Capítulo 0
«Mantén cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos».
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RHYSAND RIBAKOV
Meses atrás
―A la mansión de los Vitale. ―Ordené mientras abotonaba los últimos botones de mi camisa negra, remangada hasta los antebrazos.
―Sí, Sottocapo. ―Respondió, poniendo el auto en marcha.
La mansión de los Vitale abarcaba un extenso terreno de cultivo; eran uno de los principales promotores de la agricultura en Italia, una familia increíblemente adinerada.
A través de la ventanilla del auto, pude observar la avioneta blanca de mi familia en movimiento, dando vueltas alrededor del terreno de los Vitale. Esto significaba que mi plan estaba en marcha y sin errores.
Divisé el imponente portón de la mansión, custodiado por guardias de seguridad armados hasta los dientes, intentando infundir temor en los visitantes.
—¿Quiénes son? —preguntó un guardia acercándose a la ventanilla.
—Abran la entrada para mi jefe. —Mi chofer dirigió su rostro en mi dirección, haciendo que el guardia, al verme, hiciera señas a los otros, logrando que abrieran el portón sin rechinar.
Bajando del auto, sin ser bienvenido en este lugar, me adentré a la mansión en busca del jefe de esta familia, encontrándolo en la terraza desayunando.
—¿Cómo puedes hacer negocios el día del funeral de tu jefe? —Interrogó mientras levantaba la vista hacia mí. Al ver que no respondía, me hizo una seña para que me sentara, quedando así frente a frente.
—Esta es la última oferta de mi jefe, Hugo. —Mencioné, enseñándoles unos documentos que había sacado del maletín.
—¿Una oferta desde la tumba? Nah, no me interesa. —Rechazó mientras enrollaba un poco de spaghetti en su tenedor y se lo llevaba a la boca. —Llévatela y vete.
Me reí, atrayendo toda su atención hacia mí. Muy tonto de él si creía que podía rechazarme tan fácil. Los negocios eran negocios y él tenía que estar dispuesto a jugar en este juego conmigo.
—Matar al Capo de mi familia, Hugo, para quedarse con el Viñedo fue un error de su parte. Él era mi abuelo. —Confesé observando las canas de Hugo, que se asomaban incluso si así se ponía el mejor tinte del mundo. Debía de estar en sus cincuenta años, no estaba seguro.
—Sea cual sea la oferta, no la aceptaré. —Remarcó ahora furioso, dejando de comer y soltando el cubierto con un fuerte estruendo.
—¿Le parece que es una oferta? Es mi último acto de misericordia hacia un hombre que mató a su querido amigo, y que además era como un padre para usted. —Mencioné, enfatizando la palabra "amigo" más que las demás.
—¿Viniste a ofrecerme un trato o a amenazarme?
—Si firma ahora, no habrá ningún problema. —Le recordé impasible.
—¡Vete al carajo! —estrelló su mano en la mesa, haciendo que el vino se volcara y algunas gotas cayeran en las puntas de mis zapatos. —Vuelve a tu país, ruso de mierda. —dijo, haciendo que apretara la mandíbula. —La familia Rybakov ya no tiene nada más aquí en mi terreno, ¡Ahora, largo de aquí!
—Sabes, Hugo, una vez leí en un libro que en la mafia las leyes se cumplen, las tradiciones se respetan y las traiciones nunca se perdonan. Está claro que lo que hiciste fue una traición. Te estoy dando la oportunidad de pasar página y olvidar lo que pasó en el pasado, todo esto en forma de una alianza. —Propuse. —¿Estás seguro de que no te arrepentirás? —Pregunté nuevamente, mientras escuchaba el zumbido de una avioneta sobrevolando muy por encima de nosotros.
—¿Arrepentirme? La familia Novak me apoya. No me asusta la guerra. —Aseguró sin dudarlo, muy confiado en sí mismo.
—El remordimiento es el sentimiento más doloroso de la vida, Hugo. Te estoy ofreciendo la oportunidad de redimirte, no de comenzar una guerra.
—Claro, lo que digas. ¡Spasibo!
Me levanté del asiento, dando por terminada la conversación. Levanté las comisuras de mis labios en un intento de sonreír.
—Hugo, pagarás por irrespetar a mi gente. Predurak. —Dicho esto, me marcho.
—Rhysand, ¿acabas de insultarme? ¿Qué me dijiste? —Preguntó, siguiéndome. A personas como él hay que dejarlas con la duda.
Observé la avioneta y cómo de ella caía algún tipo de líquido, rociando todo el terreno de Hugo.
—¿Por qué están rociando hoy? Ya lo hicimos la semana pasada. —La avioneta pasó por encima de él, logrando que le cayera un poco de líquido. —¡Maldición! No son pesticidas.
Seguí mi camino con una gran sonrisa de triunfo en mi rostro, sacando de mis bolsillos el encendedor dorado que me había regalado mi abuelo años atrás, entendiendo que ya era hora de dejarlo ir. Encendí la chispa, dejando caer el encendedor al suelo, generando un recorrido de un fuego voraz que consumía todo a su paso, volviéndolo poco a poco todo en cenizas.
Sonreí de placer al escuchar los gritos de terror de Hugo al ver su viñedo incendiarse. Sabía que estaba jugando sucio, pero él lo había hecho primero al matar a mi abuelo y luego al intentar robar mi viñedo.
Con el tiempo el fuego, voraz y despiadado, danzaba entre las filas de vides como un monstruo hambriento que devoraba todo a su paso. Las llamas, ávidas de destrucción, se alzaban hacia el cielo nocturno con una ferocidad indomable, iluminando el paisaje con un resplandor infernal.
El crepitar de las llamas rompía la tranquilidad del día, acompañado por el crujir de las ramas secas y el estallido ocasional de una barrica de vino, cuyo contenido alimentaba aún más el incendio. El humo, denso y oscuro, se elevaba en espirales retorcidas, oscureciendo el día y llenando el aire con un olor acre y penetrante.
Las uvas, que apenas minutos atrás colgaban de las enredaderas, ahora se convertían en presa del fuego, estallando en pequeñas explosiones de jugo caliente que añadían un siniestro sabor a la tragedia. El calor era sofocante, envolviendo todo en una atmósfera sofocante que impedía la respiración y nublaba la vista.
Fue muy estúpido de su parte no aceptar mi oferta. Sé que tarde o temprano conseguiré lo que quiero y él no dudará en concedérmelo, porque meterse con la bestia es como entrar en la puerta del infierno.
Entré en mi auto, con una sonrisa que dejaba claro que mi plan había comenzado. Solo en ese momento, sin escuchar los gritos horrorizados de Hugo, me permití pensar.
Las emociones para mí eran insignificantes; sentir era morir. Una persona que sentía y se dejaba llevar por sus emociones era despreciable, una persona que amaba podía llegar a ser corrompida. No estábamos en derecho de amar o de sentir y, de ser así, estaríamos rompiendo nuestra regla.
Era egoísta y lo sabía, mi corazón ya estaba podrido y no habría manera de salvarlo, así que cuando me encontré con aquella radiante sonrisa, deseé herirla, destruirla lentamente, sumergirla en un abismo sin esperanzas, apagar el brillo de sus ojos, arrastrarla a lo más oscuro de mí, sedienta de justicia para que de esa manera llorara lágrimas carmesíes.
Poco tiempo después, me encontré deseando ser corrompido, deseando sentir lo que las personas llaman amor, no cumplir los estándares, ser alguien despreciable a los ojos de nuestra jerarquía. Porque todo valía, ella lo valía.
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Bienvenidos/as a Alianza.
Este es el capítulo 0, "una introducción". Estoy super emocionada de poder compartir esta historia con ustedes y que de esta manera puedan conocer a Rhysand y a Nix, quienes ya se han robado mi corazón.
Nos vemos pronto. Cuídense.
—Erika M.
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