Capítulo 5- Nuevo comienzo
—Quiero que sepan que estoy agradecido por todo lo que hicieron por mí y por mi madre, —Javier se había reunido con sus tíos para aclarar su situación. El mayor ya le había hablado acerca de su herencia, pero su sobrino no reaccionó como esperaba—, pero…
—Dejame decirte algo —lo interrumpió Álvaro—. Me gustaría que cuando termines tus estudios trabajes conmigo en el negocio de la joyería…
—No, tío —respondió Javier, firme—. Voy a respetar el deseo de mi madre; quiero trabajar como dibujante.
Álvaro y su esposa fueron tomados de sorpresa por las palabras de su sobrino. Javier iba a cumplir los dieciocho en un par de meses, y a partir de ese momento sería libre de hacer su vida. Pero sin dinero y sin un trabajo estable eso iba a ser imposible:
—¿Vas a dedicarte solo a la pintura? —le preguntó Álvaro.
—Sí. —Javier trató de no mirarlos mientras hablaba—. A fin de año termino el curso de dibujo artístico. Después voy a buscar trabajo.
—Pero, ¡hijo…! —exclamó Estela—, ¡los artistas no ganan tanto dinero…! ¿Querés vivir en la pobreza?
Aunque involuntario, ese había sido un golpe bajo de su tía, y Javier sintió el impulso de decirle algo de lo cual iba a arrepentirse después. Por suerte la frase en protesta de Álvaro lo interrumpió:
—¡Pero qué decís, Estela! Hay artistas que ganan mucho dinero, y Javier es muy bueno. Aunque…, —Se dirigió al chico—, …la mitad de la joyería sigue siendo tuya, hijo.
—Mi madre no quería ese dinero —insistió Javier—. Cuando pueda mantenerme solo, voy a mudarme.
El chico no entendió razones, y aunque su tío le ofreció alquilarle un apartamento, tampoco lo aceptó. Cuando se despidió y salió de la habitación, Estela y Álvaro se miraron, preocupados:
—¿Qué vamos a hacer…? —preguntó la mujer, que parecía a punto de echarse a llorar. Su esposo se acercó a ella, le pasó un brazo por los hombros y la atrajo con afecto, aunque también estaba triste:
—Dejarlo. No podemos forzar nada. Tal vez un día se dé cuenta de que no somos lo que cree…
***
—¿Ya está todo? —Con la frente sudorosa, Sergio cargaba una caja repleta de pomos de pintura y pinceles. La soltó en medio de la sala y se masajeó los brazos, que ya le dolían después de haber llevado la mitad de las posesiones de Javier a un apartamento pequeño y algo antiguo pero recién renovado, que había alquilado junto con Víctor, un compañero de clases.
Javier hacía encargos como ilustrador freelance. A pesar de que a veces trabajaba bien y a veces no tanto, casi por cumplir los diecinueve años se había decidido a salir de la casa de sus tíos. Lo había hecho en buenos términos, aunque ellos nunca lograron convencerlo de que aceptara el dinero de su padre.
Marco recorría su nueva casa un poco agachado, con desconfianza y oliendo todo: pronto encontró su cama, que Javier había puesto en un rincón tranquilo, y allí se quedó, medio escondido y enfurruñado.
—Pobrecito… Va a extrañar el jardín… —se lamentó Sergio.
—Ya se va a acostumbrar. —Javier se rió mientras observaba las caras de disgusto de su gato y del secretario—. En el balcón va a tomar todo el sol que quiera, y vos podés venir a visitarlo.
—¡Pero no es lo mismo! —Sergio parecía un nene chico, a punto de hacer un puchero. Marco se levantó y comenzó a investigar de nuevo, hasta que Victor llegó apurado, cargando una enorme valija. El gato se encrespó primero, siseó después, y luego volvió a huir hacia la seguridad de su cama. El amigo de Javier ni siquiera lo miró: traía un sobre que había arrugado por apretarlo junto con la valija:
—Ésto estaba abajo, en el buzón —le dijo mientras le extendía el sobre—. Los remitentes son bastante conocidos. ¿Querrán ofrecerte trabajo?
La carta era de una prestigiosa editorial que llamaba a Javier para una entrevista de trabajo: querían coordinar el diseño de la carátula para un libro.
—Bueno, parece que la mudanza te dio suerte. —Sergio se consoló un poco con la fortuna de Javier. Hacer la ilustración de la tapa de un libro era una excelente forma de hacerse conocido.
***
Vestido con su mejor ropa, Javier se presentó en la editorial. Allí lo recibió el jefe de los ilustradores:
—Uno de nuestros escritores está elaborando la biografía de un músico bastante excéntrico, que vive retirado desde hace años —le explicó el hombre—. Es algo mayor y tiene sus manías. No congenió con ninguno de los dibujantes que le enviamos. Por eso queremos que hagas la prueba: tal vez te acepte como el dibujante de la carátula.
Javier observó al hombre con el ceño fruncido y los labios apretados a pesar de que el otro era todo sonrisas mientras le hablaba de las ventajas del trabajo. Pensó que si ese viejo músico no había aceptado a ningún ilustrador seguramente a él iba a correrlo en cuanto lo viera.
—Tenés que presentarte mañana a las diez en esta dirección. Llevá algunos de tus dibujos, a ver si lo convencés —le dijo el ilustrador mientras le extendía un papel—. Si lográs que ese hombre te apruebe como ilustrador de su libro, te ofreceremos un puesto fijo en la editorial. ¿Te interesa?
Por supuesto que a Javier le interesaba el puesto, pero la condición para que se lo dieran era casi imposible. Tomó con fastidio el papel con el nombre y la dirección del músico, seguro de que estaba perdiendo el tiempo:
«Daniel Correa», leyó, y luego le lanzó una furibunda mirada al ilustrador, que le devolvió otra sonrisa.
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