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Capítulo 2

Era de madrugada. Wendy se rehusó a compartir habitación conmigo así que acabaron poniéndola en otra.

Miré por la ventana.

Tenía que ir.

Me asomé y vi lo alto que me encontraba. Me dirigí a la puerta pero ésta estaba cerrada con llave como siempre.

- ¡SACADME DE AQUÍ! - grité en un ataque de furia - ¡SACADMEEE!

Me tiré al suelo y comencé a llorar.

- Hey, Alicia. Por aquí Alicia. - vi al conejo blanco en el borde de la cornisa. Él podría llevarme de vuelta a El País De Las Maravillas. Este saltó. Tenía que seguirlo. Aunque tuviera que saltar.

Pero cuando casi estaba a punto de sacar la cabeza por la ventana abrieron la puerta y me agarraron. Los atraje con los gritos.

- ¿¡A quien se le olvidó cerrar con llave la ventana en una celda de seguridad nivel 5!?

Lloré porque sabía que me llevarían de inmediato con Cherise. Él me caía bien a veces y a ratos lo odiaba. Lo odiaba cuando decía que El País De Las Maravillas no era real. Me caía bien cuando me preguntaba sobre este.

- Hola Alicia. Hoy hablaremos del por qué querías suicidarte.

- No quería suicidarme, iba a seguir al conejo blanco. Lo vi. Saltó por la ventana. Él sabe donde está El País De Las Maravillas.

- No sigas a ese conejo Alicia.

- ¿Por qué todo el mundo me dice lo que tengo que hacer? ¡No! Este es mi sueño y yo decidiré como continúa.

- Alicia esto no es un sueño. Esto es la realidad.

- ¿Y quién te dice cuál es cuál? - Cherise calló y sonrió ampliamente.

- Alicia, ¿entonces viste un conejo blanco?

- ¡Sí! Tengo que ir a visitar al sombrerero. ¡Es su no cumpleaños!

- Alicia sal a la sala de espera.

"Mierda, sabe que no me tomé las pastillas". Pensé automáticamente.

Y efectivamente una enferma vino y me dijo que me inyectaría una vacuna. Yo sabía que eran calmantes para que no corriera o me moviera mientras me daban las pastillas a la fuerza.

Entonces corrí y dos enfermeros me agarraron. Me inyectaron los calmante y cerré poco a poco los ojos.

* * *

Narra Wendy

En los pisos superiores se escuchaban gritos. No me dejaban dormir. Y algo me decía que debía acostumbrarme.

Miré por la ventana la cual estaba cerrada bajo llave. La luna brillaba hoy más que nunca. Y las estrellas se veían claras.

Y allí estaba la segunda estrella a la derecha. Sólo había que seguirla recto hasta el amanecer.

Tenía fe, tenía esperanza pero no tenía polvo de hadas.

Tanto tiempo. ¿Y sigues creyendo en las hadas Wendy?

— Siempre creeré en las hadas Peter.

Pero dijiste que tenías que crecer. Y no creer en las hadas forma parte de crecer.

— ¿Y si ya no quiero crecer?

Es un poco tarde para decir eso Wendy. Ya no puedes volver a Nunca Jamás.

¿Por qué no?

Porque yo no soy Peter. Sólo soy producto de tu imaginación. El verdadero Peter está en Nunca Jamás. Si yo fuera Peter, ¿como iba a colarme en tu habitación? Si la ventana aquí está cerrada.

Era cierto. ¿Cómo iba a venir Peter a por mí si la ventana estaba cerrada?

«Nunca cierres la persiana, Wendy

*           *           *

Narra Alicia

Desperté de nuevo en mi habitación. Ya era de día.

— ¿Conejo Blanco? ¿Hola?

No apareció. Me hicieron tomar las pastillas mientras estaba inconsistente.

Abrieron la puerta y una enfermera abrió la puerta.

— Ya están todos en el comedor. Ve a desayunar.

Asentí y con mucha flojera me levanté y me puse las pantuflas y salí por la puerta. La enfermera me seguía.

Entré por la puerta del comedor y el barullo seguía como siempre. Varios giraban sus miradas hacia mí. Cogí una bandeja y la cocinera me echó el horrible puré de a saber qué en el plato.

Me senté en una mesa sola. Como siempre. Porque quizás aquí todos estaban locos. Pero no lo suficiente como para sentarse conmigo.

*           *          *

Narra Wendy

Me senté en una mesa cualquiera.
Con unas chicas que ni conocía. Eran las más guapas de por aquí.

— Que sepas, que te hemos dejado sentarte porque te vemos... Que puedes ser otra de las Sirenas. — habló una rubia.

— ¿Sirenas?

— Sí. Y no nos digas que no quieres. — dijo otra pelirroja.

— Porque si no quieres, puedes irte con la niña loca rarita. — la morena señaló a Alice.

Yo podía odiar mucho a esa rubia loca rarita. Pero odiaba más a esas "sirenas".

Me levanté y éstas me miraron sorprendidas y con odio a la vez.

Bueno, al fin y al cabo ella y yo no éramos muy distintas.

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