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El día que conocí a un idiota

Estaba como de costumbre sentada en el lugar más desagradable posible, en la biblioteca de la escuela. Las clases habían acabado y como no tenía algo mas importante que hacer, me venía a estudiar aquí, lo sé una pesadilla. Estoy demasiado enfocada en pasar ese examen y quitarme un peso de encima, entrar a esa universidad y estudiar negocios internacionales, como lo hizo mi hermano.

Rodeé los ojos al ver como a mi laptop se le congeló la pantalla, suspiré y conté hasta dos porque no alcancé el número tres antes de soltarle unos ruidosos golpes al teclado, algunas personas voltearon para observarme, pero otros simplemente ya sabían que se trataba de mí, quiero decir, llevo dos semanas viniendo y todos los días me siento en el mismo lugar, junto a la ventana, por si en algún momento me dan ganas de arrojarme por ella.

Pasé ambas manos por mi cara, no llevaba ni diez minutos aquí y ya me había puesto de mal humor. Reinicié mi computadora y esperé "pacientemente" a que volviera a encender—El armazón de tus lentes no te favorece —primero que nada, quién este chico y por qué rayos viene a instalase a la silla frente a mí así como si nada, ni siquiera preguntó si estaba ocupado. Lo miré ceñuda.

—Que bueno que te pregunté —le di una sonrisa sarcástica. Él levantó las cejas mientras hacía una mueca.

—¿Qué haces en mi mesa?

—¿Tu mesa? —reí ruidosamente y después lo observé sin ninguna expresión en mi rostro. Miré debajo del escritorio, quité mi computadora, claramente estaba buscando porque dijo que era su mesa—. No veo tu nombre en ella.

—Un placer conocerte —ironizó mientras sacaba un libro de la mochila que traía anteriormente en su hombro.

—El placer no es mío —llevé mi atención a la pantalla de nuevo, por fin iba a empezar a hacer mi ensayo. Tenía tiempo aún para entregarlo, pero no me gusta tener tareas acumuladas. Algo me desconcentró, no sé que demonios este haciendo el chico que está frente a mí, pero escucho hasta con eco el clic de su mouse y estaba empezando a frustrarme. Coloqué mis audífonos en el computador dispuesta a escuchar música solo para no oír al tipo desagradable, o sea, ni siquiera tenía la computadora abierta, sé que sólo lo hacía para molestarme.

—Déjame adivinar: ¿música rock? —qué se creía, viene a la mesa a decirme que mis lentes no se ven bien en mí y ahora se pone a opinar cómo si me importara mucho.

—Déjame adivinar: ¿un entrometido? —sonrió para después abrir su computadora también. Menos mal iba a dejarme en paz porque estaba a punto de pararme e intentar quitarlo de enfrente.

—¿Acaso no te gusta ser amable? —¿amable yo? Cuando él vino, sin decir hola y agrediéndome. Solo trato como me tratan, así de simple.

—¿Acaso no te gusta callarte? Me desconcentras —rodó los ojos, ¿por qué rayos sonreía? Era de esos que le gustaba hacer enojar a las personas y vaya que lo está logrando.

—Soy Ross, ¿tú? —no entendía que no quería hablar, creo que mi cara dice más que mil palabras.

—Que más te da —echó sus manos a los lados de su cabeza. Su jueguito o lo que sea que esté haciendo me está cansando. No le tomé más importancia, mi tiempo vale oro y terminar mi tarea también. Seguí tecleando en mi computadora, hasta que se apagó, fruncí mi entrecejo confundida y un tanto molesta, esto tiene que ser una broma. Cerré los ojos intentando calmar mis ganas de arrojar la laptop por la ventana. Los abrí de nuevo para encontrarme con la mirada del irritante chico, estaba sonriendo, como me gustaría borrarle esa risa a golpes—. ¿Tienes un cargador que puedas prestarme?

—Si tengo, pero no lo presto

—¿Qué edad tienes?, ¿ocho años? —me dejé caer en el respaldo de la silla mientras cruzaba mis brazos. Rodeé los ojos azotando la computadora en cuanto la cerré—. Me llamo Margot.

—Hasta un nombre amargado tienes —rio apoyando sus codos en la mesa, fruncí las cejas. Será el único día que no podré estudiar con la paciencia que me gustaría—. Bien, Amargot, cuéntame a qué vienes aquí y tal vez considere prestarte mi cargador —qué se creía este desgraciado, una de las muchas razones por las que no tengo amigos, es que todos los días soy muy irritante, como él, solo que me supera, no le han de hablar ni los maestros.

—Se ve que no tienes amigos. Y no me llames así —juro que siento como es que mi ojo está temblando de lo estresada que me siento ahora mismo—. Vengo aquí a ver que idiota irritante se me acerca. Oh, felicidades, eres el primero —me levanté de la silla para poder guardar mi laptop en la mochila.

—Eres muy graciosa, una persona muy agradable —rodeé los ojos ante su comentario irónico. Yo tenía claro que nadie me soportaba, pero yo no vivo de lo que la gente diga de mí, algo que simplemente no me importa y soy feliz aun que no lo parezca, aun que casi nunca sonría y sea muy fría con mis palabras, pero no me juzguen, es algo natural—. Te propongo algo —levanté una ceja mirándolo con irritación—. Se ve que nunca sales, te invito un helado.

—No —agarré los libros que anteriormente había tomado del estante de la biblioteca para volver a ponerlos en su lugar. Colgué mi mochila en mi hombro para caminar. Pasé por los pasillos dejando cada libro en su respectivo mueble. Ajusté el tirante de la bolsa y estaba dispuesta a salir. Volvería a casa, sería la primera vez en las dos semanas que he estado viniendo que no estudio nada, igual, en mi hogar podré hacerlo.

—¡Espera, Amargot! —Ross, el chico que estaba sentado conmigo alcanzó mis pasos. Odiaba de corazón que me llamara así, es tan irritante, es más, ¿qué rayos quiere?

—No me llames así, imbécil. ¿Qué se te ofrece? —sacó una de mis libretas de su mochila.

—Uy... Creo que tengo tus apuntes para ese examen por el que tanto estudias —intenté tomarla pero él la apartó, puse mala cara (o creo que mi cara ya es así)—, te la daré si...

—No estoy para jueguitos —estaba provocándome, no quería llevar esto a lo físico, pero me está obligando. Pasó la libreta delante de mi cara, lado a lado. Mi sangre hirvió. Levanté mi pierna y pisé su pie con fuerza. Soltó un grito que hizo que todas las personas que estaban en el pasillo nos miraran, rodeé los ojos por su reacción tan exagerada, levanté la libreta -que antes tenía el chico irritante en sus manos- del suelo—. Te veo mañana o no.

Di media vuelta para seguir con mi paso y salir de la escuela, como les explico que esto fue odio a primera vista, no muchas veces me sucede eso con alguien, ¡que afortunado! Era un chico muy terco y yo alguien estúpidamente amargada, ahora entiendo su apodo tonto hacia mi persona. Acomodé mi blusa antes de abrir las grandes puertas de cristal de la instalación.

Siempre esperaba el autobús a una calle de la escuela, este concurridamente se tardaba pero trataba de no desesperarme, lo cual es imposible porque salgo mal humorada de las clases o de la biblioteca. Estaba a punto de llegar a la parada cuando veo que el bus se estaba yendo, corrí para intentar alcanzarlo pero fue en vano porque se puso en marcha. Dejé caer con fuerza mis brazos a los costados e hizo que un fuerte ruido se escuchara—¡Mierda! —solté un gruñido acompañando la mala palabra que casi grité. Menos mal estaba sola en la parada. Me senté en una de las bancas que había por ahí.

Constantemente me la pasaba pensando demasiado, en cómo es que mi hermano mayor venía a por mí cada vez que salía. Lastimosamente él se había ido a trabajar a Europa hace aproximadamente un año y no hablábamos, lo cual me afectó mucho ya que éramos muy unidos—¿Quieres que te lleve? —volteé hacia el proveniente de la voz, era Emilio, mi vecino. No éramos amigos pero algunas veces hablábamos ya que nuestros padres son muy unidos.

—Ir contigo en un auto es no querer vivir —soltó una risa. Él me caía bien, me gustaban los maquillajes que se hacía cada día, el delineado le queda genial—, así que por favor llévame.

—Me gusta tu estilo, un tanto gótico —me gusta la ropa negra, combina con cualquier color y todo mi armario es de ese color—. Solo te falta el culo.

—Eres un hijo de perra —solté una risa, si era extraño que yo estuviera riendo con alguien. La mayoría de veces que hablo con una persona termina en discusión.

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