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xxi. la noche estrellada

JiMin sentía su propias entrañas arder mientras esperaba fuera de la Dirección. Se removía los cabellos, se cruzaba de brazos, tamborileaba sus dedos sobre la pared y era incapaz de dejar una de sus piernas quietas ante los nervios. No podía creer que su propia determinación le había nublado tanto la cabeza como para que se comportara así de desesperado frente a YoonGi. Estaba tan, tan cerca de su objetivo que la sangre le burbujeaba, los sentimientos se le alocaban y parecía que estallaría en gritos con cada paso que daba. JiMin sentía su pecho lleno de una emoción candente que le estaba incendiando hasta los huesos, pero a él no le importaba. Estaba seguro de que no pararía hasta encontrar el paradero de SunHee Feraud, cómplice de la desaparición de Aurora.

Mientras se hallaba solo en el pasillo de la Academia, se obligó a sí mismo a serenar aquel potente estallido de emociones. JiMin no podía permitir que YoonGi se molestara con él e intentara apartarlo, no cuando ahora estaban más juntos que nunca y habían logrado llegar hasta allí. A pesar de que aún le provocaba cierto desconcierto el que YoonGi negase todo sobre la existencia de Aurora y que ni siquiera la mencionara en su historia de vida, estaba seguro de que el menor había viajado hasta Francia no sólo con las intenciones de reencontrarse con su madre, sino reencontrarse con los recuerdos de su pasado y aceptar su realidad.

Lo que no sabía es si YoonGi fingía ser ciego para ignorar su desespero por encontrar a Aurora, convirtiéndolo en un ser frío y cínico; o si en verdad él ni siquiera recordaba a esa niña bañada en esperanza por el mundo.

Cuando oyó la puerta de la Dirección abrirse, se irguió en su lugar y respiró profundo para calmar toda esa ansiedad que lo estaba acorralando al abismo de su locura. Miró a YoonGi despedirse de la mujer y luego caminar por el pasillo sin siquiera decirle nada, con la vista clavada en el suelo. Sin dudarlo, JiMin le echó un último vistazo a la directora y salió trotando tras su amante con las manos picándole de los nervios.

—YoonGi —llamó, apretando los labios—. ¿Qué ha pasado?

YoonGi lo observó de reojo y acabó por permitir que se escapase un suspiro más pesado de lo normal.

—Ya te dijo que no sabe dónde vive —indicó él con una suave mueca—. Pero me ha dicho que hay un lugar que frecuentaba mucho, así que podemos ir viendo por ahí...

JiMin sintió su estómago revolverse, pero trató de mantenerse tranquilo y no mostrar aquel lado ansioso que ponía los pelos de punta. Sus labios formaron una línea recta al ver que YoonGi evitaba el contacto visual y causó una presión en su pecho al haberse comportado de mala manera con él.

—Lo siento —murmuró el rubio, intentando acercarse un poco más al muchacho—. De verdad, yo... te incomodé, y de verdad te pido disculpas. No sé qué me ocurrió.

YoonGi arrugó su entrecejo y siguió caminando en quietud hasta que salió nuevamente a las calles de Orleans. Con la brisa otoñal removiendo sus cabellos blancos y negros, el joven con poliosis giró hacia JiMin y le extendió la mano, mostrando una expresión seria pero sosegada.

—Sé que quieres ayudarme, pero permíteme hacer las cosas a mi ritmo, por favor —musitó, tomándole los dedos y entrelazándolos con ternura—. No es necesario que hables o actúes por mí. Tengo miedo de hallar a mi madre porque no sé cómo reaccionará, ni siquiera yo sé cómo voy a reaccionar. Por eso te pido... —suspiró— que me dejes actuar a mi manera, con la tranquilidad y el tiempo que yo necesito. No me presiones ni presiones a los demás por información, ¿está bien? Me pone nervioso.

JiMin sintió una calidez envolverle la mano, acompañada de esa sensación aterciopelada que siempre le entregaba una caricia de YoonGi. Contempló los irises del de pestañas blancas y sus palabras ocasionaron un extraño sentimiento que lo hizo sentir ajeno a todo. JiMin miró sus manos entrelazadas y deseó en aquel momento poder decir todo lo que estaba pasando por su mente. Él también quería respuestas, necesitaba ayuda, deseaba saber por qué Aurora se había esfumado en la Tierra. Lo único que pudo hacer fue asentir y afirmar el agarre de la persona que quería, conteniendo una galaxia de tristezas e impotencias que no podía vociferar.

YoonGi se acercó despacio al mayor y abandonó un suave beso en su mejilla, indicándole con la mirada de que todo estaba bien y que no tenía de qué preocuparse. Así, con sus manos entrelazadas, volvieron a partir entre las calles de Orleans para acomodar sus mentes y organizar sus planes de encuentro.

—La directora me ha dicho que mañana hay una función musical en el bar que mi madre solía ir y que esas eran una de sus favoritas —mencionó YoonGi mientras alcanzaban una vez más el hotel donde se alojaban—. Así que, por esta noche, podremos descansar un poco y ya mañana ir a ver qué tal todo...

JiMin lo miró mientras le acariciaba el dorso de la mano con el pulgar y asintió, sin soltar en ningún momento su mano; como si aquello, de alguna manera, le entregara las fuerzas para mantenerse en serenidad.

—De acuerdo, cielo, me parece bien —señaló él—. Podemos ir a cenar a algún sitio esta noche si te apetece. Digo, para disfrutar un poco la estadía en Francia.

El pelinegro lo miró con el esbozo de una sonrisa y, en cuanto subieron por el ascensor y caminaron por el pasillo, giró caminando de espaldas sólo para observar a JiMin como un adolescente enamorado.

—Mm —dijo.

—¿Qué es "mm"? —preguntó JiMin con una ligera risa.

—Puede ser, no sé. ¿Qué gano yo a cambio? —inquirió YoonGi, encogiéndose de hombros y adentrándose a la habitación como si fuese nada.

JiMin se mordió el labio y sonrió con el ceño fruncido, siguiéndole el paso a aquel joven que parecía moverse como un gato hasta la cama.

—¿Ganar? Estando conmigo ya ganas, ¿no? —bromeó, largando una carcajada aguda mientras sus pasos se acercaban más a YoonGi hasta quedar frente a él.

El otro muchacho blanqueó los ojos y negó despacio, observándolo desde abajo al él estar sentado en la cama y JiMin de pie. Contempló los ojos de su amado y volvió a suspirar una vez más, un tanto aliviado de que el color de esas pupilas ya no tuviese la penumbra que notó antes. YoonGi no deseaba ver una expresión tan gélida como la que había visto allí en la sala de Dirección. Su JiMin no se alteraba, ni lo fulminaba con la mirada, ni le hacía expresiones de irritación. Su JiMin siempre era suave, gentil y amable con él, como si se tratase de un ángel que susurraba sólo melodías de cariño.

YoonGi volvió a tomarle las manos al mayor. Le acarició los dedos, las palmas y luego, con un sutil movimiento, le besó ambas como si le prometiera algo en secreto. «Amor eterno», hubiese querido decir, pero se lo guardó para sí mismo. En cambio, expresó su afecto con caricias y besos sobre sus manos, trasladándolas hacia sus brazos y luego a su abdomen, el cual tenía justo delante de su rostro. El suspiro que oyó desde los labios aperlados de JiMin creó una sonrisa en su propia boca, y se atrevió a besar la ropa justo sobre el ombligo ajeno.

—Siempre hueles a flores, JiMin —murmuró, abrazándolo por la cintura y apegando su mejilla a su estómago. Las manos de JiMin pasando por su cabello lo hicieron estremecerse y largar un sonido parecido al ronroneo de un gato.

—¿Me quieres robar el perfume? —susurró JiMin en un tono de broma, aunque no emitió el ruido de su risa.

La cercanía del menor había creado en él otra vez ese manto de nubosidad donde sólo YoonGi y nadie más existía; esa risilla que dejó escapar, las caricias que le entregaba con su mejilla en su abdomen y la manera en que se aferraba a él como si fuese lo único que necesitaba en el mundo. Había aprendido a comprender los movimientos ajenos, esos gestos que sólo él poseía y que lo hacían ver aun más adorable de lo que ya era comúnmente. En aquellos momentos, donde el silencio reinaba y las almas salían a la vista, JiMin entendía que no estaba en Francia sólo para encontrar las respuestas que necesitaba sobre Aurora; JiMin también estaba allí para acompañar los sonrojos de YoonGi y envolver sus ojos del cariño más puro que le habría tenido a alguien.

YoonGi sonrió ante el intento de sus bromas tontas. Trazó sus manos en la espalda de JiMin y luego jugó con el borde de su camiseta hasta adentrar sus manos heladas hacia su piel. La reacción que tuvo el mayor lo invitó a dibujar amor en la parte baja de su espalda y luego hasta su abdomen, levantándole apenas la camiseta para ver su piel más morena que la propia.

—¿Puedo? —preguntó YoonGi, ladeando la cabeza y estirando ligeramente sus labios.

Aquella expresión, para JiMin, fue la más erótica que había visto jamás. Esa mirada pintada en inocencia, una inocencia que escondía la lujuria, acabó por despertar de nuevo ese fuego que guardaba en el fondo de su pecho. JiMin tragó en seco al sentir sus piernas tensarse ante el recorrido que las manos del menor hacían, como si estuviese tanteando el terreno simplemente para provocar.

—Siempre puedes.

Con una suave sonrisa destilando tantos sentimientos en JiMin, YoonGi agachó un poco más su cabeza y besó la hebilla del cinturón ajeno. No se tardó en hacerse cargo de él, desabrochándolo y arrojándolo al suelo una vez tiró de él para deshacerse de su presencia. Cuando el cinturón se halló fuera de su vista, YoonGi acercó su boca hacia su pantalón y esta vez besó la tela que cubría su miembro, sonriendo al sentir el cuerpo del mayor tensarse mientras evocaba un suspiro arrullador.

JiMin echó su cabeza hacia atrás y cerró los ojos mientras los labios del pelinegro se rozaban sobre su pantalón en un acto provocativo. Apretó los dientes conteniendo su aliento y llevó una de sus manos hacia los cabellos del otro, acariciándolo como si elogiara su comportamiento gentil. Su rostro se había colocado rojo y su piel empezaba a arder por el deseo y la pasión que un simple beso de YoonGi le causaban. YoonGi era como un volcán que siempre quemaba cuando le placía y hacía de su erupción un mar por el cual JiMin adoraba nadar.

Sintió los dedos curiosos del menor bajar su cremallera e incluso pudo ver la sonrisa que llevaba aquel sin siquiera abrir los ojos. Creyó que sentiría pronto sus besos sobre la tela de su ropa interior, pero un sonido alto y chillón lo sacó de su ensueño. JiMin parpadeó varias veces y luego frunció el ceño ante la llamada entrante de su celular, casi largando un gruñido de frustración por haber sido interrumpido.

—No atenderé —dijo JiMin, sacándose el celular del bolsillo con las intenciones de colgar, pero quedándose estático un momento. Cuando leyó el nombre de su esposa en pantalla, su mirada no pudo evitar desviarse hacia la carita colorada de YoonGi y luego de vuelta al celular, sintiendo su estómago vaciarse.

YoonGi supo leer esa reacción que causó desagrado. Arrugó la nariz y bajó las manos de su pantalón, apartándose un poco mientras un suspiro derrotado huía de su garganta hacia los confines de algún sitio lejano.

—Contesta si es Ana —musitó YoonGi, haciendo su mejor esfuerzo por no arrancarse la piel seca de sus propios labios.

—No, yo...

—Contesta.

Ambos se miraron a la cara como si quisieran decirse un millón de palabras a la vez. El corazón de YoonGi una vez más acabó por oprimirse y, sin remedio, desvió sus ojos hacia un punto en la pared. La música de la llamada entrante lo estaba aturdiendo y sólo quería deshacerse de esa sensación de intruso que siempre tenía cuando Ana era mencionada en alguna conversación. Odió el hecho de detestarla por un momento, y odió sentirse tan idiota como para desear que Ana desapareciera del lado de JiMin sólo porque quería su amor para él solo.

Y cuando JiMin decidió atender con ese tono gentil en su voz, YoonGi volvió a repetirse en la cabeza que nunca sería su primer pensamiento en la mañana y su último segundo en la noche.

—Supongo que "no siempre puedo" —murmuró él, levantándose de la cama y dirigiéndose al baño sin mirar al contrario una vez más.

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YoonGi decidió que aquella noche no deseaba salir a cenar con JiMin. Prefirió quedarse en la habitación, pedir una comida simple al servicio y acurrucarse bajo las mantas mientras veía una película y oía la vida de Francia a través del balcón. Su corazón latía un poco más despacio, como si la tristeza de su amor imposible le estuviese recortando el tiempo de su existencia. Aun así, YoonGi no permitió que las lágrimas se suicidaran por el abismo de sus pestañas y se secaran durante las horas de sueño. Se dijo a sí mismo que no lloraría porque había sido él mismo quien se había metido en un lugar al que no pertenecía.

No obstante, era difícil para YoonGi controlar sus emociones si JiMin se acostaba a su lado y lo miraba de soslayo cada vez que podía. Su presencia ardía, ardía como si el fuego estuviese naciendo desde sus huesos hacia su carne, quemando todo a su paso y convirtiéndolo en cenizas. YoonGi no deseaba esfumarse, ni siquiera por JiMin.

—¿Vas a ignorarme toda la noche? —preguntó JiMin en voz baja, como si usara su tono para ya comenzar a disculparse.

—No te ignoro, estoy viendo la película.

JiMin apretó los labios y se pasó ambas manos por el rostro, exhalando una cantidad enorme de aire para después volver a mirar a su amante. Se acercó aun más a YoonGi y le apartó la bandeja de comida del regazo, recibiendo una queja.

—Escúchame, por favor —pidió él, intentando que lo mirase a los ojos.

YoonGi sintió su mandíbula tensarse y su estómago vaciarse. No le gustaba para nada aquella voz lastimera que causaba sentimientos en él, convirtiéndolo en un ser vulnerable y perdido en el amor.

—Habla, entonces —dijo YoonGi, frunciendo el ceño—. No sé qué quieres decirme.

—Es sobre Ana.

—¿Todo es sobre Ana?

—YoonGi...

El mencionado suspiró y cerró los ojos, echando la cabeza hacia atrás como si estuviese perdiendo la batalla. El corazón le había vuelto a latir con fuerza, desesperado y asustado. Sus manos temblaban entre las mantas de la cama, su rostro se volvía rosado por la vergüenza de haber hecho tantas cosas mal y el pecho se le estrujaba por haberse enamorado. YoonGi, esta vez, no se atrevió a mirar al mayor a los ojos mientras abría su boca para hablar.

—Sólo quiero saber —musitó él, respirando hondo—, ¿qué pasa... entre nosotros? ¿Qué estamos haciendo, JiMin?

JiMin permaneció quieto durante un momento. Sus pupilas recorrieron el perfil acongojado del menor, con sus mejillas rojas y las pestañas húmedas de una pronta lluvia. Sintió aquella pregunta dolorosa, como si pudiese clavarse en su tórax y cavar hasta matarle el corazón. Aún así, comprendió el significado de su incógnita, más no supo expresar correctamente su respuesta.

—Nos necesitamos —bisbiseó.

YoonGi cerró los ojos y negó.

—No es suficiente necesitarse, no quiero esa respuesta, JiMin. Sé sincero conmigo. —Hizo una pausa, observando el techo y luego, con un ruido huyendo de su garganta similar a un llanto sin lágrimas, YoonGi volvió a hablar—: ¿Qué pasa con Ana? ¿Seguiremos engañándola como si no pasara nada malo?

JiMin tragó saliva, sintiendo un nudo en el pecho parecido al hielo abrasador congelando todo a su paso.

—Ana es...

—No —interrumpió YoonGi, volviendo su vista a él—. No me importa lo que Ana fue, es o será. Me importa lo que tú digas y sientas ahora mismo. No huyas de mis preguntas, Park. Contéstame bien.

El miedo que había tenido YoonGi respecto a todo estaba convirtiéndose en realidad. JiMin no tenía la valentía para mirarlo. JiMin no tenía las agallas para decir su verdad. Lo hizo sentir pequeño, miserable para el mundo; ese sentimiento siguió oprimiendo a YoonGi al no recibir las respuestas que necesitaba más que el respirar. Le costó no dejar que las lágrimas cayeran, costó tanto que lastimó una parte más profunda en su corazón. YoonGi quería gritarle que le hablara, pero se quedó mudo ante el silencio abrumador que recibió. Ni la melodía de la noche estrellada, tan triste en su oscuridad, se atrevió a existir y susurrar poemas de alivio.

YoonGi se pasó una mano por el rostro y agachó la mirada con la decepción crujiendo en su alma. Quizá aquella necesidad que JiMin decía sentir no era más que un puro deseo sexual, uno que saciaba cada vez que se acostaban y allí terminaba ese cariño inconmensurable. Qué fácil sería para el más pálido carecer de sentimientos a la hora de abrazarlo, besarlo y hundirse en su piel por más. Le sería mucho más fácil acariciarlo con el alma guardada, porque ahora le había mostrado el corazón y el ser entero a Park JiMin, cuando en realidad no debería haberse entregado tan por completo. Y YoonGi volvió a pensar que no quería esfumarse entre las manos del hombre que había aprendido a amar.

Quiso escapar de la presencía que dolía. No sabía cuánto podría aguantar bajo su mirada, bajo su silencio, preso en el calor precioso que emanaba y a la vez el frío que le suspiraba con su quietud. YoonGi apartó las mantas de su cuerpo y decidió colocarse de pie, deseoso de salir al aire nocturno para deshacerse de esa angustia y hacerse uno con la luna. Sin embargo, antes de que pudiera dar siquiera un solo paso, su brazo fue tomado y obligado a voltear al dueño de la mano que lo apresaba.

Sus ojos se encontraron con la galaxia entera de Park JiMin. Su piel no pudo evitar ser erizada, recorriéndole el cuerpo con las palabras no dichas del rubio. JiMin lo miró como si le vociferara un planeta entero con las pupilas y YoonGi se volvió a ahogar en el océano de su pasión inmarcesible. Maldito ángel caído, capaz de arrebatar el último aliento de su amante con una sola y única mirada.

—YoonGi... yo estoy enamorado de ti. 

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