x. ojos ebrios y consciencia en un pozo
YoonGi dejó esfumar un suspiro ante la suave caricia en su cabello, cayendo casi rendido sobre la almohada que olía a Park JiMin. Sus ojos buscaron al rubio con cierta dulzura escondida tras sus pestañas blancas, serenando su expresión cuando vio la comprensión pintada en la mirada ajena. Sus voces, moderadas en sosiego, eran apreciadas por ambos mientras se dedicaban a contar situaciones de sus vidas y los sucesos que recientemente los habían golpeado de repente.
Hablaron sobre la separación con Peter; la unión del mayor con Ana; el encuentro de ambos en la boda de los Park; los deseos y metas que resguardaban en su pecho y, luego, las anécdotas que habían presenciado antes de que sus ojos se conocieran. JiMin se interesó, especialmente, en la infancia de YoonGi de la cual nunca había escuchado.
—¿Y vivías con tus dos padres? —preguntó el mayor, ladeando la cabeza—. Yo viví con mis padres hasta los catorce, luego mi madre se separó de mi padre y me tuve que ir a vivir con él hasta que cumplí dieciocho.
YoonGi se mantuvo quieto en su lugar, cerrando los ojos por la ternura de los dedos ajenos repasando el blanco y negro de su cabello.
—Yo... vivía con mi madre. Sólo ella —respondió YoonGi, asintiendo.
JiMin mantuvo sus ojos sobre las partes blancas de YoonGi, esas que parecían haberse desteñido en el lienzo por el paso del tiempo, o como si los ángeles hubiesen olvidado pintar ciertos rincones de su cuerpo cuando lo estaban creando.
—Me dijiste que eras hijo único, ¿cierto, Yoon? —inquirió, y YoonGi asintió—. ¿Y tu padre...?
—Mi padre nos abandonó cuando yo tenía, quizá, ¿tres, cuatro años? —El menor hizo una mueca, cediendo un suspiro—. No lo recuerdo, algo así. No he sabido de él nunca, mi madre no deseaba hablarme del tema, ni siquiera cuando ya era un adolescente. Creo que yo... tampoco tenía ganas de saberlo o enterarme, la verdad. Creí que era lo mejor no saber el porqué nos dejó solos.
JiMin descansó su mano sobre la frente de YoonGi y permitió que su pulgar acariciara el ceño fruncido que ahora llevaba el más pálido. Le sonrió con dulzura, acercándose a él y dejando un beso sobre su mejilla como si se tratase de un niño pequeño al que consolar.
—Eres muy fuerte, YoonGi. Me recuerdas a alguien —bisbiseó, no permitiendo que la tristeza se apoderara de sus irises. JiMin negó despacio y elevó el torso de la cama, aun mirando al otro—. ¿Quieres que nos divirtamos hoy en la noche?
YoonGi elevó la vista una vez más para ver al mayor, descubriendo en las pupilas ajenas que el brillo de éstas era incluso más hermoso y deslumbrante cuando se yacía junto a él sobre la comodidad de una cama. Entre perdido y un tanto confundido, hizo una mueca similar a un berrinche por su propuesta, negando rápido.
—¿Algo así como la última vez que salimos juntos de fiesta? No, gracias. Me dieron algo extraño en la bebida y quedé casi inconsciente, no me gustó.
JiMin largó una carcajada y negó incontables veces incluso con sus manos.
—No, no, no. No a una fiesta, sino... a algo más íntimo —mencionó, ladeando la cabeza.
YoonGi parpadeó.
—¿Qué?
—Podríamos juntarnos con mis amigos en algún sitio, un bar o algo. O quizá en la casa de alguno de ellos. Hace tiempo me vienen pidiendo que nos juntemos y... bueno, puedo presentarte a ellos —comentó JiMin con una sonrisa más que inocente.
YoonGi sobó su pecho donde yacía un corazón repentinamente acelerado y, ahora, un tanto aliviado por su respuesta. Sin embargo, el estómago ya comenzaba a molestarle de sólo pensar en conocer gente nueva, logrando vestir una expresión descontenta por ello.
—Uh... no sé... ¿cuántos son?
—Cinco —aclaró.
—¿Cinco? Uhm... —YoonGi asintió leve y su mirada cayó en sus propias manos—. ¿Y cómo son?
El rubio sonrió ante la ternura innata del nervioso Yoon. Prosiguió entonces, con calma y paciencia, a contarle sobre esos amigos que, más que amigos, se habían convertido en hermanos para él. JiMin habló de ellos como si les debiese la vida, endulzando las palabras que los describían y enalteciéndolos en gloria al recitar sus andadas divertidas, sus actos de bondad y el fuerte lazo que juraba era irrompible entre ellos. Entonó que, aunque tuviesen una diferencia de edad grande entre algunos, ni uno era apartado de ese círculo íntimo que los convertía en familia y eso era lo que más adoraba de esa amistad imposible de quebrar.
YoonGi supo embelesarse en la danza entusiasmada de la voz ajena, adorando cada risita que se escapaba de los labios gruesos del mayor y el movimiento de sus manos al contarle anécdotas que sentía con el corazón. Aún tumbado sobre la almohada, YoonGi esbozó una sonrisa mientras se deleitaba contemplando a JiMin y, por el tono que la voz del rubio destilaba, supo que debía aceptar aquella salida nocturna. Asintió, oyendo cada palabra escurrida de la lengua del contrario con tanta emoción bañada en almíbar, naciendo en el brillo de sus ojos una alegría soleada por lo lindo que JiMin se veía hablando con tanto entusiasmo.
Aceptó ir, no sin tantos nervios y ansiedad, pero creyó que sería un gesto agradable para su amigo el concurrir el concurrir a una salida junto a él como agradecimiento por todo lo que había hecho para su vida en ese corto tiempo de conocerse.
YoonGi tuvo que mentalizarse de que todo iría bien, de que no haría nada humillante o se pondría en vergüenza frente a los amigos de JiMin. Con suerte, se decía a sí mismo, no se caería ni diría ninguna estupidez que fuese objeto de burla durante años y años en las mentes de aquellas personas. Así que, tratando de convencer a su persona ansiosa, se obligó a distraerse durante el recorrido del Sol hasta que las nubes se pintaron rojas y luego el cielo oscuro encendió las estrellas.
Se vistió de negro en su totalidad, escondiendo su cabello tras un gorro al odiar que los ojos de desconocidos fuesen atraídos solamente hacia su apariencia diferente. Esperó a JiMin sentado en el cordón de la vereda de su casa, alumbrándose el rostro con el celular al revisar sus redes sociales para matar el tiempo. Cuando el coche de JiMin se hizo escuchar y las luces comenzaron a acercarse, el corazón de YoonGi se aceleró sin razón aparente colocándolo incluso más nervioso que antes. Se puso de pie, sacudió su pantalón y guardó las manos en sus bolsillos mientras veía la puerta del carro abrirse.
—¿Cuánto para que me acompañes, guapo? —bromeó JiMin, largando una risita inclinado sobre el asiento de copiloto y luego regresando a su lugar para darle paso a su amigo.
YoonGi blanqueó los ojos ignorando el rubor en sus propios pómulos, subiéndose al coche y suspirando en cuanto el motor volvió a arrancarlos del sitio. Observó de reojo el cigarro que descansaba entre los dedos de JiMin, siendo acompañados por el aroma a nicotina y la brisa que se adentraba con cierta fuerza a través de las ventanillas bajas. YoonGi pensó, acariciando sus propios nudillos, que aquella noche JiMin estaba brillando más de lo usual; una estrella viva a su lado.
—¿A la casa de quién íbamos?
—A la de SeokJin. Su esposa se ha ido de viaje por trabajo y le ha permitido juntarnos allí —respondió JiMin, enfocando su vista en la carretera.
YoonGi asintió con los labios apretados, frunciendo ligeramente su ceño y posando sus pupilas entre las luces de la noche.
—Ustedes son toda gente casada... Tan jóvenes —comentó. Sus ojos volvieron cuando oyó la risa de JiMin.
—¿Eso qué se supone que significa? —cuestionó JiMin con una arruga en su entrecejo, aún sonriendo—. Y no todos estamos casados... TaeHyung está soltero desde hace años y ha dicho que prefiere vivir su vida sin que nadie le prohiba cosas. Pero, los que estamos casados o en pareja también disfrutamos. Además, nunca se es tan joven o tan viejo cuando se ama. Amo a Ana y estoy contento de haberme unido a ella.
YoonGi deslizó sus ojos por las facciones de JiMin al hablar, enraizándosele en el pecho una inaudita flor inmarcesible que jamás esperó que naciera allí. Su boca se secó en el suceso de las palabras ajenas, sintiéndose más extraño de lo que debería haberse sentido. Logró asentir una única vez y luego se obligó a sí mismo a arrastrar las pupilas hacia el exterior del coche, entre los edificios que se difuminaban ante la velocidad y los árboles que se sacudían con suavidad por la brisa nocturna. Prefirió callar la voz de su interior, haciéndose diminuto mentalmente sobre el asiento de copiloto y arrugando los dedos de sus pies por los escalofríos que recorrían su cuerpo ante las palabras de JiMin: "Amo a Ana".
¿Por qué eso le afectaba en lo más mínimo?
Su mente fue obligada a distraerse cuando el motor se apagó por completo, haciéndolo llevar sus ojos al exterior del coche y observar la gran casa que se presentaba frente a ellos. Con un suspiro, YoonGi se bajó después de que JiMin lo hiciera y acomodó la chaqueta sobre su torso, encogiéndose de hombros por la brisa fría y la leve llovizna que caía sobre sus cabezas. Le siguió el paso a su amigo y se mantuvo detrás de él como si se tratase de un niño tímido incapaz de hablar por sí mismo, muy temeroso de la gente extraña. El sentimiento de sentirse protegido tras la espalda de Park JiMin aumentó cuando éste se hizo un poco hacia atrás y casi rozó su cuerpo por la cercanía.
La puerta de la casa se abrió y un hombre alto y de hombros anchos se manifestó delante de ambos, vistiendo una sonrisa pulcra y unos ojos puramente amables. YoonGi se lo quedó viendo por encima del hombro de JiMin, hasta que el último mencionado se abalanzó a los brazos del hombre y los dos se abrazaron dándose palmadas en la espalda.
—¡ChimChim! Al fin llegas, estábamos esperando —habló el otro que, YoonGi supuso, era el tal Kim SeokJin.
—¡Oh, Jinnie! ¿Cómo estás? Gracias por dejarnos venir aquí —respondió con clara alegría, haciéndose a un lado para regresar sus ojos hacia atrás, mirando a YoonGi con una sonrisa—. Él es YoonGi, quería que lo conocieran hace tiempo.
YoonGi parpadeó rápido y la garganta se le secó con un nudo en la boca de su estómago. Sus mejillas se pintaron de rosado por la atención repentina sobre su persona e intentó sonreír, aunque algo raro, mientras extendía su mano hacia el más alto de los tres.
—Min YoonGi —saludó, aclarándose la garganta luego.
—¡Ah! El tal YoonGi —dijo SeokJin con una sonrisa brillante—. Un gusto, soy SeokJin, pero todos me llaman Jin —mencionó, y se hizo a un lado con un movimiento de su mano para indicarles que pasaran dentro—. Adelante, adelante, los demás están en la sala.
Mientras caminaban al interior de la casa, YoonGi le seguía el paso a ambos en silencio y su mente se preguntaba una y otra vez qué habría dicho JiMin cuando le contaba a los demás sobre su existencia. ¿Les habrá hablado de su cabello? ¿De sus pestañas? ¿De que tocaba el arpa? ¿Que dibujaba? ¿Les habrá contado que era demasiado sensible con ciertas cosas y muy frío y duro con otras? YoonGi no paraba de hacerse preguntas, contemplando la nuca del rubio y llenándose el pecho de duda y consternación. Quizá, pensaba, tan sólo había mencionado su nombre y el tema se había cambiado a otro más interesante. Tal vez lo único que sabían de él era la simpleza de la palabra que lo designaba.
Detrás de un corto pasillo, la sala se realzó ante ellos con una gran apariencia elegante y delicada. Las paredes se decoraban con cuadros y pinturas antiguas capturando el ojo de YoonGi al instante y los muebles relucían pulcros casi pudiendo ver su propio reflejo en ellos. En el centro, yacía una pequeña mesa llena de comida chatarra y tres sillones blancos la rodeaban. Allí, con ojos curiosos, estaban todos sentados mirando hacia el lado de los recién llegados.
—¡Hey! Ya era hora de que llegaran —exclamó uno de cabello gris, elevando la mano con una sonrisa distintiva.
—Siempre tardando en prepararse, este JiMin —dijo otro en tono de broma.
—Cállense, ustedes dos —entonó JiMin con una risa, adentrándose más al interior de la sala y saludando a los cuatro sentados con un juego de manos, siendo observados por YoonGi quien apenas respiraba tras el rubio.
Apenas terminaron de saludar a JiMin, todas las miradas se posaron sobre el muchacho vestido de negro, quien intentó sonreír sin parecer aún más extraño de lo que era.
—Uh, soy YoonGi. Min YoonGi —habló, haciendo un pequeño movimiento con su mano al saludarlos.
—¡YoonGi! Hemos escuchado mucho de ti —comentó uno de ellos, esbozando una sonrisa tan brillante como el sol—. Soy HoSeok, pero puedes llamarme Hobi. Un gusto.
«¿Han escuchado mucho sobre mí?», se preguntó YoonGi que, más que avergonzado, estaba casi halagado por ello. Sonrió, mirando de reojo a JiMin que pareció desviar la mirada con cierta timidez en su movimiento corporal.
—¡Qué tal! —exclamó el de cabello gris—. Soy TaeHyung, tengo muchos apodos pero simplemente puedes decirme Tae. —Soltó una linda risilla mientras extendía su mano, siendo aceptado por YoonGi al estrecharla.
—Soy JungKook —dijo, simplemente, el muchacho con chándal negro.
—¿Qué tal, YoonGi? Me llamo NamJoon, es un gusto conocerte —saludó con amabilidad, haciendo una ligera reverencia en respeto—. Siéntete cómodo, por favor.
YoonGi se sintió un tanto agobiado por un momento. La cantidad de ojos que se posaban sobre su simple existencia lo ponía un tanto incómodo, sin embargo, ante la calidez nata que ellos llevaban incluso en sus tonos a la hora de saludar alivió un tanto más el bombeo intenso de su corazón. Se permitió liberar un suspiro y, con una señal de JiMin, se sentó en uno de los sillones individuales alrededor de la mesa.
—¡Traeré las botellas! —avisó SeokJin. Y así comenzó la noche.
YoonGi se dispuso a oír de las conversaciones que nacieron con tanta naturalidad como la lluvia torrencial afuera. Como JiMin le había contado horas atrás, sus voces sabían danzar en un ritmo rápido sin ser catastrófico ni irritante; a pesar de que a veces dos o tres sobreponían sus voces juntas, no era un ruido lleno de caos ni mucho menos abrumador. Sus charlas eran cálidas, alegres y risueñas; las risas, pintándose entremedio, llenaban el ambiente de verdadera paz entre truenos y relámpagos.
Él, mientras bebía de la pequeña botella de cerveza que SeokJin le había entregado, pensó que las pupilas de cada uno eran dignas de dibujar sobre la infinidad de un papel. YoonGi se imaginó a sí mismo boceteando los rasgos finos de cada uno, tratando de visualizar en su mente el cómo los ojos de JungKook se arrugaban en una carcajada, o cómo los brillantes irises de HoSeok deslumbraban a cualquiera a la hora de contar una anécdota interesante. Imaginó varias formas y expresiones de todos, incluso preguntándose cómo se verían aquellos ojos en pánico o envueltos en un llanto intenso. Sin embargo, cuando veía los ojos de JiMin, sus deseos de dibujarlo eran carentes, pues lo único que quería hacer con aquellas pupilas era contemplarlas en silencio como la obra de arte que eran en sí. YoonGi no necesitaba dibujarlo para inmortalizarlo, Park JiMin ya era una pintura eterna en las vidas que existiesen.
YoonGi se mantuvo en silencio durante la mayor parte del tiempo. Aquello le otorgó el movimiento de la botella yendo y viniendo de su boca sin parar, tragando toda la cerveza que su cuerpo pudiese retener, aunque en sus pupilas ya se notase la clara falta de consciencia que cargaba encima. Incluso así, logró desprenderse del malestar ansioso de conocer a nuevas personas y su ser se soltó, llegando a desatar a un YoonGi carismático y risueño, aunque ciertamente torpe.
Entre tragos y picoteos en la comida, música alta y juegos, los ojos de YoonGi se iban irremediablemente a JiMin, al otro lado de la mesa. Sus pupilas ebrias lo buscaban como si quisiera decirle algo, aunque de sus labios nada saliera más que risitas graciosas y sonidos de aprobación o negación en ciertos temas de conversación. Fue perdiendo la presencia del tiempo cuando su mirada fue correspondida y en su pecho estallaron millones de estrellas colisionando entre sí.
Park JiMin lo estaba mirando con intensidad.
¿Qué pasa?, articuló JiMin con sus labios sin dejar ir su voz. YoonGi se relamió y negó rápido, obligándose a desviar la mirada de su boca. Cuando regresó sus ojos hacia la cerveza, la notó vacía y las manos le picaron por la necesidad de seguir bebiendo. A pesar de ya estar borracho, aún seguía demasiado consciente de la mayoría de las cosas, incluso más de la presencia del rubio.
—SeokJin, ¿puedo tomar otra cerveza? —preguntó YoonGi con la voz un tanto baja, arrastrando las palabras.
SeokJin, con las mejillas sonrosadas por el alcohol, asintió varias veces, caminando tambaleante hacia la cocina siendo acompañado por HoSeok que parecía estar peor que él.
—¿Deberíamos jugar a UNO? —inquirió NamJoon, el más sobrio del grupo por el momento.
—Con castigos, es más divertido así —propuso TaeHyung, tumbado junto a NamJoon como si estuviese a punto de dormirse.
—¡Yo sé, yo sé! —habló JiMin, estando un tanto mucho más risueño por el alcohol, removiéndose entusiasmado en su asiento—. Escribamos cada uno un castigo y el perdedor debe elegir a ciegas.
YoonGi los observó reacomodarse en el lugar y NamJoon corrió a buscar las cartas. JungKook carcajeó al verlo tropezar y SeokJin regresó con más cerveza para todos, riendo junto al menor. A YoonGi le nació una pequeña emoción en el pecho al agradarle demasiado el estar alrededor de esas risas que parecían tan cálidas como una fogata en medianoche.
Los siete comenzaron a escribir en pequeños trozos de papel el castigo que deseaban para el perdedor. Entre letras torcidas y apenas legibles, cada uno dejó su papel arrugado en un recipiente y el juego de cartas dio comienzo. Al principio a algunos les costó comprender las reglas del juego; quizá por la borrachera o quizá porque estaban pensando en otras cosas. A pesar de eso, las risotadas y los gritos de frustración y victoria aturdieron un tanto a YoonGi, pero lo divirtieron. Él mismo se unió a las carcajadas cuando TaeHyung se equivocaba y lanzaba las cartas cuando no debía, o cuando NamJoon perdía la cabeza y comenzaba a bailotear sobre el sofá al ganar la ronda.
Hacía mucho que YoonGi no reía hasta que su estómago doliera y tuviese que hacerse pequeño en el lugar para respirar. Hacía tanto, pensó, que el alma no le vibraba de puro placer por unas únicas risas con gente que no conocía de toda la vida, pero que las quería para el resto de ella. Porque a pesar de que ninguno fuese "igual" a él, todos compartían un vínculo tan sagrado y especial que YoonGi quiso formar parte de ello con toda la voluntad que le quedaba.
Con las botellas nuevamente vacías y los ojos lagrimosos por las risas, el juego terminó y el último en dejar caer su carta fue SeokJin, siendo ahora el objeto de las burlas de los demás mientras lo obligaban a tomar un papel.
—¡De seguro se han unido para hacerme perder! —refunfuñó Jin, revolviendo los papeles en su mano y, con un chasquido de su lengua, sacando uno de ellos—. Les juro que si han puesto alguna estupidez como comer mierda o teñirse el cabello de verde fosforescente, los mato.
—¡Anda! Deja de quejarte, perdedor, y abre el papel —rió TaeHyung, dándole un leve empujón por el hombro.
YoonGi ya se sentía mareado y pesado por lo borracho que estaba. Sin embargo, cuando SeokJin leyó en voz alta su castigo, sus ojos se abrieron de par en par y casi escupió todo lo que había tragado.
—¿Besar... a quién? —preguntó YoonGi, parpadeando veloz.
—¡Besar a YoonGi! —carcajeó HoSeok, tumbándose sobre JungKook de manera exagerada al reír.
La atención se dirigió por completo hacia el más pálido, causándole náuseas y temor.
—Oh, no, no, ¡¿quién escribió esto?! —chilló SeokJin entre risas y molestia, rojo hasta las orejas—. ¡Oigan, se pasan! ¡Estoy casado, idiotas!
Las risas retumbaron otra vez en la sala y el entusiasmo aumentó; NamJoon empezó a cantar una canción romántica mientras que TaeHyung revoleaba su chaqueta en círculos, siendo aturdido por las risas altas de JungKook y HoSeok. El único que no reía ni pronunciaba palabra era JiMin.
YoonGi se quedó estático en su sillón como si alguien lo hubiese atado allí de pies y manos. El rostro le enrojeció con exageración al escuchar las burlas, las risas y los grititos de aliento para que SeokJin lo besara. YoonGi no deseaba aquello, no deseaba que nadie lo tocase así. Tragó saliva y respiró hondo, casi dejando salir un temblor en su voz y no pudo siquiera pronunciar una palabra al ver que SeokJin incluso aceptaba su castigo y ya se ponía de pie para caminar a él.
Las palmas de YoonGi sudaron con pánico y creyó empalidecer aún más ante el frío que se coló por su piel hasta sus huesos. Su mente se nubló entre el alcohol y la desesperación de huir de allí y, como si los cielos hubiesen escuchado sus súplicas, un relámpago bramó con furia sobre las calles de Nueva York y las luces se cortaron de golpe, haciendo a todos sobresaltar en sus lugares. En la oscuridad, cinco rieron borrachos y asustados, dos buscando celulares con los que alumbrar la sala negra y SeokJin corriendo con torpeza a buscar velas con las que iluminar la casa.
Cuando YoonGi creyó haber perdido todas ganas de yacer allí, una mano suave lo tomó del brazo y casi largó un grito de no ser porque oyó aquella voz dulce sobre su oído:
—Ven conmigo.
YoonGi, pestañeando varias veces en un intento de acostumbrarse a la noche dentro del salón, fue obligado a ponerse de pie y a caminar lejos de aquellos quienes bromeaban y reían juntos. Los pasos del muchacho siguieron los de JiMin hacia un lugar desconocido, y sus manos se entrelazaron con sutileza bajo la penumbra de la madrugada.
JiMin se adentró a uno de los cuartos, tanteando con su mano libre la puerta y luego cerrándola cuando se aseguró de que YoonGi ya estaba dentro con él. Se apoyó sobre una pared al estar tambaleante por el alcohol y soltó un suspiro, tratando de ver la silueta delgada del menor entre la oscuridad.
—¿Estás bien? —preguntó JiMin, casi susurrando.
YoonGi tocó sus propias manos y negó despacio, a pesar de que sabía que era apenas visto.
—No. Sí. Más o menos —murmuró lento—. Estoy... mareado. Tengo frío.
—Hablo por lo del beso.
YoonGi tragó en seco ante la voz profunda del mayor, sintiendo su propia respiración entrecortarse.
—No estoy bien. No quiero que él me bese.
—Yo tampoco —declaró JiMin, sumido repentinamente en seriedad.
El más pálido ladeó la cabeza y llevó una mano a su propio pecho, creyendo que desde allí JiMin podría escuchar el bombeo potente de su corazón. Las piernas le tiritaban y las palmas le sudaban, logrando sentir un calor subir desde la boca de su estómago hacia el rojo de sus pómulos. YoonGi dejó deslizarse un suspiro de sus labios y sus pies se movieron con inconsciencia, acercándose un poco más al contrario.
—Quiero...
—¿Quieres un abrazo?
Con inocencia, el chico con poliosis asintió con un sonido de su garganta.
Los brazos de JiMin se movieron a él como si el cuerpo ajeno lo hubiese estado llamando desde hacía horas. YoonGi fue envuelto con aquel calor agradable, llenándole el pecho de alivio y la nariz de un aroma mezclado a cigarro, alcohol y margaritas. Las manos de YoonGi marcaron su trayecto hacia la espalda del mayor y se aferró a su camiseta como si no quisiera dejarlo ir nunca; JiMin, con un suave giro, cambió de posiciones y dejó a YoonGi contra la pared para así apresarlo aún más en su abrazo.
YoonGi hundió su rostro sobre el cuello del otro y se dejó embriagar por su olor y por su calor natural. Su piel, suave y delicada, lo embelesó más fuerte que el poder del alcohol recorriendo en sus venas.
—Deberías dejarme... hacer esto más seguido... —bisbiseó YoonGi, apenas comprensible en su hablar torcido.
—¿El qué...? —murmuró contra los cabellos del menor—. ¿El que me huelas y que finjas no hacerlo?
El corazón de Min dio un brinco en la concavidad de su pecho y sus orejas se calentaron con vergüenza.
—N-No, me refería a...
—Sé a lo que te refieres, Yoon —interrumpió JiMin, largando una risita que se inmiscuyó en la piel de YoonGi y creó escalofríos por todas partes—. Haz lo que quieras... —susurró sobre su oído, apegándose cada vez más a él hasta que no cupo siquiera el aire entre sus cuerpos.
Las manos de YoonGi temblaron en la espalda ajena, pero se mantuvieron allí, con firmeza, desatando un deseo candescente en el interior de su pecho. Con su rostro sobre su cuello, YoonGi olisqueó sin disimulo la piel de JiMin, adorando cada centímetro de ésta y amando la manera en que se erizaba bajo su tacto. Sus labios, suspirando en constancia, rozaron su garganta y las piernas le flaquearon al notar cómo JiMin se tensaba ante las caricias de su boca.
—JiMin...
—Sigue. Por favor —musitó con la voz quebrada al ser casi imperceptible.
El alma de YoonGi vibró con potencia y sus dedos se clavaron en la espalda del contrario, perdiendo la capacidad para ser racional al ser ahogado por ese insensato deseo pasional y desenfrenado. Con el calor abrumando su ser, sus labios recorrieron la piel de JiMin y cerró su boca en su cuello, atreviéndose a lamer y a morder con suavidad aquella zona tibia. El suspiro que escuchó del mayor lo incitó a continuar con su acto lento y cálido, repitiendo la acción de morder y lamer su cuello como supo, al instante, que a JiMin le gustaba.
—Joder... YoonGi, tú...
JiMin apretó sus ojos y apresó más el cuerpo ajeno contra la pared, haciendo que sus torsos y sus piernas estuviesen pegados en armonía. Entre aquel roce, JiMin no dudó en comenzar a removerse contra el delgado cuerpo de YoonGi y, al no notar ninguna queja por parte del otro, se dispuso a bajar sus manos hacia la cintura del pálido para apretar su piel y rozar aún más sus entrepiernas.
YoonGi jadeó y mordisqueó el hombro del rubio, moviéndose al mismo ritmo que el mayor, permitiendo que bajo sus ropas el calor aumentase y sus pieles sudaran deseosas una de la otra. El abrazo firme que YoonGi mantenía sobre JiMin permaneció tan fuerte como en el principio, con la diferencia de que ahora sus brazos tiritaban y sus piernas apenas podían mantener su propio peso ante los roces que descargaban un cosquilleo intenso en su abdomen bajo. Con el desespero acrecentando en su pecho, YoonGi gimió suave sobre el oído de JiMin, provocando cada centímetro del último mencionado.
—Yoon... YoonGi, YoonGi... —susurró, frotándose sin poder parar aquel movimiento que lo arrinconaba al borde de la locura a cada segundo que pasaba.
Sin embargo, con el grito de un rayo estallando en el cielo, sus cuerpos se sobresaltaron asustados y el ritmo que llevaban se perdió entre corazones acelerados y respiraciones agitadas. Habiéndose acostumbrado a la oscuridad, sus ojos se buscaron entre las sombras del conticinio, encontrándose con pupilas brillantes y dilatadas ante el placer de hacía unos instantes.
—Deberíamos... —YoonGi alejó lentamente sus manos de la espalda ajena y su mirada cayó al suelo en pena.
—Uh, sí, eh... —JiMin se mordió el labio con fuerza, obligándose a sí mismo a retroceder y sostenerse de la pared ante el mareo que le nubló la vista—. Yo... Lo siento. Estoy... Estamos...
—Estamos borrachos —finalizó YoonGi, asintiendo varias veces con la cabeza y distanciándose apenas de la pared con las piernas temblándole de sobremanera. Caminó hacia la cama que yacía en medio del cuarto y se dejó caer sentado a ella, para luego recostar su espalda allí con pesadez—. Estamos borrachos... —repitió en una simple excusa que ninguno de ellos creyó.
El sonido de la lluvia proclamó el silencio de sus voces. Ambos corazones continuaban alocados e ilógicos, resguardados tras sus pechos como si sus latidos temiesen a ser escuchados. Entre mareos, aroma a alcohol y sentimientos acrecentando sin límites en el jardín de sus corazones, YoonGi permitió que sus párpados cayeran y que el sueño se adueñara de su existencia en aquel momento de pasiones descontroladas y emociones dislocadas de la realidad.
¡al fin he vuelto! (?) perdonen si este capítulo es un desastre, me costó bastante hacerlo y no sé por qué JAJAJ Espero que les haya gustado mucho, los amo y sepan disculparme por tardar tanto en actualizar ;; <3 nos leemos en la próxima actualización, muakis.
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