ii. donde nace la tormenta
Yacía en él la más pura angustia nacida en los barrancos de sus pestañas. Cada gota de tormenta regaba sus mejillas de caos, un caos interior que deseaba estallar y desperdigar cada trozo de sí mismo.
«No llores, no llores», se decía; más una súplica que un consejo. Su reflejo distorsionado se mostraba frente a él y detuvo su existencia para sólo centrarse en su fría respiración, intentando con todas sus fuerzas que la catástrofe se fuera lejos de su pecho. Cuando logró que sus pulmones volvieran a llenarse de aire, se mojó la cara con agua helada del grifo y luego volvió a mirarse al espejo como si estuviese alentando a su alma a continuar con aquella desdicha.
Con un último suspiro, YoonGi caminó hacia la puerta del baño y, cuando salió de allí, el mundo volvió a existir para él. El sonido de voces y pasos ajenos hicieron eco en sus oídos y trató de ignorar a toda la multitud en los pasillos, llevando sus pies con rapidez hacia su destino. Después de haber estado veinte minutos encerrado en el baño, se adentró a su clase en silencio y se sentó en los bancos más cercanos a la salida, observando desde lejos a la profesora hablar en voz alta para que todos fueran capaces de oírla.
Las manos le tiritaban con constancia, producto de la ansiedad que lo estaba carcomiendo desde que el sol había suspirado en su rostro al principio de la mañana. Se comió las uñas hasta el punto de lastimarse los dedos, pero el dolor se le hacía fútil y casi inexistente. Se llenó la cabeza de una vieja canción la cual recordaba a medias, intentando calmar aquellos nervios que parecían matarlo poco a poco. Pronto, sería él quien sustituiría las palabras de la profesora y todo el mundo presente en aquel salón debería escuchar su voz temblorosa y probablemente tartamudo.
«De seguro haré o diré algo estúpido», pensó, lamentándose de antemano. Sus pupilas se movían rápidamente por la clase y en un momento se asustó, pues lo único que escuchaba era su sola respiración agitada. Tragó saliva, sabiendo que en aquel momento la profesora había llamado a su nombre y era el siguiente en pasar frente a la pizarra.
Se quedó un momento pasmado donde parecía que el universo se había detenido sólo para darle un golpe en la espalda y obligarlo a salir de su mundo onírico. Pestañeó varias veces como si recién se pospusiera a despertarse y se puso de pie con su típica expresión seria y fría, siendo observado por muchos de los alumnos de primer año. Caminó por el pasillo bajando las escaleras, rezando al Dios que fuera para que no le permitiera tropezarse y caer frente a todos. Casi con alivio, llegó hacia el último escalón y se dirigió frente al escritorio, echando un último vistazo a la profesora mientras se secaba el sudor de las manos en el pantalón antes de abrir su boca y dejar salir su voz de manera modulada.
Comenzó a hablar sobre el principio del movimiento Ilustrado en Europa en un tono sereno y alto, sin ninguna pizca de duda o temblor en su voz. Recordó cada palabra que debía decir y no se detuvo en ningún momento a pensar, utilizando el vocabulario correcto para describir los diferentes escenarios y personajes que se dieron en la Ilustración. Continuó sobre los autores más destacados que habían expandido aquel movimiento y se refirió a algunas obras con total seguridad, recomendando un par de ellas para que sus demás compañeros las revisaran en futuras clases y así poder fomentar una discusión al respecto. YoonGi decidió finalizar con el avance social que la Ilustración había desatado sobre Europa y en el mundo en su totalidad, puesto que el uso de la razón y la lógica fue la principal herramienta de aquellos ilustrados, y grandes científicos famosos lograron propagar mucho más sus teorías e inventos a través de las sociedades.
Cuando bajó sus apuntes y miró a su profesora indicándole que su lección había finalizado, escuchó los aplausos de los alumnos presentes y el alma le volvió al cuerpo, tomando sus hojas del escritorio y volviendo tan rápido como podía a su banco al final de toda la clase. Pasó sus manos por su rostro como si quisiera arrancárselo, suspirando pesado al saber que no había dicho nada fuera de lugar ni se había equivocado en su explicación. Se sobó el pecho, similar a una caricia de ánimos a sí mismo y de entre sus labios volvió a escaparse un suspiro, esta vez un tanto más sosegado de la presión pasada.
El resto de la mañana se la pasó mirando su celular y yendo al baño cada tanto para lavarse el rostro de tanto nervio que había pasado al principio de la hora. Ahora le tomaría un tiempo recuperarse de tanto terror; con unas cervezas, un cigarrillo y una buena película en la soledad de su habitación creía que se le pasaría.
Al final de la clase, tomó sus pertenencias y fue el primero en cruzar la puerta de salida, deseoso de poder arrancar su existencia de aquellas paredes que lo sofocaban cada día un poquito más. En el estacionamiento de la universidad, buscó su bicicleta entre otras tantas y salió andando hasta los portones del campus, tomando el atajo que siempre solía cruzar para dirigirse a su casa. El gélido viento del mediodía lo obligó a subir su bufanda para cubrir parte de su rostro, sintiendo cómo sus dedos se helaban por la abertura de sus guantes. Tomó la avenida principal a toda velocidad, pedaleando rápidamente sin fijarse mucho a sus costados, pues en su mente venía enraizándose su canción favorita y sus labios tarareaban el estribillo con pasión mientras la lluvia comenzaba a golpear la acera y su cabello con una furia imprevista.
Los ojos se le achicaron por el golpe de las gotas en su rostro y el viento le dio un empujón a su bicicleta, desestabilizándolo y llevándolo directamente a un auto que descansaba junto a la acera. Las ruedas de su transporte se resbalaron por el agua en la calle, haciendo que se trastabillara y cayera de rodillas a un lado, raspando con el manubrio la puerta de un coche negro.
—¡Joder! —masculló, arrugando toda su cara ante el ardor en sus rodillas y el daño que había provocado en un automóvil ajeno. Se mordió el labio y se puso de pie, levantando su bicicleta con desgano, observando la casa que se contemplaba llena de flores en el jardín frontal. La lluvia reinaba en aquel vecindario y él ya se encontraba empapado de pies a cabeza. Miró otra vez la pintura del carro totalmente dañada de un lado y el corazón se le llenó de adrenalina por lo que había cometido. No obstante, se mantuvo de pie frente a aquel hogar con las manos temblándole de sólo pensar en acercarse a tocar la puerta para hacerse cargo de los daños causados.
«Podrías irte, Min YoonGi, nadie te ha visto», se decía titubeante. Podría irse y dejar que los dueños de aquel coche culparan a cualquier niño travieso del alrededor, sin tener él que enfrentar a algún desconocido y todo lo que conllevaba entablar una conversación con alguien que ni sabía cómo lucía. «A la mierda», pensó. «Ten más valor, maldita sea.»
Apretó los dientes y se atrevió a dejar la bicicleta a un lado, caminando despacio hacia la puerta de entrada mientras observaba las flores a los lados del camino ser golpeadas por las gotas mezquinas de la tormenta. Tragó saliva y respiró hondo antes de alzar su mano hacia el blanco botón que haría su presencia visible ante los dueños de aquella casa.
En cuanto escuchó el cantito del timbre, se arrepintió. Empezó a sudar incluso bajo la lluvia y el estómago se le llenó de cosquillas espantosas que lo hacían querer escupir toda la comida que había ingerido durante el día. Se miró los dedos pálidos y raspados por la caída pasada, atrapando su labio inferior con los dientes entre tanto nervio que lo carcomía.
Cuando la puerta se abrió, creyó que el alma se le había escapado por la boca como si alguien le hubiese propinado una bofetada con toda la palma.
—¿Min YoonGi?
YoonGi alzó la vista bastante atolondrado. Contuvo la respiración mientras veía al muchacho frente a él, notándose con una expresión de pura confusión. Pestañeó varias veces y se aclaró la garganta antes de hablar, sintiendo la boca seca.
—Ah... yo... no sabía que vivías aquí... —musitó, rascándose la nuca mientras miraba hacia todos lados menos hacia las pupilas desbordantes de brillo del menor.
—Estás empapado... —habló JiMin, perplejo por el estado del otro. Sin dudarlo tomó el brazo de YoonGi para que se adentrara a aquella casa desconocida y lo dejó contra una pared de mármoles pálidos—. ¿Qué hacías por aquí? —inquirió, pero a los pocos segundos negó y decidió que aquella pregunta podía aguantar—. Espera, te traeré una toalla.
YoonGi abrió la boca para protestar, pero antes de que su cabeza se mentalizara para responder, JiMin ya había salido de su campo de visión tras una puerta de vidrio opaco. Se quedó un rato pasmado en el lugar sin saber qué hacer, estupefacto por la idea de haberse metido a la casa de Park JiMin y Ana Wilson por mera coincidencia. La ropa dirigía sus gotas hacia el suelo bajo él, creando así un pequeño charco sobre el liso negro tan elegante de aquella primera sala.
«¿Qué demonios estoy haciendo aquí?», se preguntó casi en pánico, tocando sus propios dedos huesudos y lastimados. Su mirada reparó en el ambiente tan dulce y a la vez ostentoso que esas cuatro paredes guardaban. El blanco de la pequeña sala podría casi agobiarlo de no ser por el piso oscuro en el que estaba parado, haciendo armonía con un detalle que equilibraba los colores en ese rincón de la casa. Suspiró en cuanto sus ojos comenzaron a vagar por aquel lugar, contemplando el estante repleto de libros que cubría toda una pared, siendo acompañado por un par de retratos de JiMin y Ana abrazados, o fotos de niños los cuales él supuso por pura lógica que eran aquel matrimonio en su infancia.
Sus pies casi lo llevan hacia la pared donde tres cuadros y una foto en especial resaltaban más que el centenar de libros que descansaban en el mueble junto a la pared; sin embargo, se detuvo a sí mismo y se mantuvo en el mismo sitio, pues el agua que seguía cayendo de su vestimenta mojaría todo el lugar si continuaba moviéndose. Prefirió esperar a que JiMin regresara con una toalla como había indicado, aunque la espera se hacía mortífera, según YoonGi.
Su corazón volvió a rebosarse de adrenalina en cuanto el rubio regresó a la sala con dos toallas en mano, entregándoselas con una expresión de preocupación.
—Disculpa la demora. ¿Estás bien, YoonGi? —preguntó, dejando una de las toallas sobre los hombros del contrario—. Me has sorprendido, ¿algo ha ocurrido con Peter?
—Oh, no, no, nada de eso, él está bien... —musitó, secando su rostro mientras desviaba la mirada con incomodidad—. Yo... lo siento, en verdad no sabía que tú vivías aquí. Ha sido pura coincidencia.
JiMin lo observó ahora con confusión, manteniendo la mirada sobre su rostro pálido y aún húmedo por la reciente tormenta que le había caído encima.
—¿Y por qué estás aquí?
YoonGi tragó saliva y continuó pasando la toalla entre sus cabellos enredados y empapados, concentrándose más en la parte trasera de su cabeza; más como una costumbre como cuando estaba nervioso a que asegurarse de que sus cabellos no quedaran chorreando agua.
—Yo... —Se aclaró la garganta en cuanto la sintió demasiada baja—. Yo recién salgo de la universidad, venía en bicicleta cuando comenzó a llover —dijo, animándose por fin a levantar la mirada y encontrarse con la ajena en cuanto dijera lo siguiente—. Me... he caído frente a tu casa y... rayé la puerta de tu coche con la bicicleta. —Hizo una pequeña pausa en donde no permitió que el otro respondiera—. No... no te preocupes, pagaré todos los daños. Discúlpame, fue sin intención. En verdad lo siento.
Los ojos de JiMin se abrieron escasamente, observando de manera un tanto sorprendida al de cabello blanco y negro. Pestañeó varias veces y sus ojos se dirigieron a la pequeña ventana de la puerta principal, buscando con su mirada al coche fuera aunque la cortina de lluvia no se lo permitiera.
—Oh... —alcanzó a musitar, volviendo la vista hacia YoonGi, quien parecía un cachorro mojado en pena—. Uh... descuida, no te preocupes por eso ahora. —Una sonrisa llena de compasión se formó en sus labios, ladeando la cabeza—. Me alegra que hayas venido hasta aquí para hablar sobre el accidente, pero eso es lo que fue, un accidente. Cualquiera podría haber pasado por alto aquello e irse sin más. Gracias por avisarme, YoonGi.
YoonGi agachó la cabeza y asintió una sola vez, aún con la toalla entre manos.
—Bueno... era eso. Me iré yendo y después...
—¿Qué?
El mayor de los dos alzó la vista, luciendo casi extrañado al ser interrumpido.
—¿Qué de qué?
—Aún llueve a cántaros —señaló JiMin— y has dicho que venías en bicicleta. No puedes irte. Espera a que la tormenta se pase un poco, aunque sea...
YoonGi quiso tanto negarse a aquella propuesta. Quiso tanto decirle que deseaba irse a su casa incluso si el agua le llegaba a las pantorrillas al caminar junto a su bicicleta. Quiso decirle que no le gustaba estar en una casa desconocida con gente que apenas conocía por sus nombres a pesar de ahora ser familia. Buscó en su mente diferentes excusas, maneras de escapar de la situación mientras veía a los ojos de Park JiMin con el semblante serio.
—Está bien —respondió con simpleza. Y se extrañó de sí mismo, pues parecía que sus labios habían sido traicioneros de su propia mente. Bajó la mirada al instante en que pronunció aquellas dos palabras y frunció el ceño, sintiéndose más nervioso que antes y suplicándole a los cielos que detuvieran aquella furia de lluvia que atacaba la ciudad de Nueva York.
JiMin sonrió complacido al haberlo convencido y le hace una seña para que le siguiera el paso. YoonGi ya no podía negarse, así que derrotado caminó detrás del otro con pasos silenciosos, queriendo disminuir su presencia lo más que podía en aquella situación.
Cruzaron un pequeño pasillo y luego ambos se encontraron en una sala más grande que la anterior visitada. Allí, las paredes tenían más pureza y vida en sus colores, y el sonido de los troncos chirriando bajo la intensa calidez de las llamas llenó los oídos del muchacho intruso en la casa. Las pupilas de YoonGi deambularon con curiosidad a través de la habitación, sintiendo una dulce ventisca atraerle el aroma a comida desde una puerta entreabierta al otro lado del cuarto.
—JiMin, ¿qué estás...? —Ana asomó su rostro desde la puerta mencionada con anterioridad, vistiendo un delantal rojo que hacían juego con el par de aros que colgaban de sus orejas, apenas escondidos por los mechones rubios que caían de su cabeza—. Oh, ¿YoonGi? ¿Qué ha... —se quedó mirándolo de pies a cabeza, expresando su clara sorpresa ante la presencia ajena— ¿qué ha pasado?
—Ah, la lluvia lo atrapó de repente y justo lo vi refugiándose bajo el techo de nuestro jardín, así que lo hice pasar en cuanto me di cuenta que era él —contó JiMin, sin ninguna mueca que demostrara que mentía. YoonGi lo observó de reojo un tanto desconcertado, pero aun así se mantuvo en el silencio de sus palabras.
—Oh, vaya... —articuló Ana, apretando los labios—. Pobrecito, ¿estás bien? Anda, ven, acércate a la chimenea, debes estar helado. —Extendió su mano y le indicó con una sonrisa amable el sofá de cuero frente a la chimenea, demostrándole que estaba bien que se sentara allí—. JiMin, por favor, sé más considerado y tráele algo de tu ropa, no puede quedarse empapado de esta manera.
—Ah, no, no —negó al instante YoonGi, moviendo las manos en el aire con los ojos bien abiertos, acercándose a la chimenea con un tanto de timidez—. No hace falta, en serio... gracias por atenderme pero no es necesario. En cuanto la lluvia pare me iré y...
—Nada de eso, YoonGi. Eres mi cuñado, anda, déjame ayudarte —insistió Ana, y luego le habló con la mirada a su marido para que hiciera lo que le había pedido. JiMin salió de aquella sala sin decir palabra, sabiendo que tampoco podía negarse. YoonGi apretó los labios con incomodidad y asintió despacio. A pesar de eso, se sentía agradecido por la forma en que su cuñada lo trataba, pero un tanto sofocado de recibir tanta atención de personas que conocía hacía muy poco tiempo.
—Gracias... —musitó tocándose las manos, de pie junto al fuego de la chimenea. Se quedó viendo las pequeñas fotos y retratos que colgaban en la pared o se apoyaban sobre los ladrillos de la chimenea, creando un aura familiar por donde sus ojos se posaran.
—Y dime, YoonGi —comenzó Ana, apoyándose en el umbral de la puerta hacia la cocina, sonriéndole con la confianza de alguien que te conoce desde hace años—, ¿qué tal las cosas con mi hermano?
YoonGi alzó la vista a ella y notó en los ojos ajenos la curiosidad de quien no sabe nada sobre lo que inquiere. También quiso formar la misma sonrisa que la de la mujer, pero lo único que logró hacer fue un movimiento de labios demasiado incómodo.
—Ah, pues... estamos bien. Él es un gran hombre.
Se restregó las manos en el aire mientras se calentaba con el fuego de la chimenea y decidió posar sus ojos en los troncos ardiendo, no sintiéndose con ganas de hablar abiertamente de la relación que tenía con Peter porque aquello se le hacía algo íntimo.
—¡Ah! Claro que lo es —suelta una risita—, yo misma conviví con él por más de veinte años. No estoy muy segura de cómo se conocieron... ¿en dónde se vieron por primera vez?
El muchacho con poliosis terminó por suspirar, notándose bastante incómodo ante tantas preguntas y estaba casi seguro de que Ana se había dado cuenta de su rechazo por hablar sobre su relación, pero al parecer no estaba en sus planes terminar con aquello.
—En el último año del Instituto —respondió YoonGi con la mirada gacha.
Esta vez, la expresión de Ana cambió a una más seria y su hombro ya no estaba recargado contra el umbral de la puerta, sino que ahora había adquirido una posición más firme.
—Oh, ¿en serio? —Ladeó la cabeza y soltó un suspiro pesado, formando una línea recta con sus labios—. ¿Recién ahora comenzaron la relación? Qué pasó en... ¿dos años? Sí, dos años. Tienes veinte, ¿no, YoonGi?
Y ahora fue cuando el ceño de YoonGi se frunció en clara molestia, desviando sus pupilas gélidas hacia la muchacha de cabellos rubios. Sus ojos se hicieron cargo de responder aquella pregunta sin necesidad de que abriera la boca, porque en cuanto sus miradas volvieron a encontrarse, Ana pegó sus labios y sus brazos se tensaron ante la vista tan fría del otro.
YoonGi odiaba la sensación de intrusión a su vida. Sentía su cuerpo picar y serle hasta molesto el respirar de tan sólo pensar que habría alguien queriendo hurgar en la infinidad de secretos que su inconsciente guardaba e, incluso, su consciente quería esconder.
Agradeció la pronta aparición de JiMin con la ropa que le prestaría, aunque sus mejillas ardieron en vergüenza por el sólo hecho de tener que cubrirse con vestimenta ajena.
—Aquí tienes, puedes ir al baño o al cuarto para vestirte —le dijo el muchacho rubio con una expresión tranquila, extendiéndole las prendas abrigadas.
YoonGi asintió leve con la cabeza y de sus labios volvió a escaparse un irremediable suspiro, agradeciéndole con una reverencia y encaminándose hacia el baño después de que JiMin le indicara dónde se encontraba. Cuando se encontró solo en las cuatro paredes blancas y brillantes del cuarto de baño, se sentó en la tapa del retrete y cubrió su rostro con ambas manos en un intento fútil de recobrar la calma. Se acarició el pecho como si quisiera darse contención a sí mismo e ir frenando los latidos tan agitados de su corazón, respirando profundo para que el aire entrara de manera correcta a sus pulmones.
«Quiero irme de aquí. Por favor, cielo, deja de llorar en la ciudad», rogó, mirando al techo con la pena calándose en sus huesos.
Se vistió lo más rápido que pudo, sorprendiéndose de que la ropa fuese de la misma talla que él. Se miró al espejo y volvió a tomar valentía para salir hacia el pasillo y regresar con los dueños de aquel hogar mientras se tocaba las manos, esperando que ninguno de los dos hiciera algún comentario sobre cómo le quedaba la ropa.
—¡Ah, eres del mismo tamaño que mi JiMin! Mira qué bonita te queda la ropa —comentó Ana, sonriendo mientras servía en la mesa tres platos de comida. YoonGi por poco blanquea los ojos—. Ya que estás aquí, quédate a comer con nosotros. No solemos tener muchas visitas, sólo de los amigos de JiMin, pero esos no cuentan.
YoonGi vio a JiMin alzar la ceja un instante. El rubio caminó hasta su lugar en la punta de la mesa y se sentó allí, reencontrándose con los ojos del joven Min, indicándole con una sonrisa cálida que estaba bien sentarse a su lado.
—Ah... no hacía falta, pero gracias... —asintió YoonGi, apretando los labios hasta sentarse frente la silla de Ana, mirando el plato tan extravagante de comida como si lo hubiese hecho un chef profesional.
Cuando Ana se sentó en la mesa, hubo un momento de silencio en donde el corazón de YoonGi se aceleró aún más al creer que le haría más preguntas sobre su vida personal.
—Y YoonGi, ¿qué...
—Ana —la interrumpió JiMin, ladeándole la cabeza—, ¿podrías traer la sal de la cocina? —La rubia pestañeó varias veces por la interrupción, pero aun así asintió con la cabeza y se puso de pie, dirigiéndose a la cocina. Ahora, los irises claros de JiMin se desviaron hacia YoonGi y le hizo un pequeño movimiento de cabeza, como si sintiera pena—. Discúlpala, siempre es muy curiosa y no se da cuenta cuándo debe hacer silencio. No es necesario que le contestes si no te gustan sus preguntas, tan sólo evádela.
YoonGi apretó sus labios y no pudo hacer más que asentir, pues decir que JiMin tenía razón sería tal vez descortés, pero negarle su consejo también sonaría mal. YoonGi siempre prefería el silencio; se le hacía más fácil convivir con un incómodo ambiente ausente de palabras a que una conversación que le hiciera arder los piel de pena. Estaba acostumbrado a mantenerse alejado de las personas y mantenerse callado alrededor de ellas; incluso de niño su actitud tan desapegada le hacía ver el mundo de otra forma, con otros ojos, con otras ilusiones. Y así es como YoonGi se enteraba de tantas cosas y secretos que, para su corta edad, ya tenía una idea de las personas demasiado retorcida a comparación de otros.
Ana regresó a la mesa y para su suerte la charla no fue dirigida hacia su vida personal. Entre tanto silencio en su vida, YoonGi había aprendido a leer el lenguaje corporal de quienes lo rodeaban y, en ese mismo instante, podía notar la clara molestia de la muchacha sentada frente a él a pesar de estar sonriendo y hablando con supuesta alegría. Probablemente se debía a su presencia y que ya no fuese tan agradable el pasar el rato junto a un tipo que la había mirado tan mal minutos antes y, además, de ser interrumpida de tal manera por su marido frente a esa misma visita.
Entonces YoonGi decidió que mejor empaparse en un torrencial a que ahogarse de nervios y ansiedad estando en un lugar donde nadie lo quería.
—Gracias por la buena comida, pero de verdad es tiempo a que me vaya.
—¡Oh! Entonces ten cuidado, cúbrete la cabeza —rió Ana, esta vez sin intenciones de insistirle que se quedara.
Las pobres y delgadas piernas de YoonGi ya temblaban porque su presencia se había hecho molesta y eso es lo que más odiaba en el mundo: saber que otras personas no lo querían alrededor. Tragó saliva, asintió despacio e hizo una reverencia como agradecimiento por la comida y la corta estadía. Cuando comenzó a caminar a la salida, sintió los pasos de JiMin seguirle por detrás y acompañarlo hasta la puerta.
—Déjate la ropa, luego me la entregas con Peter si quieres —dijo JiMin, tomando las llaves de su coche y abriendo la puerta mientras tomaba un paraguas. YoonGi se quedó viéndolo durante un momento, mostrándose confundido.
—Ah, la bicicleta...
—Te llevaré en el coche, YoonGi, no quiero dejarte ir. No así —mencionó, haciéndole un movimiento de cabeza para que le siguiera el paso bajo el paraguas hasta el carro estacionado frente a la acera. JiMin tomó la bicicleta con facilidad y la llevó hasta el baúl del coche, dejándola con cuidado allí. Le abrió la puerta de copiloto a YoonGi con una pequeña sonrisa amable y el otro no pudo hacer más que aceptar su gesto.
En cuanto JiMin subió al auto, un suspiro rompió el silencio entre ambos y luego sus ojos se posaron de nuevo sobre las pestañas blancas que caían con dulzura sobre sus pómulos al mantener la vista baja.
—Gracias por llevarme, siento las molestias... —musitó YoonGi mientras se arrancaba la pielcita a los lados de sus uñas.
—No hay de qué, de todas formas planeaba llevarte hasta tu casa —confesó el rubio con una sonrisa, arrancando el motor—. Fui un poco egoísta y no te lo dije antes porque quería que pasaras tiempo con nosotros, pero al parecer no estabas cómodo. Perdona por eso.
YoonGi se relamió la sequedad de sus labios y luego los apretó, negando despacio, animándose a levantar la mirada hacia el contrario.
—No, no... uhm... no pasa nada, de todas formas no estabas obligado a llevarme a casa —Suspiró y regresó su vista a sus manos como si de aquella manera se sintiera seguro—. Lamento si he hecho que tu esposa se molestara.
JiMin soltó una risita que le pareció de lo más tierna y luego mantuvo el silencio, negando tan sólo una vez. Cuando le indicó la dirección de su vivienda, JiMin manejó tranquilo y despacio bajo la lluvia mientras los ojos de ambos no atrevían a buscarse ni siquiera en el reflejo del espejo retrovisor. A pesar de haber un silencio entre ambos, la inexistencia de letras desbordando de sus labios era una situación más agradable que incómoda. YoonGi no dejaba de tocar sus propios dedos mientras observaba las gotas cristalinas estrellarse contra el vidrio del coche y JiMin tamborileaba las manos sobre el volante como si cantara una canción movida en algún lugar recóndito de su cabeza.
La velocidad bajó en cuanto se encontraron un tanto atascados en el tráfico de la avenida principal. JiMin lució nervioso como si buscara tema de conversación y YoonGi lo notó al instante por cómo el otro miraba a su alrededor en busca de algo.
—Uh... ah, en la guantera hay un par de cd's, si mal no recuerdo. ¿Podrías fijarte y colocar un poco de música?
YoonGi miró de reojo el perfil de JiMin y asintió despacio, llevando la mano a la traba del pequeño cajón del coche, intentando varias veces abrirlo sin poder hacerlo. Sus orejas se tornaron rojas por la vergüenza y soltó una risita, arrugando la nariz con pena.
—No puedo, está... trabado.
JiMin rió al igual que él y esperó a que el tráfico se estancara para estirar sus manos a la guantera y abrirla con un brusco movimiento, haciendo que varias cosas cayeran sobre el regazo de YoonGi.
—Oh, lo siento, lo siento. Ya lo junto todo —mencionó rápidamente, intentando juntar los papeles de las piernas del pelinegro con una risa nerviosa por comportarse tan torpe.
YoonGi negó despacio y comenzó a ayudarlo también, indicándole que todo estaba bien y que no había problema. Juntó unas cuantas cartas cerradas y luego sus ojos fueron a parar a una pequeña foto polaroid donde JiMin posaba de niño sobre un columpio junto a una niña rubia y de mejillas coloradas. Su corazón se detuvo mientras sus pupilas repasaban una y otra vez la imagen, centrando toda su atención sobre la mirada de la niña que sonreía con la ternura de quien rebosa de felicidad.
Mantuvo la foto entre sus dedos sin darse cuenta de que JiMin le estaba dirigiendo la palabra, no sino hasta que el rubio le quitó despacio la foto de entre las manos para verla por sí mismo.
—Oh, estaba buscando esta foto hace tiempo... —musitó JiMin, no dirigiéndose a nadie realmente.
—¿Quién es ella? —inquirió YoonGi, incomprendido de sus propios sentimientos al momento de esperar por una respuesta, lleno de ansia y un terrible temor creciéndole en el pecho.
—¿Ella? Ella... era una amiga. Éramos los mejores amigos, en realidad. La conocí dos años antes de que falleciera.
YoonGi permaneció tieso como si alguien lo hubiese amarrado contra el asiento. Sus ojos volvieron a dirigirse irremediablemente a la foto entre los dedos de JiMin y tragó saliva, sintiendo que el interior se le incendiaba y el cuerpo se le hacía molesto de sostener. Logró asentir una sola vez, desviando la vista e intentando enfocar sus pupilas temblorosas en la lluvia que comenzaba a apaciguarse, apretando sus labios como si fuese que jamás volvería a decir una palabra más.
JiMin volvió a guardar todas las cosas dentro de la guantera y sacó un cd de Ed Sheeran para escuchar de fondo junto a la llovizna y las bocinas del tráfico poco a poco esfumándose. Al lograr salir de la congestión, las ruedas del coche comenzaron a detenerse rato después y se estacionó frente a la casa del pelinegro en el momento en que la tormenta finalizó su llanto sobre la ciudad. JiMin volteó con una sonrisa que parecía ya ser característica de él y llevó su mano hacia YoonGi para estrechar la ajena.
—Espero que puedas volver pronto a mi casa, me caes bien. Podríamos planear una cena entre los cuatro, o como gustes. —Cuando recibió la mano de YoonGi, ensanchó su sonrisa donde sus ojitos se volvían líneas simpáticas y asintió varias veces—. Cuídate, YoonGi,
YoonGi lo observó atento a los ojos y movió su cabeza en acuerdo, apartando la mano del otro y abriendo la puerta para después ir hacia atrás y sacar su bicicleta, cerrando el baúl y yendo hacia el interior de su casa por la cochera, sorprendido de no haberse derrumbado en el camino por la manera en que sus piernas flaqueaban. Antes de cerrar la puerta, vio cómo el coche de JiMin comenzaba a alejarse y desaparecer en la lejanía, quedándose un rato largo sobre la acera de su propiedad.
Caminó al interior de la casa y subió las escaleras para dirigirse a su cuarto y encerrarse en la soledad de éste, tumbándose en la cama y aturdiéndose a sí mismo con la música alta en sus auriculares como si quisiera desaparecer las voces que existían en su cabeza sólo para romperle la cordura. Se escondió bajo las mantas, abrazando su almohada con fuerza y le fue imposible no romper en llanto porque no entendía, no comprendía ni sabía nada. Las extremidades le temblaban con constancia, la piel se le había helado a pesar de sentirla arder y el pecho parecía rompérsele en un millón de pedazos ante la agonía de su ignorancia. No entendía por qué se sentía tan miserable, tan irreal frente a otros, tan lleno de congoja. YoonGi no sabía ni comprendía nada, ni siquiera una pizca de sí mismo.
aló aló, perdón por tanta demora para terminar dándoles un capítulo kk ;D
fui escribiéndolo de a partes, entonces fue todo un desastre, pero ya no quería hacerles esperar más lmao. prometo que el próximo va a ser mejor, srry;;; bye, los amo;; <333
ah, btw, en esta historia YoonGi tiene 20 y JiMin 23 •♥•
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