Dueto
Era aún por la mañana, bastante temprano. Con mi uniforme puesto, cartera en una mano y maletín de violín en la otra, aparentaba ser una chica dispuesta a hacer novillos esa mañana. Pero nada más lejos de la verdad.
Puesto que en el conservatorio ninguna palabra pude dirigirle, decidí ir directamente a su encuentro para que respondiera mi duda o, al menos, a escuchar su gran dominio de la trompeta cuya maestría, todo sea dicho, era innegable.
Cuando me encontré en la entrada a la nave, vi que había un cambio en el lugar: En el suelo habían sido trazadas largas y finas líneas negras que, en apariencia, rodeaban la casita al fondo. Tales círculos concéntricos estaban bastante separados unos de otros en la zona exterior y, en la zona interior, cada vez más juntos hasta formar una masa negra de líneas alrededor de la vivienda.
No le di importancia a este detalle y me dirigí a saludar al ocupante de ese atípico hogar. Caminé con decisión por la explanada anterior a sus escaleras pero, al cabo de un minuto, me di cuenta de que fallaba algo: En ese ratito no me había acercado ni lo más mínimo a las escaleras. Di varios pasos sin apartar la vista de la casa, vi cómo a mi vista temblaba al ritmo de mis pasos pero la vivienda seguía a la misma distancia que cuando entré en la nave. Una nave que cualquier chaval era capaz de cruzar en treinta segundos y que, de repente, parecía ser infinitamente larga.
Me di unos golpes en la cabeza como si todo fuera cosa de mi hiperactiva imaginación y seguí caminando, maletín de violín en mano y actitud en mis pies. Sin embargo, a medida que mis pies iban pasando por encima de líneas y más líneas dibujadas en el suelo, la casa seguía estando siempre a la misma distancia y, lo que es peor, la salida, cada vez más lejos.
Lo mismo que veía las líneas a mi alrededor bien separadas entre sí; cuanto más me adentraba en la nave, más juntas me parecían a lo lejos, tanto a uno como otro lado.
¿Qué demonios ocurría allí? Seguro que había una explicación racional a todo eso... no cejé, ya asustada, y corrí a toda velocidad hacia la vivienda, tan rápido y durante tanto rato que, hasta el momento en el que desfallecí, no me di cuenta de que la salida ahora estaba tan lejos que apenas me llegaba la luz del exterior. Tan lejos que pensé que ese punto de luz a lo lejos era una salida a kilómetros de distancia, cosa que, por la larga carrera que había realizado, no ponía en duda.
—¿Quieres ver a Daa? —el susto de esa voz a pocos centímetros de mi nuca me cortó la respiración un segundo, momento en el que sufrí un terrible mareo por culpa de la falta de aire, momento en el que pude ver a alguien a mi espalda. Pero sólo durante ese momento: Cuando volví a respirar con normalidad, esa chica de piel de color blanco y amarillo puros que habían visto mis ojos, desapareció de repente. Por un momento pensé que había sido cosa de mi imaginación, que debía ser producto de mi miedo combinado con mi cansancio—. No te canses más: Voy a llamarlo —pero que volviera a hablar me hizo desechar tal idea.
Mientras recuperaba el aire, vi como una mano invisible abría la puerta de la vivienda y cómo, tras unas palabras que me resultaban terriblemente lejanas, el dueño y constructor de la misma se asomaba por el umbral para ver qué ocurría. En ese momento, me pareció que me dirigía un par de palabras. Pero, hoy día, imagino que cuanto hizo fue recitar las palabras mágicas que lograron que el espacio a nuestro alrededor volviera a la normalidad: Fue como si la lejana pared de la salida se acercara a mí a toda velocidad, mientras, bajo mis pies, los círculos concéntricos iban pasando, reuniéndose con los concentrados que estaban alrededor de la casa.
—Mis saludos, señorita —saludó él, animado, al tiempo que bajaba la corta escalinata—. Ante todo, mis disculpas por esta parafernalia que he montado alrededor de mi casa para que no nos molesten a mis buenos compañeros y a mí. No es cuestión de que nos echen a las primeras de cambio.
—¿¡Cómo...!? —iba a preguntar cómo había logrado semejante proeza lejana a cualquier teoría física que se me ocurriera pero, por alguna razón, dejé a un lado mi falta de aire y mis acuciantes preguntas para hacer lo que cualquier persona debía hacer en esos momentos—: Buenas tardes, ¿señor Daa? —evidentemente, saludar.
—Sí, Daa es mi nombre... pero quítele el "señor" —y me lo decía cuando de sus labios sólo había escuchado tratamientos de usted. Sus cejas estaban alzadas, como si estuviera extrañado, en el momento que me indicó que le siguiera—. Aún no soy quién para que me pongan las canas que no tengo, aunque mis camaradas insistan.
Su actitud calmada me resultó de suficiente confianza como para seguirle sin miedo al interior de la casa. Además, mi curiosidad podía más que mi prudencia con ese hombre desconocido. Una vez dentro, Daa me ofreció un sillón tan desvencijado como su sala de estar cuyos únicos adornos eran su trompeta, un pequeño piano y la ventana. Las dos puertas del pasillo que daba a esa sala en el fondo de la casa estaban cerradas a cal y canto y, todo en conjunto, destilaba una austeridad común de un lugar recién construido como ése.
—Así pues, mi sonido de latón ha logrado atraerla hasta mi pequeña cabaña, ¿verdad, señorita? —me comentó mientras se sentaba en el suelo, sobre una pequeña alfombra—. Pensaba que tardaría más en lograr esta reacción pero me alegro de que mis compañeros le hayan dado ese susto que despertara su curiosidad. —Yo, recién sentada, traté de comprender el significado de sus palabras pero, cuanto pude deducir fue que él tenía cierto interés en que acudiera a él—. Espero que no se sienta incomodada por las presencias que no podrá ver que en todo momento permanecen a mi alrededor: Siempre que entre en este lugar tendrá que hacerse a la idea de que hay mucha gente observando y sus movimientos —y de inmediato intuí que a mi alrededor había decenas de cámaras invisibles a mis ojos. Sin embargo, tras una corta búsqueda, deduje que en esas desnudas paredes de contrachapado no podría esconderse tecnología semejante, que era cosa de mi ahora mismo, bastante activa imaginación—. ¿No tiene nada que preguntarme? Por algo ha venido usted misma a mí.
—Sabes perfectamente lo que quiero saber —estaba segura de que Daa no era ningún idiota. Pero lo que sí constaté es que era bastante lento: Al principio mostró una expresión de desconcierto, como si no supiera a qué me refería pero, tras un rato de cavilaciones, alzó la vista de nuevo hacia mí.
—Respecto a lo del aplauso, eso fue cosa de mis compañeros —respondió al tiempo que abría los brazos, como señalando a un grupo que se encontrara a nuestro alrededor. Pero no logré ver ni escuchar nada. Sin embargo, esa voz invisible que parecía haber avisado al constructor de esa casa, me hacía pensar que, realmente, allí podría haber alguien, por mucho que no comprendiera qué mecanismo usaba para mantenerse completamente invisible a mi vista—. En cuanto a ese pequeño sistema de seguridad, apliqué la teoría de la relatividad general: "Cuanto más lento va el tiempo, más amplio es el espacio y viceversa" —la ceja que levanté bastó para que ese barbudo y desmañado hombre sonriera con gracia. Parecía que le gustaba confundir a la gente—. Sencillamente digo que no tiene nada que temer: Le he avisado de que no estamos solos y de que llame antes de entrar en la nave si pretende llegar hasta mí.
—Y, en último término, ¿para qué me querías aquí? —pregunté al tiempo que posaba mi maletín en el regazo, cual si fuera un escudo ante él. Sentía algo de miedo por lo extraño que acababa de pasar pero, aunque tuviera miedo, en mi cabeza no sentía la más mínima tentación de salir corriendo de allí.
—Esto era algo que pretendía tomarme con más tiempo pero que, gracias a mi elección de vivienda, me ha venido de perlas —dando vueltas al tema como una peonza... la verdad, prefería que se andara con menos rodeos—. No es nada imposible para usted: ¿Podría tocar su violín donde le diga durante los momentos que le indique?
—Siempre y cuando se me diga cuál es la razón —"otro admirador loco" pensé de inmediato aunque, por otra parte, terminé por desechar la idea casi en ese mismo momento.
—Razones hay, aparte del simple entretenimiento de mis compañeros pero, por desgracia, si quiero evitar que salga ahora por esa puerta llamándome necio, tengo que guardarme tales verdades —su tono, serio por primera vez, no me hacía pensar que me mintiera. De hecho, lo que imaginaba es que algo loco sí que estaba.
—Ergo, me dirás qué he de hacer pero no el por qué.
—Exactamente —afirmó sonriente, tal vez contento de que no le hiciera preguntas innecesarias—. Le puedo asegurar por adelantado que lo que os pido no es sencillo y puede que hasta sea peligroso pero, evidentemente, tal esfuerzo será bien recompensado —sacaba el tema de la recompensa sin hablar del peligro que podría correr. Ni siquiera pensaba aceptar, ¿qué le hacía pensar que iba a vender mi arte tan a la ligera?—. Lo que recibirá en compensación por realizar el más sublime de sus artes serán dos deseos.
—¿Deseos? —¿para qué negar que esa palabra me había llamado poderosamente la atención?
—Así es: Dos deseos, uno por adelantado y otro después de terminar el objeto de este encargo que os solicitamos. Puedo asegurarle de que tenemos medios suficientes para hacer realidad cualquier cosa que nos pida: Si pide algo material, será suyo de inmediato; si desea algo más alto, tampoco tendremos problemas y, si por algún casual, lo que desea es la destrucción de algo que no soporte, seremos sus fieles ejecutores.
Ésta era una de esas situaciones típicas que solía ver en novelas y películas, el "ten cuidado con lo que deseas o se volverá en tu contra". ¿Que por qué de repente había comenzado a pensar en serio en la oferta de ese extraño hombre? Porque lo que había ocurrido en la nave, justo antes de entrar, me hacía pensar que, al menos, sí que era cierto que alguien por ahí tenía una capacidad para alterar el espacio realmente apabullante. No es que creyera realmente en fantasmas, monstruos o en poderes sobrehumanos pero todo lo extraño que había vivido hasta entonces en esa nave fue real. Si fue simulado, aún estaba por ver cuál fue el método que utilizó. Pero de una manera u otra, era incapaz de no tener en cuenta todo eso, ahora que ese tal Daa sacaba a colación el tema de "los deseos". En ese momento, no dejaba de repetirme que tenía que creer en esa deliciosa quimera que tenía al alcance de mis dedos, fuera real o sólo una broma de mal gusto.
—¿Urge mucho lo que me pides? —pregunté imperativa, para aclarar aspectos oscuros de ese pacto que me proponía.
—Tiene tres días para decidirse —señaló Daa levantando la mano cerrada para ir extendiendo sus dedos acorde con su discurso—. Un día para decidirse, dos días para crear la canción, tres días para dominar su encanto y, en el cuarto, una vez sea consciente de su deber, ayudarnos.
—¿Y qué podría ocurrir si me negara a hacer lo que me pedís?
—Que ya nadie sería necesario en este mundo y que nosotros, los Lobos de Lucifer, tendríamos que llevar a cabo nuestro deber en la existencia de este mundo antes de que lo que vos no querríais evitar nos lo impidiera por completo. Si lo que os pasa es que teméis por vuestra seguridad, puedo aseguraros que vos seríais la última en ser perjudicada en el caso de que algo salga mal.
—Entonces es algo peligroso...
—No puedo engañaros en este punto —ahora, más que nunca, su mirada clavada en mí se volvió de lo más penetrante, terriblemente sincera y demasiado seria en el agradable carácter de ese hombre—. Esto es algo que no se le puede pedir a cualquier persona, créame en que de mi boca solo surge la verdad. Vuestro gran esfuerzo a lo largo de vuestra infancia y gran parte de adolescencia os ha dado el dominio sobre los más bellos sonidos de vuestros instrumentos, dominio tal que ni siquiera nosotros, sombras de la existencia, podemos emular de lejos —me resultaba imposible concebir que su dominio de la trompeta estuviera por debajo del mío sobre el violín—. Esto no es algo que alguien que se supone que no existe pueda realizar: Necesitamos la luz de alguien capaz y vos sois la que nos puede proporcionar tal brillo.
Me levanté y me dirigí a la salida. Daa no se movió de su sitio ni un sólo centímetro, como si aceptara hasta la última de mis acciones.
—Espera un día y tendrás respuesta —¿¡por qué demonios me estaba tomando esto en serio!? ¿¡Era posible que pudiera creer nada de esa patraña que me estaban contando!?
Mi mente racional se rebelaba en contra de lo que había visto justo antes de llegar allí. Y es que era difícil aceptar una realidad mayor de la que tenía por única. Pero lo que ese hombre me decía es que había peligros que sólo un grupo de seres "más allá de la existencia" eran capaces de conocer, que ellos eran "sombras" y yo "luz" como si todo fuese una estúpida profecía, que la música de mi violín sería suficiente para acabar con la amenaza que haría que nadie pudiera volver a "ser necesario"... ¿¡cómo era posible que pudiera aceptar eso sin más!?
—Mencione mi nombre en alto a cualquier duda que le surja y se la resolveré de inmediato, esté donde esté —dijo él con una leve inclinación de cabeza a modo de despedida—. Hasta más ver.
Sin despedirme, cerré la puerta, nerviosa, y marché del lugar a toda prisa.
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