xxiv. niebla en su corazón
La música del arpa danzó con tanta naturalidad entre sus almas que arrebató varios suspiros y lágrimas conmocionadas. JiMin se vio incapaz de apartar los ojos de aquel hombre que tocaba el instrumento con tanta pasión, como si los años dispuestos en aquel arte fuesen más de los que él había estado en la Tierra. No fue sólo la danza de sus dedos sobre las cuerdas o el movimiento gentil de su cuerpo meciéndose al ritmo de la melodía lo que atrapó a JiMin. Fue, más bien, la extraña coincidencia de hallar a un hombre mayor con todas sus pestañas blancas y la piel manchada de vitíligo, como si él le hubiese compartido un poco de su palidez a YoonGi a través de las estrellas.
En cuanto la presentación terminó, JiMin volteó su rostro a YoonGi con los ojos abiertos de par en par, pero no halló ni una sola expresión en el menor. JiMin volvió a mirar hacia el escenario y sus latidos se apresuraron cuando observó al hombre empezar a marcharse de allí.
—YoonGi, tú... No... —El rubio se aclaró la garganta y se secó el sudor de las palmas en su pantalón—. Él me recuerda a ti, ha tocado increíble —dijo, asintiendo varias veces—. ¿Quieres que vayamos a hablar con él? Quisiera felicitarlo por su actuación.
—No.
JiMin parpadeó varias veces y tragó saliva. Un nudo se formó en la boca de su estómago y regresó la mirada, ansioso, hacia el escenario. Ya no podía encontrar al hombre en su campo de visión.
—¿Te molesta... —JiMin se puso de pie— si voy yo solo?
Él apenas recibió una respuesta clara. No sabía qué ocurría con YoonGi, pues su rostro se encontraba pálido y frío, como si un copo de nieve le hubiese acariciado las mejillas para fusionarse a él. Las piernas de JiMin se tensaron, el corazón se le aceleró y el estómago se le revolvió por una extraña desesperación empezando a carcomer su interior. ¿Qué debía hacer? YoonGi ni siquiera hablaba, ni siquiera lo miraba y parecía que de un momento a otro se desmayaría. Pero el hombre tan parecido a él se estaba yendo y JiMin tenía la sensación de que él sabía algo. Lo sentía en el fondo de su pecho con tanta intensidad que quemaba.
Así, suplicándole un perdón a los cielos por dejar a YoonGi solo un momento, salió caminando entre las mesas con rapidez, mirando por todos lados en busca del músico. Se chocó con una mujer en el camino y se disculpó sin darle importancia, recibiendo un par de insultos por parte de su acompañante que también ignoró. Llegó hasta la parte trasera del escenario y frunció el ceño cuando notó la ausencia del hombre y de su instrumento. Apretó los dientes en frustración y se metió entre los trabajadores y el resto de músicos a la espera de presentarse, con las pupilas temblorosas, hasta lograr ver entreabierta una vieja puerta que daba a un callejón. Sin pensarlo dos veces, a pesar de los llamados que recibía de un guardia que le decía que allí no podía estar, JiMin trotó hasta salir del edificio, encontrándose con una llovizna cruda en la noche de Orleans.
Sus ojos se encontraron con una furgoneta, cargando cuidadosamente un arpa, al final del callejón. JiMin respiró profundo y se apuró en llegar hasta allí, hallándose de frente con el hombre que vestía pestañas incluso más blancas que las de YoonGi. Luchó consigo mismo por no perderse en la impresión de notar ciertas marcas tan parecidas a las de su amante, ahogando tras su garganta cualquier comentario que le robase su oportunidad.
—Hola —saludó en inglés.
El hombre lo miró y una pequeña sonrisa de confusión se posó en su rostro.
—Hola, muchacho. ¿Necesitas algo?
—Uhm, lo vi en el escenario —dijo JiMin y se aclaró la garganta por su buen acento—. Quería decirle que estuvo increíble su presentación, realmente me llegó.
—¡Oh! —La sonrisa se ensanchó y sus encías rosadas se manifestaron en una expresión dulce—. Eso me alegra mucho. Muchas gracias por venir a decírmelo, a veces uno no sabe si los aplausos son porque ha gustado la actuación o porque nos apuran a retirarnos.
JiMin sonrió un tanto tenso junto a él y asintió varias veces, tocándose las mangas de su abrigo.
—Sí, eso es cierto... —concordó con una pequeña risa, acabando en un suspiro casi ahogado—. También, uh... ¿Usted ha venido durante mucho tiempo aquí?
—Ah, bastante, la verdad —afirmó—. Años, tantos que no recuerdo. Solía tocar con compañeros de banda, pero al final terminé solo. ¿Y tú, muchacho? No eres de por aquí.
—¿El que le hable en inglés me delató? —rió rascándose la mejilla—. Soy de Estados Unidos, aunque al parecer compartimos procedencia. Digo, por sus rasgos coreanos.
El hombre volvió a sonreír y asintió varias veces, mirando más profundamente las facciones de JiMin.
—El mundo es diminuto, ¿eh? ¿De tan lejos has venido? ¿Por vacaciones?
JiMin negó despacio, tragando saliva.
—Vine aquí... buscando a alguien. Una mujer. Me han dicho que ella solía venir seguido a este bar —comentó, nunca desviando la mirada de sus ojos—. SunHee Feraud.
En el instante en que ese nombre susurró en un eco entre la llovizna nocturna, la sonrisa que antes había vestido el hombre desapareció y se convirtió en una tensa mirada llena de incógnitas. El hombre frunció el ceño, torciendo la boca en algo que JiMin no pudo descifrar; quizá disgusto, quizá desconcierto.
—Y como acabo de decir, el mundo es diminuto —declaró él, esta vez, con la voz grave y seria—. ¿Por qué la buscas? ¿Quién eres, chico?
JiMin sintió que había llegado donde debía. El rostro cambiante del hombre sólo le indicó lo que había estado imaginando; él conocía a SunHee y, por lo tanto, probablemente sabía dónde encontrarla. Entonces, manteniendo el semblante calmado y la voz clara, JiMin alzó la barbilla con pura decisión marcada en sus pupilas.
—Conocí a sus hijos —habló—. Soy Park JiMin. Fui amigo de Aurora y... YoonGi.
Con un suave respingo, el hombre dio un paso hacia atrás de manera casi imperceptible. Sin embargo, JiMin pudo notar cómo su rostro empalidecía y su pecho empezaba a retumbar con los latidos descontrolados de su corazón. Aquella reacción heló el cuerpo del rubio, como si un triste presagio estuviese cayendo entre su piel y su alma. JiMin se obligó a contener la respiración, pues la manera en que las pupilas del hombre tiritaron no causaron más que incertidumbre y angustia.
—Creí... que mi cabeza me estaba engañando —bisbiseó él, pasándose la mano por la cara y clavando con pesar la mirada en el suelo—. Él estaba contigo, ¿no es así? Él... YoonGi. Mi YoonGi.
El pecho de JiMin se hundió y sólo pudo asentir.
—Lo vi en el público durante un segundo, pero pensé que podría ser otra persona, o que incluso estaba alucinando —continuó el hombre, ahora con su tono de voz tan frágil que JiMin sólo pudo mantener el silencio—. Pero, un padre nunca olvida y al parecer yo no lo he hecho, a pesar de todos estos años.
En el instante en que JiMin lo había visto, supo de quién se trataba. Incluso si no entendía la mirada perdida de YoonGi en el interior del bar o su rechazo a comprender, JiMin no pudo dejar escapar la oportunidad que se le había colocado en el camino y decidió perseguir al dueño de las pestañas blancas. Quizá YoonGi le había mentido sobre su padre para escapar del destino que le había tocado. Quizá tantas mentiras se ocultaban tras sus bonitos ojos que terminarían pudriéndose en su propia burbuja de ilusiones. ¿De quién se había enamorado, de todos modos?
JiMin estaba tan confundido con sus sentimientos, con toda la existencia de YoonGi, con su amor infinito y los secretos tan oscuros atados entre ambos que no sabía exactamente cómo actuar. Le causaba miedo el saber que YoonGi era el hermanastro de Aurora pero él negaba por completo toda su vida junto a ella, como si quisiera, con todas sus fuerzas, erradicarla de lo más profundo de su memoria. Y JiMin no soportaba tantos secretos con alguien que amaba con toda su alma. Ni siquiera sabía si YoonGi era consciente o no de lo que le estaba haciendo; mintiéndole en la cara, evitando conversaciones de Aurora e inventando historias de su pasado que no tenían ni la más mínima relación con la realidad.
Y ahora yacía frente a él el hombre que le había dado la vida a YoonGi, aquel que supuestamente los había abandonado a una temprana edad pero que en este momento lucía abatido por todo lo que había tenido que perder en los primeros años de su hijo.
Como si tuviese que entender toda la vida de los Feraud y los Min, JiMin apretó los labios y dijo:
—¿Por qué abandonaste a YoonGi?
—¿De qué estás hablando? —espetó el mayor en un tono casi hostil—. Yo no lo abandoné. Jamás quise irme de su lado, él era lo que más amaba en mi vida.
JiMin tomó aire para contener sus emociones, aunque su estómago se sentía tan ligero ante la situación que le provocaba ganas de vomitar.
—¿Estás diciendo que su madre le mintió? YoonGi me dijo que tú los abandonaste —señaló JiMin. Oyó una risa seca e irónica huir de los labios ajenos y su corazón volvió a apretarse.
—Nos separamos y ella me quitó a mi hijo. Intenté recuperarlo en juicio, pero su culo se había forrado de dinero cuando se puso de novia con aquel tipo y compró toda esa mierda. Perdí la custodia y además de eso me colocaron una orden de restricción porque supuestamente "la acosaba". Perdió la cabeza cuando conoció a ese hombre, jamás volví a reconocerla.
La angustia comenzó a formar parte en el rostro de JiMin. Intentó mantenerse compuesto ante ello, pero poco a poco iba armando las piezas que le faltaban al misterio de su vida y eso hacía que el alma se le retorciera dentro de su pecho. Sin embargo, aún faltaba demasiada información para los agujeros que yacían en la historia, unos huecos tan grandes que le tomaban años de toda la vida de Aurora como una hija de Feraud.
—¿Por qué hizo eso SunHee? ¿Por qué separaría a su hijo de su padre de tal manera?
—Porque su nuevo esposo se lo dijo —respondió el hombre con cierto dolor torciéndose en una mueca de su boca—. Te lo acabo de decir: SunHee perdió la cabeza cuando conoció a Belmont. Hizo todo lo que él le dijo, aceptó todo lo que él hacía. No llegué a conocerlo mucho, únicamente a través de pocas discusiones antes del juicio, pero con sólo eso me di cuenta de lo que ocurría ahí. SunHee se enamoró de un hombre que la manipuló hasta las entrañas y yo no fui capaz de evitar aquello.
JiMin comenzó a comerse las uñas y la ligera lluvia lo hizo tiritar en el sitio, teniendo un repentino sacudón de su cuerpo. La imagen de SunHee se transformaba en su cabeza de forma tan cruel y fría que hasta sentía que se congelaban sus propias venas. No recordaba demasiado de ella, vagas memorias entre Aurora y la casa, el campo de margaritas y el lago tras la arboleda. La madre de YoonGi no solía salir mucho afuera, pero cuando lo hacía, lo único en lo que se enfocaba era en cortar el césped y gritarle a Aurora que "dejara de ensuciarse la ropa".
—¿Y... —se aclaró la garganta— y Aurora? ¿Sabes... algo de ella?
La mirada que el otro le tendió le causó más desolación que antes.
—No sé nada sobre la niña, nunca llegué a conocerla realmente. Sólo la conocía de nombre porque SunHee me habló de ella antes de que nos divorciáramos —explicó él, suspirando—. Sólo supe... que falleció de una enfermedad hace muchos años, o algo así. No estoy seguro, muchacho, no la conocí personalmente.
JiMin agachó la cabeza. Las gotas del cielo cayeron sobre su nuca y se obligó a cerrar los ojos un instante para aferrarse a la poca calma que tenía en su pecho.
—SunHee jamás me explicó la muerte de Aurora. Ella estaba bien, nunca entendí por qué demonios desapareció del mundo —musitó JiMin, pasándose una mano por el rostro, tan tembloroso que apenas fue capaz de articular palabra—. Quiero hablar con ella... para que me explique el vacío que se ha instalado en mi vida por su culpa.
Ocurrió un silencio que traspasó emociones entre el manto de neblina y el llanto de las nubes sobre sus cabezas. El sólo pronunciar la inexistencia de Aurora hacía que el corazón de JiMin se arrugara como un triste pedazo de papel. Un suspiro se logró oír, saliendo desde los labios resecos del hombre; un suspiro que, para JiMin, significó lo más cerca a un alivio.
—Sé dónde vive —indicó él, rascándose la nuca—. Puedo darte la dirección, pero no menciones que yo te lo he dicho. Prefiero mantenerme alejado de los problemas y de ellos.
JiMin volvió a levantar la mirada con los ojos más brillantes y abiertos, pudiendo notar cómo su propio corazón empezaba a saltar por la oportunidad enorme que se le estaba dando. En cuanto el padre de YoonGi le dio la dirección y le señaló cómo llegar hasta allí, JiMin no pudo contener esa sonrisa con triste esperanza. La esperanza por saber qué había sido de su pequeña amiga; la esperanza de entender qué ocurría con YoonGi y también de enterrar, por fin, el fantasma que lo había estado persiguiendo desde la ausencia de Aurora. Poco a poco iba conectando los sucesos que habían estado ocurriendo en la vida de los Feraud. Ahora, SunHee era quien más culpa tenía en su cabeza y estaba seguro de que le haría pagar por cada uno de los dolores que causó a sus hijos, como a él de forma indirecta.
Él agradeció, se disculpó por la manera en que lo había interrumpido incluso bajo la llovizna, y casi sale corriendo de allí con la adrenalina recorriéndole todo el cuerpo. No obstante, antes de alejarse lo suficiente JiMin se detuvo de golpe y volvió a mirar al hombre de pestañas blancas, similares a las de su amor. Sus ojos se posaron sobre el arpa dentro de la furgoneta, pudiendo contemplarse tras la puerta abierta, y luego apretó los labios con un sentimiento raro molestándole en la garganta.
—¿No quieres hablar con YoonGi...? —inquirió, observándolo con incertidumbre.
Una sonrisa quebrada cruzó el rostro del hombre, acompañada de uno de esos suspiros que simbolizaban la rendición misma del ser humano.
—Por lo que me has dicho, mi hijo cree que lo he abandonado. Probablemente me odia —murmuró distante—. Por mucho que haya amado su existencia, yo no sé nada de él, ni él de mí. Y puedes llamarme cobarde, pero a decir verdad... no creo estar listo para enfrentarme a toda la persona en la que se ha transformado YoonGi después de tantos años —finalizó, cabizbajo, aferrado a su angustia.
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Cuando JiMin regresó al interior del bar, se halló con la huida de YoonGi. Por supuesto.
Lo llamó tan pronto como pudo, tomando la chaqueta que aún yacía en la sillas que habían pedido y salió hacia la calle principal, esperando bajo el pequeño techo que cubría la entrada del sitio. Su celular sonó varias veces con aquel pitido de ausencia, causando una agitación en su respiración, llenándose un poco más de nervios y ansias.
—Contesta el celular, YoonGi... —murmuró mirando el alrededor de la noche, los transeúntes que regresaban a su casa por el mal clima y los coches que pasaban de tanto en tanto con una tristeza impropia del lugar.
JiMin se mordió el pulgar en la espera y largó una maldición en cuanto oyó el buzón de mensajes. Su corazón latía con una desesperación dolorosa y sus pupilas tiritaban en plena noche otoñal, descubriéndose un lado tan nervioso que jamás había presenciado. JiMin estaba perdiendo la cabeza en aquel sitio y golpearía a alguien si continuaba allí. Y entonces «a la mierda», pensó. «A la mierda todos, a la mierda YoonGi, a la mierda quien sea. Haré mi propia maldita búsqueda.»
Guardó su celular en el bolsillo de su abrigo y se acercó a la parada de taxis para pedir uno, maldiciendo entre dientes mientras se abultaba en el asiento trasero de un coche y se dejaba llevar hacia la dirección que le había sido dada. Miró un pequeño reloj adherido en una esquina del parabrisas. 11:12 pm. Si SunHee y su esposo no dormían temprano, lo más probable es que estuviesen cómodos en su casa. "Cómodos". La palabra le sonó desagradable a JiMin, proviniendo de personas que habían escondido y huido de la muerte de su propia hija. Con la información que había obtenido del padre biológico de YoonGi y las decenas de notas que consiguió yendo hacia la antigua casa de Aurora, JiMin estaba seguro de que aquellos dos no habían sido, de lejos, los mejores padres. Y nadie le sacaría de la cabeza que su mudanza después del fallecimiento de Aurora no había sido un escape a las culpas que los perseguían; JiMin había estado armando un rompecabezas en el fondo de su mente con cada fracción clave de todos los sucesos y cada vez estaba más convencido de que SunHee escondía tantos secretos como el número de estrellas en el cielo.
Cuando el coche se detuvo frente a una vivienda enorme y deslumbrante, JiMin tuvo que contener su aire para no perder los estribos allí mismo. Las piernas le temblaban y sentía un frío recorrerle todo el cuerpo, incluso más helado que la brisa nocturna sobre la ciudad. Una lluvia más fuerte lo recibió en cuanto pagó por el viaje y se bajó hacia la acera pulida, clavando sus ojos en el jardín y las rejas que lo separaban de la puerta de entrada. En cuanto presionó el timbre y los segundos de espera comenzaron a sentirse en su piel, un pitido agudo molestó sobre sus oídos como si estuviese perdiendo la cordura.
Y, entonces, la puerta se entreabrió a unos dos metros de distancia y JiMin logró ver el rostro acariciado por los años y el cabello largo de la mujer al recibirlo.
—¿Hola? —dijo SunHee.
Las palabras se habían ahogado tras su lengua. Un tumulto de emociones que querían desbordarse sacudieron el pecho de JiMin, pero éste intentó con todas sus fuerzas mantenerse quieto, sereno, a pesar de desear gritarle de todas las maneras posibles.
—Hola —alcanzó a saludar, tragando saliva—. Uh, ¿SunHee Feraud?
Ella achicó sus ojos y se quedó en un silencio que pareció demasiado largo, como si estuviese a punto de mentir.
—Sí, soy yo —afirmó un tanto desconfiada—. ¿Quién eres? ¿Qué quieres a estas horas?
—Park JiMin, fui amigo de Aurora, me conoces —vociferó con los puños apretados y el tono molesto, habiendo alzado su voz para ser oído con claridad.
En el instante en que dijo su nombre, la mujer abrió aun más sus ojos y se sobresaltó en el lugar, como si hubiese visto al fantasma que la había perseguido toda su vida.
—No voy a hablar contigo, lárgate —espetó, cerrando de un portazo la puerta y apagando la luz del jardín frontal.
—¡Cobarde! —bramó JiMin agarrando los barrotes de la reja, sacudiéndolos con rabia. Con el corazón en la garganta y los nervios a flor de piel, pateó la reja y maldijo en voz alta, mirando el alrededor—. ¡Voy a empezar a gritar todo lo que no quieres que grite y todo tu privilegiado vecindario va a oír las verdades detrás de SunHee Feraud! ¡Ábreme y habla conmigo, maldita sea!
Entre un silencio de dos segundos y un estruendo en el interior de la casa, la puerta volvió a abrirse de golpe. SunHee salió bajo la lluvia y sacó un manojo de llaves para abrir la reja de entrada, clavando sus ojos en JiMin y tirando de su brazo con brusquedad por el jardín principal hasta meterlo a la sala de la casa. Lo empujó sin medir su fuerza y cerró la puerta con un golpe, cruzándose de brazos.
—¿Quién demonios te has creído, maldito niñato? ¡No puedes venir a mi casa a gritarme de esa manera!
JiMin chasqueó con la lengua y se echó los cabellos empapados hacia atrás, apretando sus dientes ante la molestia que crecía en su estómago al verse, finalmente, cara a cara con la persona que le había escondido todo.
—Me importa una mierda si esta es tu casa o la casa del jodido presidente. Sabes a qué he venido aquí así que habla de una vez, SunHee —demandó rabioso, con la respiración agitada y los ojos colorados.
—No sé de qué rayos me estás hablando —dijo SunHee. Sin embargo, en su voz se divisó un temor que la hizo tiritar en el lugar, dando un paso hacia atrás—. Debes irte ahora mismo. Mi esposo llegará en cualquier momento y si te ve aquí...
—¿Es eso una amenaza?
—No, una advertencia.
JiMin entrecerró los ojos, buscando palabras en el rostro de SunHee que se deformaba con algo más que secretos y molestia. Ella sintió un claro miedo en cuanto mencionó al hombre de la casa.
—Dime qué le ha pasado a Aurora.
—Creí habértelo dicho en cuanto ocurrió.
—Me dijiste que murió de una enfermedad —indicó JiMin con el ceño fruncido— y ella estaba perfectamente bien.
—A veces las enfermedades no son notables hasta el peor punto.
—Eso es mierda —espetó—. El día anterior la había visto. El maldito día anterior. Nadie muere de un día para el otro así nomás. ¿Sabes lo último que escuché salir de la boca de Aurora antes de despedirme para no verla nunca más? —JiMin apretó los puños y los ojos se le aguaron, no habiendo querido recordar nunca aquellas palabras, pero la situación clamaba por ello—. "Algo raro pasa en mi casa. La próxima nos juntamos en la tuya."
SunHee se quedó callada, boquiabierta, tan pálida que podría pasar desapercibida entre las paredes blancas del salón. Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas y JiMin odió verla llorar delante de él. Sintió que su descaro lo estaba dañando tan profundo en el pecho que necesitaba gritarle que dejara de soltar lágrimas falsas, que dejara de sollozar por alguien a quien le restó importancia tanto en la vida como en la muerte. O quizá lloraba porque había sido descubierta y sólo se lamentaba por el éxito que perdería en cuanto JiMin la descubriera.
—Tienes que irte... Tienes que irte, JiMin por favor —pidió ella, cubriéndose la boca—. Él no... te puede ver aquí. Podría reconocerte. Podría saber a qué has venido.
—No me iré hasta que me digas qué has hecho con ella. Qué has hecho con Aurora, qué mierda has hecho con YoonGi —reclamó en desesperación, dando un paso hacia adelante—. ¿Qué es lo que ocurría de "raro" en tu casa? ¿Por qué Aurora desapareció sin dejar rastros? ¿Por qué se mudaron una semana después de eso? ¡Dímelo, joder!
—¡Yo no fui! —exclamó ella en un sollozo, sobresaltada por los gritos del joven—. ¡Juro... que yo no le haría ningún daño a mis hijos, yo simplemente...!
SunHee se obligó a callar. Fue como si una fuerza superior le silenciara el poder de su voz y la dejara estática en el lugar en cuanto la puerta principal fue abierta, y él se adentró a la casa. JiMin giró a mirar al hombre que bajaba un paraguas negro, conectando una mirada tan fría como un lago en pleno invierno. Belmont dio un paso intimidante al sitio y mantuvo sus ojos fijos en el muchacho, sin manifestar ninguna expresión en su cara.
—¿Qué haces en mi casa? —preguntó con voz serena, pero alta y prepotente—. ¿Quién eres?
JiMin le mantuvo la mirada, reparando en la cicatriz en su ojo y luego en el ramo de flores que traía en una de sus manos rasposas y grandes.
—Vine a-...
—Es el hijo de una amiga —dijo SunHee con rapidez—. Vino porque parece que ella se ha perdido, pero he llamado hace un momento y ya la han encontrado. Estaba tan preocupada que comencé a llorar —musitó con una pequeña risa frágil, temblando, secándose el rostro.
JiMin pudo sentir que el aire se cortaba en aquella sala. La presencia de Belmont era diferente, diferente a la de cualquier persona que hubiese conocido en la vida. No sabía qué irradiaba o por qué, pero no le gustaba para nada. Se sentía como si el aire se volviese rancio y tóxico en su única presencia; como si se apoderara de cada una de las cosas presentes, incluidas las almas que lo acompañaban en su existencia.
—Es cierto —terminó por asentir JiMin—, sólo vine a preguntar eso. Ya me iba.
Belmont movió ligeramente su barbilla, inmutable.
—Bien. Adiós.
JiMin volvió a mirar a SunHee. Con la garganta cerrada y las manos temblándole, JiMin sintió que allí mismo había tantas cosas invisibles a sus ojos que la frustración y la impotencia subieron hasta su rostro hasta tornarlo rojo. Incluso así, pudo notar cómo la mirada de SunHee sólo significaba una cosa. "Huye".
El rubio sólo pudo alejarse de ellos, maldiciendo entre los abismos de su pecho. Cuando cruzó junto a Belmont, el cuerpo entero se le tensó ante la necesidad repentina que nació en él de gritarle y reclamarle por Aurora. Sin embargo, algo muy adentro suyo le dijo que aquello era una terrible idea. Se obligó a sí mismo a continuar sus pasos hacia la salida de la casa, dando un pequeño salto en cuanto la puerta tras él volvió a cerrarse de un golpe. El aire escapó por su nariz y el alboroto de emociones le nublaron la vista, pero la lluvia le habló entre las caricias en su piel, suplicándole que se marchara de la vivienda lo más rápido posible.
No sabía qué pensar, ni qué sentir. Las ideas se le habían mezclado tanto que ya ni siquiera sabía qué había pensado en un principio. No obstante, por encima de todo ello, lo primero que vino a su mente fue YoonGi y su vasta ausencia. Poco a poco empezaba a recobrar el sentido, a regresar en sus pasos y a darse cuenta de lo que había hecho. «Lo he dejado solo», pensó en una llovizna de pánico. En su desesperación y su obsesión por hallar respuestas sobre Aurora, la cabeza se le había oscurecido con un único objetivo y había perdido de vista lo que realmente importaba. YoonGi estaba ahí afuera solo, quién sabía dónde, y JiMin no había logrado detener su locura para salir a buscarlo.
Había ignorado y dejado de lado tantas cosas en el recorrido de su búsqueda que apenas podía reconocerse a sí mismo. Su enamoramiento con YoonGi no era falso; él era la única persona que podía crear una luz inmarcesible en su pecho y matarlo a la vez con una sola caricia. Y sin embargo, parecía que ni siquiera el amor eterno de YoonGi podían arrancarlo de las cadenas que se había impuesto a sí mismo cuando decidió hallar la verdadera razón de la muerte de Aurora. Se estaba volviendo loco por saber, por entender, por recibir respuestas. Su enferma obsesión lo hundía y no sabía si incluso después de saber la verdad podría salir del pozo al que se había lanzado.
Dolía. Ardía saber que estaba en el borde entre la cordura y la locura, quemaba también sentir que a veces YoonGi le mentía y le ocultaba certezas, cuando él simplemente era una víctima de las cosas que ocurrieron en su casa. Si Aurora había muerto por algo "raro" como ella mencionó la última vez, quizá YoonGi también se escondía bajo sus propias mentiras para huir de ello. JiMin no era nadie para culparlo u obligarlo a que le contara todo, y él lo sabía muy bien. Pero, el saberlo y el seguir en ese camino de línea recta para él era muy difícil, porque a veces su cabeza le jugaba una mala pasada y le hacía creer que todos eran sus posibles enemigos; incluso las personas que amaba podían ser los culpables por la pérdida de Aurora.
No obstante, ahora la preocupación era mucho más grande que sus disputas mentales. Por eso, con la culpa y la ansiedad carcomiéndole el jardín de su corazón, JiMin volvió a llamar a YoonGi y se metió al primer taxi que encontró, en busca del menor.
Y en la casa que había dejado atrás, con una mujer asustada y un hombre impasible, una conversación triste terminó por causar una sonrisa en él.
—Creo que está aquí, SunHee.
—¿Quién?
—YoonGi.
SunHee lo miró con el corazón destruido y el alma suplicándole piedad.
—¿Cómo sabes?
—Creo haberlo visto caminando en la calle —dijo Belmont—. ¿Sabes? También lo vi aquella vez que fui a Estados Unidos. Él estaba saliendo del hospital, me miró a los ojos.
—Belmont...
—Y puedo decir con seguridad... —murmuró con una sonrisa— que sigue estando igual de bonito a cuando era un pequeño niño frágil.
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