Desconocido

Delicioso...

No pude evitar sonreír, emocionado.

La lluvia aún se mantenía a primera hora de la madrugada y las gotas golpeaban con fuerza sobre la pequeña ventana de la habitación. Hundí las manos en los bolsillos de mi suéter y me acerqué a una de las sillas cerca de ella. La claridad afuera era casi palpable; pronto amanecería.

Qué estúpida eres...

Ailín Bell.

Aún recuerdo la expresión en su rostro, su respiración agitada, su nerviosismo y sus ojos oceánicos fijos sobre mí; me deseaba como nunca y eso me daba poder sobre ella, tanto que con simples besos y caricias se estremecía, excitada.

Y gemía cómo una zorra...

Me recliné en mi asiento buscando la comodidad, mientras sacaba de mis bolsillos un cigarrillo y un encendedor. Lo llevé a mis labios y lo encendí, dándole una calada, extasiado.

Debí seguir un poco más...

Debí jugar un poco más...

¿O tal vez...?.

—Bueno... —Exhalé el humo que se extendió por toda la habitación; tiñendo el aire de un gris opaco—. Ya no hay nada que hacer... salvo... continuar.

El clima y la baja temperatura empañaban el cristal, apoderándose de los pocos minutos que quedaban antes de la salida del ardiente sol. La oscuridad reinaba en la alcoba, mientras que una pequeña lampara bañaba de naranja las paredes de color vinotinto y el desgastado suelo de madera.

Lo necesito...

Mordí mi labio inferior, impaciente.

 Necesito seguir...

—No me gusta que fumes —Su voz demandante y con algo de preocupación me escudriñaba—. ¿Cuando piensas dejarlo?.

Su esbelta y seductora figura sobre la cama me incitaba a volver a probarlo, lamerlo y morderlo. No podía negar que era muy sexy y que sus ruidos de placer me encendían, pero no era el momento, aún no.

—Lo dejaré —Alcé los brazos en señal de rendición y su rostro dulce se iluminó—. Solo cuando me maté —Terminé, llevando el cigarrillo una vez más a mis labios para darle otra calada.

Todo en aquella mujer era muy elegante; desde su cabello largo y sedoso sobre sus hombros hasta sus labios suculentos y provocativos. No podía parecerme mas exquisita, y que me observara con una mirada verde y vivaz mientras fruncia el ceño, me divertía hasta el punto de hacerme reir.

—No es gracioso —Cruzó los brazos sobre su pecho.

—Para mi sí lo es.

—Tienes un concepto de "diversión" muy retorcido —Alegó.

—El único que vale la pena tener —Aclaré.

Suspiró con pesadez y luego se sentó sobre el borde de la cama; cubriendo su cuerpo desnudo con la cobija, pero aún así podía ver los mordiscos sobre su cuello. Apreté mi mandíbula y la observé con el rabillo del ojo, tenía ese brillo especial en su rostro.

No puedes esconderlos, ¿cierto?.

Esos sentimientos... 

Inútiles.

—Necesito que hagas algo por mí. 

Su semblante se encendió con emoción, le gustaba mucho complacerme. Ya lo había comprobado muchas veces.

Ésto es tan sencillo.

Apagué la colilla del cigarrillo con la punta de mis botas, luego, me puse en pie y me acerqué a ella para contarle mi plan.

—Lo haré si eso es lo que quieres —Dijo, con anhelo.

La lluvia había cesado y el olor a humedad se colaba por las rendijas de la ventanilla; mezclándose con el dulce aroma de la habitación que cubría todo el lugar.

—Ahora... —Susurré, malicioso—. ¿Cómo quieres que recompense tu lealtad? —Tomé su barbilla y rosé sus labios húmedos con mi pulgar.

Una sonrisa de perversión y llena de secretos cruzó su rostro al notar lo que crecía en mi entrepierna. La chica soltó la cobija; exponiendo sus voluminosos y hermosos pechos, solo para apresurarse a soltar el cinturón de mi pantalón. Sonreí y arqué mi rostro hacia atrás para disfrutar.

Prepárate, Ailín Bell...

Me has gustado más de lo que creés...

⸙⸙⸙⸙