Capítulo 9- Violencia
—¿Qué hacés acá? ¡¿Quién sos?! —Daniel no quiso entrar en pánico, pero a pesar de que se movió por la habitación ese gato, que parecía una estatua, giraba su cabeza para seguirlo con la mirada—. ¿Martín…?
Aquello no podía estar ocurriendo: el espíritu que lo había perseguido en el pasado había recibido su castigo y ya no podía acercarse a él. Pero, ¿y si había logrado escapar? Tal vez aquel infierno que Daniel había logrado olvidar empezaría a atormentarlo otra vez. André y Snow, que habían sido sus víctimas, al igual que él, nunca iban a volver, de eso estaba seguro. No quería verse envuelto en otro juego de esos espíritus que habían deshecho su vida.
Miró a los costados, buscando algo con lo que ahuyentar al gato. Él no era capaz de hacerle daño a un ser indefenso, pero estaba demasiado nervioso: pensó que, al igual que su amado Snow, Marco era un animal común habitado por un espíritu, y no tenía la culpa de lo que le estaba ocurriendo, pero no pudo contenerse: sobre una mesa, en la esquina de su dormitorio, había un jarrón antiguo y pesado que levantó y lanzó hacia el gato. Marco chilló, cayó al suelo, y sobre él volaron los trozos del jarrón, que se deshizo luego de golpearlo y estrellarse contra la pared.
Alertados por el ruido, Ana, y detrás de ella Sol y Javier, entraron a la habitación. Daniel se cubría la boca con las manos, horrorizado por lo que había hecho: Marco yacía inmóvil en el suelo, rodeado de trozos de cerámica. Un hilo de sangre salía de su cabeza y manchaba la alfombra.
—Yo… ¡Yo no quise…! —Daniel gritó mientras daba unos pasos hacia Marco. Pero se detuvo a medio camino, seguro de que estaba muerto.
Impactado, Javier se acercó a su mascota con paso lento, y sin decir una palabra lo levantó y salió del dormitorio. Su brazo, en donde el gato tenía apoyada la cabeza que se bamboleaba sin reacción, se manchó de sangre. Sol lloraba a pesar de que ni conocía al animal, pero la escena era tan violenta que, después de lanzarle un par de insultos al músico, salió corriendo tras Javier: debían encontrar una clínica veterinaria lo antes posible.
—¡Ese desgraciado! ¡¿Cómo fue capaz…?! —Sol manejaba a toda velocidad, tocando bocina para avisar a los otros autos que le cedieran el paso: había visto una veterinaria en el recorrido que hacía todos los días a la costa. Pronto la encontró, y aún antes de que llegara a estacionar Javier abrió la puerta y corrió a la clínica, abrazando con fuerza a su gato.
***
Marco estaba horrible: el veterinario le había rasurado una parte de la frente para llegar al corte que le había hecho uno de los trozos del jarrón, y lo había cosido. El animal se despertó como un borracho, y trató en vano de pararse mientras lanzaba unos extraños maullidos. El veterinario le había inyectado analgésicos aparte de antibióticos y la anestesia: por suerte no tenía fracturas, como comprobó luego de hacerle radiografías, pero a Marco iba a dolerle la cabeza cuando se le pasara el efecto de los calmantes.
Javier y Sol estaban un poco más tranquilos, aunque sus celulares no paraban de sonar: Daniel intentaba comunicarse con ellos.
—¡No le atiendas a ese infeliz! —exclamó Javier, con el rostro tenso. No había podido reaccionar al principio, pero en ese momento estaba furioso—. ¡Si lo tuviera enfrente le rompería la cara…!
—No te preocupes —le respondió la chica, que nunca había visto esa faceta del músico, y creyó que era una persona más peligrosa de lo que suponían—. No pienso hablar con él, y tampoco volveré a su casa. ¡Que se busque otro escritor para su biografía!
La cuenta del veterinario era grande y Javier no tenía dinero. Con vergüenza tuvo que aceptar que Sol la pagara, aunque la chica le aseguró que se la iba a cargar a la editorial.
—Pero, ¿cómo vas a hacer eso? —le preguntó el chico, que llevaba a Marco en brazos, dormido, mientras iban en el auto rumbo a su apartamento.
—En primer lugar Daniel Correa cometió un grave error al atacar a tu gato, porque sos un empleado eventual de la editorial. Lo más seguro es que lo demanden y le saquen una buena cantidad de plata, así que los gastos de la veterinaria no van a ser nada para ellos.
A Javier le gustó la idea de que demandaran al músico: se lo merecía. Pasó la mano con pena por el suave pelaje de Marco, que lanzó un quejido leve.
—Ojalá lo dejen bien pobre… —musitó.
Lo único que le daba pena era pensar en que su trabajo como ilustrador editorial se había ido por la borda. Pero de pronto, recordó algo:
—¡Mi carpeta! —exclamó. Marco se quejó de nuevo al sentir el salto de su dueño: la carpeta con sus trabajos se había quedado en la casa del músico. Debía ir a rescatarla.
Sol no opinaba lo mismo: Javier no podía cruzarse de nuevo con Daniel Correa. Si perdía el control y discutía con él o lo golpeaba, iba a meterse en un grave problema:
—Olvidate de esa carpeta, Javier. No podés ir a buscarla…
—Ni pienso —le respondió el chico —, pero hay una persona que me va a ayudar… —Sabía que alguien era capaz de ir a la casa de Daniel Correa: Sergio Duarte. Aunque no estaba seguro de que el secretario de su tío no le rompería la cara a Daniel en cuanto lo viera.
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