Capítulo 20
Tras desayunar y despedirse de Leyre, los cuatro abandonaron su cabaña y emprendieron el camino de regreso al portal, tal como se lo habían prometido. Antes de marcharse, ella les había aconsejado ir por entre los árboles, donde estarían más cubiertos, y no por el sendero, en caso de que se cruzaran con los soldados de Muirgheal, que seguramente estarían patrullando por ahí.
Más de cinco metros los separaban del sendero, y cada vez que lo perdían de vista Lev se acercaba para verificar que estuvieran yendo en la dirección correcta. Iban en fila, con Lev al frente y ella en la retaguardia, mirando sobre su hombro cada cinco minutos para asegurarse de que nadie los seguía. También iba muy atenta a lo que sucedía a su alrededor, por si lograba ver a su gato en alguna parte. Pese a que Jake tenía la certeza de que Mau había sido devorado por un ogro, ella se negaba a creer eso. Aún tenía la esperanza de hallarlo antes de llegar al portal.
—Lev —llamó Jake, rompiendo por fin el silencio en el que iban sumidos desde que dejaron la cabaña—. Aún no me has explicado qué es un guardián.
—Los guardianes de Anraicht eran felinos de distintas clases, de un tamaño enorme, así como la pantera que vimos ayer —contestó Lev—. Son seres inmortales, si los hieren se regeneran al instante, y también son inmunes a cualquier tipo de magia. Se dice que fueron la primer creación de los dioses, hechos para proteger a todo aquel que lo necesitara, y guiar a todo el que se perdiera, bueno, en realidad no a todos —se corrigió—. Solo a aquellos que fueran personas de bien, los asesinos y violadores que elegían los bosques para ocultarse acababan siendo devorados por ellos.
—¿Y cómo sabían si alguien era un asesino? —preguntó Gwen.
—Fueron hechos para eso, para detectar la maldad en cada ser e intentar acabar con ella. Aunque eso es imposible, claro está, el bien y el mal se complementan, no existe uno sin el otro... —Lev hizo una pausa—. Pero bueno, es sabido que los dioses querían un mundo prácticamente perfecto, donde solo hubiera paz y felicidad. Por fortuna no lo consiguieron.
—¿Por fortuna? —preguntó su hermana, sorprendida—. Yo creo que sería muy bonito un mundo así.
—Ay, por favor, no —comentó An con una mueca de desagrado—. Yo no aguantaría nada en un lugar así, ¿te imaginas que todo el mundo sea demasiado amable, y que no hubiera nadie tan idiota y desagradable como para poder partirle la cara? Me suicidaría en menos de veinticuatro horas...
Jake soltó una risita.
—Bueno, quizá sí sería muy aburrido después de un tiempo —acabó por decir Gwen, y el silencio volvió a apoderarse de ellos por un minuto o dos, hasta que ella habló nuevamente—: Los guardianes esos... ¿Devoraban a todos los asesinos que encontraban?¿No hacían excepciones? —preguntó con mucho interés. An, caminando detrás de ella, la miró con el ceño fruncido. Conocía bien a la enana, lo suficiente como para darse cuenta de que además de interés, también había una nota de preocupación en su voz. Y no tuvo que pensar mucho para saber el motivo de ello...
Lev tardó unos segundos en responder.
—No, creo que no.
Jake, que iba delante de Gwen, se dio la vuelta para poder verla y siguió caminando de espaldas.
—¿Por qué lo preguntas? ¿Mataste a alguien y te preocupa que el guardián que vimos venga a comerte? —dijo en tono de broma, dedicándole una gran sonrisa justo antes de tropezar con una raíz y casi acabar en el suelo.
Gwen rió con naturalidad y sacudió la cabeza de un lado a otro.
—Solo me da curiosidad saber cómo eran esos guardianes.
—Deberías darte la vuelta —le dijo An a Jake—. Hay demasiadas raíces, podrías caerte y partirte la cabeza.
—Muy cierto, aunque la vista que tengo así lo valdría —aseguró sin despegar sus ojos de Gwen. Le volvió a sonreír y luego se dio la vuelta.
An estiró su brazo, sujetó la parte trasera del suéter blanco de su hermana y la hizo detenerse.
—Deja de hacer ese tipo de preguntas —le susurró al oído—. Sé que lo que dijo Lev te preocupa, pero no deberías estar así. Ningún guardián vendrá a comerme. —Soltó su suéter y le dio un suave empujoncito para que siguiera caminando.
Pese a que había pronunciado aquella última oración con toda la seguridad que tenía, An no se sentía tan convencida como le habría gustado. «El portal está cerca, y tengo los cuchillos», se recordó a sí misma para tranquilizarse. Mientras Leyre estaba distraída dándole consejos a los demás, ella se había acercado a la cocina con la excusa de tomar agua y había tomado dos cuchillos que parecían bien afilados. Los llevaba en los bolsillos delanteros de su jean, con la hoja hacia abajo y la empuñadura oculta bajo el borde de su camiseta. Aunque empezaba a dudar que no le servirían de mucho contra un guardián, si lograba herirlo tendría un segundo o dos de ventaja. No más.
—Lev —llamó tras un momento.
—¿Qué?
—¿Qué tan seguro estás de que eso que vimos era un guardián?
—Cien por ciento —contestó con voz mecánica.
—¿Pero no se suponía que estaban extintos?
—¿Cómo se pueden extinguir si son inmortales? —intervino Jake.
—¡Y yo qué sé! —repuso An—. El asunto es que desaparecieron hace mucho, como un siglo o más...
Lev suspiró, se paró en seco y dio la vuelta.
—Tres siglos —aclaró—. Desaparecieron hace tres siglos, luego de que se corriera el rumor de que cortándole la cabeza a uno de ellos te volvías inmortal. Era pura falacia, pero muchos lo creyeron y comenzaron a darles caza. No lograron matar ni uno, por supuesto, y poco después todos los guardianes desaparecieron, nadie sabe qué pasó con ellos —explicó con tono impaciente—. Y eso es todo lo que sé sobre los guardianes, ¿si? Ahora, si no les importa, les agradecería enormemente que guardaran silencio y se dieran prisa, porque estamos cerca del portal, lo que significa que también estamos cerca de las cuevas de los ogros. Y no me apetece cruzarme otra vez con uno. —Giró sobre sus talones sin esperar respuesta alguna, y echó a andar.
An se quedó mirándolo con una mezcla de asombro y fascinación, como cada vez que lo veía perder la calma de verdad. Estaba acostumbrada a verlo enojado, pero en ninguna de esas ocasiones transmitía verdadero enojo, más bien parecía un niño quejumbroso con mala cara, prácticamente inofensivo. En cambio, en los últimos días lo había visto enojarse muy en serio, producto de su cambio como guerrero. Guiado por su ira, Lev lucía como alguien intimidante, en sus ojos de color avellana se asomaba un destello de salvajismo, y su voz adquiría un tono más duro de lo habitual, en exceso dominante. Ella creía que era una pena que no perdiera el control más a menudo, la ira le sentaba bastante bien.
—A veces se pone irritante cuando le hacen muchas preguntas seguidas —les susurró Jake a ella y Gwen antes de reemprender la caminata.
"¡Alto!", gritó Lev en su mente luego de unos minutos. Ella se detuvo al igual que su hermana y Jake, ya que al parecer Lev también hablado en la mente de ambos.
Él se apoyó junto al árbol que tenía más cerca y les hizo una seña para que se acercaran. An le dio una mirada inquisitiva y él apuntó hacia atrás del árbol. Cuando se acercó a echar un vistazo, abrió los ojos de par en par y se mordió la lengua para no maldecir. Se encontraban a poca distancia del portal, pero éste ya no estaba vacío. Había seis soldados custodiando, y todos ellos vestían iguales; yelmos que les cubrían parcialmente la cabeza, cotas de mallas bajo los petos y las escarcelas, hombreras, botas metálicas y, por último, espadas y escudos circulares de hierro. Al no vestir una armadura completa, An sabía que sería más fácil herirlos, pero eso solo si se tratara de soldados humanos... Y ese no era el caso, cinco de los guardias que estaban allí eran cadáveres, y en un muy avanzado estado de descomposición, uno de ellos ya ni siquiera tenía carne, era solo huesos.
Giró el rostro justo a tiempo de ver que su hermana y Jake también habían estado espiando por el otro lado del árbol. Los dos estaban pálidos.
—¿Cómo se supone que se mata algo que ya está muerto? O peor, ¿cómo hieres a un costal de huesos? —preguntó en voz baja a nadie en particular, mientras pensaba en alguna manera de deshacerse de ellos.
—Siempre creí que un apocalipsis zombie sería genial, pero ahora que veo a esos cadáveres ahí, tan cerca de nosotros y armados ya no le veo lo genial... —murmuró Jake.
—Claro, eso es —dijo ella—. Son como zombies, hay que cortarles la cabeza.
—¿Si? ¿Y con qué? —inquirió Lev.
—Ahí entras tú en mi improvisado plan —le explicó—. Eres capaz de mover cosas gracias a tu magia, puedes desarmarlos, a todos ellos.
Lev se lo pensó por un momento, daba la impresión de que no confiaba mucho en ese plan.
—Bien —aceptó, asomó la cabeza por el árbol y, al cabo de un segundo, se llevó una mano al pecho e hizo una mueca mientras que apoyaba la espalda otra vez sobre el tronco.
—¿Qué sucede? —le preguntó Jake.
—No puedo hacerlo.
An lo miró con el ceño fruncido.
—¿Cómo que no?
—Pasó lo mismo que ayer cuando intenté matar al ogro, sentí algo helado aquí. —Se apuntó el pecho—. No sé qué es, pero sea lo que sea, me está impidiendo utilizar mi magia para ciertas cosas.
A diferencia del día anterior, An decidió creer que Lev estaba diciendo la verdad, que si no hacía esas cosas era porque no podía, y no porque no lo quisiera.
—Ok, entonces hazlo del modo normal. Tienes la suficiente fuerza como para decapitarlos con tus propias manos, y si te hieren sanarás más rápido de lo normal.
—Son seis, yo uno. Y ellos están armados, si me clavan una espada en el pecho o me cortan la garganta no sanaré...
An suspiró. Eso era cierto, por mucha fuerza que tuviera, no le serviría de mucho si nunca en su vida había peleado con alguien.
—Me ocuparé de distraerlos, los alejaré de aquí y tú te encargas de abrir el portal.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó su hermana con temor.
—Haré que me vean y saldré corriendo, los alejaré lo suficiente, luego hago que me pierdan de vista y regreso aquí —explicó con mucha tranquilidad. Se sacó uno de los cuchillos del bolsillo y se lo tendió a Lev—. Más te vale mantener ese portal abierto hasta que salga.
—¿De dónde sacaste esto? —interrogó al tomarlo.
—¿En serio hace falta que responda eso?
—Se lo robaste a Leyre —adivinó Gwen.
—Los tomé prestados, se los devolveré cuando regresemos. ¿Ya puedo irme?
—¿Te das cuenta de que tu plan es un poco suicida, no? —comentó Jake.
—Es lo único que tenemos. Lev sería el más apto para hacerlo, pero él debe abrir el portal. Fue quien lo abrió antes y si lo hace alguno de nosotros nos dejaría en cualquier otro sitio, y no en Eugene.
—Es verdad —concordó Lev—. Pero tu plan es demasiado peligroso, así que ten cuidado.
Su hermana le dijo lo mismo, además de hacerla prometer que regresaría, y Jake le deseó buena suerte. Los tres se veían más nerviosos y asustados que ella, sobre todo Gwen, de modo que se dirigió al sendero lo más pronto posible antes de que intentaran hacerla cambiar de opinión. Se detuvo en medio del camino hasta que los soldados se percataron de su presencia, y entonces giró sobre sus talones y echó a correr.
Al cabo de unos minutos se desvió hacia su derecha, zigzagueó entre los árboles, y se detuvo a esconderse tras uno con un tronco que debía tener al menos un metro de ancho. Intentó regular su respiración, y se quedó un momento así, con la espalda apoyada sobre el tronco, intentando oír algo más que el trinar de las aves y el susurro de las hojas que se mecían con la brisa. Pasaron al menos dos minutos hasta que oyó las primeras pisadas, parecía uno solo. Eso la animó, ella podía con uno.
Se acuclilló despacio, cogió una piedra y volvió a levantarse. La arrojó a un par de metros frente a ella, y esperó. Cuando el guardia pasó, le propinó una fuerte patada a la altura de la espalda que lo hizo caer hacia adelante. Se acercó a él, colocó una rodilla sobre su torso, una mano sobre su cabeza para inmovilizarlo, y con la otra le quitó la espada y el escudo, el cual aventó bastante lejos.
Escuchó nuevos pasos a su espalda. Miró sobre su hombro y vio al soldado que era solo huesos. Se levantó de inmediato, con una gran sonrisa adornando sus labios ahora que ya tenía un arma, y se acercó a él.
—¡Alto ahí! —ordenó con una voz inhumana, muy similar a la que había oído esa misma mañana en la cabaña. Había levantado su espada y la estaba apuntando, pero no parecía tener la intención de atacarla—. Su majestad ha ordenado que...
El tintineo de su espada contra la del soldado fue lo siguiente que oyó, le siguió el ruido de la espada aterrizando sobre la tierra unos metros más allá, y por último, el crujido con el que se desprendió el cráneo del resto del esqueleto, que fue a parar en dirección opuesta a la espada. El resto se desplomó frente a ella. An volvió a girar a tiempo de ver al otro de pie nuevamente, caminando hacia ella, y aunque no fuera solo huesos como el que acababa de matar, sin un arma ya no parecía tan aterrador. Dejó que se le acercara, asió la espada con ambas manos y, cuando él hizo ademán de atacarla, levantó el arma y la blandió de izquierda a derecha. La cabeza salió volando.
—Van dos, y quedan cuatro... —dijo, yendo a recoger la segunda espada.
—¿Y si logran atraparla? —preguntó Gwen una vez que An se marchó.
Jake apoyó una mano sobre su hombro.
—Estará bien, tu hermana es fuerte y...
—Ya sé que lo es, y también sé que sabe defenderse de maravilla, pero ellos son seis... Además está lo del... —Gwen se interrumpió abruptamente y se giró, quedando de espaldas a ellos. Luego comenzó a moverse de un lado a otro con impaciencia—. ¡No tiene ningún arma! Si la atrapan la matarán... ¡Deberíamos ir a buscarla ahora mismo!
Lev estaba de acuerdo con eso. Sin embargo, sabía lo mucho que An se preocupaba por Gwen, y estaba seguro de que no le habría gustado que su hermana permaneciera más tiempo allí.
—Acaba de irse, además Lev no ha sentido ningún tipo de dolor y sigue vivo, eso es buena señal —la animó Jake.
Lev miró en la dirección por la que acababan de irse los soldados y la bruja.
—Bueno, calculo que ya están algo lejos, vamos. —Salió de detrás del árbol y caminó hacia el portal.
—¿De verdad tienes que ser tú quien lo abra? ¿No podría ser alguno de nosotros? Así habrías podido ir con ella...
—No, tú y Gwen son humanos, podrían abrir el portal desde el otro lado, pero no desde aquí. Si un humano entra ya no sale, a menos que sea en compañía de uno de los nuestros, o si jura que mantendrá este mundo en secreto y lo siente realmente así, o de lo contrario el portal no se abrirá.
—Yo puedo jurar eso y abrirlo —repuso Gwen, muy decidida—. Mientras tú ve a buscar a mi hermana.
—Lo sé, tanto tú como Jake podrían. Confío en que el portal se abrirá para ustedes, pero de todos modos no nos serviría ahora. Debo hacerlo yo, si lo hacen ustedes podríamos aparecer en cualquier parte del mundo...
—¿De verdad? —preguntó Jake. Él asintió—. ¡Asombroso!
—Bueno, no hace falta que lo abras, podemos esperar aquí y tú ve tras ella —volvió a insistir Gwen.
Lev negó con la cabeza.
—No es seguro que se queden solos de este lado, es mejor que crucen...
Al llegar frente al portal, Lev tomó el cuchillo y se realizó un corte mediano en el pulgar. Se acercó a cada árbol, dejó una pequeña mancha de sangre en sus cortezas, y entonces esperaron. Una vez que las ramas acabaron de entrelazarse unas con otras y la puerta estuvo formada, le pidió a su mejor amigo y a Gwen que por favor cruzaran.
—Más te vale actuar como un guerrero de verdad y traer a mi hermana de regreso —le dijo ella en un tono tan duro que no le había oído jamás hasta entonces. Luego se dio la vuelta y la vio desaparecer entre las ramas.
Lev estaba atónito.
—¿Acaba de amenazarme? —le preguntó a Jake—. Porque se sintió como eso...
—No dijo qué es lo que te hará si no traes a la bruja de regreso, pero creo que sí —asintió él—. Ahora mejor date prisa y ve a buscarla... Si quieres voy también —se ofreció.
Lev le dedicó una sonrisa de agradecimiento.
—Mejor quédate con Gwen, tal vez puedas abrazarla... para darle ánimos.
—No lo había pensado, tienes razón, ¡es una gran idea!
Cuando su amigo cruzó, Lev se dio la vuelta y echó a correr por el sendero. An no debía estar tan lejos, cabía la posibilidad de que incluso estuviera regresando. "Bruja", llamó, pero ella no contestó. "¿Dónde estás?", insistió mientras intentaba no preocuparse.
"Ahora no", dijo ella. Y aunque no entendió qué quiso decir con eso, le alivió oír su voz.
Estaba a punto de volver a preguntarle dónde se encontraba cuando un dolor se extendió por la parte superior de su brazo derecho. Se detuvo y se llevó una mano a la zona adolorida, por un momento, creyó que alguno de esos guardias había aparecido de la nada y lo había cortado. Pero entonces cayó en la cuenta de que ya nada le dolía, y de que no había nadie alrededor.
—¡Maldición! —exclamó, y siguió corriendo.
Oyó un rugido bastante cerca, de modo que salió del camino y se metió entre los árboles. Le había parecido que el sonido provenía de por ahí. No necesitó hacer un gran trecho para hallar a la bruja y también a la criatura que había soltado aquel potente rugido. Al verlos se quedó quieto junto a un arbusto, sin saber qué hacer realmente. Ella estaba sentada en el suelo, apoyada junto al tronco de un árbol, y apretándose el brazo derecho con la mano izquierda, cuyos dedos estaban ensangrentados, al igual que la manga de su camiseta. El guardián, que era la misma pantera negra que habían visto el día anterior, estaba inclinado frente a ella, con las fauces peligrosamente cerca de su rostro. Daba la impresión de que la devoraría en cualquier momento.
Sin embargo, An no parecía aterrada, sino más bien confundida. De repente, con voz vacilante, dijo algo que Lev no estaba seguro de haber oído bien:
—¿Mau?
El guardián inclinó la cabeza un poco más, y entonces dio un suave empujón con su frente al costado de la cabeza de An. Luego se alejó y, para su sorpresa, volteó la cabeza hacia él. Reconoció aquellos ojos de amarillo verdoso y brillantes al instante. No sabía bien cómo, porque muchos felinos solían tener los ojos del mismo color, pero ese era Mau. Estaba seguro.
Miles de preguntas comenzaron a surgir en su mente respecto al animal, pero intentó alejarlas. Lo importante en ese momento era An, se acercó a ella y se arrodilló a su lado.
—¿Abriste el portal? ¿Mi hermana ya está del otro lado?
—Sí, y ahora quita la mano de ahí —le ordenó. Quería ver la herida en su brazo. Aunque por lo empapada que tenía la manga de la camiseta gris estaba claro que no era un corte pequeño.
—Estoy bien, solo es un rasguño —aseguró mientras apartaba la mano, dejando al descubierto una línea de más de seis centímetros y bastante profunda, de la cual aún brotaba sangre.
—Es más que un rasguño, necesitarás puntos —le dijo con un tono de leve molestia. No entendía cómo podía minimizar algo así. Le arrancó la manga de la camiseta, que de todos modos ya estaba arruinada, y procedió a vendarle el brazo con ella.
—No es nada teniendo en cuenta que fue mi primera pelea de espadas contra alguien que no es Matt, y con espadas afiladas... Además maté a tres de ellos, no estuve tan mal.
Terminó de enroscar la tela alrededor del brazo e hizo un nudo.
—¿Qué? ¿A tres? —preguntó, mirándola impresionado.
Ella asintió.
—Conseguí inmovilizar a uno y desarmarlo por allá. —Apuntó con el pulgar hacia atrás—. No pude matarlo de inmediato porque apareció otro por detrás, era ese que solo era puro huesos, comenzó a decir algo sobre las órdenes de no sé quién, pero no le dejé terminar y lo ataqué. Su cráneo salió volando, ¡y deberías haber visto con qué facilidad! —exclamó con diversión, y con una sonrisa tan radiante que ni siquiera él pudo evitar sonreír al verla así. No cabían dudas de que An estaba hecha para eso, la lucha era algo que ella disfrutaba tanto como un gato disfruta de cazar un ratón—. Cuando el otro se levantó lo decapité también. Hice un par de pasos y entonces se me aparecieron esos dos... —siguió contando, e hizo un gesto con la cabeza hacia algo detrás de él.
Lev miró sobre su hombro. Dos cuerpos yacían a escasos tres metros de ellos, a ambos les faltaban las cabezas, a uno incluso le faltaba medio brazo. También había cuatro espadas desperdigadas por el suelo.
—No soy buena manejando dos espadas, pero se las había quitado a los otros dos, así que lo intenté. Iba muy bien, logré matar a ese que le falta medio brazo, pero tú me hablaste y me distraje por un segundo —le dijo, como echándole la culpa—. El otro se aprovechó de eso y me hirió, también comenzó a decirme que iba a llevarme ante su reina, pero entonces apareció Mau y se le tiró encima. —Le echó un vistazo al animal, que seguía ahí junto a ellos, y luego volvió a mirarlo a él—. ¿Tienes alguna idea de por qué un guardián estaría viviendo tantos años en el mundo humano?
Lev negó y se puso de pie.
—La verdad no, pero podemos averiguarlo luego. Ahora lo mejor es salir de aquí lo más pronto posible.
—Cierto, aún quedan dos de esos cadáveres dando vueltas por ahí. Ayúdame a levantar —le pidió, estirando su mano izquierda.
Lev la sujetó y dio un tirón, pero fue más fuerte de lo que planeaba y An acabó estrellándose contra su torso.
—Lo siento —se apresuró a decir mientras daba un paso hacia atrás. Aunque la verdad era que jamás habían estado así de cerca, y su proximidad le resultaba de lo más agradable, así que no lo lamentaba del todo.
Ella sonrió mientras apartaba su mano de la suya.
—Con cuidado, fortachón —dijo, y le dio unas palmaditas en el pecho, después le pasó por al lado.
—Si no uso mi fuerza te quejas, y si la uso también... Tenías que ser mujer.
Ella rió, y se detuvo a levantar una de las espadas.
—¿Te importaría recoger las otras? Nos servirán a la vuelta.
Lev recogió las otras tres espadas, y se dirigieron al portal. Poco antes de llegar, An se detuvo y soltó una maldición.
—¿Qué? —preguntó él.
—Olvidé mi chaqueta...
—¿Y se puede saber por qué te la quitaste? No hace calor.
—Me la quité antes de comenzar la pelea contra esos dos. Gwen me la regaló ayer, ni modo que la eche a perder tan rápido. Y ya ves, de no haberlo hecho ahora tendría un tajo en una manga y estaría llena de sangre —explicó—. Iré a buscarla, ya regreso.
Lev la detuvo.
—Yo iré, tú sigue, espérame en el portal.
—Puedo ir yo, no estoy muriéndome o algo así.
—Lo sé, pero prefiero que me esperes junto al portal. Volveré enseguida —dijo, le pasó las espadas y se marchó antes de que ella pudiera objetar algo.
No le tomó casi nada llegar hasta el sitio, por suerte tenía buena memoria para esas cosas. Tampoco le costó encontrar la chaqueta, estaba tirada sobre una de las raíces del árbol en el que la había encontrado a ella. Cuando se agachó a recogerla, escuchó pasos detrás de él. Demasiados como para ser de una sola persona. Se levantó lo más rápido que pudo, y al girar se encontró con cuatro de los soldados cadavéricos. Cada uno de ellos desenvainó su espada y apuntaron contra él.
Intentó desarmarlos mediante magia, como lo había intentado antes, pero una vez más no funcionó. Y un pinchazo helado le atravesó el pecho. Pensó en que al menos debería haber llevado una de las espadas con él, aunque de inmediato creyó que no le habría servido de mucho, ni sabía cómo utilizar una...
—¿Qué hacen? —preguntó alguien a su espalda, haciendo que Lev se sobresaltara. Había oído antes esa voz...
—Creemos que este es el humano que busca la reina, mi príncipe —contestó uno de los soldados.
El hombre pasó por al lado de él, se detuvo junto a uno de los guardias y entonces lo miró. Era tan alto como él, pero su contextura era un poco más grande. Iba completamente vestido de negro, con un pequeño dragón blanco bordado en su jubón, y una espada colgada del cinturón. El cabello, de un negro tan intenso como el de An, le caía a los lados del rostro y le llegaba casi por encima de los hombros. Ya no lo llevaba corto como él recordaba. Y sus ojos grisáceos, que cuando era niño lo miraban con el más puro cariño fraternal, ahora estaban inexpresivos.
Lev contuvo la respiración al recordar la conversación de su hermano con Leyre. De seguro lo llevaría ante aquella mujer. Era imposible que no lo reconociera, incluso desde pequeño Kier le decía que se parecía a su padre. Y Leyre también se lo había dicho la noche anterior.
Kier lo analizó de pies a cabeza sin inmutarse.
—No es él —le dijo al soldado que había hablado antes.
—Pero coincide con las características que nuestra reina ha dado...
—¿Y? —espetó Kier—. El joven que buscamos es mi hermano, ¿crees que no podría reconocer a mi propio hermano? ¿Me tomas por tonto?
—No, mi príncipe. No era mi intención ofenderlo. Solo creo que deberíamos llevarlo ante la...
Kier desenvainó su espada y comenzó a tirar tajos a izquierda y derecha contra los cadáveres, que no hacían nada por defenderse. Mientras descargaba su furia contra ellos, cortando brazos, cabezas y haciendo tajos en cualquier parte de carne al descubierto que encontrara, también gritaba histérico.
—¡Ya no los aguanto! ¡No los aguanto! Estoy. Harto. De. Ustedes. ¡Harto! —Con cada palabra volvía a hundir su espada en el rostro de uno que ya estaba tendido en el suelo, al igual que otros dos. Cuando acabó, se giró hacia el único que quedaba en pie—. ¡Malditos muertos de mierda! ¡Maldita Deirdre! —gritó al tiempo que lo decapitaba.
Lev lo miraba más que perplejo. Todo había transcurrido en apenas unos segundos, y aún no comprendía qué era lo que acababa de ocurrir con exactitud. Quería decir algo, pero no le salía la voz.
Tras contemplar por un breve momento lo que había hecho, Kier devolvió su espada a la vaina, y giró nuevamente hacia él. Lo miró con una mueca de fastidio.
—¿Y tú qué haces aquí todavía? ¿Qué esperas? ¡Largo! —le ordenó—. ¡Y más te vale no volver! ¿Me has entendido? ¡No vuelvas! ¡No vuelvan! —remarcó, luego dio la vuelta y comenzó a alejarse.
—Kier... —consiguió decir al fin con un hilo de voz, pero su hermano no volteó y, de un segundo a otro, su silueta desapareció ante sus ojos.
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