano.

JiMin observó a las dos mujeres en silencio; sus cabellos dorados, sus ojos de mar y esas prendas elegantes que se apegaban a sus cuerpos, llenos de alajas y brillos. Tantos anillos, tantas perlas, tan vacío el color rojo de sus labios y el rubor de sus mejillas. JiMin las miró como si fuesen dos estatuillas sin vida, monocromáticas, frías como el invierno que aplastaba la ciudad. Su cerebro ignoró la conversación que madre e hija tuvieron, ignoró las miradas que le entregaron cuando se dio media vuelta y comenzó a alejarse de la sala, agobiado por la multitud de gente en su casa.

—¿Qué le pasa a JiMin?

Caminó en silencio, sosteniendo una copa vacía de cristal en la mano y la otra resguardada en el bolsillo de su pantalón, cruzando el tumulto de personas irrumpiendo la calma de su hogar.

—¿Acaso está llorando?

Salió afuera, donde la nieve caía sobre el vecindario y la paz antes de los fuegos artificiales se sentía profunda, como un grito callado de Dios creando los cielos.

—¡JiMin! —se oyó a Ana llamar, apresurándose a seguir el paso de su marido.

Él alzó la vista a la Luna, sintiendo la nieve acariciarle el rostro y congelarle la nariz. Sus lágrimas se desprendieron como las hojas en época de otoño, derramándose en la acera y los infinitos copos de nieve cubriendo todo a su alrededor. La única mirada que venía a su cabeza era la de ese muchacho de pestañas blancas y pupilas de ángel, quebrándose bajo el manto de la desilusión y el desamor. Su pecho dolía como si un universo hubiese muerto allí, congelado en la nada misma, ahogándose en el silencio eterno y abrumador de su alma compañera.

No podría perdonarse jamás cómo había perdido a YoonGi a manos de su obsesión y autodestrucción. Ahora pagaba, pagaba con cada segundo en el que sabía que su amor perecería con el tiempo, desperdiciado a cada instante. JiMin no podía coexistir consigo mismo y la congoja de su amante perdido. Y cuando los fuegos artificiales estallaron sobre el mundo, acompañados de un grito de festejo, risas y abrazos ante el anuncio de un nuevo año, JiMin miró a Ana a su lado y negó tan lento como pudo, con el corazón aplastado de saber que ahora compartiría otro sentimiento destrozado con alguien más

—Quiero que nos divorciemos, Ana.

|||

Tras la pequeña ventana del avión, el arrebol comenzaba a pintarse sobre las nubes y el silencioso trayecto hacia Estados Unidos suspiraba un año nuevo para aquellos que dormían. YoonGi, en cambio, oía melodías clásicas en sus auriculares y se dejaba llevar por la tranquilidad hallada en su espacio, agradecido de no compartir con nadie el asiento durante todo el viaje. Sabía que volvía a lugares oscuros, que pisaría suelo entristecido y ciellos llorosos. Sin embargo, intentó mantenerse sin quebrarse una vez más, en continuar a pesar de toda la montaña que lo había aplastado durante aquellos días y alzar la cabeza para poder sobrevivir en su propio mundo.

En la quietud de las horas, YoonGi se vio a sí mismo ansioso por hallar entre sus dedos las palabras que su madre había escrito. Titubeó un tanto, desconociendo la información que se encontraría bajo la pluma de esa mujer. Incluso con sus manos temblorosas y las ideas revoloteando en su cabeza, YoonGi se obligó a tomar la carta y romper el sobre que la resguardaba.

Hubiese esperado un típico saludo al inicio de la carta, pero nada lo desconcertó más que el sentimiento directo con el que se expresó su madre en papel.

"Sé que te acordaste de tu hermanastra. Nunca quise contarte sobre ella porque creí que tu olvido te haría mejor, que olvidarla, olvidar su muerte, sería lo mejor. No quise hacerte daño, no quise que mi hija muriera, debes saber eso. Cargo y cargaré con la culpa hasta mi último día. No puedo hacer mucho por ti, ya no. No me llames, no me envíes mensajes, no busques contacto; yo ya no estaré aquí para responderte.

Lo lamento tanto, en verdad, lamento haberte ocultado tantas cosas. Hice lo mejor que pude para mantenerte vivo, para mantenerte como mi YoonGi y no como un niño que ya no sabía hablar ni comer por su cuenta. No me arrepiento de haberte mentido para que pudieras sobrevivir y crecer como un muchacho saludable. Tu olvido te ayudó a respirar y mis mentiras te sostuvieron hasta el día de hoy. Aún así, sé que me odias por eso y no te culpo. No debes comprender nada, tu mente debe ser un embrollo y lo lamento tanto. Jamás quise que las cosas pasaran de este modo cuando decidí separarme de tu padre y juntarme con otro hombre.

Ve a nuestra antigua casa y quema todo. También la casa de la madre de Belmont. Incendia los restos que han quedado allí y no busques más respuestas. Sé que necesitas saber todo, que quieres entender tu pasado, pero quédate con lo que te diré porque la policía jamás podrá ayudarte; acabarás muerto si dices una maldita palabra. Escúchame, hazme caso, ignora el sentimiento que crezca en ti y olvida otra vez para poder vivir.

Belmont mató a Aurora. Tú lo viste en el momento en que lo hizo.

No pude separarme de él porque sabía lo que haría, debía protegerte de cualquier manera y esta fue el único modo que hallé. Ahora lo sabes, pero trágate las ganas de volver a él y enfrentarlo. No podrás, te lo estoy diciendo. No vengas nunca más a Francia, YoonGi. No hay nada aquí para ti, no hay un hogar, no hay salvación, no hay una familia. Por favor, quédate en un lugar seguro, en un sitio donde puedas estar lejos de la pesadilla. Belmont podrá encontrarte si regresas y todo se acabará si lo hace. Huye para siempre.

Lo siento, hijo mío. Adiós. Te amo y te amaré por toda la eternidad."

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