Capítulo 43- El amor perdido
Evelyn prefirió esperar a la primavera para casarse; la propuesta de Sergio, con anillo de compromiso incluido, había llegado en pleno invierno, y ella la aceptó emocionada, aunque le advirtió que no pensaba usar un vestido de novia con el frío que hacía.
Cuando los días se hicieron más largos y los jardines se llenaron de colibríes, Estela, que se había autoproclamado encargada de planificar la boda de los secretarios, ya tenía todo listo: las invitaciones, la fecha para el registro civil, la iglesia, la fiesta, el catering y hasta los trajes de los novios. Sergio estaba que se comía las uñas y aparte se sentía avergonzado de que su jefe hubiera decidido pagar su fiesta. Evelyn, en cambio, estaba encantada: sus padres iban a regalarle la luna de miel, un mes completo recorriendo distintos países de Europa, mientras que sus futuros suegros iban a contribuir modernizando el apartamento de Sergio, para que los dos pudieran vivir allí cuando regresaran.
Con la invitación que le dio Sol, en la mano, y que había llegado esa mañana a su casa, Daniel trataba de adivinar por qué Sergio se había decidido a invitarlo a su casamiento:
—Probablemente lo hizo por compromiso, y no espere que vaya…
—¿Y por qué no, señor Correa? —Sol necesitaba la excusa de acompañar a su jefe a la boda, como su asistente: no podía ir como amiga de Javier y ponerse en evidencia delante de sus tíos—. Le vendría bien ir a una fiesta. Últimamente solo se dedica al trabajo…
—No creo que sea conveniente. —Daniel le devolvió la invitación—. Comprá un buen regalo y mandalo en mi nombre. —Sol suspiró fuerte, y el músico la observó con curiosidad—. ¿Qué te pasa?
—Nada. —La chica fue a su escritorio y lanzó allí la invitación, ceñuda—. Es que Javier quiere que vaya con él, pero yo no me animo…
Daniel había visto unas actitudes sospechosas de los dos chicos cuando Javier iba a su casa a visitarlo, pero se hizo el tonto para no mortificarlos. Ya era tiempo de que supieran que no había nacido ayer:
—¿Sus tíos no saben que son novios…?
—¡Señor Correa!
—¿Qué? ¿Creíste que no iba a darme cuenta? Javier viene cada vez que puede, me deja a Marco y desaparece. Y «casualmente» vos también desaparecés.
La chica se sonrojó y comenzó a balbucear:
—Pero… se… señor Correa… yo…
—¿Cuál es el problema? ¿Por qué tienen que ocultarse?
La chica terminó confesando, entre lágrimas, que nunca se había atrevido a aceptar la invitación de Javier a ir a la casa de sus tíos para conocerlos:
—Javier está por cumplir veinte años, pero yo ya tengo veinticuatro. ¿Qué van a pensar de mí?
Daniel casi se le rió en la cara:
—No creí que fueras tan antigua… Los tíos de Javier no te van a pedir la cédula de identidad cuando vayas. —El hombre chasqueó la lengua—. ¿Por eso querías arrastrarme a ese casamiento? ¿Para estar con él?
—Sí… ¡Pero también quiero que usted se divierta!
Daniel le expresó su ironía:
—¡Ah, si…! Me voy a divertir un montón entre gente que no conozco.
—¡Pero qué dice! —exclamó la chica—. Con la fama que tiene voy a pasar más tiempo espantándole los admiradores que charlando con Javier…
—Te estás poniendo atrevida… —Daniel la miró con un fingido gesto de enojo: después de meses de ser su asistente, había llegado a tomarle cariño.
—Perdón, señor Correa… —Ella sabía que todo era una broma. Su jefe había cambiado mucho en esos meses: como salía tres veces por semana para dar las clases en la academia, estaba más arreglado y casi nunca andaba en pijama y bata por la casa. Su carácter había mejorado mucho: ya no estaba deprimido a pesar de que a veces una sombra parecía turbar su mirada. Pero eso duraba un instante; un solo instante en el que Sol recordaba su error: la carta que le había escrito en nombre de Gabriel Duarte.
—Dejame pensarlo. Igual mandá el regalo y después veo si vamos o no a esa fiesta…
—Pero no se demore, porque tengo que comprarme un vestido…
***
Gabriel leyó la carta de Daniel del derecho y del revés, y también su biografía. A veces en su cerebro parecía abrirse una ventana minúscula que se cerraba antes de que pudiera investigar lo que había del otro lado.
Sentado frente al mar, leyó también las cartas de su sobrino, pero no se atrevió a responderlas: estaba confundido con las palabras de Daniel, y temeroso de lo que podía encontrar si se decidía a buscar la verdad.
Un día llegó una nueva carta: era de Evelyn, y de ella cayó un sobre: la invitación a su boda con Sergio.
***
La iglesia estaba adornada con las flores de esa primavera cálida y generosa; los invitados, sentados en sus lugares, esperaban los acordes de la marcha nupcial, que iban a marcar la llegada de la novia. En el altar, Sergio parecía un modelo de revista atacado por los nervios: no podía quedarse quieto a pesar de que su madre le hacía unas insistentes señas desde su asiento de la primera fila, y su padre lo miraba con el ceño fruncido. En la segunda fila, Álvaro cuchicheaba con Estela y Javier se daba vuelta disimulado, para mirar a Sol, que estaba cuatro filas más atrás, sentada junto a Daniel, que había decidido ir a la ceremonia de la iglesia pero no a la fiesta. Pero Javier ya lo tenía decidido: iba a llevarse a su novia aunque no quisiera, y en la fiesta se la iba a presentar a sus tíos. Si no la aceptaban, peor para ellos.
De pronto Sergio se quedó helado y lo único que pudo hacer fue lanzar una exclamación ahogada: a la entrada de la iglesia, muy mal vestido para la ocasión y tan nervioso como él, estaba su tío Gabriel. Daniel Correa se dio vuelta para observar lo que asombraba al secretario, y se encontró con él: con André, su amor perdido.
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