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Capítulo 29- Malentendidos

Javier y Daniel observaban a Marco con atención: la mascota, que durante su viaje se había quedado en el apartamento al cuidado de Víctor, y había recibido las visitas constantes de Sergio, se había puesto aún más gordo y malcriado. Indiferente a la atención que generaba, parecía haber olvidado el incidente en el que había resultado herido y se mostró tranquilo; después de recorrer la oficina de Daniel, oliendo todo, se acostó al sol tras la ventana que daba al jardín.

—Vení, gatito —Ana se apareció con un plato de leche, y Marco abrió los ojos por primera vez. Javier resopló, impaciente:

—¡Pero a este animal solo le importa su barriga!

Marco le hizo toda clase de demostraciones de afecto al ama de llaves, y después se ensució la cara lamiendo a toda prisa la leche tibia. 

Daniel se mantuvo en silencio hasta que Ana se retiró con el plato vacío, y volvió a abrir el libro «Los gatos mágicos». Después le leyó el primer capítulo completo a Javier, traduciendo del francés al español.

Ese capítulo describía las apariciones de Snow y Marco en las vidas de Daniel y Javier, con detalles que nadie más que ellos podían conocer, aunque Gabriel había utilizado otros nombres. Los capítulos siguientes se desviaban de la realidad, pero eso era lo que menos le importaba a Daniel: la descripción exacta de la noche en la que había encontrado a Snow abandonado, convertido en una cosa húmeda y gris, parecida a una rata, en un oscuro callejón de Montevideo, y que había resultado ser un gato blanco y de ojos azules con poderes más allá de su entendimiento, había bastado para convencerlo. Javier estaba helado: el otro personaje del libro se había caído de su bicicleta por esquivar al segundo gato de la historia: un gato negro y flaco, con unos enormes ojos amarillos.

—Pero… —El chico miraba un poco a Daniel y otro poco a ese libro embrujado, sin entender en qué clase de historia surrealista se había metido—, …ese hombre no me conoce. ¿Cómo puede saber tanto de mí?

Marco, que con la panza llena se había ido a echar nuevamente al sol, abrió un poco los ojos y le maulló a su dueño. Javier estaba demasiado espantado, y casi saltó de su asiento al oírlo: siempre había estado tranquilo con respecto al gato, porque en el fondo no creía en las cosas que le había dicho Daniel. Tal vez Snow sí había sido un gato mágico, pero para él Marco era una mascota común, gorda y malcriada. Ahora no estaba seguro de nada.

—No sé… —A Daniel nadie le iba a quitar las esperanzas. Sonrió a pesar de que tenía más preguntas que respuestas—. Pero no importa. Lo único que debemos hacer es encontrar a Gabriel Duarte.

                           ***

Sergio sabía algo de francés, pero no lo suficiente como para leer un libro. Traductor mediante y con un poco de trabajo, había escaneado el libro de viajes de su tío y lo subió, traducido, a su computadora. Cuando lo terminó y vio en la contraportada que su tío había escrito algunas novelas, el título «Los gatos mágicos» llamó su atención. Recordó la foto del supuesto André Vermont con Snow, y buscó el libro en internet.

Era domingo pero, apegado a la costumbre, se despertó temprano. A su lado, Evelyn, que se había quedado a pasar la noche con él, aún dormía. Se levantó, tratando de no hacer ruido, y fue a buscar la laptop para leer en la cama el segundo libro de su tío, que había comprado en su versión online. Cuando se volvió a acostar, cubrió la espalda desnuda de su novia, que se movió un poco pero no despertó. 

Estaba intentando traducir al español el primer capítulo, cuando sintió una mano tibia que tocó su cintura y se deslizó con mimo hacia su vientre. Las manos de Evelyn eran mágicas: le producían un cosquilleo que comenzaba en donde ella lo tocaba, y que luego recorría todo su cuerpo, como si los dedos de la chica se multiplicaran para acariciarlo de pies a cabeza. Cerró los ojos, desinteresado en la lectura.

—¿Qué estás haciendo…? —ronroneó Evelyn.

Sergio puso la computadora en la mesilla de noche y se apresuró a abrazarla:

—Leía mientras dormías. No quise molestarte, amor…

—Tontito… —le respondió ella, sonriendo aún con los ojos cerrados —. A mí me gusta que me molestes… —Sin abrir los ojos, enroscó los brazos alrededor del cuello de su pareja—. Dame un beso…

Sergio no le respondió: el cuerpo de Evelyn, con sus curvas apenas cubiertas por las sábanas, era una delicia. Él quería besarla y abrazarla, pero también atravesar esa barrera que los separaba.

La chica abrió los ojos, sorprendida, cuando sintió el tirón que la dejó descubierta, con su cuerpo desnudo a la vista de su amado. Sergio la contempló con detenimiento mientras lanzaba la molesta sábana al piso.

—Pero, ¿qué hacés? —protestó ella, riendo. Sintió un poco de frío, pero pronto el cuerpo tibio de Sergio se pegó al suyo. Un beso suave y lleno de fuego, y unas lentas caricias en su espalda, la hicieron entrar en calor. Sus piernas, como si tuvieran voluntad propia, se abrazaron a las caderas de su amado, que se adentró en ella con lentitud.

—¡Amor…! —El cuerpo de Evelyn dejó de pertenecerle: sacudida hasta las raíces por los embates cada vez más rápidos, se sintió como las olas del mar que chocaban una y otra vez contra las rocas de la orilla, deshaciéndose en espuma y luego volviendo a armarse para golpear otra vez, hasta que la furia del agua se aplacara, para morir en la arena.

                            ***

Cuando Evelyn se despertó era cerca del mediodía. A su lado Sergio aún dormía, con un brazo debajo de su cintura. Ella se giró hacia él para observar su bello rostro dormido, y reparó en la laptop que estaba sobre la mesilla de noche. Recordó que Sergio la había cerrado con un poco de prisa, horas antes, cuando se dio cuenta de que ella estaba despierta. No lo había pensado en ese momento, porque la pasión la había hecho olvidarse de todo, pero se le metió en la cabeza la idea de que él le estaba ocultando algo.

La chica no sabía mentir: cuando, un rato después, Sergio se despertó, la encontró más seria de lo normal. Quiso abrazarla pero ella se puso tensa.

—¿Qué te pasa, amor? —En su inseguridad, Sergio trató de recordar si había cometido algún error. Pero Evelyn lo sacó rápidamente de sus dudas. Con la falta de tacto que la caracterizaba, le lanzó:

—Me estás ocultando algo. ¿Acaso tenés otra mujer? ¡Nunca debí ponerte lindo! 

Sergio no quiso reírse de ella. Lo enterneció verla así, casi arrinconada en su lado de la cama, sujetando sus rodillas y cubriendo su cuerpo como si no quisiera que él volviera a verla desnuda.

—¿Se puede saber de dónde sacaste esa idea? —le respondió en un tono de tierno reproche—. ¿Cómo voy a tener otra mujer si estoy enamorado de vos? —Después se acercó a ella y, tratando de vencer su resistencia, la abrazó—. Hablá conmigo. No te pongas así…

—¡Estabas muy misterioso con esa laptop! La cerraste de apuro cuando me desperté… —exclamó la chica—. ¿Qué es lo que me estás ocultando?

Sergio suspiró: a pesar de que Evelyn sabía que buscaba a su tío, él aún no podía hablarle de su vínculo con Daniel Correa. Tenía que aclarar ese vergonzoso capítulo de su vida, pero solo. La chica se enderezó para mirarlo: la frente de Sergio se había llenado de arrugas de preocupación.

—¡¿Viste?! ¡Yo tenía razón! —En un impulso la chica se levantó de la cama y se cubrió con las sábanas para que él no pudiera verla. Luego juntó su ropa y corrió a encerrarse en el baño.

Sergio solo atinó a mirarla mientras ella se movía con prisa por la habitación. Le pareció oír un sollozo cuando la puerta del baño se cerró, y sintió que el corazón se le hundía en el pecho.

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