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Duo

Un

Maisha D'Serakov tomó asiento en el suelo frente a su querido Morto, con un gesto lleno de preocupación plasmado en sus delicadas facciones. Esperó con paciencia que Morto pudiera respirar con normalidad, tras esto se acercó a él, con ademanes tranquilos y porte calmado. Morto le sonrió de forma leve, parecía dolerle esbozar una sonrisa.

Él le devolvió la sonrisa, con amor. Sabía con exactitud que eran las una de la madrugada. La metamorfosis que atravesaba Morto cada noche no tardaba más de una hora, pero ninguno sabía qué sucedería si Maisha no estuviera cada noche para controlarlo.

—Oh, que novedad —balbuceó Morto, con la cabeza apoyada de la pared y los ojos entrecerrados. El pecho le subía y le bajaba con lentitud—, no siento las piernas.

Sus prendas estaban totalmente despilfarradas en el suelo de la habitación y su cuerpo ardía. Morto tenía la sensación de que sus músculos habían sido pisoteados y sus huesos tenían múltiples fracturas. Estaba como muñeco de entrenamiento para soldados: despedazado sin compasión alguna. Era como un enfermo intentando recuperarse mientras lo golpeaban. No obstante, a pesar del cansancio y sufrimiento que su cuerpo estaba pasando, mirar a los ojos de Maisha lo tranquilizaba. Esos grandes luceros verdes que lo hipnotizaban y en ese momento parecían más grandes que antes. Tan brillantes que desprendían luminiscencia.

—Maisha —lo llamó con voz rota y débil. Su cabeza se ladeó, quedando encima de su propio hombro. Sonrió de nuevo, con un poco más de fuerza, las marcas que invadían su cuerpo parecían echar un leve vaho bajo la luz de la luna que entraba por la ventana—. Ven, dame un beso.

No dudó en unir sus labios con los de su amado, los cuales encajaron en total armonía y perfección. Nunca se iban a cansar de los labios del otro. Los labios de Morto tenían un gusto totalmente diferente a algo que hubiesen probado antes, entre el néctar y los labios del hijo de la Muerte; Maisha elegiría la última opción.

Tras largos segundos se separaron y Morto no tardó en esbozar otra sonrisa leve. Miró los ojos entrecerrados de Maisha y su rostro iluminado de forma tenue, pensó que una pintura así sería digna de admirar.

—Ayúdame a llegar al cuarto —murmuró y sus ojos terminaron por cerrarse—... me pesan mucho los ojos.

Su voz tenía un tinte de fatiga, así que Maisha se impulsó para ponerse de pie y se inclinó para ayudarlo. Morto dio varios traspiés y casi cayó encima del pálido joven, quien con una sonrisa pudo estabilizarlo. En varias ocasiones se rio por lo bajo debido a la forma patosa en la que su pareja estaba caminando, como un ebrio. La diferencia radicaba en que Morto realmente no sentía mucho las piernas.

Arribaron en la habitación y casi de inmediato Maisha lo posó en los edredones. Rebuscó entre sus ropajes y pudo encontrar los indicados para dormir, así que se los colocó con delicadeza sin mirar demasiado. Al terminar su labor, depositó un suave beso en su frente con sumo cariño y se dio la vuelta para irse.

—Quédate... por favor —la voz de Morto le golpeó la cabeza, su tono era suplicante y ronco. Igualmente el timbre adormilado le hizo derretirse por dentro.

Maisha se giró para poder mirar mejor a Morto, aquel que se había desplomado en la cama y estaba totalmente pegajoso por su sudor. El Morto que estaba murmurando como un niño pequeño, pidiéndole que se quedase. Pensó que muchas personas no le creerían si dijera lo dócil que el hijo de Mors era cuando se encontraba a solas con él. Sonrió ante su propio pensamiento.

Se acercó de nuevo a la cama y se acomodó entre las mantas, detrás de Morto. Lo abrazó por la cintura con delicadeza, pero las manos de Morto le obligaron a afirmarse con más fuerza a su torso.

Deux

En el castillo no hacían falta los rumores que recorrían los pasillos y se escuchaban hasta en las cocinas. Las criadas y criados cuchicheaban mucho en lo que a sus líderes respectaba, especialmente por la cercanía entre los herederos del reino.

Una relación entre hombres no era tan mal vista, pero sin dudas era algo nuevo para los habitantes de Iloratz. Así que la servidumbre del Castillo de la Resurrección solía tomar ese tema cuando no encontraban de que hablar o alguna situación insinuante se les presentaba. La última vez, habían encontrado a ambos jóvenes en una esquina de las caballerizas, llenos de paja y riéndose como niños pequeños.

Cualquiera hubiera asociado esto con un momento de inmadurez si el joven Morto no hubiera estado sin camiseta y con una marca rojiza en un costado de su pecho. No hacía falta decir que Karmela los citó a una extensa reunión de casi dos horas tras eso.

Este tema era rememorado por dos criadas que andaban con parsimonia por el pasillo que daba hacia el aposento de Morto D'Stephanov. Aunque ambas llevaban un largo tiempo laborando en el recinto, no podían evitar sorprenderse por las decoraciones del lugar. Diversas estatuas negras como la obsidiana y otras tan azuladas como el zafiro rodeaban a las humildes mujeres. Las cortinas que cubrían los amplios ventanales eran de tela fina que lucía como el oro.

Ambas féminas se adentraron por la gran puerta negra que daba hacia la habitación del príncipe, con trapos en sus manos y con las órdenes de despertarlo. Pero ambas se llevaron una gran sorpresa cuando notaron una cabellera platinada sobresalir de las sábanas de la cama con dosel. Las dos soltaron una exclamación de sorpresa casi al mismo tiempo.

Maisha, quien estaba con una parte de su consciencia en el mundo de los sueños, despertó por completo. Levantó la cabeza y miró con desorientación hacia los lados, con los ojos entrecerrados pudo situar a ambas criadas.

—Por la Vida, ¿qué sucede...?

Entonces abrió mucho los ojos y soltó una especie de chillido mezclado con una grosería muy impropia de él. Algo que seguramente Morto decía muy seguido. Se incorporó y empezó a pellizcarle la espalda a su amante para que se levantase, las criadas seguían en la puerta, estupefactas.

Morto balbuceó algo que parecía ser "no... gatito". Volvió a pellizcarlo para que se levantase y Morto alzó una mano para darle un manotazo, con el ceño fruncido y un quejido ronco lleno de incipiente molestia.

—Maisha, no, déjame dormir —farfulló—. Tengo sueño.

Cuando recibió otro pellizco, se levantó de forma algo violenta y miró a Maisha con los ojos entornados. Tenía las marcas de la almohada en la cara y un tono rojizo en todo el rostro, se refregó los ojos. El joven de ojos verdes le indicó que mirase en dirección a la puerta.

Maisha siempre se levantaba temprano, por ello las criadas tenían la orden de despertar a Morto. Incluso el hijo de la Muerte estaba sorprendido de que Maisha tuviera ese rostro de pereza y somnolencia, todos acostumbraban a ver al joven en las cocinas, ayudando a las criadas.

—Oh, dioses —murmuró una de ellas, pero la otra le dio un pellizco—. ¡Lo lamentamos mucho, mis señores! ¡No volverá a pasar!

La otra aferró el trapo contra su pecho y desvió la mirada un momento, justo antes de hablar.

—La señora Karmela los está esperando en el comedor.

Maisha estaba abochornado, pidió innumerables disculpas a ambas mujeres. Ambas alegaron que no había problema alguno y se despidieron con una reverencia, repitiendo que Babushka estaba en espera.

—¡Qué vergüenza! —exclamó Maisha—. Eso me pasa por cumplir tu petición.

—Sí, me pareció extraño que estuvieras aquí. ¿Te compadeciste de mi condición post-medianoche?

Maisha iba a replicar, pero Morto decidió hacer lo que siempre hacía: besarlo. Logró desorientar por completo al joven, quien se quedó algo embobado con sus labios. Sus bocas dejaron de rozarse varios segundos después.

—¿Todavía quieres desayunar? —preguntó Morto, y Maisha adquirió una tonalidad similar a la de las fresas maduras—. Podemos quedarnos aquí.

Maisha negó con la cabeza, ciertamente apenado. Pero de todas formas atrajo a Morto con sus manos, enredando los dedos en su cabello oscuro. El desayuno de a poco se fue enfriando en el comedor y ambos muchachos no daban señales de querer bajar a alimentarse.

El chisme se regó como la pólvora entre la servidumbre del castillo, quienes comentaban con cierta fascinación el amor que parecían profesarse ambos príncipes. Nadie se mostraba especialmente molesto por la relación de ambos jóvenes.

En cambio, Karmela estaba como una locomotora echando humo por las orejas. Esos dos muchachos iban a darle un bajón de presión.


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