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Capítulo 23.

Apenas habían intercambiado un par de palabras desde que ambas se habían sentado en la mesa. Las cenas entre madre e hija eran cada vez más silenciosas.

-Brooke, no estás comiendo nada -acabó por decir su madre, después de que tras unos cuantos minutos, su plato siguiera intacto. Era una de sus comidas favoritas, había encargado que se lo hicieran especialmente para ella, y aún así, ni si quiera la había probado.

-No tengo mucha hambre.

-Es tu plato favorito.

-Pero no tengo hambre.

Se miraron la una a la otra durante un instante.Los ojos verdes de su madre, una versión más maduros que los de ella, la observaban fijamente, como si realmente pudiera averiguar que pasaba por su cabeza. Brooke tuvo que apartar la mirada porque realmente creyó que su madre podría llegar a leerle la mente.

-Sé que no estás bien -suspiró la mujer -. ¿Por qué no me cuentas de una vez lo que te sucede?

-Te lo contaría si hubiera algo pero es que no lo hay. -Tras eso, se llevó un trozo de comida a la boca, quizás tan solo para darle el gusto a su madre. Estaba cansada de mentir a la gente que le importaba.

Su madre volvió a soltar un suspiro, como si ella también estuviera agotada de oír mentiras.

-Meg habló conmigo el otro día y también está preocupada por ti. Dice que ya no sales con ellas, que estás muy callada y... me ha dicho que ahora te relacionas con otra clase de gente.

Brooke se prometió tener una pequeña charla con su amiga en cuanto la viera. ¿Cómo se le ocurría decirle eso a su madre? Por supuesto, reconoció la expresión en el rostro de su madre ante la mención de otro tipo de gente. Ya sabía lo que venía.

-¿Otra clase de gente?

-Dice que ahora pasas mucho tiempo con un grupo de chicos, unos chicos que... bueno, no parecen tu tipo de amigos. -Hubo cierta inseguridad en su tono, como si temiera utilizar las palabras incorrectas.

-Mamá, ¿qué me estás queriendo decir exactamente? -preguntó, aunque ya lo sabía. Tan solo quería oírlo de sus labios.

-Creo que ya sabes a lo que me refiero. ¿Qué se te ha perdido con esa gente?

-¿Es que ahora vas a decirme con quien puedo o no relacionarme? -su madre nunca había sido de ese tipo. Siempre le había dado cierta libertad y, a pesar de lo que mucha gente creía, nunca había tenido problema con las personas del otro barrio. Tampoco se relacionaba con ellos, claro, pero ni mucho menos los despreciaba.

-¡No, por supuesto que no! No digo que no puedas ir con ellos, pero... ya sabes lo que la gente dice.

-¿Desde cuando te importa tanto lo que la gente habla?

-Desde que mi hija decide pasar tiempo con delincuentes -soltó, de manera dura. Se frotó la cara con sus manos y entonces Brooke se dio cuenta de lo mayor que parecía su madre; siempre había sido una mujer guapa; de pelo rubio, ojos verdes como los suyos y labios finos , pero ahora el color de su pelo estaba apagado y a sus ojos se les habían sumado unas delgadas arrugas. Ya apenas se maquillaba. Se había ido apagando poco a poco, desde que su marido se fue. -Mira, no me molesta que tengas nuevos amigos pero ya sabes que esto es un pueblo pequeño. La gente hablará.

En realidad, ni si quiera podía culpar a su madre por esas palabras. Ella misma había pensado eso, se había puesto a imaginar lo que la gente diría de ella al verla al lado de Cory, como cuchichearían si vieran lo mucho que se reía con Paul o lo mucho que aprendía de Aaron. La misma Brooke, meses atrás, hubiera hecho lo mismo si hubiera visto a otra en su lugar.

-Simplemente dejemos el tema, mamá. Todo está bien y yo estoy bien. Conformate con eso, ¿vale? Al menos por ahora.

Sabía que su madre no se conformaba con eso, que su cabeza seguía llena de preguntas y que al irse a dormir esa noche, probablemente pensaría una vez más en lo que ocurre con su hija, pero aún así, asintió.

-Por ahora.

Subió a su habitación y cuando cerró la puerta, le escuchó hablar.

-Tienes la misma cara ahora que cuando tenías cinco años ¿lo sabías?-miró a Cory, que estaba observando una de las tantas fotografías que había pegadas a la pared.

-¿Y tú sabes que no es de buena educación fisgonear en las cosas de los demás? -replicó, dirigiéndose al centro del cuarto.

Aún seguía sin saber como había acabado Cory en su habitación. Había sido él quien se había presentado en la puerta de su casa, nada contento.

-¿Qué haces aquí? -le preguntó Brooke, demasiado sorprendida. Agradeció que su madre no hubiera llegado aún de trabajar pues no tendría ni idea de como explicarle que Cory estaba allí, llamando a su puerta.

-¿Qué haces tú que no contestas ninguno de los mensajes que te hemos enviado?

Ni si quiera sabía que le habían estado enviando mensajes. Había estado tratando de evitar su móvil para así ignorar los mensajes de sus amigas. No se imaginó que ellos querrían hablar con ella.

-Tengo el móvil en silencio... no he estado muy pendiente de él.

Cory la miró de manera dura.

-Pues deberías estarlo.

-¿Se puede saber por qué estás tan enfadado?

Lo cierto es que ya estaba acostumbrada a la mala leche de Cory, pero no entendía por qué había decidido venir a su casa a estar de mal humor. ¿Es que se había vuelto loco?

-Paul y Aaron estaban preocupados -murmuró el chico, bajando la mirada, como si ya no quisiera mirarla a los ojos.

Y Brooke no pudo evitar sonreír. Tan solo un poco.

-¿Sólo ellos estaban preocupados? -preguntó, enarcando una ceja. Durante un instante creyó que Cory iba a dejar caer su mascara, incluso pareció ponerse algo nervioso, pero rápidamente se recompuso.

-¿Cómo se te ocurre no estar pendiente del teléfono después de todo lo que está pasando? -quiso saber él y entonces su voz ya no sonó tan dura, tan solo... preocupada.

De repente, Brooke sintió cierta culpabilidad.

-Tienes razón. Lo siento.

Ninguno de los dos dijo nada, tan solo se miraron.  No sabían que tenía los ojos del otro que, al final, siempre acababan buscándolos.

-Bueno, me alegra ver que estás bien. -Acabó diciendo él y dio un paso hacía atrás. Brooke supo que él se iba a ir y también supo que no quería que lo hiciera, que deseaba que se quedara. Había estado varios días sin verle y ahora que volvía a hacerlo, no quería que se acabara tan rápido.

Así que, antes de que él se diera la vuelta para alejarse, habló:

-¿Quieres entrar?

Eran pocas las veces que Cory se mostraba sorprendido y en aquel momento lo estuvo, ante esa simple e inocente pregunta. No se lo esperaba, y eso tan solo hizo que ella sintiera cierta satisfacción. Había algo gratificante en dejar sin palabras a un chico como Cory.

Y al final, él entró.

Sin embargo, ahora que estaba en su habitación, temía haber cometido un error. El tenerle allí, en su espacio, se le hacía demasiado raro pero al mismo tiempo lo correcto.

 No lo entendía.

-Toma. Te he traído esto -le dijo y sacó un pequeño paquete de galletas, un trozo de pan y una pieza de fruta de su bolsillo. -Supuse que tendrías hambre.

Cory se quedó mirándola de una manera que ella no supo interpretar. Su rostro pareció iluminarse. Era la segunda vez que Brooke le sorprendía en esa noche.

-¿Es que acaso crees que yo no tengo comida en mi casa, Brooke? -preguntó él y pudo ver como trató de sonar serio, cortante como siempre, pero al final pareció romperse. Sonrió un poco. Su mascara desapareció.

-¿Puedes dejar de ser un imbécil amargado por un momento y simplemente comer? -le contestó Brooke, divertida, y le tiró el paquete de galletas. -Nunca vas a probar algo tan bueno como esto.

Cory la miró durante un momento y una agradable sensación le recorrió todo su cuerpo. No estaba acostumbrado a que nadie se tomara demasiadas molestias por él y lo cierto es que aquel simple paquete de galletas le había hecho mucho más feliz de lo que se atrevería a admitir.

-Bueno... gracias -murmuró y tan solo esperó que Brooke no se diera cuenta de lo que acababa de provocar en él.

-Eso está mejor. No era tan difícil, ¿verdad? -se burló ella que sintió un ligero y agradable golpe en el pecho al ver que él casi volvía a sonreír. No era una sonrisa del todo pero si su boca se había curvado un poco y sus ojos brillaron. Eso era mucho viniendo de él. 

-¿Tú has comido? -preguntó entonces él.

-He cenado con mi madre.

Cory comenzó a andar por la habitación, como si ésta la perteneciese. Brooke se sintió una extraña en aquel cuarto en el que llevaba durmiendo toda su vida. Entonces, se sentó en el suelo.

-No entiendo por qué siempre os sentáis en el suelo -comentó ella. En su piso, él y Paul también se sentaban en la madera. -Mis asientos son muy cómodos.

-Paul me lo pegó. Juntarse tanto con él hace que te vuelvas un poco raro.

Al final, ella acabó sentándose en frente de él.

-¿Es que no vas a comer?

Él tardó unos segundos en responder, aún jugueteando con el paquete de galletas en sus manos.

-Nunca me ha gustado comer solo -comentó y entonces, abrió el paquete, sacó una galleta y le tendió una pero Brooke en un principio no la cogió. Él la observó con las cejas alzadas. -¿Es que vas a dejar que me muera de hambre, Brooke? -Su voz sonó igual de dura que siempre, como si lo estuviese diciendo completamente en serio y Brooke no pudo evitar sonreír; sabía lo que él estaba tratando de hacer. Sabía que él trataba de hacer que comiese, aunque tan solo fuese una simple galleta. Probablemente se había dado cuenta de que ella había estado adelgazando. 

-No, por supuesto que no voy a dejar que mueras de hambre. -aseguró y se llevó el dulce a la boca, dándole un mordisco. Nunca algo le había sabido tan bien y Brooke supo que jamás olvidaría la sonrisa que Cory le regaló en ese momento. Quiso memorizarla y guardarla en su memoria, como si de una fotografía se tratase y así poder mantenerla siempre con ella.

Nunca le había visto de esa forma, nunca había visto esa expresión en él y descubrió que aquella era su versión favorita de él.

Siguieron comiendo el paquete y Brooke no pudo evitar preguntarse en que momento comer unas simples galletas con alguien se había vuelto algo tan intimo.

Sin embargo, unos golpes en la puerta acabó con todo. Brooke pegó un salto, levantándose pero Cory siguió sentado como si nada. Sacó un cigarrillo y se lo llevó a los labios. Estaba a punto de encenderlo pero entonces Brooke se lo quitó.

-¿¡Qué estás haciendo?

-No me digas que no se puede fumar... -se quejó él. Le miró confundida, ¿es qué acaso no había escuchado como llamaban a la puerta? ¿Qué le pasaba a este chico?

-Tienes que esconderte -le ordenó, agarrando su mano y haciendo que se levantara y a pesar de todo, no pudieron pasar por alto el ligero calambre que sintieron al tocarse. Le devolvió el cigarro.

-Brooke, tienes veintiún años. ¿De verdad tienes que esconder a tu madre que tienes un chico en la habitación? -preguntó, divertido, pero aún así dejándose guiar por ella.

-Si ese chico eres tú... entonces sí.

Cory aún tenía esa diversión en su rostro, con el cigarrillo ahora entre sus dientes, cuando se metió en el baño.

Tras eso, Brooke abrió la puerta y su madre entró.

-Venía a darte las buenas noches -cuando se quiso dar cuenta, la mujer ya estaba sentada en la cama. -Y también quería hablar contigo.

Lo último que quería era hablar con su madre en estos momentos, no cuando estaba Cory a unos pocos metros escuchando todo.

-Mamá, podríamos dejarlo para mañana...

-Sé que has estado cogiendo mis pastillas para dormir -soltó entonces.

La había pillado. Era cuestión de tiempo que lo hiciese pero, ¿tenía que ser ahora?

-Solo fue una vez, estaba algo nerviosa por un examen y...

-La caja estaba casi vacía y la compré hace unos días -cortó su madre, cortando así su mentira. -Brooke,tan solo quiero ayudarte. Tienes que dejar que lo haga

-Ya te he dicho que no pasa nada.

-De acuerdo, no te voy a pedir que me cuentes lo que te ocurre si no estás preparada pero tienes que saber que estoy aquí y que puedes contar conmigo.

-Lo sé, mamá. Por supuesto que lo sé.

Su madre le cogió de la mano.

-Sé que las cosas se pusieron difíciles después de que tu padre se fuese y sé que tú lo pasaste tan mal...

Dios mio. Su madre estaba a punto de contar todos sus traumas delante de Cory.

-Mamá, todo está bien. De verdad. Creo que deberíamos ir a dormir.

Pero ella ya no parecía escucharla.

-Quizás si él estuviese aquí sabría lo que hacer... seguro que las cosas serían distintas.

-Mamá...

-Pareces la misma que cuando él se fue; no sonríes, no sales, no hablas y otra vez has vuelto a las pastillas. Tengo miedo de que recaigas, Brooke. Te ha costado mucho y sé que te has esforzado tanto para estar bien... no quiero que todo vuelva de nuevo.

Iba a morirse de la vergüenza. Cory estaba escuchando todo y su madre no parecía querer dejar de hablar. ¿Qué estaría pensando él de ella en estos momentos? Ni si quiera quería saberlo.

-Tú misma lo has dicho; estoy bien. Llevo mucho tiempo estando bien. Por favor, mamá, deja de preocuparte y vamos a dormir. Me muero de sueño. Podemos hablar mañana, ¿vale?

Por fuerte, la mujer acabó asintiendo y se levantó de la cama.

-De acuerdo, pero primero dame todas las pastillas que tengas -pidió, ahora muy seria. Brooke sintió como el mundo se le venía encima. No podía quitarle la única cosa que le hacía dormir por las noches. No podía hacerle eso. -Sé que tienes, así que no me mientas.

Estos días había estado quitándole más pastillas de lo que debería. Era lógico que su madre al final se hubiera dado cuenta. Había cometido un error; tendría que haber seguido como los primeros días, quitando tan solo una cada ciertos días pero tantas noches sin dormir le habían llevado a la desesperación. Esta última semana había estado tomando una cada noche.

-Mamá...

-Dámelas ahora. No me iré hasta que lo hagas. -Y sabía que lo decía completamente en serio por lo que al final, abrió el cajón donde las tenía guardadas y se las dio.

Su madre se despidió con un beso en la mejilla y la mirada llena de tristeza. Cory salió del baño en cuanto ésta salió por la puerta. Hubo algo extraño en su mirada y pudo ver también la curiosidad en él.

-No quiero hablar de ello, ¿vale? -le pidió Brooke por adelantado. Se dejó caer en el colchón, agotada. Él seguía mirándola.

-Tu madre se preocupa por ti. Se nota. -se acercó lentamente a ella y se sentó a su lado. -Tienes suerte.

Hubo cierta tristeza en su voz.

-Lo sé, pero contarle la verdad tan solo hará que se preocupe más. -se lamentó. -¿Qué hay de tus padres? Tú tampoco les contarás nada de esto, ¿no?

La mueca dolorosa que cruzó su rostro fue tan efímera pero aún así ella la notó. Se arrepintió de inmediato por haber abierto la boca.

-Digamos que ellos ya no se pueden preocupar por mi. Y tampoco quiero hablar de ello.

Brooke no iba a insistir. Se quedaron en silencio durante unos segundos. Ella seguía tumabada poca arriba, observando el techo y él sentado en la esquina del colchón, tratando de no mirarla de una manera tan evidente.

Al final ella volvió a hablar.

-Me ha quitado las pastillas -musitó, llevándose las manos a la cara. -¿Cómo se supone que voy a dormir ahora?

-No puedes depender toda tu vida de las pastillas... podrás superarlo, Brooke. 

-No te vayas todavía -le pidió ella de repente y se arrepintió de hacerlo. Se la veía tan desesperada... tan débil. Probablemente estaría asustando a Cory.

Pero él tan solo la miró como si estuviera luchando consigo mismo acerca de lo que estaba a punto de decir, de hacer. No sabía si era lo correcto para ella o incluso para si mismo. Pero, aún así, dijo:

-Puedo quedarme -la incredulidad se vio reflejada en el rostro de Brooke. -Puedo quedarme hasta que te quedes dormida.

Al oírlo, se dio cuenta de lo mucho que ella deseaba aquello.

-¿Te quedarías toda la noche? -se atrevió a pedir, sabiendo que una vez más se estaba arriesgando demasiado.

Y sin dejar de mirarla, Cory respondió:

-Me quedaré. 




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