ix. de su alma, un incendio
Sus ojos estaban tan teñidos de indiferencia y frialdad que incluso el invierno más fuerte no se comparaba ante el oleaje helado de sus irises. YoonGi mantenía sus manos sobre la mesa; una posición que, con sus hombros firmes y erguidos, le daban la simpleza de un hombre seguro y confiado.
—¿Es por JiMin? —preguntó el más alto.
—No, no es por JiMin.
Peter observaba a aquel muchacho con poliosis que, tras una gorra, escondía los mechones pálidos que solían deslizarse sutiles por su frente. Las pestañas de YoonGi se movieron con suavidad, vislumbrando aquella paciencia que poco a poco caía y se perdía como arena escurriéndose de las manos. De sus labios se esfumó un leve suspiro y dejó caer su mirada sobre el ventanal al día blanco, rebuscando quizás en algún árbol desnudo la pasión que alguna vez tuvo por el hombre frente a él.
—Es por mí —concluyó YoonGi.
Un silencio ocurrió entre ellos, incluso parecía que la clientela de aquel bar había mantenido la quietud sólo por los dos.
—Yo... YoonGi, por favor —alcanzó a pronunciar, tocando sus propias manos. Peter lucía nervioso, con los ojos pintados de pena y los labios resquebrajados de susto.
—¿Por favor, qué? —YoonGi volvió a él y su ceño se mostró fruncido, aún vistiendo esa mirada inmutable—. Es lo que es, Peter. ¿Quieres que lo repita? Yo no puedo estar contigo. Ya no. Muchas cosas han cambiado, tú has cambiado, yo he cambiado... No me siento bien estando contigo porque apenas te conozco ahora... Lo que has hecho, lo que has dicho, ¿crees que no me afecta en absoluto? ¿Crees que...?
—YoonGi —interrumpió Peter, formando una mueca con sus labios—. Escúchame, tan sólo escúchame. Te conozco y sé que cuando te molestas, cierras tus oídos y no quieres atender a nada. Pero esta vez escúchame, te lo estoy pidiendo sinceramente.
La ceja derecha de YoonGi se levantó de modo casi imperceptible, dejando sus ojos clavados en el muchacho frente a él y en su expresión sinceramente preocupada. Hizo un movimiento con su cabeza sin siquiera abrir la boca, permitiéndole el paso a palabras que, ambos sabían, no serían en abundancia.
Peter largó un suspiro y tragó saliva, prosiguiendo:
—Estoy enamorado de ti. Eso lo sabes muy bien. Sé que he cometido errores y que me he comportado de manera desagradable frente a ti y frente a mi hermana. Yo... No fue mi intención dañarla o dañarte, creo que eso está claro.
—No, no está claro.
—Déjame continuar, por favor —pidió, y siguió—: No soy un hombre seguro de mí mismo, también lo has sabido desde que nos conocimos. Y, con la llegada de JiMin a tu vida, yo... me he sentido... realmente aplastado por su presencia. E intenté controlarme, manejar mis sentimientos, mis celos, mis mañas, pero no pude. No puedo. Te amo y te necesito, y necesito que entiendas que eres la persona más importante de mi vida y que no soportaría que nos separáramos. —Hizo una pausa, miró a los ojos de YoonGi, y luego volvió a suspirar—. Es... todo... Te amo, Yoon. Te pido una oportunidad más.
Otra vez, silencio. Un silencio arrollador, que erizó los vellos corporales de YoonGi y formó un nudo en su garganta. El más bajo frunció su ceño y dejó caer su mirada a sus propias manos, sobre la superficie de madera. El café a su lado, ya frío, parecía muerto en la tarde invernal.
—¿Recuerdas... hace dos años, Peter? —dijo YoonGi, no esperando realmente una respuesta; sabía que el otro lo recordaba con perfección—. Me pediste ser tu novio. Fuimos novios desde ese tiempo... Nadie de tu familia me conoció hasta hace poco más de un mes. —YoonGi elevó la mirada a él, vistiendo ojos cristalizados de pena—. Te esperé... porque tuviste miedo. Comprendí tu miedo, pero me escondiste tanto tiempo... Toda mi vida he sido escondido por lo que soy, Peter, y a ti eso nunca te importó. Mi madre me obligó a teñir mi cabello cuando era pequeño, a cubrir mis marcas con ropa larga y oscura. Ella me impuso órdenes que yo no deseaba seguir, me dijo que a la gente le asustaban las personas diferentes.
Peter no se atrevió a apartar la mirada de YoonGi mientras éste hablaba. Su garganta se secaba ante las palabras crudas y directas de quien, quizá, sería ahora su ex.
—Me cansé —continuó YoonGi—, me cansé de muchas cosas. Yo te avergonzaba en aquel tiempo porque era menor de edad, porque no tenía un trabajo y debía estar todo el tiempo estudiando. Te avergonzaba porque soy un chico y no una chica, porque mi cabello es diferente y mi piel es demasiado blanca. Te avergonzaban tantas cosas de mí, Peter, y yo tuve que tragarme todo eso porque te amaba, porque quería que tuvieses tu espacio y que pudieses, algún día, superar todo aquello.
—YoonGi, juro haber superado todo eso, ¿crees que te hubiese presentado a mi familia si no hub-...
—Lo hiciste —interrumpió—. Me presentaste. ¿Pero sabes de qué modo? —preguntó, afilando sus pupilas—. Te oí cuando llamaste a tu madre. Por teléfono, le dijiste "tengo un novio con poliosis". —YoonGi hizo una pausa al sentir que su pecho se encogía al recordarlo, al recordar lo mucho que le había dolido escuchar eso tras la puerta—. ¿Por qué no dijiste "tengo un novio que toca el arpa", o "un novio que dibuja desde sus cuatro años"? ¿Por qué soy "el chico con poliosis"? ¿Por qué mi apariencia me define como persona, Peter?
El otro apretó sus labios y pasó las manos por su rostro con exasperación y vergüenza, negando incontables veces. Nuevamente, aquel silencio repleto de incertidumbre, secretos, humillaciones e incomodidad se posó sobre sus hombros e hizo de sus cuerpos más difíciles de llevar.
—No... No quise decirlo así. Lo que ocurre es que mis padres, sabes cómo son... Ellos tienen muchos prejuicios y no quería que... se sintieran incómodos de algún modo y tú tampoco...
Las pupilas de pestañas claras se fijaron en el contrario y su cuerpo se tensó con brusquedad. YoonGi echó apenas su torso hacia atrás y se quedó atónito ante la respuesta tan vil e ignorante que dejó Peter escapar de sus labios. De la garganta de Min se esfumó una risa tosca y frágil mientras su cabeza negaba con incredulidad. Su pecho, rebosado de decepción, se quemaba como si el jardín de su corazón hubiese sido incendiado por las manos del otro.
—Así que debes preparar sus pequeñas y cerradas mentes para presentarles al monstruo de circo y que no se impresionen mucho —volvió a reír irónico. Negó varias veces y cogió de la mesa sus llaves y su celular, comenzando a levantarse—. Olvídalo, Peter. No tendré esta discusión contigo. Se nota lo parecido que eres a tus padres —declaró, mirándolo desde arriba—. No vuelvas a llamarme. No quiero saber nada que tenga que ver contigo.
Peter elevó su cuerpo y se sostuvo con una mano sobre la mesa, teniendo los ojos llenos de lágrimas y el rostro rojo de la desesperación por perderlo.
—YoonGi, espera, por Dios, yo...
—Hemos terminado.
YoonGi enfrentó la mirada de Peter sin siquiera una pizca de titubeo. Las lágrimas que Peter dejó caer sobre sus mejillas no le ablandaron el corazón ni hicieron que cambiase de parecer, porque aquella lluvia que emanaba de sus pestañas le recordaba a la cantidad de lágrimas que él había tenido que derramar por el otro. Aquella era, tal vez, su forma de devolverle el favor por su angustia.
···
Sus pasos lo llevaron hasta un lugar al que temía posar su presencia. Aún así, con las manos picándole de la ansiedad y el estómago revolviéndosele entre nervios, golpeó la puerta de la casa de los Park, esperando en el frío de la tarde. La entrada no tardó en enseñarle la silueta de la mujer esbelta y piel pálida, abriendo la puerta con un deje de curiosidad y confusión ante la presencia de YoonGi allí.
—YoonGi... —musitó ella con los labios apretados, mirándolo disimuladamente de arriba abajo—. JiMin no está en la casa ahora, podría decirle que...
—No —negó rápido—, no vine por él. Vine... a hablar contigo. —Tragó saliva y se aclaró la garganta, tocándose la manga de su abrigo negro—. Si me permites...
Ana parpadeó veloz ante el pedido para entrar de YoonGi. Esta vez, una extraña sensación se posó en su pecho, aunque su cuerpo se hizo a un lado para dejarlo pasar hacia el interior de la casa. Ella mantuvo el silencio, entregándole una mirada suspicaz, arrancando sus pies hacia la sala y siendo seguida por el otro.
La joven rubia se sentó sobre uno de los sofá individuales, cruzando sus piernas y posando ambas de sus manos sobre su rodilla, luciendo pulcra, elegante e inmutable. Con un movimiento ligero de su barbilla, Ana le indicó a YoonGi que tomase asiento en el otro sillón frente a ella.
—¿De qué quieres hablar?
YoonGi, con un suspiro arrancado desde su garganta, se sentó un tanto tenso delante de la joven resplandeciente. Su mirada, tan segura y altiva, le recordaba a la intensidad satisfactoria de una niña.
—Yo... Quiero pedirte disculpas por lo que ocurrió la otra vez en la cena —dijo él, tocando sus propias manos en su regazo—. Lo que Peter te dijo fue una de sus locuras, ni JiMin ni yo sentimos algo por el otro y es una situación que Peter se ha inventado en su propia cabeza. Lo que quiero decir es que...
—Rompiste con mi hermano —interrumpió, permaneciendo en esa posición tiesa.
YoonGi observó sus ojos azules y se permitió asentir una sola vez.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque no necesito a nadie en mi vida que desconfíe de mí y cree tanto daño.
Ana achicó sus ojos y su mentón se elevó ligeramente ante su respuesta. Incluso así, se notó el claro brillo de concordancia.
—Pues... mi hermano... ha cometido muchos errores en su vida, eso está más que claro. Siéndote sincera, me alegra que te hayas separado de él. Tiene un jodido problema en la cabeza.
Él desvió la mirada y contempló sus uñas lastimadas y comidas de días pasados. Una risa seca y ronca escapó de entre sus labios, haciéndolo negar suave con la cabeza.
—Gracias, Ana, pero no he venido a hablar de Peter. A lo que vengo... es a decirte que no pasa nada entre JiMin y yo. Sólo somos amigos —mencionó, apretando sus labios resecos.
Ana movió un mechón de cabello claro detrás de su hombro y posó una mano sobre su propio vientre, como si la descansara allí.
—JiMin me explicó eso el día en que discutí con Peter. No te conozco de mucho a ti, simplemente fuiste el novio de mi hermano y apenas has hablado conmigo, por lo que no te tengo mucha confianza. Pero confío en mi JiMin. Él es... —suspiró—, una de las personas más fieles y honestas que he conocido en mi vida. JiMin es mi vida, YoonGi, y confío en su palabra. Él no me engañaría.
«Menos con alguien como tú», quiso decir ella, pero guardó sus comentarios soberbios detrás de su lengua.
YoonGi asintió con lentitud, sintiendo el peso menos de un problema como aquel en el pecho y logró esbozar una pequeña sonrisa, bajando la mirada y juntando sus rodillas. La existencia de un extraño sentimiento rodeó la boca de su estómago, cosquilloso y burbujeante, pero aun así YoonGi supo mantener la misma posición y no dejó que ninguna de sus emociones se mostraran tras el brillo de sus irises.
—Me alivia que sepas que es así. Nunca querría causar ningún problema y menos con JiMin —declaró—. Él es un gran hombre y es muy feliz a tu lado.
Ana, nuevamente, concordó con el muchacho. La expresión de ella se suavizó cuando ambos supieron entenderse y expresarse, incluso cuando prevalecía cierta incomodidad en el aura al tener los dos un rincón especial para JiMin en sus corazones que, por supuesto, se diferenciaban en sentimientos.
Él se despidió de ella cuando las charlas fueron suficientes para agotarlo mentalmente y el tiempo creó de su presencia una molestia en casa ajena. Le agradeció a Ana la dulce comprensión que había tenido con él y con la amistad que tenía con el rubio, sabiendo que si ella como esposa se oponía a su relación, JiMin no dudaría en apartarlo del sendero de su vida. Con buenos gestos y movimientos de cabeza, YoonGi salió de la vivienda del matrimonio Park y arrancó su camino de vuelta a su casa, donde la soledad lo acogería una vez más. Sin embargo, en su largo trayecto, nació una insensata incomodidad en la punta de su lengua al pensar en lo dulce, cariñoso y fiel que era el hombre en cuestión.
···
Pasó sus dedos sobre el tiempo marcado para siempre en papel brillante. El tono sepia de algunas fotos le causaba cierta nostalgia, aunque poco recordara sobre los años de su niñez. Su mirada se posó melancólica sobre la imagen de sí mismo, sentado en una gran roca con el paisaje de las margaritas y el lago detrás. Tampoco recordaba dónde era esa casa; sólo recordaba un gran campo de flores blancas y amarillas, llevándose siempre su atención tras el círculo resplandeciente de una ventana.
Muchas cosas eran para él un misterio. Su padre, por ejemplo, al que nunca había conocido; o incluso su madre, que aun habiendo convivido con ella por tantos años jamás había llegado a conocer ni una pizca de su persona. A veces, YoonGi no solía darse cuenta dónde estaban esos huecos vacíos en su cabeza. Otras veces, las lagunas en su mente producían cataclismos a borbotones en el pobre recipiente de su alma. YoonGi no sabía muchas cosas de su propio pasado, pero trataba de asegurarse de que, en su cabeza, el Min actual no se perdiera entre mareas y oleajes destructivos.
Continuó viendo su añeja caja de recuerdos que hacía años que no veía; apenas reconocía algunas fotos y otras, como si no fuesen propias, se le hacían tan desconocidas que ni siquiera podía reconocerse a sí mismo en ellas. Vio fotos con su madre, con su perro y de paisajes. En la mayoría de fotos él no aparecía, pero cuando lo hacía, siempre estaba cabizbajo o mirando hacia otro lado. Desde siempre odió capturar su existencia en un retrato.
Y, entre tantas imágenes en su cajón, hubo una que atrapó su ojo como si fuese un pez nadando en el río y la sutileza fotográfica lo hubiese enredado en su anzuelo. Un escalofrío cruzó el relieve de su columna vertebral, haciéndolo removerse en su asiento delante del escritorio, entregándole un fuego repentino en el pecho. Acercó la foto a su rostro para contemplar el panorama un tanto oscuro; parecía ser la noche, en el interior de un cuarto. Él mismo de pequeño posaba distraído, sin siquiera notar la presencia de una cámara delante de sí; las luces jugando con la pálida tez y el blanco y negro de su cabello. La forma de sus manos pequeñas, casi tensas, parecían apretar la piel de sus propios muslos y, mientras tanto, su cabeza se mantenía gacha.
Cualquiera diría que era una foto casual, sacada en un momento cualquiera en una situación cualquiera. YoonGi, en el tiempo de un relámpago, supo que no. Detrás de él, con las manos elevadas y una sonrisa destellante, yacía una niña a la que apenas se le veía el rostro por los mechones rubios que caían sobre su rostro. Parecía contenta, o eso es lo que él podía notar. Llevaba un dulce vestido blanco con flores y éste lucía en movimiento ante una vuelta que seguramente la niña había hecho antes del flash.
Era la alegría personificada. Tanta luz emanando de ella parecía simular destellos de pequeños rayitos de sol en el interior de la habitación. Su silueta tan natural, tan suave y delicada. Su rostro que, incluso tapado tras mechones largos de cabello, se contemplaba tierno e inocente, pero bravo y potente. El contraste entre ellos dos en una misma foto supo encarnar en YoonGi un ahogo voraz.
«No la conozco», pensó, y se sintió enfermo.
Su inconsciente reventó.
Un lago. El suelo húmedo. Árboles viejos meciéndose sobre su cabeza. El canto de un cuervo. Vino pintándose en la nieve.
Sus manos temblaron con cierto desespero y el estómago se le revolvió hasta el punto de provocarle arcadas. Se levantó brusco de su silla y se llevó una mano a la boca, empalideciendo, sudando. El frío que traspasó su alma y abrazó su cuerpo causó un temblor en su cuerpo parecido al de un llanto, aunque los ojos se le habían secado en un desconcierto ansioso. Las extremidades se le entumecieron, la vista se le nubló, incapaz de concretar un pensamiento coherente y una acción que no lo llevara a un pánico más grande. Buscó entre las paredes de su cuarto que parecían achicarse cada vez más una salida, una escapatoria hacia ninguna parte donde pudiese esconderse como un niño pequeño que huye del monstruo de la oscuridad.
Estaba perdiendo el aire y pronto podría perder la consciencia. «¿Qué hago, dónde voy, a quién llamo?». Su pulso acelerado, desesperado, lo obligaron a actuar rápido antes de que su cabeza estallara del temor y los nervios comieran los restos de su carne y hueso.
YoonGi tomó un encendedor. Rompió en llanto. El fuego se desprendió y la luz titilante hizo reventar su corazón en las gélidas concavidades de su pecho.
Quemó la foto. Quemó la incertidumbre y el terror. Quemó a la niña de su memoria.
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