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Capítulo 22- Cambio de rumbo

Javier no quería abandonar a Daniel, pero cuando se entrevistó con Marcela Iribarren, quedó encantado con su propuesta: a la gerente le había gustado su estilo, y sabía que muchos autores buscaban ese tipo de ilustración para sus obras. La editorial le daba al chico libertad creativa y hasta la oportunidad de viajar por el mundo, si así lo requería su trabajo.

—Es más —le dijo la gerente—, estamos preparando la novela de un escritor al que estoy segura le van a gustar tus dibujos. Ese hombre vive en París. Si te decidís a trabajar con nosotros, ese sería tu primer encargo.

«¿Paris…?», pensó Javier, y los ojos se le iluminaron: conocer la capital de Francia era como un sueño hecho realidad, y encima recibiría un pago por hacer el trabajo que más le gustaba en el mundo:

—¡Acepto! —dijo sin dudar.

—Muy bien, entonces podés ir a la oficina de personal para arreglar los asuntos relativos a tu contrato. Y —le dijo Marcela mientras les extendía una mano—, bienvenido a nuestra editorial, Javier.

—¡Muchas gracias! —El chico tomó con entusiasmo la mano que se le ofrecía, aunque su felicidad tenía una sombra: debía abandonar a Daniel, y no sabía cómo iba a decírselo.

                          ***

Sol estaba asombrada:

—¿Marcela Iribarren? —exclamó—. ¿En serio? ¡Qué suerte!

La escritora sabía que esa mujer no elegía a cualquiera, y Javier había demostrado ser un gran dibujante: la carátula de la biografía de Daniel había quedado preciosa, y el libro se estaba vendiendo muy bien. El chico estaba en las nubes aunque su felicidad no era completa:

—Tengo un problema, Sol… ¿Qué voy a hacer con el señor Correa?  No sé cómo decirle que acepté otro trabajo.

—Lo mejor es que seas sincero —opinó Sol—. El señor Correa no es un hombre egoísta, y se va a dar cuenta de que te vas para perseguir tu vocación. Aparte yo también me decidí por algo. —Sol se señaló a sí misma—. Voy a ofrecerme para ocupar tu puesto como su ayudante.

—¿En serio vas a hacer eso por mí? —Para Javier era un alivio saber que el músico no iba a quedarse solo. Por otro lado, él no iba a abandonar la búsqueda de Gabriel Duarte: Sergio estaba recabando datos y él trataría de ayudarlo desde donde estuviera. Pensó que todo quedaba cubierto, y que el músico iba a estar tranquilo.

—No lo hago por vos, tonto —le respondió Sol, frunciendo la nariz en un cómico gesto despectivo—. Me sirve el trabajo. Puedo estar aquí por unas horas, acompañarlo y llevarlo a los conciertos y entrevistas, y mientras descansa trabajaré en mi libro. 

Sol tenía el proyecto de una novela histórica, que tenía escrita en parte. Pero necesitaba tiempo para terminarla, un tiempo que le quitaban los apretados horarios de la editorial. Si renunciaba a ese trabajo para quedarse con Daniel, podría dejar volar su propia inspiración y terminarla.

—Cuando termines el libro yo te voy a hacer la carátula. ¿Querés? —le ofreció Javier, todo sonrisas.

—No esperaba menos de vos… —Sol lo miró, satisfecha—. Para cuando la termine, vos vas a ser un ilustrador famoso, y vas a darle prestigio y más ventas a mi novela. ¡Pero no podés cobrarme, porque somos amigos!

Javier se rió:

—¡Por supuesto que voy a cobrarte! Vas a tener que pagar una comida.

                         ***

Daniel Correa caminaba por su escritorio con las manos apretadas en puños, y una mirada sombría: la noticia que le había dado Javier le cayó primero como un balde de agua fría, y después lo puso furioso.

—No se enoje, señor Correa —trató de decirle el chico, asustado ante la inesperada reacción del hombre—. ¡Pero entienda! No puedo dejar pasar esta oportunidad…

—¿Y qué va a ser de mí? —exclamó el músico—. ¡¿Cómo voy a salir de esta casa sin compañía?!

—No se preocupe por eso, señor. Sol va a ser su nueva ayudante. Creo que es la mejor para ese trabajo…

—Pero, ¿y la búsqueda? —replicó Daniel—. ¡Yo confié en vos, y te conté la verdad acerca de André! ¡¿Ahora tengo que hacer lo mismo con Sol?! ¡¿Cuántas personas más van a tener que enterarse de mi secreto?!

Javier estaba desconcertado por la reacción del músico: creía que lo conocía bien, y que el hombre tal vez se iba a poner triste por su partida, pero que se iba a alegrar por su progreso; en cambio pensaba solamente en su propio bienestar. Pero Javier no podía mirar atrás: no le había gustado comprobar que Daniel era un hombre egoísta, pero iba a ayudarlo en lo que pudiera para honrar el recuerdo de su madre, pero también en honor a ella no iba a estancarse:

—Solo una persona —dijo, tratando de calmar su propio enojo—. Tiene que decirle la verdad a Sergio, porque él también está buscando a su tío. Yo no voy a abandonar la búsqueda. Desde donde esté voy a seguir haciendo lo que pueda…

Mientras Javier hablaba sin mirarlo y con una expresión endurecida, Daniel lo observó cada vez más irritado, y cuando el chico por fin se quedó en silencio, explotó:

—¿Sergio Duarte? Pero, ¡¿estás loco?! 

El hombre mayor gritaba y gesticulaba con los brazos, y nunca se dio cuenta de que Javier se había levantado y se había ido. Siguió hablando solo:

—¡Jamás podremos decirle a Sergio la verdad sobre su tío! ¡Nunca debí confesarte mi secreto, muchacho desagradecido! ¡Maldito el momento en el que te mostré las reseñas y las cartas de André! ¡Debí haber dejado todas esas cosas sepultadas, como estaban! ¡¿Por qué volví a ilusionarme?!

Ana, que había despedido a Javier entre la gritería de su jefe, que llegó a oídos del chico aún después de que salió por la puerta, volvió a la biblioteca y lo sujetó del brazo; Daniel casi se estaba cayendo después de su estallido.

—¡Señor Correa! No se ponga así, ¡por favor!

—Quiero ir a la cama… —musitó Daniel. Había gastado toda su energía, y sentía que las piernas no lo sostenían—. ¿Dónde está Javier?

—Se fue, señor. Creo que se asustó…

—Mejor así. —Daniel se tiró al borde de la cama y se tomó la cabeza con las manos—. No quiero volver a verlo.

—¿Señor…?

—Nunca más vuelvas a dejarlo entrar a mi casa. ¿Entendiste? —le respondió Daniel, con la voz quebrada.

—Sí, señor… —murmuró la mujer, tratando de reprimir un sollozo.

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