Capítulo 21- Reaparición
—¡¿Éste es el trabajo que estás haciendo para Daniel Correa?! —La exclamación de Sergio hizo que Víctor, que estaba mirando la televisión, saltara en el sillón. Marco, que también había llegado para darle la bienvenida al secretario, salió huyendo. Avergonzado, Sergio bajó el tono—. Si quiere encontrar a mi tío, ¿por qué no lo busca él?
—Porque no puede —respondió Javier, fastidiado por no poder tener ni siquiera una actividad secreta, y también porque su tío había llamado a Sol para buscarlo—. ¿Sabés cuánto le cuesta salir, aunque sea para ir a un concierto? Aparte yo necesito hacer esto…
—¿Vos? —Sergio se sorprendió por las palabras del chico—. ¿Pero por qué precisamente vos tenés que encontrar a mi tío?
Javier apretó el labio inferior con los dientes, como si no quisiera hablar. Pero su expresión cambió: bajó la mirada y susurró:
—No pude ayudar a mi madre, pero puedo ayudar al señor Correa…
—Por Dios… —Sergio alcanzó a comprender las razones del chico, aunque no las compartiera—. ¡Estás cometiendo un error, Javier! —protestó—. No está mal que ese hombre te dé lástima, ¡pero no podés dejar de lado tu carrera para ayudarlo!
—No lo estoy haciendo —le aseguró el menor—. No quiero dejar mis dibujos, pero quiero encontrar a tu tío y saber qué pasó.
—Yo también pensé en hacer eso. Si mi tío es la ex pareja de Daniel Correa, la verdad es que se portó muy mal con él. —Sergio le hizo un gesto afirmativo a Javier—. Si estás decidido a buscarlo, yo te voy a ayudar.
—¡No! No te preocupes… —Javier se alarmó: ¿cómo iba a hacer para buscar a Gabriel Duarte sin revelarle a Sergio la verdad sobre los espíritus?—. Puedo hacerlo solo.
—De ninguna manera. —Por primera vez el secretario se puso firme con Javier—. Gabriel es mi tío, y su búsqueda es un problema familiar.
Marco se había ido acercando con lentitud a Sergio, y al final se trepó a su regazo, ronroneando. El hombre lo acarició con suavidad, pero sin dejar su sería y decidida expresión. Javier no pudo ni protestar.
***
La biografía de Daniel Correa estaba casi terminada: Sol había recopilado todas las historias del músico, y se estaba dedicando a darles los últimos toques antes de enviar el manuscrito al sector de revisión y maquetación final de la editorial. Javier debía entregar la carátula pronto, y había hecho varios dibujos: el oboe con unas partituras, y unos paisajes del otoño en Brooklyn; pero se jugó por uno al que le puso más empeño, y que le mostró a Daniel antes que los otros:
—¿Qué es ésto? —preguntó el músico. La ilustración era hermosa, pero extraña: un hombre, con un gato blanco en brazos, observaba un mar embravecido desde la orilla de la playa. A lo lejos, casi sobre la línea del horizonte, un barco de casco negro y cubierta de colores madera y blanco parecía luchar contra el oleaje para acercarse a la costa—. Es un dibujo muy bonito, pero no lo comprendo…
Javier sacó las postales que le había dado Sergio, y se las mostró:
—El barco que dibujé es el de Gabriel Duarte… El hombre en la playa es usted, con Snow en brazos. La tormenta es lo que los separa, y usted está a la orilla de ese mundo al que no puede entrar, pero del cual tal vez André Vermont esté intentando salir. A pesar de que su biografía no habla de su vida personal, este dibujo la resume con una imagen. Creí que le gustaría…
Era verdad que la vida de Daniel se reflejaba en ese dibujo. Se lo veía como era en realidad: un hombre que lo había perdido todo, parado a la orilla de un mundo demasiado peligroso para él, y a la distancia, inalcanzable, lo único que podía hacer que esa realidad fuera distinta. Daniel sabía que ese era el dibujo perfecto para su biografía. Dolía, pero era así:
—Me gusta… Hiciste un gran trabajo, Javier.
Sol se acercó y miró el dibujo de Javier con una sonrisa de aprobación, y luego levantó un pulgar hacia él: también le había gustado, aunque le dio un significado diferente al que realmente tenía:
—¡Qué bonito! La playa, su gato, el mar… ¿Le gusta, señor Correa? ¿Éste es el dibujo que va a elegir para su libro?
—Sí, Sol. Es perfecto —respondió Daniel, con los ojos fijos en aquel barco que se veía tan lejos de su alcance.
***
Los meses pasaron y Javier se vio desbordado de trabajo: cuando el libro se publicó y comenzaron las promociones de la editorial, a Daniel le surgieron invitaciones para presentarse en programas de televisión y de radio, y también algunos eventos. Tras su aparición después de tantos años, todos querían entrevistarlo.
El músico no estaba preparado para exponerse ante el público, pero Sol, Javier y Ana lo ayudaron. Cuando, en el primer programa de televisión en donde se presentó, la audiencia lo recibió con un aplauso cerrado y una ovación de pie, se emocionó hasta las lágrimas.
—Cuéntenos, señor Correa, ¿por qué decidió escribir su biografía? —le preguntó el presentador del programa. Daniel, un poco tímido, miró hacia donde estaban los chicos, que de lejos le dieron ánimos para que hablara.
—La verdad es que cuando empecé este proyecto, no estaba muy seguro. Acepté porque me insistieron bastante… —Sus palabras le resultaron graciosas al público, que volvió a aplaudirlo. Daniel sonrió y por fin pudo distenderse un poco.
Mientras Javier escuchaba la entrevista, sonriente, sintió que alguien lo llamaba:
—Perdón, ¿Usted es el señor Javier Ibáñez?
—Sí, soy yo…
Un hombre de mediana edad y aspecto agradable le extendió la mano, y luego de presentarse le dio una tarjeta: la representante de una importante editorial deseaba hablar con él:
—A la señora Marcela Iribarren, nuestra gerente regional, le gustó mucho su trabajo en la biografía del señor Daniel Correa, y quisiera ofrecerle un puesto como dibujante.
Javier se quedó mudo: ante él se presentaba la oportunidad de su vida; pero a lo lejos Daniel Correa, que aún dependía de su ayuda para muchas cosas, volvió a sonreírle, confiado.
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