Capítulo 11
Durante la comida ni la bruja oscura ni Snape se dejaron ver por el Gran Comedor; detalle que Harry y Ron parecían dispuestos a criticar hasta que una mirada asesina de su compañera les frenó en seco. Hermione comió sin muchas ganas mientras le daba vueltas a qué historia podría haber llevado a la duelista a guardar un horrocrux en su cámara de Gringgots.
Cuando faltaban cinco minutos para la hora acordada, la gryffindor se personó en la puerta del despacho de la profesora de Defensa contra las Artes Oscuras. Llamó pero no obtuvo respuesta. La puerta estaba cerrada y no se oía ruido dentro. Hermione miró su reloj y decidió esperar a que llegara. Estaba nerviosa y sentía un nudo en la garganta. No sabía cómo reaccionaría Bellatrix, de qué humor estaría o si querría hablar con ella. Igual hubiese sido mejor idea que hubiera ido Harry...
-Lamento el retraso, Miss Granger -se disculpó Bellatrix con frialdad.
-No... No pasa nada, profesora – balbuceó la chica entristecida por haber retrocedido a tratarse por el apellido.
La slytherin abrió la puerta, indicó a Hermione que entrara con un gesto y cerró la puerta tras ella. Ocupó el sillón de su escritorio y le señaló a la chica el asiento de enfrente. Hermione se sentó y la miró. La bruja estaba aún más pálida de lo habitual -si acaso eso era posible- y aunque lo intentaba esconder, el cuerpo entero le temblaba. Parecía realmente enferma. A la estudiante le dio un vuelco el corazón al verla así. Abrió la boca para preguntarle si se encontraba bien, pero la bruja, con los codos apoyados en el escritorio y frotándose las sienes como para centrarse, se le adelantó.
-Dumbledore ha tenido el detalle de informarme de la situación -comenzó.
Su tono evidenciaba que no lo consideraba un "detalle" en absoluto.
-Y si a él no le parece un disparate mandar a tres críos a robar uno de los objetos más peligrosos de todos los tiempos, ¡quién soy yo para opinar! -siguió ella.
A Hermione le dolió el calificativo de "críos", pero no pudo evitar estar de acuerdo con la sentencia.
-Así que acabemos cuanto antes.
Abrió un cajón de su escritorio y extrajo dos pequeños frascos con líquidos de colores que la chica identificó como poción multijugos.
-Tú beberás este -dijo alargándole el primero de color morado oscuro -. Este dáselo a Weasley -indicó dándole el segundo más amarillento-. Cuando te pregunte cómo fiarse de que no trato de envenenaros, dile que prefiero la tortura -comentó como si tal cosa-. Potter tendrá que ponerse la capa de invisibilidad, no hay más mortífagos que nos podamos arriesgar a suplantar.
Hermione asintió sin llegar a entenderlo pero sin atreverse a preguntar.
-Esta es la llave de mi cámara -se la dio también-. Y creo que eso es todo -murmuró mirando a su alrededor por si olvidaba algo-. Le pediré a un elfo que te lleve un vestido y unas botas...
-¿Cómo? - preguntó la chica.
El tono monótono y desganado de las palabras de Bellatrix le dificultaba aún más seguirla.
-No pensarás que yo iría a Gringotts en vaqueros o con cualquier ropa muggle, ¿no?
Hermione lo comprendió y miró el frasco con la poción.
-¿Voy... voy a hacerme pasar por ti?
La bruja asintió sin mostrar emoción alguna.
-Lo haréis mañana por la tarde, a última hora, no habrá nadie. Acércate al mostrador y dile al duende que quieres entrar en tu cámara. Os llevarán. Está protegida por un dragón -comentó como si nada-, un ironbelly ucraniano, pero está encadenado y con el duende lo sortearéis sin problema.
Hermione pensó que aquello era una barbaridad y una crueldad. Pero no era el momento de expresarlo. En lugar de eso, acarició inconscientemente el colgante que la bruja le había regalado y que contenía su patronus dragón.
-Una vez dentro es muy importante que no toquéis nada. Explícaselo a los lumbreras de tus amigos para que tengáis alguna oportunidad. Todos los objetos están protegidos por el encantamiento geminio: cualquier cosa que toquéis, se multiplicará hasta ocupar toda la sala. Además, está el hechizo flagrate, que torna al rojo vivo el objeto tocado; pero creo que con ese ya estás familiarizada.
Hermione sintió la culpabilidad al mirar la quemadura en su mano. "Bella, yo..." empezó a disculparse. La bruja levantó la mano para pedirle silencio.
-Encontraréis la copa de Hufflepuff en uno de los estantes superiores, pero es imposible llegar hasta ella sin que todo arda y se multiplique. Obviamente no vale con un accio. ¿Leíste el libro que te envié en Navidad sobre encantamientos para proteger objetos?
La chica asintió al momento.
-Si utilizas levitate tenebrare el objeto oscuro más poderoso de la cámara volará hacia ti. Lo cogéis y os vais lo más rápido posible. ¿Alguna duda?
Hermione no supo por donde empezar, ni siquiera sabía si quería hacerlo. Decidió comenzar por la pregunta que consideraba más importante para el éxito de la misión:
-¿Habría alguna forma... podría hacer algo para que me perdonases? - preguntó buscando los cansados ojos de la profesora.
Bellatrix la miró sorprendida, no era en absoluto la pregunta que esperaba. Su expresión se suavizó. Pareció darle vueltas durante unos segundos.
-¿Por qué lo hiciste?
-No lo sé. No quería cotillear, pero me da miedo que elijas a Voldemort... que no estés de nuestro lado.
Para su sorpresa, la bruja no montó en cólera ni se rió como una loca, solo asintió lentamente.
-Podría pasar... - confesó Bellatrix- podría elegirlo a Él...
-¿Y no puedo hacer nada? - preguntó Hermione con voz ahogada.
La bruja la miró y decidió que era hora de contarle su historia, aunque fuese resumida y ahorrándole los detalles escabrosos.
-Siempre he sido así. En todas las generaciones de los Black hay antecedentes de locura, demencia y trastornos narcisistas, especialmente en los primogénitos. Supongo que yo tengo un poco de cada. Curiosamente, con los trastornos viene también una extraordinaria capacidad para la magia. Mis padres no eran normales, aunque he tardado muchos años en darme cuenta. Querían un niño y nací yo. Y luego mis hermanas. Yo daba problemas. Según me contaron, desde pequeña lloraba y gritaba sin motivo aparente. A todas horas. La magia dentro de mí luchaba por salir. Mi padre lo solucionaba con hechizos; solo que en lugar de usar hechizos tranquilizadores o insonorizantes, prefería los de tortura. De cuando en cuando, mi madre le comentaba que probar esos conjuros con una niña de seis años no podía ser muy bueno.
La bruja oscura se había levantado y miraba por la ventana. Hermione agradeció que le diera la espalda para que no viera su expresión de angustia.
-Andy y Cissy eran más calmadas, nunca causaron los problemas que daba yo. Andy era la favorita de mi padre por su fuerza y su carácter más dócil y Cissy la de mi madre porque era preciosa. Cada uno protegía a la suya. Intentaban no juntarlas conmigo, por si la locura se contagiaba, supongo. Parecía que yo no necesitaba protección. A los cinco años, cogí la varita de mi madre para jugar y maté sin querer a la pitón que mi padre tenía como mascota. Me encantan las serpientes, pero aquella criatura me odiaba casi tanto como su amo. Cuando juzgaban que me había portado mal, cuando tenía pesadillas y lloraba, por ejemplo, me encerraban con ese bicho en un cuarto del sótano. No era venenosa, pero tenía colmillos y se enroscaba rápido. Los elfos domésticos me curaban lo mejor que podían. Aún así, no fui consciente de lo que hacía cuando vi que la luz verde salía de la varita mi madre. La magia, especialmente la oscura, era muy poderosa en mí y era lo único que tenía para entretenerme. La serpiente murió en el acto. El castigo por aquello fue... -viendo como Hermione trataba de contener las lágrimas, cambió de idea- Vamos a saltarnos esos años, ya te haces una idea
-Lo siento... -musitó la chica entre sollozos.
-¿Por qué? - preguntó Bellatrix desconcertada.
Al no obtener respuesta, decidió seguir.
-Conforme crecía, mis padres empezaron a tenerme miedo. La mayoría de la gente muere sin ser capaz de utilizar cualquiera de las maldiciones imperdonables. Yo lo hice con cinco años sin preparación alguna y sin varita propia. Claro que era lo que veía en casa... Cuando entré en Hogwarts, vi el cielo abierto. Por fin me libraba de mis padres y podría relacionarme con mis hermanas y tener amigos. Pero nadie parecía interesado. Andy y Cissy habían pasado toda su infancia escuchando en boca de mis padres que era una enferma demente y tenían que tener cuidado. A pesar de ello, pasaban algunos ratos conmigo y me incluían en sus excursiones de vez en cuando. McGonagall intuyó que algo me pasaba y me ofreció ver a un sanador de almas. Al principio me negué, pero a las pocas semanas reconocí que estaría bien tener a alguien con quien hablar. Me iba bastante bien y me ayudaba. Cuando mis padres se enteraron, por poco me sacan del colegio. Al sanador nadie lo volvió a ver. Una cosa es tener una hija loca y torturarla; otra muy distinta es ir por ahí dando pruebas de ello. Eso dificultaba mucho la tarea de casarme, mi única función en la vida. Mis compañeros sabían que tenía problemas y les daba miedo. Yo los veía tontos y débiles y no me interesaban.
Hizo una pausa en el relato para ofrecerle un vaso de agua a Hermione que aceptó agradecida.
-Las clases eran bastante frustrantes. Poco había que pudieran enseñarme. Había estudiado y practicado magia en la biblioteca de casa con profesores particulares desde los seis años. A los once era capaz de crear un fiendfyre controlado, ¿y pretendían enseñarme a levitar una pluma? Parecía broma. Como te conté, solo leía y buscaba amigos entre las criaturas del bosque. Pasaron los años. La relación con mi familia era cada vez peor. Mi cruciatus era mucho más dañina que la de mi padre. Durante mi cuarto año, en el baile de Navidad en la mansión Black, me presentaron a un hombre mayor que se interesó por mí. Tom vio en mí un potencial excepcional para la magia negra y para su causa, así que convenció a mis padres para que le dejaran ser mi tutor. Me enseñó conjuros y maldiciones al alcance de muy pocos. También me castigaba, claro, pero no era como mi padre... Él creía en mí.
A Hermione casi le dio miedo su tono, la reverencia con la que hablaba de Tom Riddle.
-Me enamoré completamente. O me obsesioné, más bien; dada mi dudosa salud mental, era difícil distinguir. Cuando cumplí dieciséis me pidió que me uniera a su causa. No me hacía ilusión ser la segunda de nadie, pero aquel hombre me había ayudado tanto... Me había dado un propósito en la vida, no podía decirle que no. Hasta que vi las cosas que hacían él y sus mortífagos. Me asusté (y no es fácil asustarme). Yo creía firmemente en la superioridad de la sangre pura como me habían enseñado siempre. ¿Pero torturar a muggles por diversión? Más que cruel me parecía estúpido. Y no tolero la estupidez. La situación empeoró cuando mis padres me comunicaron que nada más terminar los estudios me casaría con Rodolphus Lestrange, un imbécil baboso y medio idiota. Se dedicó a contar a todo el colegio lo que pensaba hacerme durante la noche de bodas y tuvimos varios enfrentamientos con varitas y sangre. Voldemort me ofreció librarme del matrimonio si me unía a él; no quería obligarme a tomar la marca, necesitaba mantener mi devoción intacta. Entonces Andy, la favorita de mi padre, huyó de casa con un sangre sucia sin decirnos nada a Cissy y a mí. Adivina a quién castigaron en su lugar.
La bruja se había sentado en el suelo, pálida y cansada, pero siguió hablando.
-No sabía qué hacer ni a quién recurrir. Le pedí ayuda a Dumbledore. Me da igual cuanto lo adoréis, ese hombre nunca se ha preocupado por nadie, solo por "el bien supremo". Todos somos simples peones en su plan. Mira como lleva toda su vida mandado a Harry, un crío huérfano, a luchar sus guerras... Lo mismo que hizo en su día con Scamander. Me da asco. Al menos Voldemort utiliza a adultos.
Hermione retorció las manos nerviosa dándose cuenta de que no podía rebatirle aquello.
-El caso es que el viejo debió pensar que le había tocado la lotería. Me aseguró de forma velada que la única opción era unirme a Voldemort y ser espía para su querida Orden. Me prometió impunidad por todo lo que tuviese que hacer para mantener mi coartada. Acepté, ¿qué iba a hacer? Me daba miedo ser una mortífaga. No por la magia negra, disfrutaba mucho con ello. Pero sabía que corría el riesgo de perderme. Mi lado oscuro siempre ha sido mucho más poderoso que el luminoso y toda la gente a mi alrededor se ha esforzado en potenciar el primero. Pensé que me volvería loca del todo. Envidiaba a Andrómeda, pero yo no tenía a nadie con quien huir. A pesar de estar orgullosos de que me uniera a la causa, mi padre y los Lestrange insistieron en forzarme a casarme con Rod. Voldermort me obligó a matar a mi padre por contradecir sus deseos. Y no lo negaré: es uno de mis recuerdos favoritos. Así que me impuso la marca y me empezó a encomendar misiones que yo cumplía lo mejor que podía, centrándome en la tortura para evitar matar a nadie. Cuando me enteraba de algo importante, se lo transmitía a Dumbledore. Pero claro, cada triunfo de la Orden suponía un fracaso de Voldemort y conllevaba un castigo para mí... -relató la bruja en todo cada vez más bajo.
La joven se sentó en el suelo junto a su profesora y la cogió de las manos. La duelista no parecía notar su presencia, hablaba para sí misma.
-Me volví loca. Clínicamente. No sabía en qué bando estaba, no identificaba quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Lo único que me mantenía con vida era el poder, ser la bruja más poderosa de la Comunidad Mágica, la mejor duelista. Me encantaba la magia de forma demencial. Cuando creaba un fuego y veía como ardía todo, sentía que no había nada que no pudiera controlar, que nadie me podía detener. Me intentaba convencer de que ese era mi propósito en la vida. Pero en el fondo solo quería a alguien que creyera en mí sin utilizarme. Y esos no eran Dumbledore ni su orden. A Ojoloco y al resto de aurores nunca les caí bien. No se fiaban de mí y Dumbledore... usa palabras grandilocuentes y expresiones vacías pero cuando le pedí ayuda, siempre miró por su causa, nunca por mí. Por eso, cuando Voldemort me entregó un pedazo de su alma para que lo custodiara... Nunca me he sentido tan importante. Vosotros habéis estado en contacto con horrocruxes, ¿conoces la sensación al llevarlo junto a ti?
Hermione asintió. Recordó perfectamente su experiencia con el guardapelo: como les atrapaba, les susurraba cosas y les lleva a enloquecer. Fue la causa de que Ron les abandonara por unas semanas. Recordó también cómo el diario poseyó a Ginny por completo.
-Si a vosotros que pretendíais destruirlo os afectó profundamente, imagínate a mí que lo atesoraba como mi posesión más valiosa. Me poseyó, claro. Era como tener a Voldemort dentro de mí. No quería separarme de él para guardarlo en Gringotts. Pero lo hice y se lo conté a Dumbledore. No he vuelto a esa cámara desde entonces (tengo varias con diferentes nombres por lo que pueda pasar, los duendes se venden por la cantidad suficiente). Entonces, tu amigo, el bebé Potter derrotó a Voldemort. Que lo debilitara un crío me hizo replantearme las cosas. Con él desaparecido, los aurores se dedicaron a dar caza a los mortífagos. Había una bruja que me la tenía especialmente jurada por los problemas que llevaba años causándole: Dolores Umbridge. Dumbledore me había prometido impunidad, pero no me fiaba de él. Tampoco ayudaba que los Lestrange, aún enfadados porque rechacé el matrimonio, me culparan de sus asesinatos y torturas. Yo nunca lo negué, reforzaban mi coartada ante el Señor Oscuro. Pasé muchos años huyendo, escondida. Pero al final me rendí. Ya no me importaba nada, quería morir. Me presenté ante Dumbledore rezando porque me ayudará de una vez.
Bellatrix rió en voz alta sacudiendo la cabeza
-Una vez más, por el bien supremo, me dijo que lo mejor era que ingresara en Azkaban. El Señor Oscuro regresaría y me consideraría su más fiel seguidora. Me darían un trato favorable, no sería como el resto de presos. Me negué. Quería morir, no convertirme en un espectro en vida. Pero Moody, Umbridge (para joderme a mí sí se pusieron de acuerdo) y un ejercito de aurores se aseguraron de que acabase en ese maldito agujero. Pasé ahí cinco años. Es el lugar más terrorífico del mundo... así que era como estar en casa. Por supuesto no hubo ningún trato de favor. El único hechizo que se me ha resistido siempre es el patronus, pero no me hacía falta. Los primeros días los dementores se me acercaban, hambrientos de recuerdos felices -la bruja soltó una carcajada- pero morían de inanición conmigo. La soledad tampoco era una novedad. Lo de estar encadenada, comer una vez cada tres días, la falta de magia y de actividad ya fue más molesto... Supongo que si has tenido una vida decente, Azkaban acaba contigo, pero en mi caso había poco con lo que acabar.
Hizo una pausa y reflexionó en voz alta.
-Casi peor que la estancia fueron las consecuencias. Desde entonces siempre tengo frío, da igual el hechizo de calor que use o la ropa que me ponga; siento el frío dentro de mí. Tampoco tolero bien la comida: mi estómago se acostumbró al vacío para sobrevivir y no he vuelto a recuperarme, si como de más, vomito. Apenas duermo, al cerrar los ojos oigo las olas estallando contra los muros y el agua inundando mi celda; me despierto gritando. Y lo peor es la magia... Cuando pasas tantos años reprimiendo la magia dentro de ti, esta busca la manera de salir. Me tuvieron que cambiar de celda varias veces porque las paredes temblaban, mis cadenas se agrietaban y los barrotes ardían. Siguen dándome arrebatos así periódicamente.
-¿Y cómo saliste? - susurró Hermione abrazando con todas sus fuerzas el cuerpo inmóvil de la bruja.
-Él me sacó cuando volvió a la vida, organizó la fuga. Como las razones para encarcelarme nunca estuvieron claras, ni siquiera hubo juicio, nadie encontró motivos sólidos para buscarme y devolverme ahí. Además les costó un montón la primera vez, no creo que quisieran repetir... Dumbledore me ofreció este puesto, para tenerme vigilada, supongo. A Tom también le pareció bien, así tiene otro espía aquí aparte de Severus. Aunque considera que Azkaban me quitó la poca cordura que tenía y que ya no sirvo para sus misiones por mi temperamento inestable. Tampoco se fía mucho de mí. Así que prácticamente no he sabido nada de él desde que salí. Creo que sospecha que podría cambiar de bando, pero cuando nos hemos batido en duelo no siempre ha ganado él. Así que evitará la confrontación si es posible.
-¿Y Snape también...?
-Severus cree en Dumbledore, no me preguntes por qué si su amada murió por su culpa... Y yo creo en Severus. Me ha protegido estos últimos años en la medida de lo posible.
Hermione asintió aunque seguía sin estar segura del maestro de pociones.
-¿Y porque nunca te han nombrado en la prensa o en los carteles si se supone que has cometido tantos crímenes como para justificar Azkaban?
-Por influencias y encantamientos desmemorizantes. A Voldemort le convenía que el mundo supiera que la bruja de sangre limpia más poderosa apoyaba su causa (por eso siempre ha habido rumores), pero no que estaba chalada e iba por ahí torturando gente; daba mala imagen de los mortífagos. Qué ironía... Él mató a muchos de quienes intentaron contar mi caso. Y Dumbledore no quería que la desconfianza hacía mí aumentara, necesitaba seguir utilizándome. Así que él también movió los hilos. Aunque la mayoría de veces no hizo falta, el temor que me tiene la gente les impide contar en voz alta lo que piensan de mí. Siempre me ha pasado.
Hermione asintió.
-Por eso no puedo recuperar el horrocrux. Muy probablemente me volvería loca y asesinaría a Dumbledore o a quien fuese. A veces he pensado en acabar con los dos y ocupar su lugar. Ser la bruja más respetada del mundo, la más temida.
El brillo en sus ojos asustó a Hermione tanto como sus palabras. Pero ya no podía culparla. Así que volvió a su problema.
-Lo entiendo. ¿Y no valdría si nos dieras una autorización o algo para entrar en tu cámara?
-No. Él tiene aliados entre los duendes y lo sabría. No sé si a mí intentaría matarme de inmediato, pero sé que asesinaría a Andrómeda y a Narcissa y ellas sí que tienen a gente que las quiere. No puedo permitirlo. Lo siento. No creí que después de esperar tantos años enviaría a tres niños... Pero tampoco me sorprende.
Hermione no había sido capaz de escuchar nada más después de que la bruja diera a entender que ella no tenía a nadie por quien mereciera la pena vivir. Quería gritarle que sí, que la tenía a ella y que la protegería. Pero pensó que después de todo lo que le había revelado la bruja, cualquier cosa que dijera sonaría estúpida. Bellatrix se levantó del suelo, se alisó la falda y tendió la mano a Hermione para que se levantara.
-Tened mucho cuidado, ¿vale? - le dijo acompañándola a la puerta.
-Claro... -contestó Hermione aún temblorosa -. Saldrá bien, no habrá ningún problema -intentó convencerse.
La bruja oscura rió y replicó:
-Conociéndoos, seguro que algo saldrá mal. Pero también sé que sabrás solucionar cualquier situación y recuerda que estoy siempre contigo -susurró acariciando su colgante- y que si me llamas, apareceré siempre.
Hermione asintió con un nudo en la garganta y le dio las gracias.
-Avísame cuando vuelvas de que ha ido bien, ¿vale? Tengo cosas que hacer, no me gustaría tener que reorganizar mi agenda para matar al viejo si te pasara algo.
-De acuerdo – aceptó Hermione abrazándola y besándola con timidez, intentando obviar el hecho de que Bellatrix no usaba figuras retóricas al hablar de asesinatos.
Cuando ya salía, oyó que la bruja añadía:
-Ah y una última cosa: no nos hagas quedar en ridículo, por favor. Eres Bellatrix Black, no una colegiala inocente. No saludes, ni seas amable. No pidas las cosas: exígelas. Y mira a todo el mundo como si fueran inferiores a ti (porque lo son).
-Haré lo que pueda – contestó la joven sin poder ocultar la sonrisa ante la acertada descripción de la propia bruja.
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