Capítulo 12
Como habían acordado, la tarde del viernes los tres chicos salieron del castillo y echaron a andar hacia el límite del terreno desde donde podían aparecerse. Caminaban sumidos en un silencio angustioso que nadie se atrevía a romper. Habían repasado el plan durante horas. Evidentemente era una locura, pero tampoco parecía la más grande de todas las que habían llevado acabo. Quitarle a Umbridge el guardapelo, rescatar la espada de Gryffindor de un lago helado, enfrentarse a los inferi con Dumbledore, matar al basilisco... Harry no sabía exactamente dónde colocar la nueva aventura en la escala de peligrosidad.
Por la mañana, Dobby había visitado a Hermione con mucha ilusión para llevarle un paquete de Madame Black. El vestido negro era ajustado, más discreto de lo que solía llevar la bruja, pero de su estilo. Esa sola prenda tenía pinta de costar más que la casa de los padres de Hermione. Al probárselo, la estudiante se dio cuenta de que olía ligeramente al perfume de Bellatrix; aquello la hizo sentir extrañamente mejor. Las botas de tacón ya eran otra historia... La chica tropezaba cada diez metros, no entendía cómo alguien podía ponerse un calzado así por voluntad propia.
-Ya estamos aquí... - advirtió Harry cuando llegaron a la entrada donde terminaba encantamiento anti aparición que protegía el castillo.
Hermione sacó la poción multijugos mientras Harry se colocaba la capa invisible.
-Vale, mejor tomarla aquí para que no nos vea nadie -decidió la chica mientras le extendía a Ron el frasco amarillo.
-¿Cómo sabemos que Black no intenta envenenarnos? - preguntó Ron mirando el tubo con desconfianza.
Hermione puso los ojos en blanco en un gesto de hastío. Había confiado en que su amigo no hiciese la pregunta estúpida que había previsto su profesora.
-Porque me dijo que sería un desperdicio: prefiere la tortura.
Ron tragó saliva y asintió. Ambos se lo bebieron. Hermione sintió un cosquilleo y una sensación extraña y desagradable al notar su cuerpo mutar.
-¿Ha funcionado? - preguntó Hermione a Harry que era el único que podía verlos a los dos.
-Sí.. Sí, sí – confirmó Harry nervioso al ver ante sí a su temible profesora y a un mortífago desconocido bastante parecido a Ron.
A la chica le bastó bajar la mirada a su escote para comprobar que decía la verdad.
-Muy bien -contestó nerviosa ante la extraña sensación de ocupar el cuerpo de su amante-. Vamos, cuanto antes mejor.
Se cogieron de la mano y aparecieron en un callejón oscuro junto a un lateral del banco. Hermione y Ron se miraron y asintieron para darse ánimos. Entraron a Gringotts con menos seguridad de la que les gustaría. La chica oía resonar sus tacones sobre el suelo de mármol. Notaba las miradas reticentes de los duendes y cada vez se sentía más nerviosa. Se dirigió a una ventanilla y carraspeó.
-Quisiera entrar en mi cámara -dijo con toda la firmeza que pudo.
-¿Identificación? Preguntó el duende sin mirarla.
-No creo que eso sea necesario – replicó intentando imitar el tono despectivo de su profesora.
-¡Madame Black! -exclamó con una mirada ligeramente asustada- Por supuesto, acompáñenme.
Subieron a uno de los vagones asegurándose de hacerlo despacio para que a Harry le diese tiempo a montar con la capa. El duende se colocó a la cabeza, de espaldas a ellos y empezó a guiar la vagoneta. El ritmo vertiginoso con el que el aparato corría, caía y volvía a ascender entre las paredes rocosas no era más rápido que el del corazón de los chicos. De repente, se aproximaron a una cascada que caía sobre la vía. "¿Qué es eso?" preguntó Harry nervioso. La respuesta no llegó. El agua los empapó por completo mientras Hermione sentía como su cuerpo volvía a su esencia. En ese momento, el vehículo descarriló bruscamente por la fuerza del agua y los cuatro ocupantes cayeron cincuenta metros hacia abajo. En el último segundo, la castaña convocó un encantamiento amortiguador para evitar la muerte. Durante unos segundos, sonó una especie de alarma de seguridad.
-¿¡Qué demonios...!? - empezó a exclamar el duende cuando se dio cuenta de que sus acompañantes habían mutado.
-¡Imperio! - exclamó Harry.
-¿Qué ha pasado? - preguntó Ron al duende cuando fue evidente que la maldición le había poseído por completo.
-La perdición del ladrón -contestó él -. Elimina todos los encantamientos, suele ser mortal. Habrá activado la alarma...
La explicación quedó cortada cuando se oyó un rugido en la lejanía. "Eso no suena bien" comentó Ron. Conforme avanzaban, el sonido iba aumentando de decibelios. Que supieran que había un dragón defendiendo la cámara no quitaba el miedo que su visión les provocó. El ironbelly ucraniano era enorme, mucho mayor que todos los que utilizaron en el Torneo de los Tres Magos. Media casi veinte metros. Se hallaba encadenado por el cuello y las patas, pero en cuanto detectó a los visitantes su gigantesca mandíbula se abrió y se preparó para abrir fuego. Inmediatamente, el duende cogió una especie de sonajeros y les indicó que los hicieran sonar. El dragón los relacionaba con el dolor. Esta vez, Hermione no calló que le parecía una crueldad. Lo sortearon lentamente guardando la mayor distancia posible. Finalmente, el hechizado duende les indicó que esa era la cámara que buscaban.
Hermione sacó la llave. Entraron y la puerta se cerró tras ellos. Utilizaron sus varitas para iluminar la sala. Era la cámara más grande que cualquiera de los tres había visto jamás. Desde el suelo hasta el techo había estanterías repletas de objetos de oro, plata y piedras preciosas. Incluso el suelo estaba cubierto de copas, coronas y joyas. Avanzaron con cuidado. "¡No toquéis nada!", recordó Hermione.
Por mucho que la bruja oscura le hubiese indicado que el horrocrux se encontraba en una de las estanterías superiores, no contaba con que la cámara fuese tan grande. Harry empezó a recorrer la sala lentamente. Confiaban en que él notara cuál de aquellos objetos era el que buscaban.
-¿Está aquí, Harry, lo oyes?
El chico iluminó la sala y sin moverse, siguió con los ojos el susurro en pársel que flotaba en el aire. "¡Esa de ahí!", señaló Harry. En un rincón alto al fondo de la sala se alzaba la deseada copa. Hermione pronunció el encantamiento levitador que la bruja oscura le había enseñado. Durante unos segundos no pasó nada. Después, todos los objetos empezaron a temblar. Se escuchaban los sonidos de un metal contra otro. La copa de Helga Hufflepuff voló con rapidez hacia Hermione. La atrapó y la metió en su bolso. Salieron corriendo.
Notaron que algo iba mal cuando la atmósfera se volvió mucho más cargada. El dragón se hallaba furioso lanzando llamaradas. Los magos de seguridad que habían sido alertados por la alarma intentaban sortearlo para atrapar a los intrusos. La situación era curiosa: lo único que les protegía de ser apresados era el enorme dragón que se alzaba entre ellos y sus perseguidores. El problema era que la salida estaba al otro lado. La cosa no iba bien. Una ráfaga lateral que el trío esquivó de milagro atrapó de lleno al duende que les acompañaba. Quedó carbonizado al instante.
-¿Alguna idea Hermione?
-Tengo una... ¡Pero es una locura! - gritó la chica - ¡Reducto!
El dragón quedó liberado de sus cadenas. Harry y Ron vieron como su amiga miraba hacia la bóveda que se alzaba a cientos de metros sobre ellos. Comprendieron la idea. Pero había un problema.
-¡No podemos acercarnos a él, se mueve mucho, está demasiado nervioso! - exclamó Harry intentando rodear al animal sin éxito.
El dragón rugía, lanzaba llamaradas en todas direcciones, daba coletazos y se agitaba sin parar para saborear su recién alcanzada libertad. Al otro lado, escuchaban a los guardias pedir refuerzos: su número disminuía con cada ataque de la fiera.
Hermione estaba terriblemente asustada y casi tan nerviosa como el animal. No era capaz de pensar en un plan C. Agarró su colgante sin ser consciente de lo que hacía y pensó que si moría ahí, al menos sería envuelta en el olor de Bellatrix. Al instante, del medallón brotó una luz plateada y un dragón, asombrosamente parecido al real, se formó ante ellos. La estupefacción de Hermione fue casi tanta como la de sus amigos. El patronus de Bellatrix era mucho más grande que la primera vez que lo había invocado para probar. No fueron los únicos sorprendidos.
El ironbelly ucraniano se quedó paralizado. Sus enormes ojos rojos se hallaban fijos en la figura transparente que se mecía suavemente frente a él. "¡Ahora!", gritó Hermione utilizando un encantamiento de levitación para colocarse sobre la escamosa espalda del animal. Harry y Ron la imitaron. En cuanto los tres estuvieron firmemente sujetos, el patronus comenzó a ascender hacía la cúpula. Torpemente, tras años de confinamiento entre cadenas, la versión de carne y hueso de la criatura empezó a seguir a su homólogo. Trepó por las paredes rocosas hasta que el espacio se hizo más amplio. Entonces, alzó el vuelo. Ascendió durante dos minutos persiguiendo al patronus y cuando este atravesó el techo, el animal se lanzó tras él. El suelo de la planta calle del banco reventó de inmediato. Los duendes salieron corriendo sin echar un segundo vistazo al animal (y sin detectar por supuesto a sus ocupantes). Los cerebros de los pocos que se quedaron paralizados ni si quiera registraron el segundo en el que el dragón abrió las fauces y escupió una llamarada de veinte metros de largo. Simplemente dejaron de existir.
El patronus de Bellatrix se elevó sobre la cúpula acristalada del banco e inmediatamente fue seguido por su compañero. Los tres chicos respiraron el aire del cielo londinense mientras se intentaban proteger de la lluvia de cristales que caía sobre ellos. Durante varios kilómetros, el ironbelly persiguió a la figura plateada. Finalmente alcanzaron un lago junto a un bosque y el patronus se desvaneció. Los chicos captaron la señal, se soltaron y cayeron al agua. El dragón se alejó volando, disfrutando de su libertad.
Los estudiantes nadaron hacia la orilla con la única fuerza que la adrenalina les confería y la luna llena como única fuente de luz. Cuando alcanzaron tierra, utilizaron un hechizo para secarse. Cayeron al suelo agotados por la falta de aliento y de energía. Hermione comprobó los daños físicos: algunos arañazos y pequeños cortes por los cristales, pero nada grave. El silencio del paraje se mantuvo inquebrantable durante cinco minutos, necesarios para la recuperación física de los chicos. Hasta que Harry habló:
-¿Cómo has hecho eso, Hermione? ¡Tu patronus es una nutria! Y nunca he visto uno tan grande y menos con forma de criatura mitológica.
-Bell... la profesora Black -se corrigió escondiendo la familiaridad- me dejó este colgante por si necesitábamos ayuda. Era su patronus, no el mío.
Los chicos miraron el diamante. Cuando Harry lo tocó, se apagó de inmediato y se convirtió en una piedra sin valor alguno; lo mismo sucedió cuando lo acarició Ron. En cuanto volvió a descansar sobre el cuello de la castaña, recuperó su estado brillante. Ninguno conocía la piedra ni mucho menos el encantamiento.
-¿Pero, pero...? -siguió Harry para desgracia de Hermione que lo último que quería era profundizar en la historia- ¿cómo es posible que su patronus esté ligado a un objeto y cómo has podido invocarlo tú?
Hermione levantó los brazos en señal de rendición:
-No lo sé, Harry, no lo sé. Es una joya de la familia Black. De la rama de las hermanas Black, no de la de Sirius -añadió al ver que el Elegido abría la boca para mentar a su padrino-. Es una de las familias más aventajadas en el uso de la magia, así que supongo que encontrarían la forma...
Los dos chicos asintieron lentamente sin quedar satisfechos con la explicación pero aceptando que Hermione no sabía nada más.
-Deberíamos destruir el horrocrux inmediatamente como dijo Dumbledore -manifestó Hermione para cambiar de tema mientras sacaba con miedo la copa del bolso.
La colocó en el suelo frente a ellos. A pesar de que solo Harry oía los susurros, todos notaban que un corazón parecía latir dentro del objeto. Se revolvía en el suelo como deseando ser liberado. Los dos chicos se miraron.
-Hermione... -empezó Ron.
-Creo que deberías hacerlo tú – terminó Harry.
La chica levantó la cabeza y los miró alarmada.
-¿Qué? ¡No, no, no! ¡No puedo hacerlo! - chilló asustada.
-Hermione -repitió Harry mirándola a los ojos-, yo destruí uno y Ron otro. Este lo has conseguido tú. De no ser por ti, hoy habríamos muerto varias veces.
-Claro que puedes, eres la más fuerte de nosotros -aseguró Ron.
La chica negó repetidamente con la cabeza cerrando los ojos. Hasta que se dio cuenta que no le quedaba otra. Era verdad. Ambos habían pasado al mal trago de destruir un horrocrux. Faltaba ella. Respiró hondo y lo meditó. "Está bien" susurró. Los chicos la miraron y Ron le colocó una mano en el hombro.
-Recuerda que esa cosa te atacará -advirtió Ron-. Se mete en tu cabeza y juega con tus miedos.
-Pero no es real, Hermione, cualquier cosa que sientas u oigas no es real. Tú solo destrúyelo inmediatamente.
Hermione asintió con la cabeza. Tragó saliva. Volvió a buscar en su bolso hechizado y sacó la tela con la que habían cubierto el colmillo de basilisco que Harry y Ron habían recolectado la tarde anterior. En cuanto sus dedos rozaron el arma y el objeto maldito notó la proximidad, la copa se empezó a sacudir violentamente delante de ella. Una niebla gris oscura lo cubrió todo. Sus amigos, su propio cuerpo, el paisaje e incluso el cielo desaparecieron. Le costaba respirar y sentía gotas de sudor frío formándose en su espalda. Miró a su alrededor horrorizada, intentado moverse. El vestido se le enganchaba en los guijarros del suelo, pero ni siquiera sentía los arañazos en su piel. En medio de la bruma, frente a ella, se empezó a formar una figura deforme con rasgos de reptil. Voldemort. Lo sentía dentro de ella, en su cuerpo, en su cabeza, en sus pensamientos más recónditos. Entonces lo oyó:
-Hermione Granger... -siseó la voz chirriante del mago tenebroso- El cerebro del trío de oro... Tan inteligente y no te das cuenta de que sigues siendo la patética niña repelente sin amigos. Solo te utilizan para que los ayudes, para que los mantengas con vida... Dumbledore lo sabe, todos te utilizar...
La chica notaba todos sus miembros agarrotados. El colmillo seguía en su mano pero ya no lo sentía. A lo lejos, muy lejos, sus amigos gritaban: "¡No le hagas caso, Hermione!", "¡No es real, no es de verdad!". Estaban casi junto a ella, separados únicamente por el muro de niebla, pero parecería que océanos de tiempo los distanciaran. Apenas llegaba a ella un murmullo de sus gritos.
-Cuando hayáis terminado, te abandonaran. Y estarás sola -continúo la figura de Voldemort-. ¿Porque sabes qué es lo mejor? He matado a tus padres... ¿Creías que mandarlos a otro continente evitaría que yo, el mago más poderoso de la tierra, los encontrara y aniquilara?
La figura rió de forma grotesca. Se acercó a ella. Hermione había olvidado la copa y el colmillo, tampoco recordaba a sus amigos que la exhortaban a actuar desde lo que parecía el infinito. Simplemente estaba en el suelo petrificada. La cabeza le daba vueltas, sentía como si alguien hubiese violado su cerebro y desgarrado su interior. Un sentimiento de patetismo envolvía todos sus pensamientos. Tenía los ojos muy abiertos y la boca completamente seca. Entonces, la figura reptiliana volvió a abrir la ranura que tenía por boca:
-¿Y sabes que es lo mejor? -preguntó en tono burlón- Que ella siempre será mía.
"¡No, no, no!" oyó pensar Hermione a su entumecido cerebro. Junto a Voldemort, otra figura surgió de entre la niebla. Era Bellatrix. O mejor dicho, la versión más demente de Bellatrix: la melena oscura completamente enmarañada, los enormes ojos negros inyectados en sangre, los largos dedos huesudos que sujetaban su varita curva, la piel de un pálido color ceniza, la sonrisa cruel que gobernaba su rostro. La chica temblaba horrorizada pero no conseguía apartar la mirada del juego de espectros, su cerebro no procesaba la orden, ni siquiera pestañeaba. Entonces, la forma de su novia inclinó la cabeza y adoptó una mueca de fingida tristeza:
-Pobre... Pobrecita sangre sucia.. Crees que tienes valor e inteligencia y en realidad eres terriblemente estúpida. Te dejas engañar por cualquiera...
Hermione no se dio cuenta de que dos finos ríos de lágrimas empezaban a hacer cauce en su rostro. Ya no oía a sus amigos. Ya no olía a Bellatrix en su ropa tranquilizándola. En algún recoveco de su cerebro una voz susurraba algo relativo al colgante. Imposible. Sus pensamientos no encontraban conexión y sus manos caían inmóviles como troncos de leña.
-¿Crees que yo, la última descendiente de la casa más noble con la sangre más pura del mundo mágico, me enamoraría de ti, de una patética sangre sucia?
La figura de Bellatrix produjo entonces una carcajada espeluznante que empapó cada célula de la estudiante.
-Ha sido tan fácil engañarte... La verdad es que esperaba que murieras hoy en el banco... Pero bueno, así podré torturarte yo misma. Soy la mejor, ¿sabes? -volvió a reír con crueldad y orgullo- Y nunca dejaré de amar y ser fiel a mi Señor...
En ese momento, la dos figuras entrelazaron sus cuerpos. La imagen del rostro cadavérico de Voldemort inclinándose para besar a Bellatrix cuyas carcajadas seguían haciendo eco, actuó de detonante. Hermione levantó su brazo aletargado y clavó el colmillo del basilisco en la copa. Al instante, acompañado de un aullido gutural, un humo negro salió del objeto y desapareció. La niebla se disipó. El cielo nocturno de Londres volvió a dibujarse sobre su cabeza. Se veían árboles en la distancia. Hermione se abrazó las rodillas llorando. Se preguntó si aquellas alucinaciones habían tenido lugar solo en su mente. Los rostros demudados de sus amigos le confirmaron que no había sido así. Tardaron cinco segundos de más en recorrer los escasos metros que los separaban para abrazarla y musitarle palabras de calma. Y aun cuando lo hicieron, notó que el estupor de la reciente revelación seguía muy presente en sus gestos. Sin intercambiar una palabra, juntaron sus brazos y se aparecieron en el límite de Hogwarts.
Caminaron en silencio. Hermione empezaba a ser consciente de lo desastroso de su imagen: los cortes, los arañazos, los desgarrones del vestido... Sentía que se movía como un autómata, no era consciente de sus propios movimientos. En alguna capa de su ser, albergaba orgullo por haber destrozado el horrocrux y haber vencido a sus miedos. Pero de momento, en la superficie solo había vacío y parálisis. Ni siquiera era capaz de procesar la alerta de preocupación que le mandaba el cerebro: sus amigos acababan de enterarse de su relación con Bellatrix. O por lo menos Harry, para él era evidente. Hermione vio en su mirada que en el momento en que el horrocrux mostró a la duelista, el chico había encajado todas las piezas. El misterio, lo complicado de la relación, su férrea defensa de la profesora, el colgante con el patronus, la forma en que había huido a llorar cuando Ron y él la criticaron... Incluso el amor por la anteriormente detestada asignatura de Defensa contra las Artes Oscuras que Hermione empezó a sentir durante el quinto curso tuvo sentido para el Elegido. A Ron le había costado más. Pero la visión había sido lo suficientemente específica para que no quedara duda. En el fondo, la chica agradecía su estado catatónico: sabía que era lo único que frenaba los impulsos de sus amigos de gritarle y preguntarle que qué demonios hacía con su profesora veinte años mayor que ella y apasionada de la magia negra.
Cuando se acercaron a la entrada, Harry carraspeó. Tenían autorización de Dumbledore para salir del castillo, pero él mismo les había dicho que si podían evitar que se conocieran sus salidas, mejor. No sería sencillo explicar por qué los tres chicos volvían a las dos de la mañana llenos de arañazos y con el aspecto y el ánimo de quien ha presenciado su propio funeral.
-Creo que sería mejor que nos metiéramos bajo la capa para llegar a la torre -sugirió Harry sacando la prenda.
-Id vosotros -contestó Hermione con voz ida – tengo que ver a alguien.
-Hermione... -empezó Harry entendiendo perfectamente a quién quería ver.
-Mañana hablamos -contestó con voz firme alejándose en dirección a las mazmorras.
Harry y Ron se miraron, sabían que era mejor dejarla sola y no discutir en caliente. Se ocultaron bajo la capa y volvieron a sus habitaciones en Gryffindor.
La chica buscó el muro de piedra tras el que se desplegaban las mazmorras y repitió la contraseña que había escuchado a su profesora: "Mamba negra". La puerta se abrió y Hermione dio gracias de que no la hubieran cambiado. Le extrañó no haber encontrado a ningún auror en todo el trayecto, supuso que Dumbledore habría reducido la vigilancia para facilitar su misión. En los pasillos y la sala común de Slytherin tampoco había nadie. La luz verdosa del Lago Negro que se hallaba justo encima de aquella zona mitigaba un poco la oscuridad. Tardó diez minutos de pasillos idénticos en encontrar el cuadro del cuervo que protegía las habitaciones de Bellatrix. Cuando por fin dio con él, con un nudo en el estómago y siendo consciente de la ironía murmuró "Toujours purs". La puerta se abrió. La oscuridad y un silencio tenso se desplegaron ante ella.
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