Trío
Esa tarde, tras volver de clase, comí lo justo y suficiente para calmar mi estómago y me encerré en mi habitación. Mi familia sabía que cuando me ocurría eso era porque "me había azotado la musa" y deseaba escribir música o dibujar con urgencia. Cierto era: me apetecía más que nada en el mundo liberar tensiones mediante mi creatividad, aunque, en el fondo, no dejaba de sentir urgencia por la proposición de Daa.
Al fin y al cabo, me ofrecía un deseo antes de que tuviera que cumplir con nada de lo que me proponía, esto es, me daba a entender que sería capaz de demostrarme que sí que tenía la posibilidad de hacer realidad hasta mis tentaciones más secretas y, con ello, demostrarme que no era alguien normal. Que lo que me proponía era de la importancia que me había indicado, que había un peligro tan grande y que, oh, ridiculez, una canción mía bastaría para eliminar tal peligro.
No pensé demasiado en lo que era posible o lo que no. Me centré en escribir una larga partitura durante un rato igual de largo, esperando aclararme mientras en mi cabeza resonaban las notas que iba anotando, sin casi concentrarme en aspectos tales como la buena sonoridad de lo que tenía delante de mí. Sólo escribía, no tanto al azar, sino lo que mi alma, acelerada y tensa, me exigía seguir anotando.
—Daa.
La invocación tuvo efecto inmediato: Sentí las botas de ese hombre barbudo y medio calvo sobre la moqueta de mi habitación al tiempo que veía cómo se extendían el espacio a nuestro alrededor, como si estuviera viendo mi habitación a través de un ojo de pez, uno que deformaba a toda velocidad todo cuanto era capaz de percibir. Cuando cesó el movimiento, estábamos en medio de un amplio círculo dentro de mi habitación mientras que lejos de nosotros se apelotonaban unas diez personas cuyos rostros no podía percibir a causa de la distancia.
—Si lo que pretendías era convencerme de que sois gente muy rara, ya lo habéis logrado —comenté al tiempo que soltaba el lápiz. Me aceleraban el corazón pero, aparte de alguna media sorpresa o susto, miedo, lo que se dice miedo, no sentía realmente; incluso después de ver cómo ese grupo se había metido en mi habitación sin abrir ninguna puerta, un conjunto de perfectos desconocidos que, de tener malas intenciones para conmigo, podrían hacerme cualquier cosa que quisieran sin que pudiera defenderme. Racionalmente, debería sentir pánico, pero seguía calmada.
—Desde que decidimos ocultarnos, hemos aprendido a usar caminos que el común de los bajos mortales no son capaces de recorrer.
—¿Entonces tú eres un inmortal? —con expresión sarcástica, me dirigí a mi cama, a más de seis pasos de mí, y le dejé la silla al intruso.
—En absoluto: Sólo un alto mortal, un Anomen Lobo de Lucifer —aceptó mi invitación y se sentó bien derecho en el asiento que le ofrecí—. Mis labores como tal son complejas pero, por suerte para los bajos mortales, no son en contra de vosotros —calló durante unos segundos tras los cuáles preguntó sin abandonar su cara seria—: ¿Para qué me habéis llamado?
—Lo primero, para comprobar que realmente sois gente especial.
—Me alegro, pues, de haber resuelto vuestra más que normal cautela.
—Lo segundo, ¿de qué clase de deseos estamos hablando?
—Ya veo... deseáis una prueba real de lo que somos más allá de esta aparición, ¿es así?
—Digamos que sí... la verdad es que me entran dudas de que realmente necesitéis mi ayuda si sois capaces de hacer realidad cualquier petición que se os haga. Bien podríais pediros deseos a vosotros mismos.
—No es tan sencillo —Daa sonrió con expresión cansada, como si eso fuese una explicación que ya estaba cansado de dar—. Nosotros, Lobos de Lucifer, altos mortales como he mencionado antes, somos "sombras". Con tal palabra me refiero a que somos algo técnicamente "inexistente". Nosotros podemos comprender lo que nadie ve, somos capaces de sentir lo que para muchos es mera cabala e interactuar con aquello que es considerado irreal. Podemos hacerlo por nuestro bien, por el vuestro o por el bien de nadie, deseando el más puro de los caos.
—Y este peligro que acecha y que es capaz de "hacer que nuestra presencia sea inútil", ¿de qué se trata?
—Como os dije ayer...
—Olvida lo que me dijiste ayer —corté con tono seco—. Si quieres que te ayude, pues te ayudaré. Pero únicamente si me dices por qué. Ni a mí me gusta actuar sin saber qué público me espera...
Daa permaneció unos segundos en silencio, como si considerara la respuesta a dar. Su cara permaneció impasible, sin mostrar su usual cara de simpatía.
—Como prefiráis, pues —suspiró él—. Entre las gentes del gran mundo, tales como los altos mortales, los monstruos, los testigos o los jueces, existe una clase de entidades fuera de lo común. Popularmente son conocidos como "contracorrientes" por su habilidad innata para esquivar los bandazos del destino, ya sea para bien, ya para mal. Nuestro problema es, precisamente, un contracorriente, uno que, por lo visto, tiene planeado llevar a cabo cierta labor que, en teoría, está reservada sólo a los Lobos de Lucifer.
—¿Y eso es...?
—Acabar con el mundo, por supuesto —mi gesto torcido no alteró su amable sonrisa en absoluto—. La misión final de las diferentes órdenes de Lobos de Lucifer es acabar con el mundo tal como lo conocemos, sí. Pero sólo nosotros tenemos el derecho a decidir cuándo ocurrirá eso. Y no será un vulgar contracorriente el que nos arrebate ese privilegio que tenemos meramente por existir.
—...lo que me estás diciendo, ¿es que tocando el violín podré retrasar el fin del mundo?
—Es eso lo que deseo haceros comprender, lo mismo que os he asegurado que dispondréis de una más que merecida recompensa si sois capaz de brillar como baja mortal alejada de las sombras en las que nos hemos hundido los Lobos de Lucifer.
Su gesto serio y solemne no pudo evitar que se me escapara una risita escéptica. Pero, lo más gracioso de todo ese asunto, es que no era capaz de dejar de creerme lo que me estaban contando. A pesar de cuán estúpido sonaba, asumía con total claridad de pensamiento que todo llegaría a su fin si no intervenía con mis hábiles dedos y que el premio prometido era real. Todo ello, en medio de los gritos de mi enfervorecida razón a la que últimamente tenía un poco abandonada. Y ya que mi maldito cerebro no me dejaba tranquila por todo lo imposible de la situación, le daría un revulsivo para que pensara que todo era de lo más normal:
—Muy bien, pediré mi primer deseo.
—Comprended que, con ello, estáis aceptando las condiciones de nuestro encargo —advirtió Daa con la seriedad de alguien que predice algo terrible.
—Si es sólo tocar con toda mi alma, daré todo lo que mis dedos puedan abarcar —dije sin rastro de dudas en mi voz—. Deseo un mundo para mí.
—En seguida —esa respuesta me descolocó al principio pero, visto con perspectiva, sé que dijo esa frase para que no me diera cuenta de que alzaba su mano hasta mi frente. Fue un gesto firme, sereno, poderoso; sin tacha de duda alguna. Posó la mano sobre mi frente, sin tapar mi vista; momento en el que vi cómo su cara de joven prematuramente envejecido se convertía en polvo y dejaba ver que bajo esa piel pálida y tupida se ocultaba otra con forma de cabeza de lobo de mirada agresiva pero, en el fondo, amable.
Cabeza parda, fauces enormes, abundante pelo tanto en su cara como en la zarpa que había puesto delante de mi cara... llamaba la atención su inusual vestuario, que nada tenía que ver con el que llevara un segundo antes: traje azul elegante salido de las manos de algún buen sastre, corbata verde con un pulcro nudo, zapatos de piel y un fédora a juego con su ropa.
Y, detrás de él, más de diez personas con las máscaras más extrañas que pudiera imaginar aparecieron ante mis ojos pero que, por el súbito sueño que me dominó, no pude observar tanto como habría querido.
*
A mis pies vi sombras, y cavernas encontré en ellas. Miré por la ventana y, allá donde dirigía mi mirada, veía extraños puntos negros cuyos movimientos caprichosos y, en apariencia, poco precisos, rodeaban a cualquier transeúnte alterando sus movimientos con dios sabría qué propósito. Contemplé el cielo y, entre las nubes, observé cómo había algo vivo, algo que se movía por su propia voluntad y por todas partes. Miré mis manos y vi cómo esos puntos y líneas, cual gusanos fantasmagóricos, entraban y salían de mi cuerpo sin dejar señal alguna. Observé con calma mis libretas, mis dibujos, mis notas, mi violín y en ellos capté extraños y largos hilos traslúcidos que se unían a mí, como si esas cosas formaran parte de mí...
No sabía lo que mis ojos estaban captando.
—¡Daa! —de nuevo, la invocación fue automáticamente efectiva, y el hombre de cara cánida se mostró ante mí tras manifestar a nuestro alrededor el cambio espacial que le acompañaba a todas partes—. ¿¡Qué ha pasado mientras dormía!? —le exigí saber de inmediato, en mitad de un ataque de pánico ante lo apabullante de mi visión.
—Tranquilizaos, por favor —pidió él con una calma que yo no estaba muy dispuesta a aceptar en ese momento—. Sencillamente he cumplido con la primera parte de vuestro deseo: Queríais un mundo y tal mundo os será entregado. Pero para que podáis alcanzar a entrar en tan personal lugar es estrictamente necesario que comparta los mismos sentidos que usamos los altos mortales.
—¿Qué es todo esto que estoy viendo...? —pregunté de nuevo, confusa, mientras las fosas que había más allá de las sombras de las cortinas y todas esas criaturillas monstruosas y, a la vez, diminutas, fluían por cada hueco que encontraban. En comparación, el rostro lobuno de Daa era lo más normal que ahora era capaz de captar.
—Mi comparación de los bajos mortales con la luz no era algo baladí, señorita —su tono solemne y tranquilo acabó por lograr mantenerme atenta aunque no calmada—. Los bajos mortales emitís tanta "luz" que sois incapaces de ver "las sombras" que somos los altos mortales. Sencillamente, vuestra evolución os ha llevado a ignorarnos por completo porque os convenía para vuestra propia supervivencia.
—¿Pero qué se supone que sois?
—Imaginaba que os sentiríais algo apabullada cuando os mostrara todo lo que es pero no existe, pero permitid que un muy humilde servidor os prometa que cuanto podáis observar no contribuye ni a asustaros ni a acortar vuestra vida. Mas tampoco puedo permitirme el lujo de explicaros cuál es el propósito de cuantas fuerzas dominan de forma irreal la realidad: No hay tiempo ya y vos debéis daros prisa en cumplir con lo que hemos pedido —su voz no tenía ni el más mínimo viso de exigencia: Era, simplemente, la más concreta y precisa observación acerca de la misión que había aceptado—. No os forzaremos a hacer lo que no queráis pero recordad que la canción que solicitamos es necesario que esté lista para dentro de cuatro días. Si no lo hacéis, condenaréis al mundo al final de su existencia por nuestras propias manos. Sólo necesitamos...
—¿Por qué yo? —interrumpí extrañada—. ¿Por qué yo y no ningún otro músico? ¡Hay cientos de violinistas mejores que yo! ¡Yo sólo soy...!
—Un genio que brilla con luz propia —su tono firme cerró mi boca—. No es necesario señalar que conocéis a la perfección vuesas capacidades. Los Lobos de Lucifer buscábamos a alguien que tuviera la habilidad y el alma de alguien que pudiera ayudarnos en nuestra misión. Vos fuisteis quien encontramos y vos habéis sido la primera en aceptar. Pero si, en este momento muerto tenéis dudas, podéis elegir a quien queráis para que os acompañe en vuestra canción para que, sin sentiros sola, podáis atraer la atención de esa luz que se mueve entre las sombras —no dijo nada más: Cerró su hocico y esperó a que respondiera o a que le despidiera.
Ahora mi razón había dejado de quejarse acerca de lo estúpidas que resultaban las proposiciones de ese hombre. Por contra, ahora decía que lo que me estaban pidiendo era algo imposible, completamente fuera de mi alcance, que sugiriera que buscara a otra persona...
—¿Podrías dejar de hablar de esa manera? —pedí con suavidad—. Me haces pensar que todo cuanto me pides es demasiado importante.
—Disculpad si uso este profuso vocabulario —afirmó con una sonrisa abierta en sus extrañas facciones—. Me siento conminado a utilizarlo cuando soy el mensajero en esta clase de misiones que tienen en jaque todo lo que puede ser contemplado y todo lo que ha de permanecer en la oscuridad de lo desconocido —su carácter, como de costumbre, parecía lo suficientemente sincero.
—Entonces, ¿fuera de tu trabajo no hablas así?
—Puedo hablar de muchas maneras, chiquilla, pero, carajo, no sabes tú bien lo que sienta hablar como si estuvieras en un libro viejo —el deje chulesco que aplicó a esta frase, un tono que nunca le había oído utilizar hasta ese momento, me arrancó una sonrisa—. Pero permitidme, si no es mucha molestia, usar estas palabras de raigambre solemne.
—Como prefieras —sólo me quedaba suspirar: Imaginaba que ese sujeto que estaba ante mí, esa "sombra", tenía costumbres que no podía a llegar a comprender, no mientras se negara a explicarme todas las maravillas y horrores que percibía a mi alrededor—. Algo que me ha quedado claro es que queréis que escriba una canción, ¿es así? —Daa asintió—. ¿Qué clase de canción?
—Eso queda a su entera disposición. Nosotros, meras sombras, hace tiempo que perdimos la capacidad de entender según qué cosas. Sólo los bajos mortales son capaces de manejarse a ese nivel y los capaces de atraer tanto a luces como a sombras a sus dominios.
—¡Pero si tu destreza con la trompeta es mejor incluso que la de mi hermano pequeño!
—Lo que hacen más de treinta años de práctica continua, señorita —comentó él al tiempo que movía grácilmente sus cortos pero ágiles dedos—. Desgraciadamente, mi trompeta está vacía de alma: Sólo soy capaz de emular a la luz. Los altos mortales no podemos "tocar con nuestra alma" porque tal parte nuestra es lo que nos mantiene como lo que somos: Sólo "somos con toda nuestra alma".
No era cosa de discutir acerca de ese punto: Todo me resultaba igual de liante con o sin ese profuso vocabulario pero, ahora que era capaz de comprender qué quería decir él con "sombras", me resultaba más sencillo adaptarme a cuanto me decía.
Visto lo visto, ahora sólo mequedaba una cosa por hacer: Tratar de no distraerme con todo lo que había a mialrededor para centrarme en la magna tarea que tenía por delante.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro