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Capítulo 45- Cerrando capítulos

Marcela Iribarren se había tomado su tiempo para leer la novela de Sol. La chica era una escritora interesante: se notaba que había  investigado a fondo el contexto histórico de la época en la que había colocado a esa familia de ficción, los personajes de su trama principal. El relato tenía algunas partes que no la convencieron, pero en general era bueno:

—Pasá, Sol; tomá asiento —la invitó con un gesto amable, para distender el ambiente.

—Gracias…, —La chica estuvo a punto de decirle «señora», pero recordó que en otra charla ya habían arreglado el asunto de los tratamientos—, …Marcela.

La mujer le brindó una sonrisa leve mientras abría el manuscrito que tenía señaladores de colores en las esquinas de las hojas. Algunos eran de colores claros, pero otros eran rojos, por lo que Sol supuso que en esas partes habría algún problema con la historia. Y tenía razón: en la siguiente media hora Marcela le indicó varios puntos débiles, que ella recomendaba quitar, y le señaló otros que necesitaban pequeñas modificaciones.

—Pero entonces, ¿va a publicar mi libro?

—¡Por supuesto! Solo te indiqué algunas partes en donde la trama se hace lenta, pero en general me parece una historia excelente. Tenemos un buen nicho de lectores para las novelas históricas. 

Sol salió de la editorial henchida de felicidad, pero no tenía con quién compartirla: luego del problema de las cartas falsas y su despido, había tenido una agria discusión con Javier en la que terminaron su apenas iniciada relación.

                        ***

Marco estaba insoportable: mientras Javier acomodaba su ropa en una valija, ya que se iba por unos días a Santiago de Chile para confeccionar la carátula de otro libro, el gato se metía dentro de la maleta como si quisiera irse con él:

—Portate bien, Marco; por favor. —protestó el chico, y lanzó un suspiro. Se había enterado por su jefa de que el libro de Sol había pasado con éxito su revisión.  Tenía la esperanza de que ella lo llamara para compartir con él la buena noticia. Pero eso no había ocurrido.

Marco seguía pegado a él, y lo observaba con sus inteligentes ojos amarillos, como si supiera exactamente lo que le estaba pasando, y el chico recordó la historia de Snow. ¿Sería que su gato también era poseedor de un espíritu? ¿Por qué parecía más cercano a él cuando estaba triste? Nunca iba a saberlo aunque podía quedarse tranquilo: si en verdad había un espíritu dentro de su gato, era uno travieso y de buen corazón. Dejó su maleta a medio hacer y tomó a Marco en brazos, que le ronroneó fuerte mientras rozaba las mejillas contra su mentón. El chico protestó, riendo:

—¡Me estás llenando de pelos!

Lo tomó de sorpresa el sonido del timbre, ya que no esperaba a nadie. No quiso atender el intercomunicador y se asomó por la ventana, la opción más segura: probablemente afuera estaba un vendedor, o gente de alguna iglesia. No tenía ganas de aguantar una charla sobre la necesidad de abrazar la fe porque se venía el fin del mundo. Pero en la calle, sosteniendo nerviosamente un paquete y mirando hacia todos lados como si buscara una vía de escape, estaba Sol.

—Pasá… —El saludo en la puerta había sido seco y tirante, y cuando entraron al apartamento los dos se quedaron parados en el medio de la sala, sin saber qué hacer. Marco tomó la iniciativa de agasajar a la recién llegada con maullidos de bienvenida mientras rozaba el cuerpo contra sus piernas.

—Te traigo el borrador final del libro —Sol le extendió a Javier el paquete que tenía en las manos después de rascarle la barbilla al gato, juntando coraje.

—¿Y yo para que lo quiero? —El muchacho quería parecer ofendido, pero lo único que deseaba era abrazarla y pedirle que lo perdonara.

—Aunque ya no estamos juntos espero que cumplas tu promesa de dibujarme la carátula…

Las palabras de la chica, dichas con la voz entrecortada, reavivaron el dolor de Javier, que hizo un gesto negativo con la cabeza: 

—Hay otras personas que se dedican a eso en la editorial. Yo me voy a Chile mañana, y no tengo idea de cuándo voy a volver.

Sol agachó la cabeza y apretó el paquete contra su pecho:

—Está bien. Como quieras. —Después susurró una despedida y dio unos pasos hacia la puerta, tratando de no mirar a Javier para no echarse a llorar. En ese momento Marco se le cruzó entre los pies y la hizo tropezar, con tanta mala suerte que la tiró con todo y paquete contra el chico, que alcanzó a sujetarla antes de que se fuera al suelo. 

Ya no hubo palabras: después de una profunda mirada a los ojos vino un beso largo, lleno de fuego y promesas, y un reguero de ropas por el piso, a donde también fue a parar el manuscrito, marcó el camino hacia el dormitorio de Javier. Marco fue a la cocina y comió algunas croquetas, y después se arrellanó en el sillón para dormir su bien merecida siesta.

                       ***

Sergio y Evelyn estaban en Europa. La última foto que le habían enviado a sus padres, en un mensaje de WhatsApp, mostraba la torre Eiffel como paisaje de fondo. Se veían felices y enamorados.

Gabriel por fin pudo hablar con su hermano y explicarle lo que le había ocurrido. Su historia no era fácil de entender, y el mayor tampoco intentó hacerlo; le bastaba con tener a su hermano pequeño ahí luego de más de treinta años atesorando sus postales y fotos con mensajes en los que se notaba, entre líneas, que a pesar de la distancia nunca había querido cortar el vínculo con él.

Gabriel se sorprendió cuando su hermano le mostró las postales, que tenía acomodadas en una caja, clasificadas por fecha. Nunca había dejado de enviarlas aunque no sabía si eran bien recibidas o terminaban hechas picadillo en la basura. En unos días tenía que volver a Isla de Borneo y a su trabajo, pero le hizo la promesa de que iba a mantener un contacto más fluído con él. Lo único que tenía que hacer era solicitarle al gobierno de Malasia que le instalaran una antena satelital en la cabaña y tal vez, por qué no, esperar que su hermano, que al final no estaba tan enfermo como le había dicho la pícara de Evelyn, también se decidiera a viajar para visitarlo.

Solo le quedaba algo que hacer antes de irse: aclarar los tantos con Daniel Correa y cerrar para siempre ese capítulo de su vida.

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