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5. La liebre de Marzo.

*Brontë*
Me quedé en el pasillo, quieto, pensativo. Apoyado en la pared, pensando que debía hacer a continuación. "El trueno" algo se removió dentro de mí al oírla nombrarme de esa forma. "Tal vez si me conoce, tal vez de verdad sea quién ella cree que soy" pensé, me dieron ganas de golpearme la cabeza contra la pared, ¿Pero que me estaba pasando? ¿Por qué pensaba pensando esas cosas tan descabelladas? Me estaba volviendo loco. Ella, ella me estaba volviendo loco.
Me deslicé por la pared hasta sentarme en el suelo, pequé las rodillas a mi pecho y apoyé la cabeza en ellas. Estaba agotado, no había conseguido pegar ojo en toda la noche, y encima ahora le había prometido a ella esperarla ahí fuera, "¿Pero qué estoy haciendo? ¿Por qué hago esto? ¿Por qué me comporto así?" Enterré la cara entre mis manos "¿A qué estás jugando?" No lo sabía. Siempre había tenido claro lo que hacía y por qué, sabía cual era el siguiente paso que iba a dar antes de terminar de dar el anterior, todo planificado, todo organizado. Y después la conocí, aunque tampoco la conocía ¿Cómo podía conocerla? Si apenas nos habiamos visto un par de veces. Por una vez en mi vida no tenía respuestas, y eso me frustraba. Me acaricié el cabello y me recoloqué los mechones sueltos. Suspiré, ¿Qué estaba haciendo con mi vida? ¿Qué hacía en ese lugar? Y no solo en ese frío y desértico pasillo, sino también en ese psiquiátrico, con esa bata, fingiendo ser alguien que ya no existía. Resoplé, odiaba estar así, ser así, pensar así. Odiaba ser alguien que ya no era nada. No recuerdo demasiado del antiguo yo, sé que este era su sueño, su meta, recuerdo que sabía lo que quería, y que sabía lo que se hacía. Ahora queda poco de él. Ni siquiera mi aspecto era el mismo desde entonces y eso me preocupaba, sentía como si cada vez fuera perdiéndo más y más cosas, y eso me aterraba. Muchas noches me despertaba empapado en sudor frío, las pesadillas se habían convertido en algo rutinario. Siempre era el mismo sueño, repitiéndose noche tras noche como un mantra. Nunca aparecía nadie más que yo, rodeado de espejos, cada uno de ellos reflejaba una imagen diferente de mí mismo, nunca llegué a ver más allá de ahí, siempre me despertaba al ver tantos yos diferentes mirándome "Soy tú", me repetían cada uno de ellos, no lo soportaba. Después, al despertar, evitaba mirarme en los espejos por temor a lo que pudiera encontrarme devolviéndome la mirada.
Alcé la cabeza al oír el rechinar de los zapatos de una enfermera, se plantó frente a mí con aire abatido.
-¿Cómo está?- Hizo un gesto con la cabeza señalando la puerta a mis espaldas.
-La he dejado descansando, estaba muy nerviosa y le dolía la cabeza, pero le he administrado unos analgésicos. Se pondrá bien.- La mujer suspiró y se sentó a mi lado.
-Lo siento mucho...-Murmuró, cabizbaja.- Fue mi culpa. Quería simpatizar con ella, quería que no se sintiese tan sola...- Sollozó. La miré y arrugué la nariz, pero mi confusión no duró demasiado, la recordé en seguida. Era la enfermera que me había sustituido, la que estaba con ella antes de que sufriera el brote.
-No ha sido culpa tuya, esas cosas pasan...- Murmuré, lo dije solo para consolarla y ella lo sabía.- Ya está bien, eso es lo que importa...
-Gracias por comprender...
-Pero no quiero.que vuelvas a acercarte a ella.- La corté con brusquedad. En realidad no quería decirle eso, y menos con ese tono, pero no lo pude evitar, era lo que sentía, y necesitaba reviindicarlo.- Nunca más.
La enfermera asintió, parpadeó un par de veces, confundida. Se levantó, y se marchó con pasos vacilantes, miró una última vez hacia atrás con resignación, y, a la tenue luz de los fluorescentes, vi los surcos plateados que trazaban las lágrimas en su rostro curtido, se giró de nuevo, lo último que vi fue su moño bajo castaño despeinado.
Volví a enterrar la cara entre mis manos. No me arrepentía, pero no me sentía orgulloso de mis modales, nunca me había considerado una persona colmada de virtudes, pero siempre me había considerado una persona amable. En ese momento demostré que, por lo visto, también había perdido eso.
Suspiré, cansado. "¿Qué vas a hacer ahora?" Me pregunté "¿Cuál será tu siguiente paso?" No lo sabía, y eso me asustaba y mucho.
Me estremecí, últimamente siempre tenía miedo, de todo, de cualquier cosa. Incluso el tener miedo me atemorizaba, me paralizaba el pensar que existían tantas barreras, tantos obstáculos. Nunca se lo había dicho a nadie, había intentado varias veces psicoanalizarme a mí mismo, pero nunca sacaba ninguna respuesta mínimamente satisfactoria. Mis resultados solían salirse de los esquemas, todo era muy inconcluso y eso, para un psiquiatra, era muy grave. Cogí mi libreta y observé las manchas, había recopilado una serie de imágenes de manchas como las que aparecían en los test, las había repasado y estudiado y eran la cosa más frustrante del mundo entero. Nunca coincidian mis respuestas con los resultados preestablecidos. Y me daba miedo que, si alguien se llegaba a enterar, acabara aquí dentro encerrado, ese era uno de mis mayores temores. La locura era una etiqueta que te marcaba de por vida, nunca se iba del todo, por más que la gente dijera que sí, que tras la recuperación todo volvía a la normalidad, todo eso no eran nada más que tonterías, quién fue loco la gente lo recordaba como un loco por y para siempre.
Me llevé una mano a la sien, masajeando con suavidad. Metí la mano en uno de mis bolsillos y saque un pequeño frasquito de cristal, lo abrí y saqué dos pastillas, me las metí en la boca y tragué. Por unos segundos mi vista se nubló, tragué saliva, tosí y jadeé. Caí de costado al suelo, agarrándome el abdomen, no podía moverme, solo temblar. Estaba empapado en sudor.
-Ayuda...- Supliqué al pasillo vacio. Una pequeña figura se materializó ante mí, su pelaje grisáceo adquirió reflejos plateados a la luz de los fluorescentes. Su hocico olisqueó mi rostro, arrugó la nariz en nuestro peculiar gesto de confusión.
-Sombrerero...- Murmuró la liebre con preocupación.- ¿Qué te pasa? ¿Qué ha pasado? ¿Qué haces? ¿Qué estamos haciendo? ¿Por qué hago tantas preguntas? ¿Por qué no me respondes?
-No puedo... respirar...-Jadeé.- Ayu... ayúdame...-Le supliqué.
-Se te acaba el tiempo, ¿La has encontrado?
-¿Qué...?-Mis ojos se cerraban.
-¡Sombrerero!- Su pata impactó en mi mejilla.- ¿La has encontrado?
-Yo... ¿Quién... quién eres?- Los ojos se me cerraban y tenía la boca terriblemente seca.
-Escúcha con atención, no te queda tiempo y tienes que encontrarla.
-¿Encontrar a quién?
-¡Encontrarla a ella!- Me gritó y me zarandeó.- ¡Encontrar a Alicia! ¡La verdadera Alicia!
Algo se encendió en mi mente "encontrar a Alicia". Parpadeé, empezaba a vislumbrar algo, solo era un pequeño resquicio, apenas la sombra de una pequeña parte, pero para mí era mucho.
-No me queda tiempo, no nos queda tiempo, no hay tiempo así que escuchame bien.- Se acercó a mi rostro y miró hacia los lados, intranquilo por que nos viera alguien hablando.- Tienes que encontrarla y traerla de vuelta ¿Entendido?- Intenté asentir, y acabé dándome un golpe contra la pared. La liebre rió y se carcajeó, desquiciada.- Bien, bien... Sigues estándo tan loco como antes. Bien, bien... Encuentrala.
-¿Por... por qué?
Se alejó corriendo por el pasillo murmurando entredientes "encuéntrala, encuentra a Alicia, encuentra a la verdadera Alicia. Tiene que volver, teneis que volver..."
-Liebre...- La llamé. Se giró hacia mí.- Volveremos... la encontraré.
La liebre asintió y se marchó, los ojos se me cerraron de golpe.
-Liebre de Marzo... mi loca y vieja amiga...
Por primera vez en mucho tiempo, sonreí al cerrar los ojos y di la bienvenida a la oscuridad, me aferré a ella y dejé que me arrastrara hacia el País de las Pesadillas.

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