6. Rojo escarlata.
*Brontë*
-Lo más maravilloso de todo es su comportamiento.- Continuó la jefa, contoneándose ante mí.- Cuando apareces se apacigua, lo hemos intentado todo con ella: terapias en grupo, terapias de choque, cambio de psiquiatras, de tratamiento, de habitación, de compañeros, de pastillas... Todo. Y desde que apareciste...- Su uña esmaltada de un rojo pasión me señaló.- Todo es diferente, reacciona bien a los tratamientos, no tiene brotes de ningún tipo, come, se toma los medicamentos sin rechistar...-Sus labios rojos en forma de corazón, suspiraron, risueños.- Es una nueva Alicia.
-Es la auténtica Alicia.- Musité, perdido en mis ensoñaciones.
-¿Decías algo?- La jefa se volvió hacia a mí.
-Na... Nada, señora.-Tartamudeé.
-Scarlet.- Me corrigió con una sonrisa en su rostro acorazonado.- Brontë... somos viejos conocidos...- Parpadeó, coqueta, y movió su cabeza haciendo que sus bucles rojos se agitaran, elásticos.
-Señora yo...- Me aclaré la garganta, y me levanté de la silla, incómodo.- Tengo que ir a verla...
-Brontë...-Ronroneó, acercándose más a mí.- Deberías descansar, trabajas demasiado...- Se relamió.
-Para eso me paga, señora... Scarlet.- La esquivé y llegué a la puerta, ella sonrió y entrecerró los ojos.
-Muy bien...- Tomó asiento tras su gran escritorio de caoba.- Espero pronto una visita tuya... hacía tiempo que no venías...- Hizo un puchero.- Me tenías abandonada...
-Lo... lo siento.-Carraspeé.
-Me encantas, querido.- Se puso unas gafitas redondas en la punta de la nariz, y comenzó a revisar el papeleo.- Es todo.
-Gracias... esto... Scarlet.- Me sentía profundamente incómodo, siempre me sentía así cuando me mandaba a llamar. Cerré la puerta y salí al pasillo, me recoloqué la bata con movimientos mecanizados, nervioso.
-¡Eh, Brontë!- Me saludó un enfermero, con una sonrisa maliciosa, se acercó a mí, bajó la voz, y en tono confidencial me dijo.- ¿En busca de un ascenso laboral?
-¿Disculpa...?- Arqueé las cejas, molesto.
-No te hagas el inocente, todos los que queremos ganarnos un lugar aquí hemos tenido que jugar antes bajo sus faldas, son las reglas del juego, ya me entiendes...- Me guiñó un ojo en gesto complice. Me puse rojo, entre molesto y avergonzado.
-No, no te entiendo.- Le espeté.- Yo no soy como tú.
-Ya...- El hombre parecía aburrido por la falta de picardía en la conversación.- Bueno... Suerte con la loca.
-¿Perdona?- Sentía como algo dentro de mí se desbordaba, un líquido caliente y espeso, estaba ardiendo por dentro.
-Menuda paciente, ten cuidado con ella, es una zorra de cuidado y...
Su voz se ahogó bajo la presión de mi mano en su garganta, ni siquiera fui consciente de ello hasta que vi su cara morada ante mí, farfullando palabras incomprensibles, supongo que un vano intento de pedir ayuda. Parpadeé, confundido. Unas manos me aferraron por detrás, obligándome a apartarme de él. Un enfermero agarró a su compañero estrangulado.
-¡Has estado a punto de matarlo!- Me gritó, e hizo un movimiento ofensivo que, por suerte para él, no llegó a finalizar.
-Vamos, Brontë...- Una enfermera me alejó de allí. Cuando estuvimos lo suficientemente lejos de allí, se me encaró .- Pero ¿Qué estabas haciendo?
Era ella, la enfermera mayor a quién había tratado tan mal, la reconocí por su moño bajo castaño con mechones plateados, y por las arrugas en su cara, semejantes a ríos secos.
-Lo siento.- Bajé la mirada, sabía que ese lo siento no era solo por mi ataque de violencia. Asintió y me alegré de que lo entendiera.
-Te pueden echar de aquí por esto.
-Lo sé.
-¿Y...?- Puso las manos en sus caderas, y esto, junto a su tono exigente, me hizo sentir como un niño pequeño siendo regañado por su madre.- Sé que te has esforzado mucho por estar aquí, así que ¿Por qué lo estás arriesgando todo?
-Por ella...- Murmuré sin pretenderlo.
Ella suspiró con resignación.
-¿Por qué? Ni si quiera la conoces bien.
-Mi... mi mente no la recuerda, es cierto, pero...- Me aclaré la garganta, ni si quiera yo mismo sabía el por qué.- Mi corazón sí. Es cómo si ya la conociera de antes, como si al verla despertara ¿Me entiendes?
-¿La verdad? No, no lo entiendo, pero es tu vida y tu decides que hacer con ella.
-Parece una locura...
-Sin duda alguna, lo es.- Me replicó, pero yo a penas la escuchaba, estaba perdido en su recuerdo.
-Pero creo que la amo.- Musité.
*Alicia*
-¡Os odio, os odio a todos! ¡Malditos bastardos!- Grité a pleno pulmón mientras me arrastraban hacia mi celda.- ¡Dejadme, soltadme!- Me había dejado caer, dejando que todo mi peso cayera sobre ellos. Me carcajeé, no podía parar de reír.
-¿Qué le pasa?- Le preguntó un guarda a su compañero.
-Está loca.- Respondió el otro como si fuera lo más obvio del mundo.
Seguí gritando y riendo, sin saber si estar feliz o enfadada, porque ambos sentimientos explotaban simultáneamente dentro de mí como pequeños fuegos artificiales de diferentes formas y colores.
Por el pasillo de idénticas celdas vi los rostros de mis compañeros de cautiverio asomándose por la pequeña ventanilla rectangular de la puerta de hierro. Les sonreí, la mayoría de ellos me lanzaban miradas de odio, otros de indiferencia y otros se reían conmigo. Era mágico, la forma en la que yo provocaba esas distintas reacciones en la gente, me sentí única. Seguí sonriendo, imitándo al gato Cheshire. Me encantaba.
No fui consciente de que habíamos llegado a mi celda hasta que escuché como se abría la puerta. Me empujaron dentro y caí de bruces al suelo, como seguía con la camisa de fuerza puesta, no pude amortiguar la caída con las manos, y mi cabeza chocó contra el suelo. El guarda que me había llamado loca se rió, el otro no tardó en imitarlo.
-¿Por qué ya no te ríes, princesa?- Acercó su rostro al mío, riéndo. Le sonreí y me reincorporé, él seguía riendo, agachado a mi lado. Me acerqué un poco a él, y antes de que se fuera consciente de lo que estaba haciendo, le di un cabezazo y me lancé sobre él. Su cabeza impactó contra el suelo, le mordí la mejilla hasta que noté el sabor de su sangre en mi lengua, el otro guarda se abalanzó sobre mí, intentando apartarme de su compañero. Me resistí, pero con las manos inmovilizadas no tardó en arrastrarme lejos de mi presa.
El hombre con la cara ensangrentada se reincorporó, sus ojos estaban llorosos, y maldecía entre gruñidos de dolor.
-¿Ya no ríes, princesa?
Intentó abalanzarse sobre mí, pero su compañero lo detuvo.
-Déjala.- Se acercó a mí con cuidado para quitarme la camisa, pero su compañero lo detuvo.
-Déjala.- Le sonrió, pero con el rostro manchado de sangre, el gesto, más que sonrisa parecía una mueca macabra y grotesca. Pero el otro no debió de interpretar así, pues le devolvió la sonrisa.
-¡Marchaos a un hotel!- Les esperé, ellos me fulminaron con la mirada, les lancé un beso, y se marcharon, dejándome sola y maniatada.
No pasó mucho tiempo hasta que oí como la puerta volvía a abrirse, esta vez fue Brontë el que apareció. Le sonreí, me sonrió, se agachó a mí lado y me quitó la camisa.
-¿Qué ha pasado?- Dijo, rozando con la yema de su dedo índice mi frente, donde me había dado el golpe.
-No es nada.- Había algo extraño en él, su forma de mirarme, de hablarme, de tocarme, como si le diera miedo.- ¿Qué te ha pasado?
Sus manos temblaban mientras me quitaba la camisa de fuerza, clavó sus ojos verdosos en mí, sus pupilas se inundaron, se inclinó hacia mí y mis brazos lo recibieron.
-No lo sé... no sé qué me pasa...- Sollozó contra mi pecho, le acaricié el pelo.
-No pasa nada... todo está bien...
-No, nada está bien. Yo no estoy bien.- Estaba histérico.- Soy un monstruo.
-No digas eso...
-Creo... creo que he perdido la cabeza...- Alzó la vista, de modo que veía como mi rostro se reflejaba en sus pupilas.
-Yo también lo creo, has perdido la cabeza, estás completamente loco.- Arrugó la nariz, confuso.Le sonreí con ternura.- Pero ¿sabes lo que me dijo alguien una vez?- Negó con la cabeza y yo mantuve mi sonrisa.- Que las mejores personas lo están.
Me sonrió, y esa sonrisa dio paso a una risilla y yo lo imité.
-¿Y lo creíste?
-¿Por qué no iba a hacerlo?- Bajé la voz, como para hacerle una confesión, y pegué mis labios a su oreja.- Además, ¿ Qué importa? Estamos locos...
Nos reímos en silencio, conscientes de que nuestras confesiones no podían salir de allí. Él se reincorporó y se sonrojó, avergonzado. Le acaricié el rostro con las puntas de mis dedos, clavó la mirada en mis labios y sonreí, sabía que no se atrevería a más. Me incliné sobre él y le besé, fue un beso lento, sus labios empezaban a recordar las caricias de los míos, entonces cobró intensidad, y sentí su mano en mi nuca, la otra en mi espalda. Una lágrima rodó entre nuestros labios, no sé si fue suya o mía, nos separamos y sonreímos.
-Lo estamos.- Murmuró con su voz ronca.- Estamos completa y absolutamente locos.
Está vez fue él quien me besó, y lo sentí. Sentí el cambió.
Los besos de Brontë se habían tranformado en los del Sombrerero.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro