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Capítulo 36

¡Hola!

Bueno, la semana pasada pregunté por Instagram (ms.cruela) si querían que actualizara antes o esperar esta semana y tener doble actualización. Ganó la doble actualización, así que acá estamos!

Asegúrense de leer el capítulo anterior, y si les gustó, no olviden votar, comentar, y recomendar la historia a sus conocidos lectores. Me harían un gran favor ❤

¡Gracias por leer y por todo el apoyo!
¡Espero que nos leamos pronto!
❤❤❤

El último soldado que permanecía en pie le lanzó una estocada que iba dirigida a su muslo, pero él la paró sin dificultad, lo desarmó, y luego le asestó un tajo en el cuello. La hoja de la espada se hundió en la carne putrefacta, y la fuerza del impacto hizo que la cabeza se desprendiera y saliera disparada al suelo. Cuando el resto del cuerpo se desplomó, Lev dejó caer la espada, y contempló los cadáveres a su alrededor.

Contó cinco, que junto a los cuatro que había matado en el portal, y a los otros dos que había cruzado en el camino hasta la cabaña ya sumaban once. Intentó sumarlos a los que había matado los días anteriores, pero se dio cuenta de que ya no recordaba el número exacto. De todos modos no importaba, sabía que llegarían más de ellos luego. Eran como una plaga.

«Aunque mejor estos que guerreros», pensó, recordando el modo en el que había tenido que deshacerse de los dos guerreros Krymkhar que se había encontrado el día anterior. No tuvo el valor de descargar toda su ira y frustración con ellos, era fácil matar a seres que ya estaban muertos, pero a personas vivas... No, su enojo no llegaba a tanto. De modo que solo se las ingenió para dejarlos inconscientes y con una leve pérdida de la memoria.

Unas hojas crujieron detrás de él al mismo tiempo que una voz masculina y muy familiar llegó a sus oídos.

—Te ordené que no regresaras.

Lev giró, pero todo lo que vio fue un puño acercándose a toda velocidad hacia su rostro. No tuvo tiempo de reaccionar. El golpe fue tan potente que lo desequilibró y acabó de rodillas en el suelo, apoyado sobre ambas manos y escupiendo sangre.

—Eso es por no haber obedecido a tu hermano mayor —remarcó Kier—. A ver si así aprendes. ¿Es que tienes mierda en lugar de cerebro? ¡Te dije que no volvieras!

Aún preso del frenesí de la reciente lucha, e indignado por aquel comentario tan hipócrita, Lev se puso de pie, cerró la mano en un puño, y ni bien girarse le regresó el golpe. Kier trastabilló, pero alcanzó a mantener el equilibro, y se llevó una mano a la nariz mientras le lanzaba una mirada de asombro. Le caía un hilillo de sangre de una de sus fosas nasales, pero obviamente no estaba rota. No era tan sencillo romperse los huesos entre guerreros.

—¡¿Ahora te haces llamar hermano mayor?! ¡Me abandonaste en el bosque cuando apenas tenía ocho! ¡¿Qué clase de hermano hace eso?!

Kier se limpió la sangre, y lo observó fijo, con el semblante inexpresivo, como si toda esa situación lo aburriese.

—¿En serio? ¿Me vas a reclamar por algo que ocurrió hace diez años?

El hecho de que se lo tomara tan a la ligera provocó que la sangre le hirviera todavía más.

—¡Me usaste como distracción para ir a despertar a tu madre! ¡Ni siquiera te importó lo que pudiera llegar a ocurrirme en ese lugar lleno de bichos raros! —siguió reclamando. Tenía los puños tan apretados que los nudillos se le estaban tornando blancos.

—No hay criaturas peligrosas en esa zona del bosque, no tan cerca de la ciudad —explicó su hermano con tono tranquilo—. Y sí, te usé de distracción, y te dejé allí sin tener que preocuparme porque sabía que cientos de guardias estarían buscándolos. Nada te iba a ocurrir, ni a ti, ni a la salvaje. Y por cierto, hablando de ella, ¿dónde está?

Lev se quedó un instante procesando su explicación, no muy seguro sobre creerle o no. Tal vez solo estaba fingiendo que sí le había importado su seguridad para ganarse su confianza, y en cuanto menos se lo esperase, lo dejaría inconsciente y lo llevaría ante Muirgheal. Aunque, por otro lado, semanas antes lo había dejado ir... Y sí, le había ordenado no regresar, pero...

—¿Dónde está Anayra? —repitió Kier, sacándolo de su mar de pensamientos.

—No está aquí. Vine solo —contestó, percatándose de que sus manos ya no estaban cerradas y predispuestas para la pelea. Su deseo de estamparle otro puñetazo en la cara a Kier también había decrecido.

—Estos días... ¿Has venido tú solo? —cuestionó tras una breve silencio. Lev asintió, y por alguna razón, eso no fue del agrado de Kier, que suspiró agobiado—. Así que esa bruja tenía razón... —murmuró para sí, se pasó una mano por el cabello azabache y se dio la vuelta.

—¿Qué bruja? ¿Razón de qué?

—Entra ahí —le ordenó Kier de mala gana, apuntando con la cabeza hacia la cabaña.

Lev se mantuvo en el lugar, cruzado de brazos. Su hermano estaba loco si creía que iba a seguirlo, y menos cuando ni siquiera tenía la decencia de pedírselo de buen modo.

Kier también se cruzó de brazos y lo miró de reojo con impaciencia. Al cabo de unos segundos, suspiró pesadamente.

—Te hablo en serio, Lev. Métete a la maldita cabaña ahora mismo.

—No, podría ser una trampa...

Apenas terminó de hablar, Kier lo sujetó por el jersey a la altura del pecho. Quedaron cara a cara, los ojos grises de su hermano destilaban pura ira, asemejándose a la mirada de An.

—A ver si te queda claro, pedazo de imbécil. Si quisiera entregarte a mi madre, lo habría hecho el otro día, o me habría ahorrado el viaje hasta aquí —dijo, y apuntó hacia la cabaña de Leyre con su mano libre—. Si te estoy diciendo que te metas ahí, es porque en cualquier momento podrían llegar más de estas mierdas, o peor, guerreros Krymkhar. No sé cuántos, pero te aseguro que esta vez no serán dos, ¡así que camina! —espetó, liberándolo, pero dándole un empujón en dirección a la casucha.

A regañadientes, Lev comenzó a caminar. Se detuvo frente a la puerta, que se abrió tras un chasquido de dedos de Kier.

—No creo que a Leyre le guste que nos metamos a su hogar sin permiso y...

—Le guste o no ya no puede hacer nada al respecto —dijo su hermano, internándose en la penumbra de la cabaña.

Lev lo siguió, y la puerta se cerró detrás de él con un ruido seco. Algunos rayos de luz se colaban por entre las maderas, evitando que se quedaran a ciegas.

—¿Cómo que no? ¿Dónde...?

—Está muerta —lo interrumpió Kier, sentándose en una de las sillas junto a la mesa.

Lev se frenó de golpe a mitad de camino entre la puerta y la mesa. Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza.

—¿Qué? —atinó a preguntar con incredulidad.

—Lo que oíste, lleva más de una semana muerta. Y tú vas a terminar como ella si sigues viniendo aquí, ¿se puede saber a qué vienes? ¿Buscas algo? —interrogó Kier, asombrándolo con la facilidad que tenía para saltar de un tema tan serio a otro en un abrir y cerrar de ojos.

—¡Sí, buscaba a Leyre! —repuso Lev, elevando su tono de voz más de lo normal. Otra vez comenzaba a sentirse molesto. Esa mujer era la única, además de su madre o Arleth, a quien podía recurrir para saber la verdad sobre él y An. Había pasado cuatro días yendo a Anraicht, luchando contra esos muertos asquerosos, esperando como un idiota por horas frente a esa maldita cabaña a que llegara Leyre. Y todo para nada.

Fuera, el viento comenzó a soplar con más fuerza, los rayos de luz que se colaban por las rendijas desaparecieron, sumiéndolos en la oscuridad, y el suelo y las paredes de la cabaña temblaron cuando los truenos retumbaron en el cielo. Lev habría querido que cayeran un par de rayos, que la lluvia azotara cada rincón de Tzaikhar, pero no fue posible. El pecho se le estrujó con una punzada helada, obligándolo a detener todo aquello.

Resignado, se limitó a prender las dos velas encima de la mesa, ya que las nubes aún parecían estar tapando el sol. Kier miró las llamas con extrañeza, luego sus ojos se desviaron hacia él.

—¿Tú lo hiciste?

Lev asintió y tomó asiento en un extremo de la mesa.

—Interesante, así que se te da bien hacer fuego con tu magia.

«Y no solo fuego», pensó Lev, pero prefirió no decirlo. Asintió una vez más, sin saber qué más decir. Una parte de él todavía no podía creer que estaba ahí, sentado a una mesa junto a su hermano mayor, a quien no veía hace diez años.

—¿De qué querías hablar con Leyre?

—Ya no importa. Mejor dime, ¿cómo murió? ¿Fue tu madre, cierto?

—Eso tampoco importa —replicó Kier—. Lo importante es que por lo visto tenía razón sobre algo que dijo antes de morir, que tú y Anayra hicieron un pacto de sangre —agregó sin humor—. ¿Cómo pudiste ser tan idiota? ¿Te das cuenta de que tu vida depende de la vida de esa salvaje?

—Deja de llamarla así —masculló Lev.

Kier le lanzó una mirada que parecía una mezcla de decepción y disgusto.

—No puedo creer que sigas enamorado de ella. Creía que sería algo pasajero, una tontería de niños, pero no... —Su hermano meneó la cabeza, como si aquello estuviera mal—, me bastó con verte mientras regresaban al portal, sigues...

—¿Cómo? —lo interrumpió Lev—. ¿Cómo que me viste? ¿Nos estabas siguiendo?

—Desde que salieron de aquí, quería asegurarme por mí mismo de que se fueran.

—Tu madre... ¿Por qué no nos llevaste con ella?

Ni bien decirlo, Lev supo que había sido un error hacer esa pregunta. Kier lo miraba como si quisiera lanzarlo al suelo de otro golpe.

—¿En serio crees que quiero ver al único hermano que me importa muerto? ¿Y a manos de mi madre?

Lev apartó la mirada, sintiéndose avergonzado por haber desconfiado de él. Saber que su hermano mayor sí se preocupaba por su bienestar y aún lo quería fue un alivio, una pequeña chispa de alegría entre todo el dolor y la amargura que le generaba lo de An.

Estaba pensando en qué decir cuando Kier volvió a hablar.

—¿Qué ocurre? No te veías así la otra vez —le dijo, evaluando su rostro. Lev era consciente de que no lucia precisamente fantástico, llevaba sin dormir de corrido las últimas cinco noches, no comía bien, y no se afeitaba desde el domingo, así que tenía una ligera barba, que según Jake, en conjunto con las ojeras y la mirada de muerto lo hacían parecer un vagabundo—. Tampoco tenías las agallas como para enfrentarte a un muerto, y esta tarde te vi matar a más de uno. No quiero decir que eso sea algo malo, de hecho, me alegro de que al fin le hagas honor a nuestra raza. Pero pareces muy enojado, y casi fuera de control.

—Un poco —admitió Lev.

Kier resopló, notablemente harto, y se puso en pie. Tomó una de las velas de la mesa, y comenzó a revolver las cosas en la cocina de Leyre.

—¿Qué haces?

—Veo si la dueña de casa tenía algo de beber, quizá con un poco de alcohol se te afloja la lengua y cambias la cara de muerto —dijo mientras seguía revisando cada rincón—. Vivo en un castillo lleno de muertos, dondequiera que mire... ¡Allí están! Me tienen harto. No pienso aguantar otro muerto el día de hoy... ¡Y alabados sean los dioses! Sabía que la bruja debía tener algo —agregó, olisqueando una botella que acababa de sacar de un baúl de madera.

Dejó la botella encima de la mesa, y fue a tomar dos vasos, luego se sentó y devolvió la vela a su sitio.

—Si crees que puedes embriagarme para hacerme hablar estás muy equivocado —le advirtió Lev, mientras que veía el chorro de lo que supuso era vino cayendo dentro del vaso frente a él.

—¿Por qué? ¿No bebes?

—Lo hago, pero no me afecta tan rápido.

Kier terminó de llenar su vaso y le dio un largo trago.

—Ya veremos. Y ahora dime, ¿qué es lo que te tiene así?

Lev dudó sobre contarle el verdadero motivo o no, pero de repente se le ocurrió que tal vez su hermano podría saber algo. No perdía nada con preguntarle.

—¿Puedo preguntarte algo? —inquirió. Cuando Kier asintió, Lev bebió un buen sorbo de su vino como para tomar ánimo y dijo—: ¿Crees que nuestro padre... pudo... pudo haberse metido con Arleth? ¿Crees que An pueda ser nuestra hermana?

Kier pareció desconcertado por una milésima de segundo, luego apoyó su vaso sobre la mesa con lentitud y se quedó mirando el objeto por un momento. El silencio solo duró unos segundos, pero para Lev fueron una eternidad. Una tortuosa eternidad. Cuando su hermano alzó la mirada hacia él, notó que la expresión de sus ojos se había vuelto sombría.

El estómago se le revolvió, las manos se le comenzaron a poner sudorosas, y su corazón pareció detenerse. Ya no quería oír lo que Kier tuviera para decirle, pero era muy tarde.

—Sabes, nuestro padre cometió muchos errores a lo largo de su vida —comenzó a decir Kier—, y sin dudas, el peor de todos esos errores fue ella.

No pudo pegar un ojo en toda la noche.

Por mucho que lo odiara, aunque se le revolvieran las tripas con solo pensarlo y quisiera despellejarlo vivo, le preocupaba. No era normal que Lev llevara un día entero sin aparecer. Al principio creyó que seguro estaría visitando a esa tal Emily en vaya uno a saber dónde, sobre todo cuando, al preguntarle a Jake por su paradero, él se había puesto nervioso y le dijo que no podía decirle.

Sin embargo, a la medianoche, cuando Clarisse y William llamaron a la puerta de su casa preguntando por Lev, supo que algo estaba mal. Si estuviera haciéndole una visita a su noviecita les habría avisado a sus padres, o habría respondido a sus llamados, porque era un completo imbécil, de eso no tenía dudas, pero al menos era un buen hijo. Uno incapaz de preocupar a sus padres de aquel modo.

«No está muerto. Si lo estuviera, yo lo estaría también —se dijo a sí misma mientras se sentaba en la cama—, además no he sentido ningún tipo de dolor. Debe estar bien. Sí, tiene que estarlo».

Volvió a recostarse, se cubrió hasta el cuello con las sábanas, y de repente se le ocurrió algo; podía intentar comunicarse con él por medio de su telepatía. No obstante, su orgullo y su enfado le ganaron a su preocupación. De ninguna manera iba a hacer tal cosa. Ni aunque su propia vida dependiera de la de esa rata inútil. Sí, una rata, porque había vuelto a ser una, la más asquerosa, repugnante, y apestosa rata del mundo.

«Ya aparecerá», pensó, y se acomodó para intentar dormir al menos un poco, aunque casi no faltaba nada para que amaneciera. Por fortuna, era sábado, así que no tenía que cumplir ningún horario.

Tal como había imaginado, al despertar pasado el mediodía, su hermana le comentó que Lev había regresado. Y según lo que tenía entendido, estaba ileso.

—Bueno, supongo que sí estaba con su amorcito después de todo —masculló, llevándose una gran cucharada de cereales con leche a la boca.

—No lo sé, Jake no quiso decirme —repuso Gwen, sentada a su lado con las piernas cruzadas y envuelta en una manta de tela de peluche rosa claro—. Pero sí me confirmó lo que sospechaba...

—¿Que su amigo es un ser asqueroso bajo esa fachada de santo?

Gwen suspiró.

—¡No! Eso no, me refiero a que fue él quien hizo desaparecer a esos dos hombres esa madrugada.

An estaba llevándose otra cucharada de cereales a la boca, pero se detuvo y miró a Gwen con la esperanza de que le estuviera haciendo una broma. Lo último que necesitaba era deberle un favor así de grande a ese inútil.

—Es cierto —asintió su hermana al verle la cara de: "Por favor que sea una broma"—. ¿No crees que deberías hablar con él de eso? Digo, se deshizo de ellos y te ahorró muchísimos problemas... Sé que se portó horrible contigo, pero tal vez deberías agradecerle por...

—Ni hablar. No tengo nada que agradecerle, yo no le pedí que lo hiciera —se apresuró a decir, y se llenó la boca con cereales.

—Bueno, yo solo decía. —Gwen hizo una pausa—. ¿Y hoy cómo te sientes?

—Mejor, creo —dijo An, y su hermana se mostró muy alegre—. ¿Y tú? ¿Cómo te sientes?

Gwen se ruborizó al instante, y se cubrió el rostro con las manos. An ahogó una risa.

—¿Nerviosa? —susurró Gwen, mirándola a través de sus dedos, ahora un poco separados.

—Tranquila —dijo An—, todo saldrá bien, y Jake será muy lindo contigo, porque sabe que si hace algo mal y tú terminas llorando, lo descuartizo —agregó con naturalidad.

Gwen se descubrió el rostro, y le lanzó una mirada de reproche, aunque sonrió. Luego se acercó a ella y recostó la cabeza en su hombro.

—Gracias —dijo—. Aunque sé que será muy lindo, siempre lo es. Lo que me preocupa es que algo salga mal, ¿qué tal si a sus padres se les ocurre regresar antes?

—Hmm... —An terminó de tragar y volvió a cargar la cuchara—, no creo que sus padres vuelvan así como así, ¿no habías dicho que iban a estar todo el fin de semana fuera?

—Sí, se van a un hotel spa a festejar su vigésimo primero o segundo aniversario.

—Entonces no creo que vuelvan, van a estar ocupados haciendo lo mismo que tú y...

—¡An! —rechistó su hermana, y aunque An no podía verla bien porque seguía recostada sobre su hombro, estaba segura de que se había puesto roja otra vez—. ¿Y si me arrepiento a último momento y no puedo?

—Seguro que Jake entenderá, de verdad, tú tranquila.

—Ya quiero ver si estarás tan tranquila antes de tu primera vez —repuso Gwen, apartándose de su hombro y dándole un empujoncito.

Al oírla, An recordó que antes de que todo se fuera al diablo, había estado considerando la idea de que su primera vez fuera con Lev. Vaya ceguera la suya para haber pensado que él sería el indicado.

—¿Qué pasa? —preguntó su hermana, mirándola de un modo extraño—. No me digas que tú y Lev ya...

—¡No! —espetó ella—. Si hubiera pasado te lo habría dicho, es solo que... Mejor olvídalo, ya no importa.

Vació su tazón de cereales, lo dejó en la mesa ratona frente a ella, luego tomó el control remoto y comenzó a cambiar de canal. Sentía la mirada de su hermana sobre ella, pero la ignoró, y al cabo de unos segundos, la enana decidió hablar.

—¿Ibas a dejarlo ser el primero? —cuestionó con asombro.

—Sí... pero ya, déjalo ahí, no hagas un escándalo por eso —repuso An—. Mejor ve a ver qué vas a ponerte para esta noche, angelito —agregó con malicia.

—Eso ya lo decidí —aseguró, y le quitó el control remoto de las manos.

Media hora más tarde, cuando las dos estaban de lo más concentradas viendo una película de misterio, oyeron el timbre. An tuvo la pésima idea de ir a abrir, creyó que sería Jake, o tal vez Francis, ya que había dicho que iría en la tarde, pero se equivocó. Ni bien abrir la puerta quiso volver a cerrarla, pero no pudo hacerlo, al menos no tan rápido como le habría gustado. Se quedó paralizada al ver su aspecto. Su hermana se lo había comentado, pero ella creía que exageraba. En eso también se había equivocado.

Sus ojos avellana lucían apagados, tristes, bajo ellos tenía unas profundas ojeras, y su mandíbula y mentón estaban cubiertos por un corto vello, que, aunque su hermana había dicho que lo hacía ver como un vagabundo, a ella le pareció que le sentaba de maravilla...

Furiosa consigo misma por pensar aquello, An intentó cerrar de un portazo, pero él la detuvo.

—An, por favor —suplicó él, sosteniendo la puerta para que ella no se la cerrara en las narices—. ¿Podemos hablar?

—No. —An hizo fuerza para ver si conseguía cerrar la puerta, pero como no lo consiguió decidió darse la vuelta y comenzar a subir las escaleras. Creyó que Lev se iría, pero en lugar de eso, oyó el chasquido de la puerta al cerrarse y luego pasos detrás de ella.

—Solo serán unos minutos, por favor —insistió Lev, su voz sonaba débil, como si estuviera a punto de derrumbarse de cansancio.

Ella lo ignoró, se apresuró a llegar a su habitación y, cuando iba a cerrar, él volvió a impedírselo.

—Vete antes de que todo acabe peor que la última vez —ordenó An, pero le extrañó no sentirse consumida por la rabia como esperaba que ocurriera cuando tuviera que verlo otra vez. En vez de eso, solo sentía un horrible dolor en el pecho.

—Me iré cuando te haya dicho todo lo que vine a decirte, y si luego quieres seguir odiándome, o prefieres no hablar más conmigo o lo que sea, te juro que no te volveré a molestar —aseguró Lev, implorándole con la mirada.

—¿Qué quieres decirme? ¿Que eres un mentiroso? ¿Un idiota? Porque todo eso ya lo sé, así que vete —espetó.

—No, aunque sí, tienes razón, sé que lo soy, y sí, tuve que mentirte —admitió Lev—, pero te juro que solo lo hice porque creí que sería lo mejor para ti mientras que...

—¡¿Lo mejor para mí?! ¿Así que decirme mentiras es lo mejor para mí? —gritó, indignada.

—An, por favor, necesito que me dejes explicarte todo y no puedo hacerlo si no te calmas.

—¡No necesito que me expliques absolutamente nada! ¡Lárgate o esta vez sí que te partiré el cuello! —amenazó, aunque no tenía deseos de matar a nadie, más bien sentía que la muerta era ella.

—Tal vez eso sea lo mejor... —murmuró él con pesar, y le dio la impresión de que hablaba en serio—. De verdad, An, esto es importante. Muy importante. Se trata de nosotros y de... de... —Lev suspiró, se pasó ambas manos por el rostro y luego la miró a los ojos, pero ella no pudo sostenerle la mirada por más de un segundo. Los ojos de Lev le transmitían la sensación de que eso que tenía que decirle no sería de su agrado.

—¿Y? —cuestionó An tras un largo silencio. No quería saber, pero que Lev se hubiera callado solo estaba consiguiendo ponerla más nerviosa.

—Es que... tú y yo... nosotros... ¡Maldición! —exclamó de repente, llevándose una mano a la cabeza y mirando el suelo—. No puedo.

—¿Así que al final no tienes nada que decir?

—N-no, no puedo... Lo siento, pero no puedo. —Lev sacudió la cabeza, se dio la vuelta y se dispuso a abandonar la habitación—. Y descuida, no volveré a molestar.

En otras circunstancias, An tal vez lo habría seguido para exigirle que le contara aquello, pero en ese momento sintió que lo mejor era dejar las cosas así. Permaneció ahí de pie, intentando tragarse el nudo que se le había formado en la garganta, y, justo cuando iba a darse la vuelta para ir a echarse en la cama, vio a Francis acercándose a su puerta.

—¿Ese que me crucé en las escaleras era el tal Lev? —preguntó con una mueca de incomodidad, como si hubiera escogido el peor momento para aparecer.

Ella asintió, y al mismo tiempo, los truenos restallaron con tal fuerza que cualquiera creería que el cielo estaba a punto de venirse abajo. La temperatura pareció descender aún más, y la lluvia, que se había detenido minutos antes, comenzó a caer a raudales. An no sabía cómo, pero tenía la certeza de que el causante de todo eso también era Lev. 

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