Feliz cumpleaños
Martes. Estaba evitando a toda costa a mis amigos, todos sabían que hoy era mi cumpleaños gracias al imbécil de Saúl y lo que menos quería es que ellos me felicitaran, solo quiero llegar a mi casa, tranquila.
Me escabullí entre la gente que había en los pasillos, menos mal no he visto ninguna cara conocida. Solté un suspiro de alivio al salir.
Caminé con ansias a la parada del transporte público. Volví a sentirme tranquila al ver el camión aproximarse. No me juzguen, no me gusta mi cumpleaños y tampoco recordarlo. Me subí al bus sintiéndome victoriosa, me había librado de pasar algo incómodo.
Mi teléfono sonó pausando la música que se estaba reproduciendo en mis audífonos, rodeé los ojos contestando sin ver de quién se trataba—¿Sí? —el tono de mi voz era un tanto irritado.
—Hija —mi padre estaba al otro lado de la línea. Escuché cuando soltó un suspiro de frustración—. Tu madre y yo nos encontramos en casa, te estamos esperando —se oía algo preocupado—. ¿Vienes en camino?
—Sí, casi llego —esto me olía mal, ayer ni siquiera hablamos por lo que sucedió en el consultorio de Tomás—. ¿Pasa algo?
—No... —hubo una larga pausa—. Te veo ahora.
—De acuerdo —esperé a que colgara.
—Esto va a salir muy mal... —habló alejado de la bocina, al parecer se lo decía a mi madre. Colgó, tal vez creyó que no lo había escuchado. En este momento, la intranquila era yo. Algo estaban tramando.
Al bajarme del transporte, caminé con rapidez las dos calles que separaban mi casa de donde paró el bus. Mis padres eran impredecibles, por algo tuvieron el día libre hoy. Fruncí el ceño al escuchar absolutamente nada cuando estaba parada en la puerta. Abrí ruidosamente, encontrándome con una decoración de globos y letras de "feliz cumpleaños".
—¡Sorpresa! —hubiese preferido que me estuvieran esperando con dos psiquiatras y me encerraran. Observé sin ninguna expresión a las personas que habían salido de su "escondite". Mis amigos y mis padres me veían con una sonrisa, yo simplemente me sentía en una película de terror. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando comenzaron a cantar la canción de "feliz cumpleaños".
—Feliz cumpleaños, Margot —Estela me abrazó. Me quedé estática viendo como mi mamá se acercaba con una tarta de vainilla. Quería llorar, pero no de felicidad.
—Sorpresa —Ross se acercó intentado estrecharme en sus brazos. Me aparté dándole una mirada de pocos amigos, después la repartí a cada quien. Emilio sabía que esto no me lo había tomado bien.
—¿Por qué hicieron esto? —dije al poner mi vista en mis padres.
—Margot, creímos que sería lo mejor —negué. Tenía una combinación de sentimientos, quería salir corriendo.
—Y jamás me preguntan, siempre tienen que tomar decisiones sobre mí...
—Fui yo el que dio la idea —giré con el chico que me intento abrazar anteriormente.
—Te dije que no me gustaban las sorpresas, tampoco me gusta mi cumpleaños —apreté los puños, enterrando mis uñas en las palmas de mis manos—. ¡Yo no quería esto! —elevé mi voz. Nadie decía nada, todos estaban observándose entre sí—. ¡Sabían que yo no quería esto! —di un paso hacia atrás. Giré sobre mí y abrí la puerta de nuevo, no pensaba quedarme ni un minuto más aquí.
—¡Margot! —me negaba a voltear. Cada vez sentía mas fuerte la presión en mi pecho. A zancadas rápidas evadía a la persona que venía tras mío, no sé en que momento comencé a correr. No tenía idea hacia dónde iba, solo corría sin rumbo alguno, me aseguré de que nadie estuviera siguiéndome y paré antes de cruzar una avenida donde no había semáforos.
Las personas que pasaban por ese lugar me veían como si fuera un bicho raro, pero no me importaba, yo solo quería irme de ahí. Recuerdo un lugar en el que estoy segura que no pensaran que estoy allí, me tomará tiempo llegar, eso es lo de menos.
...
Me quedé observando mi alrededor. La gente entraba y salía del lugar, algunos sostenían ramos de rosas. Hice una mueca adentrándome por fin, un escalofrío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza al ver las lápidas, no consideraba que tenía la suficiente fuerza para venir aquí. Caminé casi al final del cementerio, recordé a donde se supone que me dirigía y cuando llegué, sentí unas repentinas ganas de llorar. Las flores que alguien había colocado yacían marchitas en un macetero hecho de mármol.
Leí el nombre de mi hermano que yacía sobre el material de concreto—Te extraño tanto... —mi voz se quebró al pronunciar la ultima palabra. Sollocé dejando caer mis rodillas al suelo, ni siquiera me importó que las piedras pequeñas se encajaran en mi piel. Abracé la tumba fría quedando recostada, sintiendo como las lágrimas caían con fuerza sobre esta—. Lo siento.
Mi cumpleaños era un día trágico, porque ese fue el día que perdí a mi mejor amigo, a mi hermano. Siempre he sentido que fue mi culpa y no estoy lista para afrontarlo. Aunque tuve la suficiente fuerza para venir al cementerio.
Estaba cansada, quería que todo esto fuese una pesadilla, que al despertar Daniel estuviera y que nada de lo que sucedió el año pasado haya ocurrido. Cerré mis ojos escuchando las hojas de los árboles moverse por el viento, se supone que esto debería ser tranquilizador, pero no, mi ansiedad está creciendo cada vez más. Inhalé y exhalé pesadamente, pude sentir el olor de la tierra.
Aún puedo sentirlo como si hubiese ocurrido ayer, todavía puedo ver la cara de aquél hombre o la reacción de mi hermano cuando vio a ese tipo acercarse a mí. Si tan solo no hubiese ocurrido nada de esto, sé que él estaría aquí conmigo o al menos algo sería diferente.
...
Abrí mis ojos, aún estaba en la misma posición en la que me había que quedo. Mis rodillas dolían, al igual que mi pecho. Traté de enderezarme. Fruncí el ceño al percatarme que el sol ya se estaba escondiendo. Me había quedado dormida en la tumba de mi hermano y no pensaba irme siquiera, a demás no creo que sea una buena idea regresar a casa.
—Señorita —observé al hombre que estaba parado a un costado de mí, no le presté atención hasta ahora. Pasé ambas manos por mi cara que seguramente se veía fatal, traté de limpiar las lágrimas que se secaron en mis mejillas—, tiene que retirarse, vamos a cerras las puertas —asentí hacia el tipo quién, al parecer, era un guardia. Me levanté de la tierra rocosa. Me sentía extraña, como si estuviese borracha. Me mareé tan pronto como me enderecé.
Caminé fuera del cementerio, no tengo la menor idea hacia dónde voy a ir. Entre tropezones logré llegar afuera. Ya no visualizaba mi alrededor, todo me daba vueltas y me dolía la cabeza. ¿Iba a desvanecerme? Juro que siento que en cualquier momento voy a azotar contra el suelo. Seguramente el tipo creyó que había llegado drogada o algo así.
—¡Margot! —con sólo escuchar su voz sabia que se trataba de Emilio. Iba a ignorarlo e intentar huir, pero no puedo dar un paso más, ni siquiera sé cómo me mantengo en pie—. Hemos estado buscándote, todos estamos preocupados por ti —sentí como se acercó, pasó su brazo por mi cintura, para ayudar a equilibrarme—. Avisaré a todos que estás bien.
—¿Por qué...? —eso era lo que me preguntaba cada día que me levantaba. Emilio me miró sin saber a lo que me refería—. ¿Siempre voy a sentir esto? No quiero estar así, pero no puedo evitalo —mis ojos se llenaron de lágrimas de nuevo—. Que patética soy.
—No digas eso —estaba a punto de desmayarme. No puedo afrontar esto, simplemente siento que voy a derrumbarme en cualquier momento. Agarré las suficientes fuerzas para levantar la mano y limpiar las lágrimas.
Pesé a mis insultos y ruegos para que no me llevara a casa, lo hizo. Me llevó casi a rastras todo el camino. Sin saber cómo, llegamos, menos mal no había nadie dentro, no quería dar explicaciones a ninguno. Emilio, me ayudó a recostarme sobre la cama. Parecía como si me hubiese arroyado un autobús. Mi amigo salió de la habitación sin decir nada, pero antes colocó su teléfono sobre la oreja, estaba llamando a alguien.
Observé el techo, prestando atención a las nubes pintadas en este. Estoy pensando demasiadas cosas a la vez, que siento que no llego a nada. Sentía mis ojos hinchados, me pesaban y si los cierro, veo la tumba de mi hermano.
—Sé que es difícil —me estremecí al escuchar la voz de mi padre, no me di cuenta cuando llegó.
—De no haber sido por mí, él... —me enderecé apoyando mis codos sobre el colchón.
—No fue tu culpa, cariño —interrumpió mi madre entrando a la habitación.
—Lo extraño —ambos se sentaron a un costado de mí.
—Y nosotros también, pero seguimos adelante por ti, Margot. A Daniel no le hubiese gustado verte así —negué. No podía evitar llorar, es difícil porque yo no viví el duelo cuando mi hermano murió. Y ahora, simplemente no puedo seguir cargando eso. Lo necesito y me siento tan enojada e importante.
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