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Capítulo 4 - SLEIGH RIDE



KETHAN

La señora Claus pelirroja ha decidido salir del baño del aeropuerto con una estúpida falda tableada en tono rojo, unas absurdas mallas verdes y un horrible ugly swether, con luces navideñas integradas que tiene como integrantes a un árbol de navidad gigante y como si eso no fuera suficiente, lleva unos aretes de esferas.

Ruedo los ojos cuando veo la media hora que me ha hecho perder solo para ver como cambiaba el pijama rojo de renos por este atuendo aún más ridículo.

—¿Terminaste duende? —me cruzo de hombros.

Ella rueda los ojos, suelta un pequeño gruñido.

—Púdrete, Grinch —gruñe comenzando a caminar.

—Que original, ¿no se te ocurrió algo más? —comienzo a desfilar detrás de ella.

Las miradas de las personas no se hacen esperar, no me ven a mí, la observan a ella y su bonita figura, secundada por esas estúpidas faldas que ama usar.

El mar humor se me cuela por los poros, no puedo soportar que la vean de esa forma. Camino de prisa poniéndome a su lado, sacándome el abrigo café que traigo encima para colocarlo en su hombro.

Ella voltea de inmediato, como si no entendiera lo que esta sucediendo, y claro que no lo entiende, porque no sabe el deseo que causa en las personas.

—No tengo frio —murmura tomando con sus manos el abrigo para amoldarlo a su cuerpo.

Le queda gigante y tengo que contenerme para no morderme el labio. No sabía que mi ropa le sentaría tan bien, es más, ni siquiera sabía que podría ser posible que se viera bien aun y con ese ridículo atuendo que no deja de brillar.

Necesito más de esto. Se ha vuelto una nueva necesidad, deseo verla con más ropa mía.

¿Toda le quedará así de gigante?

—Olvídalo duende, te vas a congelar en cuando salgamos —me muerdo la lengua de inmediato cuando veo como se apaga esa chispa en sus ojos.

Sus cejas se encuentran en un V profunda, continúa caminando y me alegro de ver como muchos ya han dejado de verla.

Masculla algo entre dientes que no logro entender, pero que dejo pasar, posiblemente es una maldición que merezco.

Las puertas automáticas del aeropuerto se abren en cuanto nos acercamos, el frio de los -5° nos reciben como si estuviéramos en el polo norte... y oh sorpresa, se supone que estamos en el hogar de Santa Claus, no podía esperar menos del duende.

Meto las manos a los bolsillos de mi pantalón maldiciéndome por solo traer un suéter de cachemira azul que no cubre nada del frio.

El paisaje es tan blanco que ni siquiera lo puedo creer, hay nieve allí a donde voltees a ver. Casi escucho la música navideña resonar en mis oídos.

—Señorita Laufey —grita un mocoso de posiblemente 18 años con el cabello rizado y oscuro, con un rostro anguloso y todo.

Le sonríe con tanta familiaridad que me molesta.

—Rayk —dice el maldito duende a mi lado yendo a su encuentro para ser recibida por los brazos de ese gigante neandertal.

—¿Cómo ha estado? —pregunta sin soltarla con un sentido nulo del espacio personal.

Suspiro caminando hasta donde esta ella, tomo el cuello de mi abrigo y suéter para jalar de ella.

No voy a permitir que abrace a nadie.

Él la suelta, posando sus ojos en mi con evidente sorpresa, como si no creyera que soy yo quien está a su lado.

—¿El señor Rob no? —ni siquiera lo dejo terminar su estúpida pregunta.

Rob, el idiota por quien me cambiaron. A mi parecer, soy muchísimo mejor que ese estúpido arquitecto de cuarta.

—Kethan —extiendo mi mano para que la tome y él lo hace con cierta anonadación— te agradecería que nos lleves a nuestro destino, tenemos trabajo —sonrío de manera cortes, aunque no quiero.

Él asiente con una sonrisa, corre al coche de donde salió para abrirnos la puerta trasera de su coche.

WINTER

Su abrigo huele a él, es lo que pienso cuando bajamos del uber que conduce el pequeño Rayk para ayudarse con sus estudios. No vive aquí, estudia en Londres, pero cada temporada regresa para trabajar un poco y así sustentar un poco de su vida.

Kethan parece tan fuera de lugar en este impecable lienzo blanco. Con ese suéter azul de cachemira. De verdad quisiera odiarlo más, pero cuando usa mi color favorito no tengo corazón para odiarlo.

Observo Igloos del Artic Circle, he rentado dos por el momento, aunque he extendido la demanda para los demás escritores, no todos podrán entrar debido a lo abrupto que fue y las reservaciones que ya se tenían, pero me hicieron un favor. Después de venir tantos años conozco a los dueños.

—Son 15 habitaciones —le explico cuando veo la confusión en su rostro, él asiente casi mecánicamente—, todas tienen baño propio y una vista a las auroras boreales —señalo el cielo que está próximo a oscurecer.

Él solo vuelve asentir.

—Señorita Laufey —escucho la voz del encargado, lo veo envuelto en su abrigo caminando como si la nieve no fuera nada.

Eleva las manos mostrando dos llaves consigo que tintinean al chocar entre sí.

—Su habitación esta lista —dice sonriendo como siempre.

—¿Habitación? —pregunta Kethan directamente con la sorpresa en el rostro.

El señor Helgi voltea a ver a mi compañero con cierta confusión en el rostro.

—Pedí dos habitaciones —le recuerdo, aunque se que no hable con él sino con la encargada de turno.

—Oh, sí, sí, pero creí que Erla se había equivocado, como siempre viene con el señor —voltea a ver a Kethan para encontrarse con su mirada plagada de frialdad que cambia en un segundo.

Claro, le encanta caerle bien a la gente, le gusta llevar esa fachada de chico perfecto que todos le creen, pero lo conozco.

—Pero de seguro tiene otra habitación disponible.

Él niega con la cabeza sintiéndose culpable.

—Se liberan justo cuando usted las solicito —rasca su frente con su guante de cuero.

—No pasa nada, puedo dormir en el suelo —Kethan se encoje de hombros asegurando que no pasa nada.

Claro que él no pasara la noche en el suelo, hará que yo lo haga porque me culpabilizará de todo.

—Puedo pedir que les lleven mantas extras —asegura el señor Helgi.

—Y se lo agradeceríamos —la falsa amabilidad de Kethan me enferma—, pero ahora si no le molesta, nos gustaría entrar en calor —toma las llaves que aun sostiene el señor Helgi—, por cierto, soy Kethan —toma su mano para saludarlo con una esplendorosa sonrisa—, el amante —le regala un guiño de ojo.

Siento mis mejillas calientes, veo la mirada congelada del señor Helgi y siento que quiero matar a Kethan. 

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