Capítulo 39- Abrazos
Las cartas que André Vermont le había enviado a Daniel en las distintas épocas en que Martin Darco logró separarlos, estaban esparcidas por el suelo. Fanny, Javier y el propio Daniel levantaban los papeles que se habían vuelto amarillos con el tiempo, los cotejaban con los documentos que había enviado Sergio desde Malasia, y después los volvían a abandonar en el piso, con más prisa que cuidado. Marco, que había vuelto de visita a la casa del músico, caminaba curioso, oliendo todo y cada tanto reclamando una caricia de los ansiosos humanos.
—Esta fecha coincide… —Javier había comprobado que la época de la primera aparición de André, en el café donde trabajaba Daniel, era de la época en que Gabriel Duarte ya estaba amnésico. Cuando comprobaron que todas las fechas coincidían, Daniel se dejó caer en un sillón mientras observaba a Javier y a su amiga, que aún estaban en el suelo, revolviendo papeles.
—Es él… —susurró, sin aire. Su amado André estaba otra vez sin memoria, y demasiado lejos como para que él pudiera ir a buscarlo.
—¡Sí, es él! —Fanny hablaba sin parar, haciendo planes: que Daniel tenía que ir a Isla de Borneo; que Gabriel debía volver a Montevideo. Pero eso no era posible: Daniel no tenía la salud ni la energía para viajar al otro lado del mundo, y Gabriel ya no tenía motivos para regresar a Uruguay.
—¡Podés hacer una conferencia por Zoom! —exclamó Fanny—, ¡o una videollamada!
—Donde está el tío de Sergio no hay internet —le informó Javier. Marco saltó sobre los papeles y trató de subirse a su regazo; era una novedad que su dueño estuviera tirado en el piso, a su altura. Javier lo acarició, distraído—. Para mandarme estos archivos Sergio tuvo que ir al puerto. Ni siquiera tienen señal para usar los celulares.
—Es inútil… —Daniel encorvó la espalda, como si la sensación de derrota viniera con diez años agregados—. Aunque sea la misma persona, André ya no existe…
—¡¿Pero qué estupidez estás diciendo?! —exclamó Fanny, y Marco la observó con atención—. ¡No vas a darte por vencido ahora que lo encontraste, ¿no?!
—Sergio va a decirle la verdad a su tío, señor Correa —le informó Javier—. Puede que después él lo busque…
Daniel, que sabía que las cosas nunca eran tan sencillas, giró la cara hacia la ventana para que ni el chico ni su amiga se dieran cuenta de que estaba luchando por no echarse a llorar.
***
Evelyn había descubierto las bondades de la Isla de Borneo. Aparte de los baños de mar y la riqueza de peces que proporcionaba, también había una vieja radio desde la cual podía llamar al puerto:
—¿Hola? ¡Hola! ¡¿Me escucha?! —gritó en inglés a través del micrófono. Sergio la observaba sin saber qué estaba tratando de hacer. Al otro lado de la línea solo se escuchaba estática, y Evelyn insistió—. ¡Aquí la estación de monitoreo sur de la isla! ¡¿Me escuchan?!
—¡Sí! ¡Fuerte y claro! —le respondieron al fin, y Sergio se quedó tieso cuando su novia le hizo al hombre que le había respondido, y que ni siquiera sabían quién era, un pedido de víveres como si hubiera llamado al supermercado.
—Pero, linda… No podés hacer eso…
—¡Shh! —lo silenció la chica, y luego siguió hablando con el hombre—. Necesitamos combustible para el generador, aceite de cocina, repelente de insectos… ¿Tiene alguna clase de bebida alcohólica?
Luego de que arregló todo, la chica le dijo a su misterioso interlocutor que le pagaría cuando le llevara las cosas, y luego apagó la radio, satisfecha.
—¿Se puede saber con quién hablaste? —le preguntó Sergio.
—No tengo idea —respondió ella mientras le regalaba una sonrisa—. Pero en el puerto se conocen todos, y ese hombre me prometió que le daría mi encargo al dueño del barco que viene hasta aquí cuando el tío Gabriel necesita provisiones.
—¡Qué novia inteligente y proactiva que tengo…! —Sergio se acercó a ella y la abrazó por la cintura. Evelyn ya no era aquella chica de maquillaje y peinados impecables que taconeaba por las habitaciones de la casa de los Ibáñez; con sus infaltables bikinis a los que agregaba vestidos de telas frescas y sueltas, un bronceado perfecto y el cabello suelto, a veces adornado con una de las exuberantes flores que crecían a la orilla del bosque, estaba muy hermosa, y él deseó besarla y llevarla en brazos al dormitorio para no salir de allí por el resto del día. Evelyn se apretó contra él y apoyó las manos sobre su pecho. Sergio llevaba una camisa desprendida y sus espantosos shorts de hibiscos amarillos. Pero ahora estaba tan bronceado como ella, y ese color le sentaba de maravilla. Sin decirle una palabra, cerró los ojos y le ofreció su boca ligeramente abierta. Sergio se hundió en la suave tibieza de la caricia. La piel de su amada olía a mar y flores, y sus manos recorriéndole la espalda lo obligaron a lanzar un suspiro profundo:
—Esta noche… —le dijo al oído después de que pudo salir de ese beso de fuego.
—Esta noche… —suspiró ella mientras dejaba un leve mordisco sobre el cuello de su amado, que deseó que el sol se pusiera lo antes posible.
Ya les quedaban pocos días de licencia, y debían volver a Montevideo y a sus trabajos, pero siempre les iba a quedar en la memoria el recuerdo de ese lugar, el más maravilloso del mundo.
***
Javier tenía un motivo para estar feliz: la confesión de Sol a Daniel, de que no había tirado su libro. Gracias a la insistencia del músico, un día la chica le pidió que le presentara a Marcela Iribarren.
Esa mujer resultó ser en todo diferente al anterior jefe de Sol: escuchó su charla con atención, y le preguntó muchas cosas sobre el libro: que si su estilo era más periodístico o más de ficción histórica; que cuánto había estudiado acerca del conflicto armado que relataba; que si había personajes reales o solo de ficción, y se puso a hojear las primeras páginas mientras la chica le respondía, cada vez más nerviosa.
—Los libros de investigación sobre sucesos históricos nacionales por lo general tienen buenas ventas. Como sabrás, si conocés nuestra editorial, ya tenemos varios escritores que se dedican al género de investigación, pero no hay tantos de ficción histórica. Voy a leer tu libro con atención, y tal vez me permita indicarte algún cambio, si lo veo necesario. Pero quiero que sepas que soy exigente; si tu libro no es comercial, no lo publicaré.
—Por supuesto, señora Iribarren —Sol tenía los dedos doloridos de tanto que se los había estrujado mientras escuchaba a la mujer. Le hizo un gesto de agradecimiento antes de despedirse, y salir volando del edificio para encontrarse con Javier, que estaba en la acera, comiéndose las uñas:
—¿Y? ¿Qué te dijo?
—Que va a leerlo y corregirlo si es necesario, y que la ficción histórica se vende bien…
—¿Viste? ¡Ella va a publicar tu libro!
—No… —Sol cortó con un gesto el festejo de Javier—. Me dijo que era muy exigente, y que si no le gustaba…
—Le va a gustar —la interrumpió Javier—. ¡Por supuesto que le va a gustar!
—¡Ay, Javier! ¡Estoy tan asustada…!
El chico le pasó un protector brazo por los hombros:
—Marcela Iribarren va a publicar tu libro, y yo voy a hacerte la carátula. Vas a transformarte en una gran escritora…
La cercanía se sentía bien; Sol se acurrucó contra Javier y apoyó la cabeza en su hombro. Las manos del chico temblaron un poco, pero no la soltó.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro