Capítulo 38
Por primera vez en su vida, Lev sentía verdaderos deseos de acabar con la vida de una persona.
No era algo que lo hiciera sentir orgulloso, ni mucho menos feliz. Al contrario, estaba decepcionado y enojado consigo mismo por querer despedazar al zanahoria ese. A simple vista, Francis no parecía un mal tipo, y ya le había quedado más que claro que le hacía bien a An. No estaba haciendo nada malo, era una persona inocente. Y querer matar a un inocente iba contra sus propios valores y códigos morales, por los cuales se había regido durante toda su vida.
Y aunque sabía que estaba mal, no podía controlar su ira cada vez que recordaba que Francis iría con ellos. Incluso había pensado en fracturarle una pierna o un brazo para que no pudiera viajar, lo haría utilizando su magia, por supuesto, así nadie sospecharía que había sido su culpa. Los accidentes ocurrían todos los días, a cada minuto. Sin embargo, las veces que había estado a punto de hacerlo, recordaba las palabras de An, y eso se lo impedía.
«Lo necesito. Si nuestro plan sale mal, necesito que Francis se encargue de traer a Gwen de regreso. Mau podrá cuidarla, pero no puede atarla y obligarla a regresar, él sí», les había dicho a Jake y a él luego de enviar a su hermana a la cocina con la excusa de buscarle algo de comer.
De manera que no tenía opción, debía permitir que fuera con ellos.
Lev pasó su último día allí con sus padres y la familia de Jake, celebrando la navidad e intentando estar de buen humor. Pese a que An les había dicho que sus padres adoptivos y Matt planeaban volver a Anraicht y seguramente los volvería a ver, él les había dejado una breve carta de despedida.
Salieron poco antes del amanecer, él y Jake en su auto por un lado, y An en el suyo con su hermana y Francis. Pensaba evitarlo todo lo que le fuera posible, pero aun así se sentía irritado de solo pensar en que iba a verlo más de lo que habría preferido.
—Juro que si tengo que verlos tomados de la mano o besándose, lo envío con los ogros o le ordeno a Mau que se lo coma —masculló Lev durante el camino.
—¿Te das cuenta de que estás celoso de tu her...?
—¡Que no lo digas! —bramó Lev, dándole un golpe con la palma al volante—. Y no estoy celoso, Jake. ¡No debo estar celoso de ella! Así que no lo estoy, ¿de acuerdo?
Jake asintió en silencio.
—No debes, pero lo estás —dijo el rubio al cabo de un rato—. Deja de negarlo, ni tú te lo crees...
—¡Es que no está bien! —repuso. Seguir teniendo esa clase de sentimientos por An también iba contra sus principios.
—No, no lo está —concordó su amigo—, pero yo creo que solo es cuestión de tiempo. Ya se te pasará, y comenzarás a verla como lo que es.
—¿Y si no se me pasa? ¿Entonces qué? ¿Significa que soy un enfermo? ¿Un maldito pervertido? —comenzó a decir con atropello.
—¡No! Claro que no eres eso, hombre. Tú tranquilo —le dijo Jake, palmeando su hombro—. El incesto no está bien, no es algo normal, de hecho es bastante retorcido... —Lev apartó la vista del camino por un segundo para darle una mirada de "no estás ayudando"—. Bueno, ya, lo siento, pero bueno, veámoslo así, tú te enamoraste de ella antes de saber que era tu hermana, y cuando te enteraste te alejaste, así que técnicamente no eres un enfermo incestuoso.
—Ahora no, pero si pasa el tiempo y la sigo viendo de otro modo entonces sí lo sería —replicó Lev. Jake se mantuvo en silencio, como dándole la razón, lo cual lo hizo sentir peor.
—Mira, lo que deberías hacer es intentar desenamorarte de ella —aconsejó Jake tras un par de minutos.
—¿Y eso cómo se hace?
Lev dudaba de que algo como eso fuera posible. Su amor por An había logrado sobrevivir diez años, sin importar que los recuerdos de ella estuvieran ocultos en lo más profundo de su mente. Fue su amor por ella lo que le había impedido olvidarla por completo, lo que lo había hecho pensar a diario en una joven con cabello azabache y unos hermosos ojos grises aunque no pudiera recordarla con precisión, y también había sido eso lo que le impidió sentirse atraído por alguna otra chica durante todos esos años. ¿Cómo mataría el amor que sentía por ella cuando ni el tiempo o el olvido lo habían conseguido?
—Emm con tiempo, supongo, dejando de verla, centrándose en otras cosas —respondió Jake, y de repente chasqueó los dedos—. ¡Ya sé! Empecemos por esto, tienes que dejar de verla como alguien perfecta y...
—No la veo como si fuera perfecta —aclaró Lev—, o bueno, sí, pero no. Soy muy consciente de todos sus defectos.
—¡Eso! ¡Eso mismo! —exclamó Jake—. Cada vez que pienses en ella de modo... de modo romántico, piensa en sus defectos, en algo que te desagrade de ella. Así seguro que comienzas a verla con otros ojos y se te va el encanto, ¿no crees?
Lev asintió, aunque no creyó que eso fuera a funcionar. Era consciente de que An podía ser una bruja despiadada cuando quería, una verdadera víbora venenosa, pero por algún motivo que iba más allá de toda su comprensión, le fascinaba verla de ese modo. Intentaría seguir el consejo de Jake, pero no podía prometer nada. Algunas cosas estaban fuera de su control.
Por su propio bien, y por el de todos, Lev no vio ninguna muestra de afecto entre An y el pelirrojo durante la caminata hasta el portal, así como tampoco de camino a la cabaña de Leyre. Es más, se regocijó al ver la cara de espanto de Francis cuando fueron atacados por un par de soldados zombies. An les había asegurado que la zanahoria era un muy buen esgrimista, y que les sería de gran ayuda, y en efecto, tras recuperarse del susto inicial, Francis atacó a uno de ellos, pero no consiguió matarlo. De los cuatro soldados, Jake mató a uno, An a otro y él a dos.
—Ese era mío —le recriminó An, bajando la espada con la que había estado a punto de asestarle el golpe final al soldado.
Lev no respondió, reajustó las correas del bolso que llevaba a la espalda, y retomó la marcha. No iba a ponerse a pelear por ver quién mataba a más soldados, aunque sí, ese último era de ella. Lo mató para hacerla rabiar, y que volviera a verlo con odio. Si ella lo odiaba, era mucho más fácil ignorarla.
Funcionó, porque oyó un gruñido exasperado detrás de él, pero eso fue todo. No hubo gritos ni golpes, por suerte, y siguieron caminando en silencio y alertas por si algo o alguien volvía a atacarlos.
La cabaña de Leyre seguía exactamente igual que la última vez que la había visto. Con las ventanas cerradas a plena luz del día, el pequeño sendero que los guiaba hacia la puerta cubierto de hojas secas y ramitas, como si nadie hubiera andado por allí en semanas. Luego de su encuentro con Kier, Lev había trabado puertas y ventanas con magia, para asegurarse de que nadie se metiera a la casa. Por lo visto había funcionado.
Dentro todo estaba cubierto por un manto de polvo, el suelo, los muebles, incluso las velas, que Lev prendió todas a la vez. También encendió la chimenea, ya que hacía tanto frío como afuera. Tenían pensado cambiarse allí, descansar unos minutos y entonces ponerse en marcha otra vez hasta que cayera la noche.
—Se la llevaron por nuestra culpa —murmuró An, recorriendo la estancia hasta detenerse en la puerta que llevaba al dormitorio que había pertenecido a Leyre.
Lev no le había dicho que estaba muerta, ya que si lo hacía tendría que explicar muchas cosas, así que solo le dijo que sospechaba que se la habían llevado, puesto que había hecho un viaje a Anraicht semanas atrás para hablar con ella sobre su plan y no la había encontrado. Por fortuna, An no hizo muchas preguntas y pareció creérselo.
Ella fue la primera en meterse a la habitación de Leyre para cambiarse, cuando salió, Lev tuvo que hacer un gran esfuerzo para no quedarse viéndola embobado. Llevaba unos pantalones negros que parecían irle a medida, ni ajustados ni muy holgados, unas botas de cuero algo desgastado, una chaquetilla negra de cuero con pequeños botones plateados por encima de la camisa beige, de la que solo se veía el cuello, y del cinturón le colgaban dos vainas, una con la espada a su izquierda y la otra más pequeña con una daga. También llevaba una gran capa negra de lana, y por encima de esta llevaba colgado el carcaj repleto de flechas y su arco. Estaba muy lejos de parecer una aldeana común y corriente o una simple viajera. Al contrario, Lev la veía como una de esas asesinas que había visto en películas y videojuegos.
La siguiente fue Gwen, ella no llevaba consigo ningún arma, e iba vestida muy similar a su hermana pero el tono de sus prendas era marrón claro, a excepción del pantalón negro. La zanahoria iba de negro de pies a cabeza justo como An, aunque él no tenía pinta de matar ni a una mosca.
Por su parte, Jake y él habían optado por escoger las mismas prendas; camisas beige, gambesones en color marrón oscuro como la capa, pantalones y botas negros, y los cintos y brazales de cuero marrón. Como se vestirían iguales, Jake le había dicho en varias ocasiones que debía cambiarse el color de cabello a rubio en vez de a negro, y los ojos a un tono azul claro como los suyos, de ese modo parecerían mellizos. Lev no estaba muy seguro de que el rubio fuera su color, pero tal vez le daría el gusto de parecer mellizos luego, aunque fuera por unas horas.
Él había sido el último en entrar al dormitorio a cambiarse. Era un cuarto pequeño, la cama era de una plaza y había solo tres muebles, que debían seguir repletos de la ropa y las pertenencias de Leyre. Pese a que en vida había sido una mujer muy amable, y de seguro no le habría molestado que utilizaran su cabaña como un lugar de paso para descansar, Lev se sentía incómodo en aquel sitio luego de haber estado ahí reunido con su hermano. Kier se había metido a la cabaña sin permiso, había hurgado entre las cosas de ella, se había embriagado con su vino, él también se habría puesto así de no ser por su resistencia a las bebidas alcohólicas, y al día siguiente, tras dormirse ambos en los sillones, su hermano había vomitado en un rincón. Lev estaba muy seguro de que el espíritu de Leyre no estaría para nada contenta con Kier, y con él tampoco por haber permitido que eso pasara.
Por eso, mientras estaba terminando de anudarse el cuello de la camisa, Lev se sobresaltó al oír un ruido a sus espaldas. Por fortuna, había sido solo la puerta, pero al girar se llevó otra sorpresa al ver quien acababa de entrar.
—¿Qué haces tú aquí?
—Quiero hablar contigo.
—¿No podías esperar a que saliera? ¿O tocar la puerta antes? Podría haber estado desnudo.
—Sabes bien que la paciencia está lejos de ser una de mis cualidades —contestó An—. Y si hubieras estado desnudo no habría visto nada que no haya visto antes —añadió con una sonrisita maligna—, bueno, ahora que lo pienso, no te he visto desnudo de espaldas, pero ese ya es otro tema.
Lev sintió la sangre acumulándose en sus mejillas, y de repente todo el rostro le ardía. Se dio la vuelta con rapidez y se agachó a sacar el gambesón del bolso.
—¿Podrías volver luego de que termine de vestirme, por favor? —pidió Lev sin siquiera voltear a mirarla.
—No, no puedo. —An pasó por su lado y se apoyó contra el mueble que estaba frente a él—. De verdad quiero que hablemos.
Lev se puso en pie y volvió a darle la espalda mientras metía un brazo en una de las mangas del gambesón. Todo estaría bien si no hacía contacto visual con ella por demasiado tiempo.
—¿De qué quieres hablar?
Lev oyó sus pisadas una vez más, y medio segundo después unas manos se posaron sobre sus hombros.
—Quiero que hagamos las paces —dijo ella muy cerca de su oreja. Cada una de las células de Lev pareció reavivarse ante su toque y su cercanía, y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo—. Estoy dispuesta a olvidar todo lo malo que me has hecho, quiero que volvamos a ser como antes.
Lev parpadeó, confundido. Se adelantó unos pasos, deshaciéndose de las manos de An sobre su hombro, y giró a verla.
—¿Como antes? ¿Antes? ¿Cómo? —balbuceó.
An acortó la distancia entre ellos, tomó una de las correas ajustables del jubón acolchado, y comenzó a ceñirlas. Lev se quedó rígido, sin saber qué hacer ni qué pensar. Aunque no era para tanto. Solo lo estaba ayudando a prenderse el jubón, nada raro.
—Juntos —contestó ella con mucha calma, mientras seguía ajustando las correas una por una—, juntos como antes. Como cuando éramos pequeños. Si queremos que todo salga bien, debemos llevarnos bien, ¿cierto? —cuestionó, alzando la vista hacia él. En ese instante, y muy a su pesar, Lev no percibió ni un rastro de odio en su mirada—. Seguro que has escuchado más de una vez esa frase que dice que la unión hace la fuerza. Y es por eso que debemos volver a unirnos, si queremos salvar a tus padres y a mi madre tenemos que ser fuertes, y somos fuertes si trabajamos juntos, ¿o tú no lo crees así?
—No —respondió Lev—, digo, me refiero a que sí, lo creo así, sí, tienes razón —aclaró, retrocediendo un paso y abrochando las últimas correas por su cuenta.
Tenerla así de cerca luego de tanto tiempo lo estaba confundiendo, olía a lavanda, como siempre, y su voz resonaba con tanta seguridad y calma que cada palabra que salía de su boca parecía estar envolviéndolo en un hechizo. Tenía que alejarse de ella sí o sí.
—Bueno, ya hablamos, así que ahora deberías irte —dijo antes de que An continuara hablando.
—¿Qué pasa, gatito? Parece que me tienes miedo.
An avanzó un paso en su dirección y él retrocedió otro.
—¿Miedo? ¿Por qué debería tenerte miedo? Ya me perdonaste... Vamos a volver a trabajar en equipo, ya nada de peleas, ni de miradas de odio... Porque por lo visto ya no me odias.
Ella avanzó otro paso, mirándolo con el ceño fruncido.
—No pareces muy feliz por eso. ¿Acaso quieres que te odie?
«Sí —habría querido decir Lev—. Porque si tú me odias, te alejas, y si te alejas no tengo que hacerlo yo, así es más sencillo».
—No, claro que no —mintió, e intentó acercarse al bolso para tomar los brazales, pero An se interpuso en su camino. Lev volvió a retroceder, nervioso—. Sabes, tú también deberías cambiar tu color de cabello, y de ojos. Yo puedo hacerlo utilizando mi magia, así nadie te recono...
—No quiero —espetó ella, plantándose a escasos centímetros de él—. Y tú tampoco deberías haberte cambiado nada.
—Nos están buscando —le recordó. Intentó poner distancia nuevamente, pero An sujetó su rostro entre las manos.
—Sí, nos están buscando —asintió An, mirándolo fijo, con tal intensidad que a Lev le resultó imposible apartar sus ojos de los de ella—. Nos están buscando como si fuéramos unos animalitos débiles que necesitan esconderse para sobrevivir. Y no somos eso, Lev. —Sus dedos le rozaron la mejilla, poniéndole la piel de gallina, y por mucho que intentara encontrar alguna cosa lo bastante desagradable como para alejarse de ella, no lo consiguió. Solo podía pensar en los latidos acelerados de su corazón y en todas las emociones que su proximidad lograba despertar en él—. No somos las presas de nadie, somos los depredadores. Somos leones. No podemos escondernos, hay que dejar que nos encuentren, y entonces los despedazamos, uno a uno. A todos ellos.
Mientras pronunciaba esa última oración, An se acercó lo suficiente como para que sus narices se rozaran. Lev no pudo soportarlo más. Cedió al deseo animal que se apoderaba de él cuando estaba a su lado, a esa necesidad irracional e incontrolable de unirse a ella. La sujetó de la cintura, y se abalanzó sobre ella para besarla, sus labios recibieron a los suyos con la misma intensidad y anhelo. Por un segundo, Lev se olvidó de absolutamente todo, volvió a sentirse vivo, feliz, pero solo por un segundo, que fue todo lo que duró aquel beso.
Cuando Jake golpeó la puerta y le preguntó si ya salía, Lev cayó otra vez en la realidad. Se apartó de An en un parpadeo, tomó el bolso con el resto de las cosas, y abandonó la habitación sin decir nada, sintiéndose mucho más culpable que antes.
Se detuvieron en la primera aldea que encontraron, situada no muy lejos de la cabaña de Leyre. An permaneció en la linde del bosque junto a su gato y Francis, mientras que Lev, Jake y Gwen siguieron por el sendero que se internaba entre las pocas edificaciones del lugar con la intención de conseguir un par de caballos.
—El pobre se ve peor que antes y tiene la palabra "culpa" escrita en toda la cara —comentó Francis ni bien se quedaron solos.
An se apoyó contra un árbol, y se habría reído de no ser porque se sintió indignada de que Francis sintiera pena por Lev.
—¿Pobre? ¡Es idiota! No pobre —exclamó—. ¡Pobre yo! Me hizo sentir que valía menos que otra. Me hizo más daño que cualquier golpe que haya recibido en mi vida. Ahora me las pagará.
—Lo que planeas es cruel y se llama incesto, fierecilla. No lo olvides.
Francis sacó su celular del bolsillo del pantalón y comenzó a tomar fotografías del paisaje como si estuviera de vacaciones. Y en efecto, eso era ese viaje para él, unas vacaciones de invierno en un mundo paralelo lleno de criaturas y personas raras.
—No es mi hermano. No quiero que sea mi hermano —dijo An tras unos segundos.
—No depende de lo que tú quieras. —Francis rió—. Depende de la biología, y según lo que oímos el otro día, tú y Lev son hijos del mismo padre. Quieras o no, son hermanos biológicos.
An se sentó en el suelo junto al árbol en el que había estado apoyada, tomó una ramita y la lanzó lejos.
—A la mierda con la biología —repuso con mucha convicción—. Lev nunca fue mi hermano, no comenzará a serlo ahora.
Francis se guardó el celular y se dejó caer a su lado.
—Así que no harás ni el intento de olvidarlo —supuso, y ella negó con la cabeza—, pero aunque lo amas, quieres hacerlo sufrir.
—Un poco. Se lo merece por mentirme, y deja de verme así —pidió An, apartando la vista de aquellos ojos color miel que la miraban con desaprobación.
—Es que no entiendo por qué no le dices que ya sabes la verdad, no se merece que juegues con él. Es bueno, y si no te lo dijo y se inventó todo eso de la otra chica fue para que no acabaras decepcionada y enfadada con tu madre —le recordó—. Admite que fue un gesto muy tierno. Prefirió que lo odiaras a él y no a tu madre.
—Fue idiota, y me mintió —masculló An, arrancando una hierba seca de la tierra—. Debió decirme la verdad, si me lo hubiera dicho no habría dejado que se creyera esa farsa con tanta facilidad, porque es mentira. Me niego a creer que su padre sea mi padre.
—Pero tu hermano, el otro, no recuerdo su nombre...
—Kier. Y ese idiota tampoco es mi hermano —espetó, de solo pensar en ese bastardo le hervía la sangre—. Lo odio, y él a mí. Por eso le dijo a Lev todo eso, porque me odia, siempre lo hizo, y nunca me quiso cerca de él. Estoy segura. Tan segura que apostaría mi mano derecha a que mintió.
Francis siguió intentando convencerla de que eso que planeaba estaba mal por un sinfín de razones, pero An estaba demasiado convencida como para hacerle caso. Lev le había mentido, la había hecho sentir destrozada como nunca antes. An era consciente de lo mucho que estaba sufriendo con toda esa situación, y de la guerra interna que debía tener consigo mismo, pero se merecía sufrir más. Y ella planeaba torturarlo pero, a la vez, ayudarlo a terminar con esa guerra en la que su lado moralista, correcto y honrado acabaría ganando si ella no intervenía.
Ya había comprobado que tenía todas las de ganar, Lev la amaba, de modo que no podía permitir que algo tan insignificante como un lazo sanguíneo se interpusiera entre ellos. Sobre todo cuando ni siquiera estaba segura de que eso fuera cierto. Lo único verdadero era que Lev la amaba y ella a él, y por eso debían estar juntos. Nada ni nadie la haría cambiar de opinión.
—¡Bien! Me rindo —dijo Francis, y se puso en pie con la mirada fija en el sendero que daba hacia la aldea—, pero solo porque allá vienen.
An siguió su mirada. Jake se acercaba montado sobre un caballo blanco con Gwen detrás sujetándole la cintura, Lev cabalgaba a su lado, sujetando con una mano las riendas de los otros dos caballos, uno negro y otro marrón como el suyo.
—Ah, y ni se te ocurra tomarme de la mano otra vez frente a él —le advirtió Francis—. Ese día creí que me arrancaría la cabeza de cuajo.
—Fue un impulso del momento, no volveré a hacerlo, pero de seguro ya cree que estamos juntos y debe estar muriendo de celos —dijo muy satisfecha.
—El incesto es pecado, te irás al infierno.
—Amén —murmuró An con actitud solemne, y luego soltó una pequeña carcajada a la que Francis se unió.
Cuando los demás llegaron, An se acercó a tomar las riendas del caballo negro. Solo había montado una vez en su vida, por menos de cinco minutos, y de eso ya hacía un buen tiempo. Subirse le resultó bastante fácil, lo difícil sería controlar al animal si llegaba a ponerse molesto. Le habría gustado que Mau adoptara su forma real, él no la tiraría por ninguna razón, además ir montada a lomos de un animal que todos daban por extinto la haría ver más temible, pero Lev se lo prohibió. Según él, llamar la atención era lo último que necesitaban, cuanto más desapercibidos pasaran, sería mejor.
—Ya te he dicho que no deberíamos escondernos —dijo An mientras acomodaba a Mau delante de ella.
—Si hubieras ido con nosotros a esa posada donde fuimos a preguntar a quién comprarle caballos, créeme que no habrías salido de ahí —comentó Jake con una mueca extraña—. Hay como una docena de caza recompensas ahí dentro, y los están buscando a ti y a Lev.
An arqueó ambas cejas.
—¿Qué?
—La reina ha puesto una recompensa por los dos —explicó Jake—. Una demasiado grande, si no fueran mis amigos los entregaría sin dudarlo —bromeó, y Gwen le jaló un mechón de pelo de la nuca—. ¡Ay, que solo era broma, mujer!
—¿Nos quiere vivos o muertos? —inquirió An.
—Vivos. Y Jake tiene razón, ofrece mil dragones de oro por los dos. Cualquiera que te vea te entregará, así que andando, antes de que alguno de los que están ahí dentro decida retomar la marcha y te vea —le dijo Lev sin dignarse a mirarla siquiera. Espoleó a su caballo y encabezó la marcha.
An no perdió tiempo, y avanzó hasta quedar a su lado.
—¿Cuánto nos tomará llegar a la ciudad?
Lev suspiró, y su aliento se tornó vaho en el frío aire.
—A paso normal, haciendo paradas para comer, y otra en alguna posada para pasar la noche, calculo que llegaremos mañana en la tarde —contestó con la vista fija al frente mientras que ella lo observaba a él sin ningún tipo de reparo. Lev se dio cuenta y se colocó la capucha de la capa, de modo que An solo alcanzara a ver la punta de su nariz—. Deberías cubrirte también, por si nos cruzamos con alguien. Con la capucha puesta será más difícil que te reconozcan —añadió antes de volver a espolear a su caballo y dejarla dos metros atrás.
An quiso insultarlo, y tirarlo del caballo de un golpe por atreverse a ignorarla de esa forma, pero se contuvo. Cabalgó detrás de él y al lado de Francis hasta que el sol comenzó a ocultarse en el horizonte, y se vieron obligados a detenerse en una posada ubicada a un costado del camino. Antes de entrar, Lev volvió a decirle que se colocara la capucha de la capa. Esta vez An decidió hacerle caso. En el camino, los pocos que se habían cruzado ni siquiera habían reparado en ella, le bastaba con agachar la cabeza o mirar hacia otro lado, pero dentro de una posada la situación era diferente.
Por encima de la puerta colgaba una tabla de madera que rezaba en letras negras: El descanso alegre. Lev, que parecía haber tomado el puesto de líder, pasó al frente y llamó a la puerta. Al cabo de unos segundos se oyeron pasos al otro lado, y una mujer regordeta y bajita apareció bajo el umbral, limpiándose las manos en su delantal. Les echó una rápida mirada a cada uno, a los caballos que tenían detrás, y se giró hacia dentro, gritando:
—¡Graham! ¡Ven aquí y lleva estos caballos al establo! ¡Anda! —Volvió a girarse hacia ellos, prestándole mayor atención a Lev, que estaba al frente y acababa de darle las buenas noches con mucha amabilidad. La señora le devolvió el saludo, y se hizo a un lado—. Adelante, pasen, ¿piensan pasar la noche aquí o solo buscan un plato de comida?
—¿Tiene habitaciones libres? —preguntó Lev mientras entraban.
Dentro reinaba el delicioso aroma del pan recién hecho, mezclado con el fuerte olor a alcohol, y también a humedad. Y, por encina de todos esos olores, An percibió otro, uno a podredumbre, como si un perro muerto estuviera por allí escondido. Recorrió la estancia con la mirada, en una de la mesas cercanas a la chimenea había tres hombres, bebiendo y charlando, eran los únicos clientes además de ellos. Detrás de una barra junto a la escalera, se hallaban dos jóvenes rubias, una delgada y otra un poco más rellena. Ambas cuchicheaban mientras echaban miradas en su dirección, o mejor dicho, en dirección a Jake, Francis y Lev.
Su amigo pelirrojo fue el único que se percató de ello, saludó a ambas con un gesto de cabeza y les sonrió abiertamente. Lev seguía hablando con la dueña de la posada, y Jake estaba mirando hacia un rincón en el otro extremo. Al seguir su mirada, An encontró a la cosa que despedía aquel olor a muerte. Era un soldado de Muirgheal, a diferencia de los que había visto con anterioridad, el que estaba allí de pie no tenía un aspecto tan desastroso, de no ser por la palidez de su piel y la mirada apagada y distante, habría podido pasar por alguien normal.
Jake le dio un codazo.
—¿Lo has visto?
—Sí —murmuró An, y se lo comunicó a Lev mediante su telepatía, pero él no le hizo caso.
—No, no necesitamos dos habitaciones —le decía él a la señora regordeta—. Solo una, y...
—¿Seguro, joven? —lo interrumpió ella, mirando a cada uno de ellos—. Todos ustedes en una sola habitación... Estarán incómodos, con dos habitaciones, una para las señoritas y otra para ustedes los muchachos seguro que estarán mejor.
—Quiero una habitación. Una —dijo Lev con tono firme, sacó tres monedas de oro y le tendió una. La mujer la agarró en menos de un pestañeo, pero no pareció conforme—. También seis mantas, y tres almohadas, que estén limpias. Y no se olvide de alimentar bien a los caballos —añadió, entregándole las otras dos monedas—. ¿Podría guiarnos hasta nuestra habitación ahora?
—¿Ya? ¿No quieren probar el estofado antes? ¡Está delicioso! Se los aseguro.
—Comeremos en la habitación —contestó Lev.
La mujer asintió con mala cara, se guardó las monedas y llamó a la rubia delgada y más joven para que les mostrara la habitación, mientras que ella iba a atender a unos hombres que habían entrado detrás de ellos y se habían instalado en una mesa.
Antes de llegar a la escalera, An, que iba detrás, oyó unos pasos y sintió una mano posarse sobre su hombro. El olor a putrefacción se intensificó de repente, los tres hombres dejaron de hablar, y lo mismo hizo la posadera y los nuevos tipos que habían llegado. Un incómodo silencio se apoderó de toda la estancia.
Lev le lanzó una mirada que era una mezcla de reproche y preocupación.
—Dé la vuelta, y descubra su cabeza —exigió una voz de ultratumba a sus espaldas.
¡Hola!
¿Qué creen que va a pasar? ¿Será que la descubren? 👀
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Este capítulo va dedicado a Geraldinecarrion123
¡Feliz cumpleaños atrasado! 💕😊
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Se los quiere
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