Capítulo 11 - SILVER NIGHTS
WINTER
La puerta se cierra o eso creo escuchar, simplemente me estoy dejando llevar por lo que sucede, por la pasión, por el sabor de sus labios que se une al mío, la exigente necesidad de sus manos al tocar mi cuerpo, mis abruptos gemidos que se rompen en su boca que me tiene apresada.
Muero y agonizo en sus manos que palpan cada parte de mi cuerpo, como si fuera la cosa más preciada que tiene. Carajo. Odio lo mucho que me hace sentir. Todo lo que me pierdo en él.
Aprieta su cuerpo contra mi pared, sus manos toman mi cintura presa, la elevan y yo sin encontrar más remedio, envuelvo mis piernas en sus caderas, perdiéndome en el deseo, en todos los besos que no nos dimos y en las palabras de odio que aguardan allá afuera para nosotros.
Se separa un poco de mis labios que palpitan de necesidad sin su tacto, siento su sonrisa dibujada cerca de mis labios, estoy demasiado perdida en todas estas sensaciones.
—¿Estamos fingiendo bien? —me lanzo a sus labios asintiendo. Estamos fingiendo a la perfección.
Sus manos bajan a mi trasero, lo aprieta con fuerzo y un gruñido sale de su garganta, apresado por mis labios, me restriego contra su tiesa erección que se empalma en mi centro necesitado. Me restriego contra su erección, gimo separando mis labios de los suyos, envolviendo mis brazos en su cuello. Aferrándome a todo lo que es él, llenándome de la desesperación que se centra en mí ya húmedo centro.
No he podido. Maldita sea, odio lo que me hizo, no he podido superar lo que tuvimos hace un año, tanto que el sexo salió por la ventana todo este año, ayudado de los viajes de Rob.
Carajo. Debería estar sintiéndome como el ser más nefasto de la tierra, pero aquí estoy, hasta el cuello de deseo por un hombre que absolutamente no debería estar besando. El hombre que todos saben que odio, el hombre que me engaño, pero carajo, que bien saben sus malditos labios.
Muerdo su labio superior y el gruñe estampando mi cuerpo contra la pared, no me importa el ruido que estamos causando.
Él me gira con rapidez, comienza a caminar conmigo en brazos, se detiene cuando escucho el crujir de la cama, deja mi cuerpo con lentitud, evitando lastimarme, sus ojos, su pecho desnudo, sus músculos, es la escena más embriagante que toda mujer pueda pedir. Es un sueño de hombre.
Sonríe cuando me suelta en su cama.
—Preciosa, Winny —dice y solo eso basta para derretirme en él.
Deshace el nudo de la sosa bata de baño blanca que lleva puesta, exponiendo mi desnudez. Gruñe y sus ojos lascivos recorren cada parte de mi cuerpo. No puedo evitar voltear la mirada evitando la suya.
Sus manos se posan al lado de mis caderas, jala de mi cuerpo con una precisión letal. Sus labios fríos se posan en mi vientre, suelta un poco de su aliento cálido sobre mi ombligo, obligándome a arquear mi espalda, sella sus labios contra mi cuerpo haciendo un camino por mi monte de venus hasta pararse en mi húmeda apertura, con la precisión de un cirujano, deja un beso en el inicio de mi humedad.
Reprimo un gemido, mis manos toman de rehén la sabana, tensándola en mis puños.
Su lengua entra directa, deleitándose con mi humedad, tomando todo lo que está ahí dispuesto para él. Me pierdo en el deseo, veo luces brillantes, cuando su hábil lengua sigue masajeando, tomándome. Suelta un gruñido cuando envuelve con su lengua mi hinchado clítoris. Suelto un gemido que no puedo reprimir.
—Mi dulce, Winny —muerde mi clítoris y gimo por él. Carajo, ¿por qué si esto está mal se siente tan jodidamente bien?
Su lengua sigue tomando todo de mí como si necesitará saciarse, como si estuviera hambriento y fuera su única comida.
KETHAN
Su sabor es adictivo, me podría perder en ella todo el tiempo, la deseo, la necesito. Me hundo en su humedad sintiendo el dolor de mi erección apretando contra mis pantalones de chándal, armando una casa de campaña en ellos.
Ella necesita más atención, más de todo, mis dedos dentro de ella, beberme sus orgasmos, pero en este momento solo deseo hundirme en ella y que mi erección sea la que le de miles de orgasmos. Necesito sentirla, todo esto que he reprimido, tiene que salir.
—¿Me odias? —gruño besando su monte de venus, bajándome los pantalones con una necesidad.
—Te odio mucho —gime mientras sus ojos arden en maldito deseo.
No lo pienso demasiado, acomodo mi cabeza en su entrada, ella acomoda sus caderas, se frota contra mi erección buscando aliviar la tensión que aguarda hecha nudo entre sus piernas.
Mi mano va instintivamente a su cuello, me hundo lentamente en ella, ella abre los ojos tanto como puede, su humedad me hace resbalar, pero aun así sus apretadas paredes me repelen. Ella cierra los ojos, muerde su labio inferior, veo como sus puños aprietan la sabana de la cama. Suelta sus labios cuando me obligo a abrirla más entrando más dentro de ella.
—Carajo —suelta rompiendo la imagen de niñita tierna amante de navidad. El elfo de santa merece estar en la lista de los chicos malos—, me vas a romper —jadea al tiempo que se restriega contra mí erección permitiéndome entrar hasta el fondo.
Gruño, gimo. Carajo, el paraíso existe y está entre las piernas de este maldito duende amargado.
—Esto está mal —dice cuando me acomodo en todo su interior estirando las paredes, doy una embestida suave, saliendo un poco y volviendo a entrar en ella.
—Esto esta jodidamente mal —contesto saliendo de ella y volviendo a entrar, perdiéndome en el placer de sus paredes húmedas y calientes.
Ocupo más.
—Podemos parar —ofrezco siendo consciente que eso me jodería.
Arreció el ritmo cuando sus gemidos se vuelven fuertes y constantes, mi mano aprieta su cuello y veo como sus ojos se pierden en deseo.
Mi otra mano hace un trabajo estupendo en ir a su centro estimulando su perfecto clítoris, ella abre la boca en un gemido sonoro.
—Un minuto más —gime. Se rompe. Aprieta con fuerza y el calor se extiende.
Joder es todo lo que necesito.
—Un minuto —repito sin aliento.
Hundiéndome con rapidez de nueva cuenta, arreciando el ritmo, nuestras caderas chocan constantes, coloco mis manos a los lados de sus hombros, siguiendo con el ritmo, abandono su clítoris con mis dedos húmedos, ella comienza a restregarse contra mi erección cada que salgo, llevo su sabor a sus labios, ella abre tomando todo lo que mis dedos le ofrecen, alejo mis dedos y meto mi lengua en su boca, tomando el sabor que acabo de dejar. Joder. Maldito dulce perfecto.
—Después de esto pararemos —me recuerda sobre mis labios.
Asiento, me separo de sus labios, mi mano que aprieta su cuello, lo hace con más fuerza haciéndola gemir por un poco de oxígeno.
—Un minuto —nos digo, salgo de ella dejando solo la punta solo para hundirme con fuerza dentro de ella. Tomando todo.
Grita con el oxígeno que le queda. Arrecio el ritmo. Jadea, necesita oxígeno, pero sé que esto es lo que más le excita. Cierra los ojos, sus paredes me oprimen y su humedad me empapa, su respiración se vuelve irregular y ha llegado, maldita sea, necesito beberla.
Suelto un poco el agarre arreciando mis embestidas.
—Un minuto —dice ella casi sin aliento— un minuto más —murmura borracha de deseo.
Su cara hace que me pierda en toda ella, siento la dureza en mis bolas, siento como ella me aprieta, como sonríe sabiéndose dueña del momento y de mi placer.
No puedo más, salgo de ella con precisión rociando su abdomen con mi semen. Carajo. Ella es todo lo que deseo.
—Terminamos —dice en un intento de incorporarse.
Lleva su mano a mi cuello, me jala, sus labios chocan con los míos, besándome salvajemente, tomando todo de mí.
—Terminamos —murmuro sobre sus labios.
—Solo una vez más —dice ella chocando nuestras bocas, hundiéndose en una batalla con mi lengua.
Asiento.
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